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Operación Urano, cuando los soviéticos cercaron a los alemanes en Stalingrado

Operación Urano, cuando los soviéticos cercaron a los alemanes en Stalingrado

En septiembre de 1942, Paulus manifestó personalmente a Hitler su preocupación por la debilidad del flanco izquierdo de su ejército ante la posibilidad de hacer frente a una ofensiva rusa en Stalingrado. Sus temores no tardarían en confirmarse.

Al sur de Stalingrado, las posiciones del 6.º Ejército estaban defendidas por unidades rumanas mal equipadas y con escaso espíritu combativo. El 3.er Ejército rumano estaba desplegado en la ribera del Don, al noroeste de la ciudad. El 24 de agosto un contraataque soviético había conseguido establecer en la orilla sur del río dos cabezas de puente en Serafimovich y Kletskaya, puntas de lanza clavadas entre las dilatadas y mal defendidas líneas rumanas. En noviembre de 1942 los efectivos del 3.er Ejército defendían un sector de 160 kilómetros con ocho divisiones de infantería y dos de caballería, a las que había que sumar el apoyo, en teoría, del 48.º Cuerpo Panzer alemán. Los efectivos rumanos ascendían en total a 170.000 hombres desplegados sobre una línea que no podían cubrir con garantías al carecer de profundidad y del equipo adecuado para hacer frente a un ataque soviético a gran escala.

Artillería alemana en Stalingrado en 1942. Foto: Shutterstock.

Punto débil

Siguiendo la ribera sur del Don, las unidades italianas habían ocupado posiciones defensivas. Al inicio de la Operación Barbarroja, la invasión alemana de suelo soviético, Mussolini ofreció a Hitler el envío de tropas italianas para participar en las operaciones militares. Con ese gesto el dictador italiano pensaba lavar la mala imagen ofrecida por el Regio Esercito en los Balcanes y el Norte de África, al mismo tiempo que buscaba asegurarse un lugar en el podio de los vencedores cuando se produjese el presagiado colapso soviético. Los mandos militares alemanes sobre los que recayó el peso de la campaña aceptaron la oferta de colaboración como una obligación impuesta y relegaron a los italianos a desempeñar un papel secundario ante las puertas de Stalingrado.

Para evitar un nuevo fracaso que pudiera contrariar a los alemanes, Mussolini envió al frente oriental a sus mejores divisiones. Un poco mejor equipadas que las unidades rumanas, su núcleo principal estaba compuesto por fuerzas motorizadas que debían actuar con gran movilidad en un escenario bélico dominado por inmensos espacios abiertos. Sin embargo, estancadas ante Stalingrado, donde se les encomendó cubrir el flanco norte del 6.º Ejército alemán, no tardaron en revelar su precaria situación: los escasos blindados con los que contaban eran vehículos obsoletos, las unidades carecían de armas antitanque y el equipamiento de los soldados era completamente inadecuado para hacer frente a los rigores extremos del invierno ruso. Incluso las divisiones de alpini, las tropas de élite alpinas del Regio Esercito desplegadas en el sector, no contaban con los medios necesarios para cumplir con su misión.

Obsoletos tractores de artillería 4×4 Fiat-SPA TL37 del Regio Esercito, ampliamente usados en el Frente del este, durante una parada militar en octubre de 1940. Foto: Getty.

El Grupo de Ejércitos B alemán carecía de efectivos suficientes para reforzar las posiciones de sus aliados. Mientras el Grupo de Ejércitos A se encontraba desplegado en el Cáucaso, la 29.ª División de Infantería alemana era la única reserva táctica para cubrir un frente de más de 200 kilómetros al sur de Stalingrado. Los generales alemanes conocían este riesgo, pero decidieron seguir delegando la responsabilidad de la defensa de sus flancos en rumanos e italianos, mientras el grueso del 6.º Ejército se concentraba en la conquista de la ciudad. En un exceso de confianza esperaban ocupar Stalingrado antes de que los soviéticos fueran capaces de organizar una ofensiva de envergadura para romper el cerco.

