El 19 de agosto de 1923, The New York Times publicaba un largo artículo en el que se anunciaba la muerte de Joaquín Sorolla. Ante esta noticia, es inevitable que nos preguntemos: ¿podía el fallecimiento de un pintor español interesar al público estadounidense? Por raro que parezca, la respuesta es sí. Sorolla fue enormemente apreciado al otro lado del Atlántico, y su fama llegó incluso hasta Australia. Allí, la prensa describió la obra del valenciano como «fuerte y viril, fiel a la vida y, sobre todo, realmente humana». En realidad, Sorolla entendió desde muy joven que para triunfar en las turbulentas aguas del mercado artístico era necesario ser conocido fuera del país natal.
El borracho, Zarauz (1910) fue adquirido por la National Gallery de Londres en junio de 2020 por 325.000 libras. Foto: Album.
No sabemos si fue fruto de un plan cuidadosamente trazado, de los consejos de sabios amigos, de las favorables circunstancias o de la combinación de estas y otras causas, pero Sorolla estuvo siempre atento a las demandas del mercado extranjero. Son frecuentes las ocasiones en las que demostró conocer al dedillo el panorama artístico del momento, dando juicios contundentes sobre movimientos artísticos (el impresionismo le parecía una «plaga de holgazanes») o sobre artistas de vanguardia (definió la obra de Henri Matisse como un «disparate gracioso y ridículo»). Y es que una de las grandes cualidades de Sorolla fue precisamente la de saber estudiar escrupulosamente los gustos predominantes, mostrando siempre una gran capacidad para elegir las piezas que más pudieran interesar al público ante el que las exhibía.
Las grandes exposiciones internacionales
El panorama artístico del siglo XIX estuvo dominado por las academias de Bellas Artes, instituciones que organizaban exposiciones anuales y premiaban las obras más apreciadas por sus jueces. Fueron muchos los artistas que se rebelaron contra este sistema, pero también fueron numerosos los que se aprovecharon de estos escaparates para conectar con promotores, filántropos y otras gentes interesadas en las artes.
Sorolla, como no podía ser de otra manera, comenzó su carrera artística a través de las exposiciones de la Academia de Bellas Artes de Madrid, pero entendiéndolas siempre como una plataforma para proyectarse hacia el extranjero. De hecho, después de ganar la primera medalla en la Exposición Internacional de Bellas Artes de 1892 con Otra Margarita, decidió enviarlo a la World’s Columbian Exposition de Chicago del año siguiente. Allí, el desgarrador cuadro de una joven presa acusada de infanticidio recibió la medalla de honor y despertó el interés del abogado americano Charles Nagel, quien lo adquirió para donarlo a la universidad de St. Louis.
Pero si había una ciudad icónica para Sorolla, esta era París. Desde mediados del siglo XVIII, la capital francesa se había convertido en el centro del mercado del arte europeo y hospedaba anualmente el Salón de París, una enorme exposición que galardonaba a artistas locales y extranjeros, pero que también funcionaba como lugar de encuentro para pintores y mecenas. En 1897, Sorolla obtuvo un gran éxito en el Salón con su enorme lienzo Cosiendo la vela, una impactante pieza que demostraba que los blancos, tal y como afirmaba el pintor, nunca son iguales y nunca son puramente blancos. Siete años más tarde, presentó este mismo cuadro en otra gran exposición, la Bienal de Venecia, donde su éxito fue tal que el ayuntamiento veneciano acabó adquiriendo la obra.
Cosiendo la vela (1896), obra expuesta con gran éxito en el Salón de París de 1897. Foto: ASC.
París, 1906
Aunque las grandes exposiciones internacionales siguieron jugando un importante papel, galerías privadas como la Grosvenor de Londres o la Durand-Ruel de París fueron abriéndose paso en el mercado del arte desde la década de 1880. Pronto alcanzaron gran fama y acapararon la atención tanto del público como de los artistas. En ellas se exhibían muestras colectivas de grupos que se salían de los estrictos cánones estéticos de las academias, pero también se proponían exposiciones individuales de artistas emergentes. Por ello, es perfectamente lógico que, después de haber tanteado el terreno de las grandes exposiciones internacionales y de haber triunfado, Sorolla decidiese embarcarse en una serie de exposiciones individuales como único protagonista.
Dado que conocía el mercado francés y contaba con muchos amigos en la ciudad, decidió plantear su primera exposición individual en París. La galería elegida fue la de Georges Petit, un sofisticado espacio que, además de exponer obras de arte, organizaba eventos mundanos, imprimía libros y contaba con todos los medios para seducir a las élites locales e internacionales. Los trámites para la exposición parisina se iniciaron en 1905. En un primer momento, se concertó que Petit recibiría el 10 % de las ventas y pagaría todos los gastos generados por transporte, seguro, catálogo y publicidad. Sin embargo, no parece que la Galería Georges Petit pusiera demasiado entusiasmo en la exposición de Sorolla, porque editó el catálogo sin apenas detalles que permitieran identificar las obras (muchas de ellas se nombran sencillamente estudio, étude) y dispuso los cuadros de manera confusa. Para más inri, la galería cambió el contrato a última hora y Sorolla tuvo que hacerse cargo de los costes de la campaña publicitaria.
Trata de blancas (1894), conservado en el Museo Sorolla de Madrid. Foto: ASC.
