Una oleada de movimientos revolucionarios sacudió al mundo en 1968. París simboliza esa efervescencia, pero participaron de ella lugares tan distintos como México DF, Berkeley, Tokio, Varsovia, Berlín, Praga o Roma, mientras China vivía la Revolución Cultural, la Guerra de Vietnam entraba en su momento crítico y en la España franquista tomaba cuerpo la contestación contra la dictadura. El mundo salido de la Segunda Guerra Mundial había mostrado una gran estabilidad, que fue alterada súbitamente.
Las Revoluciones de 1968 que desafiaron el orden establecido. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.
Al terminar el 68, las aspiraciones revolucionarias habían fracasado y parecía que las aguas habían vuelto a su cauce. Nada había cambiado, pero ya nada sería igual. Las secuelas de aquella conmoción tendrían gran alcance. Muchas actitudes culturales o políticas posteriores son reconocibles a partir de propuestas entonces rupturistas.
Fueron revoluciones peculiares, pues no buscaron tomar el poder, sino sólo cambiarlo. No por eso deben minusvalorarse ni reducirse a un conflicto generacional. Fue mucho más: evidenció una crisis del sistema gestado en la posguerra.
Reivindicando un mundo mejor
No estallaron por apuros económicos, causa frecuente en fenómenos de este tipo. “Never had it so good” (“Nunca habéis vivido tan bien”) fue en 1957 el lema electoral del conservador inglés Macmillan. Tenía razón. Nunca se había producido un crecimiento comparable. Las transformaciones afectaron profundamente a la vida cotidiana: se difundieron el automóvil, los electrodomésticos, el teléfono, etc. El Estado del Bienestar se consolidó. La educación básica se generalizaba y creció la enseñanza universitaria, que nunca había recibido a tanta gente. Pese a esta prosperidad, los disturbios indicaban graves descontentos. Las reivindicaciones hablaban de esperanzas, de un mundo mejor. Discutían las estructuras políticas, que sentían como autoritarias, y el modelo consumista de un capitalismo obsesionado por la rentabilidad.
Hasta entonces, los procesos revolucionarios habían estado vinculados a clases sociales concretas o a grupos políticos definidos. Los del 68 respondieron a los estados de conciencia de la generación nacida tras la guerra, que cuestionó los mecanismos económicos, los moldes políticos reactivos y los comportamientos anquilosados. Los protagonistas fueron los universitarios, que por primera vez en la Historia aumentaban masivamente, cuando la educación superior dejó de ser el privilegio de unas minorías.
El 6 de mayo de 1968, en el parisino Bulevar Saint-Germain, un manifestante corre con adoquines en las manos. Foto: Bruno Brabey / Magnum Photos / Contacto.
Apología del activismo
Estas revoluciones no tuvieron grandes desarrollos teóricos: se trataba de cambiar el mundo, no de entenderlo. En las movilizaciones de aquel Mayo de 1968 hubo toda una retórica de izquierdas que entremezclaba planteamientos de distinta índole, fuesen anarquistas, maoístas, trotskistas o liberales. No encontramos las clásicas estructuras argumentales cerradas y compactas. Hubo una apología del activismo, de la revolución, del cambio, aunque sin propuestas concretas. Se buscaron nuevos instrumentos de transformación social que no eran ya el proletariado, al que se entendió integrado en el sistema. En el nuevo imaginario, lo sustituían los estudiantes, los guerrilleros tercermundistas o los radicales negros de Estados Unidos. Eran poco y mal conocidas, pero fueron idealizadas las revoluciones de China y Cuba.
También las formas de actuación resultaron novedosas. Se impuso una suerte de táctica de protestas “guerrilleras”, en un momento en el que se idealizaba la guerrilla como mecanismo de cambio. Ernesto Guevara, el Che, muerto en Bolivia el año anterior, se convirtió en uno de los iconos más reconocibles del Mayo francés.
El retrato del “Che” Guevara acompañó a los estudiantes de toda Europa durante las movilizaciones de 1968. En la foto, su cartel en una manifestación estudiantil en Múnich. Foto: Getty.
Éste fue un movimiento breve, de objetivos imprecisos y limitados, pero con enorme impacto por la simbología revolucionaria de París y la gran atención de los medios de comunicación. Los acontecimientos fueron seguidos detenidamente: el estallido en la Universidad de Nanterre, el desplazamiento del movimiento estudiantil a La Sorbona, el Barrio Latino convertido en escenario de enfrentamientos. La retórica marxista se entremezcló con un espíritu anarquista. Pedían cambios en el anquilosamiento académico, el final de las censuras morales y, sobre todo, contestaban a la autoridad. Idealizaban la revolución, repudiaban el sistema y sus alternativas estalinistas e imitaban los estilos revolucionarios con barricadas, ocupaciones, luchas en la calle, etc. No hubo, sin embargo, una apología de la violencia ni los disturbios tuvieron graves consecuencias mortales.
Desde París al resto de Europa
La convulsión estudiantil alcanzó al mundo laboral, con acciones compartidas, pero a finales de mayo el poder conservador había recuperado el control de la situación, no sin alguna indecisión de De Gaulle, que tuvo serias dificultades para interpretar los acontecimientos. ¿Todo había acabado? En realidad, sobrevivieron muchas de las rebeldías expresadas en el Mayo parisino: las propuestas de nuevos comportamientos, el final de los resortes de control tradicionales. Influyeron en la posterior evolución política por la vía reformista, no por la revolucionaria.
Los acontecimientos parisinos se dejaron sentir en otras convulsiones. En Italia, la radicalización tuvo lugar después, sobre todo en el “otoño caliente” de 1969, gestándose un movimiento más duradero, que buscaba alianzas entre estudiantes y obreros.