La gestación del plan

El 12 de septiembre de 1942, Zhúkov regresó a Moscú para entrevistarse con Stalin y hablar sobre la situación de la ciudad rebautizada en honor del dictador soviético. En la reunión Stalin le ordenó que siguiese presionando los flancos enemigos, pero durante un receso Zhúkov comentó con el mariscal Vasilevski, jefe del Estado Mayor General también presente en el encuentro, la posibilidad de otra solución. Stalin, que había desarrollado un sexto sentido para oír todo lo que se comentaba a sus espadas, escuchó la conversación entre los dos militares y preguntó a Zhúkov cuál era su plan alternativo. El sorprendido general, una de las pocas personas que se atrevió en vida a poner en duda las decisiones del padrecito, señaló que había que descartar los ataques frontales tácticos, muy costosos en hombres y material y de eficacia muy limitada. Con frialdad georgiana, Stalin emplazó a los dos generales para que al día siguiente expusieran ante él posibles soluciones.

La noche del 13 de septiembre los dos militares comparecieron de nuevo ante Stalin y pusieron de relieve la debilidad de las posiciones mantenidas por los Grupos de Ejércitos A y B alemanes, con fuerzas insuficientes para cubrir todo el frente. Además, las líneas de abastecimiento enemigas estaban extendidas hasta el límite, mientras las tropas italianas y rumanas en los flancos del Grupo de Ejércitos B parecían una presa fácil. Los dos militares soviéticos expusieron entonces organizar una operación a gran escala y con los medios apropiados para cercar al 6.º Ejército de Paulus. El plan era una velada crítica contra la improvisación de las ofensivas del Ejército Rojo que hasta entonces había ordenado el propio Stalin. El desconfiado dictador exigió a sus generales que precisasen los pasos de su esbozada ofensiva.

Miembros de la Wehrmacht en la cabeza de puente de Kuban en el Frente Oriental (julio de 1943). Foto: Shutterstock.

Vasilevski propuso entonces una concentración masiva de fuerzas soviéticas en las proximidades de la ciudad de Serafimovich, situada a 160 kilómetros de Stalingrado, en la orilla derecha del río Don. Desde allí lanzarían un ataque por sorpresa contra la retaguardia del 6.º Ejército y el 4.º Ejército Panzer. Cuando Stalin preguntó por qué no se lanzaba la ofensiva más al este, Zhúkov respondió que de hacerse así se daría tiempo a las fuerzas alemanas a abandonar Stalingrado y responder al golpe. Stalin manifestó sus dudas sobre la capacidad del Ejército Rojo para reunir las fuerzas necesarias para la ofensiva. Seguro de sí mismo, Zhúkov respondió que necesitaría 45 días para tenerlo todo a punto. Stalin lanzó entonces su característica mirada entrecerrada, que no transmitía ninguna emoción, al desafiante general y dio su aprobación al plan.

De esta forma se puso en marcha la Operación Urano, nombre en clave de la ofensiva que tenía como objetivo aniquilar al 6.º Ejército en Stalingrado. A principios de octubre ya se habían perfilado los detalles de la operación: se llevarían a cabo dos ataques con fuerzas blindadas, uno desde el norte y otro al sur de la ciudad, que convergerían sobre la localidad de Kalach, en la orilla izquierda del Don, para dejar a los alemanes copados contra el Volga. El avance principal se produciría en los sectores defendidos por las fuerzas rumanas, mientras que el Frente del Don, al mando del general Konstantín Rokossovski, debía atacar el flanco izquierdo alemán. El 62.º Ejército soviético, atrincherado en Stalingrado, debía servir como cebo para mantener ocupado al grueso del 6.º Ejército de Paulus combatiendo entre las ruinas de la ciudad.

Soldado rumano en el Frente del Don. Foto: ASC.

En contra de anteriores ofensivas planteadas por los soviéticos, la complejidad de la puesta en marcha de la Operación Urano exigió una meticulosa preparación que no dejó nada a la improvisación. Ya no se trataba de lanzar oleadas de miles de soldados a un sacrificio inútil en un intento por contener al enemigo; el plan exigía un cambio radical de estrategia que de tener éxito podía dar un golpe de timón al curso de la guerra.

