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Los extranjeros que se jugaron la vida por salvar la de otros en la Guerra Civil española

Los extranjeros que se jugaron la vida por salvar la de otros en la Guerra Civil española

“Un héroe no es más valiente que un hombre común, es valiente cinco minutos más”. Así definía Ralph Waldo Emerson la finísima línea que separa la voluntad de un hombre corriente, que sucumbe al miedo en momentos de tensión extrema, y la de un hombre extraordinario, capaz de templar sus nervios siquiera unos segundos más para tomar una decisión que implique poner en riesgo la propia vida por salvar la de otros. Esos cinco minutos de coraje, en los que el héroe derrota a su humano y egoísta instinto de supervivencia, no saben de nacionalidades, lenguas ni fronteras.

Giorgio Perlasca, Ho Feng-Shan o el maño Ángel Sanz Briz olvidaron en los tenebrosos años del nazismo sus obligaciones para con sus naciones de procedencia y se sobrepusieron al miedo para salvar a personas en un país extraño, sin más impulso que la compasión ante la desesperación ajena: fueron hombres extraordinarios que se jugaron la vida implicándose emocionalmente en guerras y conflictos que no les atañían en nada; salvaron vidas, no compatriotas.

Pero no es preciso viajar lejos para rescatar las conmovedoras historias de esos abnegados “Schindlers” foráneos, pues su proverbial temeridad también permitió eludir una muerte segura a miles de españoles durante la barbarie de la Guerra Civil. Apenas se conocen sus nombres y menos aún sus hazañas, pero la protección de un improvisado refugio mexicano entre las cuatro paredes de una mansión malagueña y el amparo de las bodegas de un viejo carguero británico escribieron tres de las páginas más emocionantes del conflicto patrio. Hay dos filántropos sin fronteras con los que nuestra historia reciente tiene una deuda aún pendiente de pago. Fueron héroes por accidente: ninguno de los dos tenía vocación de tal, pero un desconocido –incluso para ellos mismos– sentido de la empatía y la responsabilidad ante el dolor ajeno les hizo llegar donde muy pocos llegan por salvar vidas. En un país extraño, librando batallas que no eran suyas.

El Ángel de Budapest
El ángel de Budapest fue el sobrenombre con el que se conoció a Ángel Sanz Briz, diplomático destinado en Hungría en la Segunda Guerra Mundial que, actuando por cuenta propia, salvó en 1944 de una muerte segura a unos 5.000 judíos húngaros. Foto: ASC.

Una misión en principio rutinaria

Uno de esos héroes imprevistos fue el galés Archibald Dickson, un avezado marino que, el 28 de marzo de 1939, se disponía a llevar a cabo una rutinaria –si bien peligrosa– travesía entre Alicante y Orán como capitán del SS Stanbrook, un carguero de vapor de mil trescientas ochenta y tres toneladas. Las órdenes eran claras: sortear cualquier agresión por parte de los navíos del bando nacional.

Archibald Dickson
Archibald Dickson (1892- 1939) era un marino galés curtido en mil viajes, sin relación alguna con ninguno de los bandos de nuestra guerra, pero se la jugó por hacer lo correcto. Foto: Australian War Memorial.

Su barco pertenecía a la naviera France Navigation, una de tantas que se lucraban del provechoso comercio hacia y desde territorio republicano esquivando el bloqueo franquista. Era un negocio peligroso pero enormemente lucrativo, que merecía holgadamente los riesgos asumidos. La misión de Dickson era llenar las bodegas del Stanbrook en el puerto alicantino con tabaco, azafrán y naranjas, pero un inesperado giro de los acontecimientos propició que pusiera rumbo a Orán, en la Argelia francesa, habiendo dejado la mercancía en puerto y embarcado en su lugar a nada menos que dos mil seiscientas treinta y ocho personas.

Fuera cual fuera el cargamento, en realidad, los marinos como Dickson –que navegaban con frecuencia esas aguas pese a las amenazas de los sublevados– sabían que podían enfrentarse a las bombas, por mar y aire, de la armada franquista, que contaba con la inestimable ayuda de Italia y Alemania. Estaban curtidos en situaciones de máxima tensión, pero el beneficio económico compensaba de sobra el esfuerzo. Dickson no pensaba en otra cosa que en hacer bien su trabajo y cumplir su obligación con sus empleadores cuando el 17 de marzo partió desde Marsella, punto de salida de una travesía bastante tranquila, dadas las circunstancias. Solo la incómoda presencia de un destructor de la armada rebelde, a la caza y captura de los buques foráneos que intentaban romper el bloqueo y llegar a territorio republicano, al que Dickson pudo esquivar sin excesivas dificultades, se interpuso entre el galés y su destino.