En Alemania, la rebelión se agudizó por el atentado contra un líder estudiantil; incluyó ocupaciones universitarias y protestas contra la presencia de nazis en el poder, además de expresiones antioccidentales o la propuesta de comunas estudiantiles. En ambos países esta efervescencia propició la aparición de grupos terroristas anticapitalistas, las Brigadas Rojas y la banda Baader-Meinhof, esta última también conocida como Fracción del Ejército Rojo (RAF).
Desde 1970 hasta 1998, una de las organizaciones terroristas revolucionarias de izquierda más activas fue la RAF, cuyas acciones armadas se dirigieron a objetivos “fascistas”. Foto: Getty.
En 1968, ETA cometió sus primeros asesinatos, dentro de la fascinación por las guerrillas tercermundistas. Pero la influencia específica del Mayo francés en España se dejó notar en la Universidad, no tanto por un incremento de la agitación ese año como por el movimiento estudiantil de los siguientes. Alentó la contestación a la dictadura, también con una gran proliferación de grupos de izquierda.
Las revoluciones del 68 tuvieron su vertiente más sangrienta en México. La movilización de estudiantes comenzó en verano y protestaba contra el autoritarismo del PRI. Fue brutalmente reprimida por el ejército y grupos paramilitares en la matanza de Tlatelolco (2 de octubre), cuyo número de víctimas se desconoce, quizás varios cientos. El gobierno echó tierra sobre lo sucedido en vísperas de los Juegos Olímpicos de México, que se inauguraban el 12 de octubre.
Mientras tanto, en Estados Unidos…
Uno de los iconos de aquellas Olimpiadas fue el saludo puño en alto de dos atletas norteamericanos, símbolo del Black Power (Poder Negro). En abril había sido asesinado Martin Luther King –en junio lo sería Robert F. Kennedy–, el líder de la lucha por los derechos civiles, que siguió adelante. En 1968, se le unió la protesta contra la Guerra de Vietnam. En enero, la ofensiva del Vietcong, con éxito, fue contestada por una escalada militar. Las protestas contra la política belicista tuvieron su principal escenario en la Universidad de Berkeley (California), que fue ocupada. Pronto hubo ramificaciones en todo el país, en particular en Michigan, Nueva York y Washington. A estos acontecimientos no se les adjudicó el carácter de revolucionarios –pedían la paz y la igualdad jurídica que prometía la Constitución–, pero fueron un hito en este proceso.
El cadáver de R. F. Kennedy fue trasladado en tren desde Nueva York a Washington. En la foto, ciudadanos al pie de la vía con una pancarta de despedida. Foto: Paul Fusco / Magnum Photos / Contacto.
Un cariz diferente tuvieron los acontecimientos en Europa del Este. En Polonia, hubo protestas de estudiantes e intelectuales contra el régimen comunista, que dieron lugar a manifestaciones hasta que en marzo fueron reprimidas con detenciones masivas.
En Checoslovaquia, el gobierno de Dubcek intentó en 1968 democratizar el régimen con la Primavera de Praga. El “socialismo de rostro humano” incluía libertad de expresión, derecho a la huelga, participación en la gestión económica y la posibilidad a medio plazo de elecciones democráticas. Moscú consideró inadmisible la liberalización de una democracia popular y decidió la invasión militar, que confió al Pacto de Varsovia.
En 1968, la Revolución Cultural china, empezada unos años antes, llegó a su cénit. Muchos revolucionarios europeos la ensalzaban, entendiéndola como una revuelta contra un poder anquilosado, tomado por “aburguesados y burócratas”. Fuera del protagonismo de los jóvenes, resulta difícil encontrar paralelismos, pues el movimiento lo lanzó Mao contra sus adversarios dentro del Partido: no fue una revolución antiautoritaria. Basándose en el Libro Rojo, las agresiones provocaron una elevada mortandad y grandes destrucciones culturales.
Nuevas propuestas de estilos de vida
En el ambiente del 68 tuvieron su peso los movimientos contraculturales, enarbolados por grupos de jóvenes que contestaban a la sociedad de consumo con formulaciones antiautoritarias, nuevas expresiones musicales o propuestas de vida alternativas.
Entre las novedades rupturistas de aquel año se cuenta la Teología de la Liberación, cuyo principal arranque fue la Conferencia de Medellín del mes de agosto. También cuestionaba el poder establecido al afirmar la opción por los pobres, construir la religiosidad desde esta perspectiva y propiciar la lucha por la justicia social en las comunidades cristianas. Tuvo particular difusión en América Latina, también afectada así por la estela de los cambios.
¿Queda algo de las revoluciones de 1968, medio siglo después? Terminaron con sucesivas derrotas, pero aquella efervescencia política permaneció en la memoria como la principal referencia para los movimientos progresistas. Ha jugado el papel de impulso fundacional para las generaciones que hoy se mueven en torno a los sesenta/setenta años, que se han venido reconociendo en aquel movimiento juvenil: no hubo después otra convulsión de rasgos novedosos y creativos comparable a aquella.
Olvidadas las facciones en que se fragmentó y algunos dogmatismos, queda la memoria de la lucha contra las formas autoritarias del poder, la exaltación de la libertad individual o el protagonismo de la sociedad civil. Quizás sea impensable que el espíritu sobreviva a quienes la idealizaron, una vez que la edad los va jubilando. Pero sí sobrevive el recuerdo de una efervescencia revolucionaria que no cambió nada y que al mismo tiempo lo cambió todo.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-09-12 05:00:00
En la sección: Muy Interesante