Esfuerzo titánico

En el breve plazo de tiempo concedido por Stalin, en el área en torno a la ciudad los generales soviéticos consiguieron reunir un formidable ejército compuesto por 1.100.000 soldados, casi 15.000 piezas de artillería, 400 aviones y más de un millar de tanques. Mover ese contingente hacia sus puntos de partida supuso un auténtico esfuerzo titánico. Los ingenieros militares tuvieron que construir a toda prisa varios puentes ferroviarios sobre el Volga. Para evitar ser detectados, los trenes con tropas y suministros circulaban de noche sin luces sobre las precarias vías, con una frecuencia de doce minutos entre convoyes. Los maquinistas conducían los trenes a toda velocidad guiados por las linternas de soldados apostados en los puntos más peligrosos del recorrido.

En el aire, los aviones soviéticos acosaban a los aparatos de reconocimiento de la Luftwaffe que sobrevolaban los nudos de comunicaciones. Sobre el terreno, las unidades del Ejército Rojo avanzaban de noche hacia sus posiciones, mientras durante el día se camuflaban y mantenían un estricto silencio de radio. También se difundieron transmisiones falsas para confundir a los alemanes que las interceptaban. El secreto sobre la Operación Urano impuso la prohibición de mantener comunicaciones escritas: los mandos impartieron oralmente sus órdenes y para evitar filtraciones sus oficiales no fueron informados del plan hasta el mes de noviembre. Las tropas bajo su mando permanecieron ignorantes hasta la noche anterior al inicio de la ofensiva.

Las estrictas medidas de seguridad de los soviéticos en torno a la Operación Urano no impidieron las sospechas enemigas. El coronel Reinhard Gehlen, jefe de contrainteligencia de las fuerzas alemanas en el frente oriental, estaba al corriente de los movimientos de tropas del Ejército Rojo en torno a Stalingrado. A principios de noviembre Gehlen, que al término de la Segunda Guerra Mundial se convertiría en espía al servicio de los norteamericanos y después sería nombrado primer director del BND, el servicio secreto de la RFA, informó al Grupo de Ejércitos B sobre la posibilidad de un ataque inminente contra el 3.er Ejército rumano con la intención de cortar las líneas de abastecimiento y forzar al 6.º Ejército alemán a una retirada de Stalingrado. Sin embargo, no fue capaz de ver el verdadero objetivo que buscaba el impresionante despliegue de fuerzas rusas. Como la mayoría de los mandos alemanes, confió demasiado en una supuesta superioridad sobre el enemigo, sin imaginar que el 6.º Ejército de Paulus pudiera quedar atrapado entre lo que quedaba de la ciudad arrasada. Ese error de cálculo jugó a favor de los generales del Ejército Rojo.

Gueorgui Konstantínovich Zhúkov fue uno de los comandantes más destacados de la Segunda Guerra Mundial. Foto: ASC.

El 11 de noviembre Zhúkov y Vasilevski informaron directamente a Stalin sobre la marcha del plan. Ambos consideraron que las tropas de los frentes del Sudoeste y del Don estarían preparadas para lanzar el ataque el día 19 y las del frente de Stalingrado el 20. Tres días antes, en un discurso pronunciado en Múnich ante un auditorio compuesto por miembros veteranos del partido nazi, Hitler había menospreciado la resistencia rusa en Stalingrado y anunció ufano una inminente victoria de las fuerzas alemanas que combatían en la ciudad. La suerte estaba echada.

Avance imparable

Con el propósito de satisfacer cuanto antes los deseos del Führer, las extenuadas fuerzas del 6.º Ejército alemán renovaron sin éxito sus ataques para conquistar Stalingrado. Los soldados del 62.º Ejército soviético, al mando del teniente general Vasili Chuikov, siguieron presentando una obstinada resistencia que mermó aún más la moral enemiga.