Pasaje hacia la esperanza

Como se ha dicho, no era un héroe, no lo había sido nunca; solo un simple superviviente. Una vez en Alicante, debía esperar la mercancía, pero tras una semana en el puerto se le presentó un dilema completamente insospechado y perentorio, que contravenía todas sus órdenes: miles de personas habían llegado allí en su huida del imparable avance franquista y buscaban desesperadamente un pasaje para poder abandonar la Península, fuera cual fuera el rumbo (aunque, preferentemente, con destino a Francia y México).

Alicante era uno de los últimos bastiones del bando republicano, así como uno de los escasísimos puertos desde los que aún se podía escapar de las bombas y la represión de los sublevados. Lo que Dickson se encontró fue un panorama dantesco y una catástrofe humanitaria en ciernes. Pronto entendió que las bodegas de su barco podían dar cobijo a centenares de personas y que, por tanto, estaba en su mano salvar vidas o desentenderse de la tragedia de la que estaba siendo testigo y limitarse a hacer su bien remunerado trabajo.

Stanbrook sobrecargado de pasajeros
La instantánea recoge el aspecto del Stanbrook sobrecargado de pasajeros –civiles que huían de las tropas de Franco– antes de salir de puerto. Foto: Fundación Pablo Iglesias.

Así, escuchando única y exclusivamente a su conciencia, decidió abortar su misión y poner a salvo a esos casi tres mil desesperados, hombres, mujeres y niños, aun a sabiendas de que con semejante peso a bordo el buque podía irse a pique en cualquier momento. El galés resolvió abandonar la carga en el puerto, desafiar las instrucciones y usar el buque como transporte para los refugiados. Zarpó sigilosamente al abrigo de la noche, para llamar la atención lo menos posible. Sortear en la oscuridad los buques del bando nacional requirió de toda la pericia del capitán, que en esas maniobras se arriesgó a hundir el barco y, con él, toda su nueva “carga”.

Dramática travesía con final feliz

Fue un viaje lleno de tensión, en el que el barco se escoró en varias ocasiones y estuvo a punto de consumarse el drama. Por fortuna, después de poco más de veinte horas de travesía, el SS Stanbrook atracó en el puerto de Orán. Aun así, las autoridades francesas se mostraron reacias en un primer momento a permitir el desembarco, pero Dickson no cejó en el empeño. Finalmente se dio vía libre, tras dos días de espera, a las mujeres y a los niños. Los hombres, por razones no demasiado claras, tuvieron que esperar casi un mes sobreviviendo en unas condiciones de hacinamiento insostenibles. Pero sobrevivieron, al fin y al cabo, y le debían la vida al generoso sacrificio del capitán Dickson, que apenas vivió unos meses para contarlo.

Orán, donde atracó el SS Stanbrook
Fue en Orán (Argelia; en la imagen) donde atracó finalmente el SS Stanbrook para poner a salvo a los civiles españoles rescatados. Foto: Getty.

El 19 de noviembre de ese mismo año, su barco fue hundido por los torpedos de un submarino alemán en el mar del Norte. El Stanbrook se partió en dos y todos los tripulantes, incluido Dickson, fallecieron en las gélidas aguas. Su legado fue extraordinario: la vida de más de dos mil seiscientas personas que, sin su coraje, no habrían sobrevivido a la Guerra Civil.

El “milagro de Villa Maya”

Si los acontecimientos vividos a bordo del SS Stanbrook fueron dramáticos, tanto o más lo habían sido los sucesos acaecidos en el interior de la lujosa Villa Maya, en Málaga, en el verano de 1936, gracias al incontestable valor del cónsul mexicano Porfirio Smerdou: un héroe anónimo por un lado e intencionadamente olvidado por otro, ya que buena parte de las vidas que salvó no fueron de republicanos, sino de simpatizantes de la causa franquista.

Natural de Trieste, aunque educado en Bélgica, y ahijado del ex presidente mexicano Porfirio Díaz, Smerdou simplemente no fue capaz de permanecer impasible ante la ola de violencia, vejaciones y revancha generalizada protagonizada por los milicianos contra todo aquel sospechoso de defender ideas conservadoras. El enemigo estaba a las puertas de Málaga, y los republicanos reaccionaron a la amenaza con una vehemencia inusitada, en una escalada de matanzas y violencia sin control. Familias al completo buscaron desesperadamente refugio en casas de familiares o amigos, o simplemente intentaron por todos los medios escapar de la ciudad antes de que fuera tarde.

Villa Maya
El cónsul mexicano en Málaga llegó a asilar en su casa, Villa Maya, a 580 personas, que resistieron hacinadas aunque en condiciones dignas (arriba, un croquis dibujado por el propio Smerdou). Foto: EFE.