A pesar de estos contratiempos y de su corta duración —solo se mantuvo abierta entre el 11 de junio y el 10 de julio de 1906—, el éxito de Sorolla fue arrollador. La prensa aplaudió su técnica y la variedad temática, pues la exposición incluía lienzos sociales como Trata de blancas, cuidados retratos como María vestida de labradora valenciana y famosas escenas de playa como Bueyes en el mar (Colección Pérez Simón, México). Artistas de la talla de Edgar Degas acudieron para ver la obra de Sorolla y muchos compradores nacionales e internacionales se hicieron con cuadros del valenciano. Incluso el pintor español Ignacio Zuloaga —quien despreciaba abiertamente la exposición de Sorolla y afirmaba que las telas expuestas «le dejan a uno frío como la nieve»— tuvo que admitir a regañadientes que la exposición en la Galería Georges Petit «como venta ha sido un gran éxito».
Londres, 1908
Tras su rotundo triunfo tanto mediático como económico, Sorolla movió su atención hacia Londres, la otra gran capital europea de las artes. Los primeros datos en esta dirección se leen en las afectuosas cartas que el paisajista Aureliano de Beruete le mandó desde allí en 1907. En ellas, le aconsejaba que tomara en consideración dos galerías londinenses: la New Gallery y las Grafton Galleries. Tuvo que descartarse la primera por su apretada agenda, pero Beruete consideraba que «el local de la Grafton es soberbio», y de la misma opinión era el pintor John Singer Sargent, quien llegó a afirmar que para una exposición de Sorolla en Londres «no hay otro local que la Grafton Galleries».
Los trámites para poner en pie la exposición no fueron fáciles. El incansable Aureliano de Beruete propuso al marchante de arte Knoedler organizar la exposición en las Grafton Galleries, pero tras varios encuentros infructuosos esta pasó a manos de Edwin J. Chessher y sus socios. Ellos organizarían la exposición, encargándose de la logística y del alquiler de espacios, y el pintor les daría a cambio el 25% de la venta de sus cuadros. Además, para evitar los problemas de su exposición parisina, Sorolla puso especial interés en que el catálogo se editase con gusto, incluyendo numerosas ilustraciones y un prólogo de la pluma del crítico de arte y ensayista Leonard Williams.
Las Grafton Galleries de Londres acogieron la obra de Sorolla en 1908. Foto: ASC.
La exposición de Sorolla coincidió con la Season, la época del año que concentraba en Londres los eventos sociales más importantes de las élites inglesas. Y llama la atención el hecho de que prácticamente no haya periódico en la prensa británica de esos meses que no incluya este pomposo anuncio: «Exposición de las obras de Sorolla. El pintor mundialmente famoso. Grafton Galleries. Ahora abierta. Entrada a un chelín».
La exposición acogió eventos sociales como la recepción anual del City Council de Londres —animada por la música de la Blue Hungarian Band— o la visita de personajes tan ilustres como el rey Eduardo VII de Inglaterra, su esposa la reina Alejandra de Dinamarca, el rey Alfonso XIII de España y su mujer la reina Victoria Eugenia.
A pesar de esta gran campaña, el flujo de visitantes a las Grafton Galleries decepcionó, Sorolla no recibió grandes encargos y las ventas no fueron las esperadas. Un periodista de la Westminster Gazette achacó estos problemas a la excesiva publicidad, que había creado recelo en el público, mientras que un crítico del Illustrated London News afirmaba sin tapujos que el principal problema había sido el apelativo «pintor mundialmente famoso» aplicado a alguien como Sorolla.
Nueva York, Buffalo y Boston, 1909
No obstante, no todo fueron decepciones en Londres. Gracias a la exposición en las Grafton Galleries, el filántropo americano y fundador de la Hispanic Society of America Archer M. Huntington conoció a Sorolla y compró varios de sus cuadros. Además, fue precisamente en ese momento cuando Huntington decidió apostar fuerte por Sorolla y le propuso organizar una gran exposición en Nueva York para el año siguiente.
Aún antes de que la muestra abriera, se palpaba la expectación del público neoyorquino y periódicos como The Sun presagiaban que Sorolla pronto se hallaría «al lado de Velázquez en la lista de los grandes maestros españoles». Finalmente llegó el 4 de febrero de 1909, el día de la gran inauguración en la Hispanic Society. Desde el primer momento se supo que Sorolla enamoraría a su público, ya que los visitantes se sintieron pronto atraídos por sus escenas típicamente hispanas y por los juegos de luces, colores y reflejos que se veían en los lienzos. El siempre crítico Ignacio Zuloaga tuvo que reconocer muy a su pesar que «lo de Sorolla en Nueva York ha sido y es un triunfo muy conocido». Antes de que hubiera pasado un mes desde su inauguración, ríos de gente inundaban la exposición y un artículo del 27 de febrero en The Evening World afirmaba: «Cada día, incluyendo domingos y festivos, haya lluvia o sol, por la mañana y por las tardes, el público general va a visitar la exposición literalmente por millares».
Idilio en el mar (1908), una de las obras de Sorolla expuestas en la Hispanic Society of America. Foto: ASC.
El periplo de la obra de Sorolla en Estados Unidos no acabó con la exposición de Nueva York. Una parte de los cuadros fue rápidamente llevada a la Fine Arts Academy de Buffalo, y de allí se trasladó a la Copley Society de Boston. Al finalizar la gira, se habían agotado las 20.000 copias del catálogo, se habían vendido 195 de las 356 obras expuestas y Sorolla recibió importantes encargos, entre ellos el retrato del presidente de Estados Unidos, William Howard Taft. Además, aprovechando el tirón, la Hispanic Society decidió publicar un volumen de estudios titulado Ocho ensayos sobre Joaquín Sorolla que incluía trabajos encargados a los más reconocidos críticos y reediciones de artículos publicados en los años anteriores. La serie de exposiciones en Estados Unidos en 1909 fue el comienzo de una hermosa amistad entre Huntington y Sorolla que acompañaría al valenciano hasta el final de sus días, pues fue precisamente Huntington quien le encargó su última gran obra: los gigantescos lienzos de Visión de España.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-07-22 14:27:01
En la sección: Muy Interesante