Después de ultimar los preparativos de la ofensiva en torno a Stalingrado, el 17 de noviembre Zhúkov abandonó Stalingrado para dirigir la Operación Marte contra un saliente alemán al oeste de Moscú. Cuando parecía que todo marchaba según lo planeado Vasilevski tuvo que lidiar con una crisis de última hora. El comandante general Vasili Volski, jefe del 4.º Cuerpo Mecanizado, se saltó la cadena de mando y dirigió una carta a Stalin en la que le suplicó la cancelación de la Operación Urano por considerarla condenada a un estrepitoso fracaso. La misiva causó una gran conmoción por su atrevimiento y por poner de manifiesto las carencias del plan.

Vasilevski tuvo que responder ante Stalin por esta salida de tono de su protegido Volski. Ante el dictador se mostró muy sorprendido, ya que consideraba al jefe del 4.º Cuerpo Mecanizado como un mando competente al frente de unas tropas bien entrenadas y equipadas. Stalin decidió entonces intervenir para solventar la cuestión y telefoneó personalmente a Volski para pedirle explicaciones. En contra de lo esperado, se mostró duro pero no especialmente desagradable con el general que había osado enviarle la carta y se dio por satisfecho cuando Volski se comprometió a cumplir con su deber siguiendo con el plan previsto. Cuando fue informado del resultado de la conversación Vasilevski respiró aliviado. En el transcurso de la ofensiva, Volski superaría las expectativas depositadas en él.

Iósif Stalin llamó a todos los rusos a defender el país en julio de 1941. La Operación Barbarroja, la ocupación alemana de la Unión Soviética, comenzó el 22 de julio de 1941. Foto: Getty.

En la medianoche del 18 de noviembre se informó a Chuikov del inminente ataque y se le ordenó esperar nuevas instrucciones. A las 7:20 horas del día siguiente las radios de las unidades de los frentes del Don y del Sudoeste repitieron la palabra «sirena», nombre en clave para iniciar la operación. A esa hora las bocas de miles de cañones soviéticos abrieron fuego contra las posiciones alemanas, desatando una tormenta de muerte y destrucción que duró ochenta minutos. Mientras tanto, los tanques y la infantería ocuparon sus posiciones para el avance a través de un frente que se extendía a lo largo de 320 kilómetros.

A la derecha, el 1.er Ejército de la Guardia bloqueó al 8.º Ejército italiano, al mismo tiempo que el 5.º Ejército blindado soviético hacía pedazos el ala izquierda del 3.er Ejército rumano desde la cabeza de puente de Serafimovich. En Kletskaya, los ejércitos 21.º y 65.º destruyeron el flanco derecho rumano mientras el 24.º y el 66.º atacaban la franja de terreno comprendida entre el Don y el Volga. Las fuerzas de choque soviéticas del Frente del Don entraron en contacto con los carros de combate alemanes del Grupo de Ejércitos B, que les pusieron las cosas muy difíciles. Fue entonces cuando los soviéticos decidieron concentrar su ataque contra las posiciones rumanas. Acosados y sin medios para detener la ofensiva, resistieron hasta el mediodía, cuando los tanques del Ejército Rojo arrollaron sus posiciones. Aun así, los soldados rumanos resistieron valerosamente mientras asistían impotentes al derrumbe de sus líneas sin recibir refuerzos alemanes.

Ante las noticias preocupantes que llegaban de Stalingrado, Hitler autorizó al 48.º Cuerpo Panzer para que avanzase a cerrar la brecha. Sin embargo sus unidades cometieron el error de dirigirse hacia el Frente del Don, cuando los soviéticos estaban concentrando la ofensiva en el Frente del Sudoeste. Los problemas de los panzer alemanes no terminaron ahí. Las tripulaciones de los carros de combate alemanes habían cubierto los motores de sus vehículos con paja para aislarlos del frío. Cuando quisieron ponerlos en marcha descubrieron que la cálida cubierta albergaba una plaga de ratones que habían roído el cableado eléctrico inutilizando un centenar de tanques.