Smerdou vivía completamente ajeno a este drama hasta que llamó a su puerta Ramón Varea, un conocido y respetado comerciante a quien habían quemado la casa y el negocio. El cónsul y su esposa, Concha Altolaguirre –hermana del poeta Manuel Altolaguirre–, empatizaron con la situación límite de su vecino y abrieron las puertas de su casa para él y su familia. No sospechaban que otros muchos vendrían a suplicar ayuda al umbral de su villa en las horas y los días sucesivos. En efecto, poco después se fueron presentando otros perseguidos en idéntica situación: médicos, abogados, religiosos… La “lista de Smerdou” fue creciendo y el diplomático mexicano, arriesgando su carrera, su vida e incluso la de su familia, decidió dar cobijo a todos cuantos pudiera, salvándolos así de una muerte cierta.

Smerdou era un diplomático, y además las relaciones de México con el Gobierno de la República eran excelentes, motivo por el cual pudo actuar con discreción y plena libertad y sin levantar sospechas. Sus inmejorables conexiones en el ámbito de la política regional le permitieron llevar a cabo su heroica tarea con una tolerancia por parte de las autoridades impensable para cualquier otro. Villa Maya, una vivienda de apenas cien metros cuadrados, llegó así a dar cobijo a quinientas ochenta personas mientras, gracias a sus buenos contactos, Smerdou planeaba la evacuación gota a gota de los refugiados, a los que pudo ir sacando de Málaga en secreto proporcionándoles papeles en los que “acreditaba” que no eran fascistas, para que pudieran escapar rumbo a Gibraltar, Marruecos o Marsella.

Lázaro Cárdenas con huérfanos españoles
México se posicionó enseguida del lado de la República en la guerra. Aquí vemos a Lázaro Cárdenas, presidente de 1934 a 1940, con huérfanos españoles que serían acogidos en Morelia (México). Foto: Getty.

Objetivo: salvar vidas

Al tiempo, consciente de que Málaga ya no era un lugar seguro para su mujer embarazada y sus hijos – cuya ausencia liberaría, además, espacio para alojar a nuevas víctimas–, decidió hacerse con un pasaje rumbo a Orán para los suyos, en espera de tiempos mejores. La mayoría de los huéspedes resistieron hacinados gracias a los cuidados del cónsul: dar de comer a tantas personas, simplemente mantenerlas vivas en condiciones tan precarias y durante tantas semanas, era un verdadero reto logístico y económico.

La fortuna quiso que uno de los acogidos en la Villa, pariente además de Smerdou, le revelara en esa tesitura la existencia de una caja de caudales en su casa con veinticinco mil pesetas. Con la esperanza de que el dinero no hubiera caído ya en manos republicanas, Porfirio se la jugó colándose sigilosamente en la vivienda, sin ser visto por los milicianos; en efecto, allí pudo localizar el dinero y recuperarlo. Afortunadamente, llegó a él antes que los republicanos, y gracias a eso los hombres, mujeres y niños de Villa Maya pudieron sobrevivir y alimentarse en condiciones dignas.

Y así, los inesperados y amontonados inquilinos de la mansión se mantuvieron escondidos, en vilo, temiendo a cada segundo ser descubiertos –y llegando incluso en las muchas horas muertas a componer un himno dedicado a los propios asilados y al cónsul: “Somos los refugiados de Villa Maya, los perseguidos por la canalla”–, hasta que las tropas de Queipo de Llano entraron en Málaga en febrero de 1937. Smerdou no atendía a la ideología de nadie, solo salvaba a personas en dificultades. Así que, cuando los sublevados comenzaron a hacerse con el control de Málaga y a desatar a su vez su feroz represión, el cónsul mexicano no dudó en jugársela una vez más para poner a salvo a seis políticos republicanos que temían por su vida.

Queipo de LLano y sus tropas regulares en Málaga
En febrero de 1937, el general Queipo de Llano y sus temidas tropas de regulares (arriba) conquistaron la ciudad para el bando franquista, sembrando a su vez el terror. Foto: EFE.

Contra un injusto olvido

No los escondió en Villa Maya, para evitar desagradables tensiones con sus enemigos políticos, pero consiguió encontrarles un hueco en el Consulado de Argentina. Finalmente, con la ayuda de su amigo el doctor José Gálvez, pudo sacarlos de Málaga disfrazados de parturientas. Tras ser acusado de connivencia con la República, Smerdou, ya sin galones diplomáticos, abandonó Málaga y se trasladó a El Escorial (Madrid), donde vivió hasta su muerte en 2002, a los 97 años de edad, sin que casi nadie supiera que un día había tenido esos cinco minutos más de coraje que distinguen a los hombres ordinarios de los héroes.

El “Schindler español” murió en el más absoluto olvido. Es el destino que suele aguardar a los anónimos salvadores de vidas, sea cual sea el conflicto: son generosos hasta en la discreción con respecto a sus admirables actos.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-12-09 12:00:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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