En medio del caos, las unidades del 48.º Cuerpo Panzer avanzaron con los medios disponibles en medio de la noche en un intento por contactar con los restos del 1.er Cuerpo Rumano. Sin embargo, los soviéticos lo tuvieron fácil destrozando una masa confusa de soldados y vehículos que no sabían muy bien hacia dónde ir. Antes de que se consumase el desastre, los tanques alemanes recibieron la orden de retirarse hacia el noroeste en un intento desesperado por salvar lo que quedaba de las fuerzas rumanas.

Memorial en la ciudad de Pyatimorsk, cerca de Kalach. Foto: Shutterstock.

En Stalingrado, el Grupo de Ejércitos B ordenó a Paulus detener sus operaciones dentro del perímetro de la ciudad y desplegar sus panzer al oeste. Ante el cariz que tomaba la ofensiva soviética, los alemanes tomaron medidas defensivas para proteger su flanco norte y sus líneas de abastecimiento al oeste. Todavía no sospechaban que Vasilevski se había preparado para golpear el flanco sur enemigo con todas sus fuerzas.

Atrapados sin salida

Al amanecer del 20 de noviembre miles de cañones soviéticos volvieron a machacar las posiciones de los aturdidos alemanes y sus desdichados aliados. El 13.er Cuerpo Blindado y el 51.º Ejército, con los tanques de Volski en vanguardia, cargaron en paralelo hacia el sudeste. Su avance se vio detenido por los soldados de la 29.ª División de Infantería Motorizada del comandante general Leyser, que formaba parte de la reserva móvil del 4.º Ejército Panzer. En el sector se produjeron encarnizados combates que detuvieron el avance soviético hasta que se ordenó a Leyser un repliegue para proteger la retaguardia del Grupo de Ejércitos B. Mientras tanto, el 4.º Ejército Panzer también se retiró hacia el oeste, abandonando a los rumanos a su suerte.

El general mayor Ernst von Leyser en 1941. Foto: ASC.

Las fuerzas soviéticas continuaron con su imparable avance empujando a los alemanes hacia Stalingrado. En la madrugada del 20 al 21 de noviembre Volski se vio obligado a detener sus tanques para repostar apresuradamente mientras era amenazado con ser apartado del mando si se retrasaba. Al amanecer, Paulus se vio obligado a abandonar su cuartel general en la pequeña localidad de Golubinskaya, situada al oeste de Stalingrado, en la orilla derecha del Don, ante la amenaza que suponía la llegada de la vanguardia del 26.º Cuerpo Blindado ruso. Al atardecer de ese día, el Frente del Sudoeste había progresado 100 kilómetros a través de la retaguardia alemana.

Ambos bandos marcharon hacia la confluencia del río Don con el Chir, pero mientras los soviéticos lo hacían a una velocidad endiablada y perfectamente coordinados los alemanes y sus aliados se replegaban en el más absoluto caos y con la desesperación grabada en los rostros de los soldados. En las primeras horas de la tarde del 23 de noviembre las unidades blindadas rusas completaron el cerco. Los informes más optimistas que empezaron a llegar a Moscú estimaban en 90.000 el número de soldados enemigos atrapados en una bolsa de unos 50 kilómetros por 30 de extensión. En realidad eran más de 250.000 hombres los que habían caído en una trampa sin salida que contenía en su interior a 14 divisiones de infantería, tres motorizadas y otras tres panzer, dos divisiones rumanas y los supervivientes del 369.º Regimiento de Infantería de voluntarios croatas.

Soldados del Ejército Rojo se abrazan exultantes tras el éxito de la Operación Urano. Foto: ASC.

A las 19:00 horas del 22 de noviembre, el 6.º Ejército transmitió al Grupo de Ejércitos B un dramático mensaje: «…Estamos rodeados… Nos queda poco combustible. Cuando lo gastemos los tanques y los vehículos se pararán. Hay pocas municiones y nuestras provisiones durarán unos seis días… Pedimos libertad de acción… La situación puede obligarnos a abandonar Stalingrado». La decisión sobre la suerte de miles de soldados alemanes quedaba en manos de un delirante Hitler que no estaba dispuesto a ceder ante un enemigo encarnado en la figura de Stalin proyectada sobre la ciudad que llevaba su nombre.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-05-21 06:17:06
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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