La idea de la Anschluss había contado con simpatías en ambos territorios desde más de un siglo antes, cuando Napoleón desarboló el Sacro Imperio Romano Germánico en la batalla de Austerlitz y los dos territorios de lengua germánica tomaron rumbos políticos distintos. En el programa político de Hitler –él mismo nacido en la Alta Austria, en una localidad fronteriza con Alemania–, la “reunificación” con los austríacos, conocida como Anschluss, ocupaba un lugar de máxima prioridad.
“La misma sangre en el mismo Reich”. Esta consigna de Hitler se lee en un cartel previo al referéndum del 10 de abril. Foto: Photoaisa.
En su libro Mein Kampf la justificaba por motivos de raza: “La gente de la misma sangre debería estar bajo el mismo Reich”. Y se dice que, cuando escuchaba la magistral Séptima Sinfonía del austríaco Anton Bruckner, se emocionaba preguntándose: “¿Cómo puede alguien decir que Austria no es alemana?”.
Desde que alcanzó el poder en 1933, el Führer se dedicó, en consonancia con sus ideas, a favorecer iniciativas que aumentasen el apoyo tanto a la reunificación en la opinión pública del país vecino como a los aliados políticos que la impulsaran.
No era un proyecto sencillo, ni siquiera legal, porque el Tratado de Versalles había prohibido de manera expresa cualquier aspiración de la derrotada Alemania a volver a ampliar sus fronteras. En su artículo 80 se establecía explícitamente: “Alemania reconoce y respetará la independencia de Austria y admite que esta independencia será inalienable”.
Mapa europeo tras el desmembramiento del Imperio austro-húngaro publicado en el periódico francés Le Petit Journal. Foto: Getty.
Otro tratado, el de Saint-Germain-en-Laye, había certificado el desmembramiento del Imperio austro-húngaro y establecido concretamente las nuevas fronteras de la República de Austria como “Estado sucesor”. Estos acuerdos diplomáticos frenaron también el breve intento de una República de Austria Alemana al acabar la contienda.
Las relaciones entre los nazis en el poder en Berlín y los gobernantes de Austria se deterioraron con rapidez. Un factor importante en ello fue la incesante actividad terrorista del Partido Nazi Austríaco, cuyos atentados ocasionaron 800 muertes, la más importante de las cuales fue la del canciller Engelbert Dollfuss en julio de 1934.
Tampoco ayudó que el régimen austríaco implantado a partir de ese año, de corte autoritario, se postulase como de raíz católica frente al ateísmo nazi y pusiera énfasis en la historia propia y diferenciada de su país, con los momentos gloriosos del Imperio austro-húngaro.
La capilla ardiente del canciller austríaco Engelbert Dollfuss, asesinado a tiros por los terroristas del Partido Nazi Austríaco en julio de 1934. Foto: Getty.
Aunque Hitler negó públicamente en 1936 cualquier intención de anexionarse Austria, lo cierto es que, por entonces, aumentaba el interés entre él y los suyos, y no solo por razones ideológicas. Hermann Göring, que dirigía el Plan Cuatrienal de Rearme, consideraba que Austria podía proporcionar a la industria que estaban desarrollando gran cantidad de materias primas en las que su territorio era muy rico, así como mano de obra cualificada que se encontraba desempleada, porque la crisis económica del 29 y la Gran Depresión habían enviado a centenares de miles de austríacos al paro. Ian Kershaw, biógrafo de Hitler, ha explicado que “fue Hermann Göring quien marcó la pauta y empujó con más fuerza durante 1937 para una solución rápida y radical de la ‘cuestión austríaca’.
Pero más allá de cuáles fueran las intenciones alemanas, la situación interna de la propia Austria favoreció en varias formas el proyecto hitleriano.
La castigada República austríaca
El país había quedado severamente afectado por su derrota en la Primera Guerra Mundial y mostraba situaciones de pobreza y privación alarmantes. Un diplomático inglés había relatado cómo, en 1919, en una revuelta callejera contra la policía en Viena, los manifestantes mataron a dos caballos de los agentes y se precipitaron sobre ellos para despiezarlos y llevarse su carne. En el plano político, el nacimiento de la Primera República austríaca fue vivido como una obligación impuesta desde las potencias ganadoras y, para muchos, como una especie de castigo.
Esto acarreó una dosis importante de falta de legitimidad. El recuerdo de la monarquía imperial de los Habsburgo se mantuvo como memoria de un pasado mejor. El propio asunto de la identidad alemana de los austríacos había reaparecido periódicamente. En 1921, sendos plebiscitos celebrados en las provincias de Salzburgo y Tirol mostraron un enorme apoyo a la unión con Alemania, con resultados a favor del 93 y el 98%, respectivamente. En 1929, un sondeo entre diputados de la Asamblea Nacional indicaba que dos tercios de ellos eran partidarios de la unidad.
En 1921, las provincias de Tirol y Salzburgo mostraron un enorme apoyo (98 y 93%) a la unión con Alemania. Arriba, una manifestación de ese año en Innsbruck (Tirol). Foto: Getty.
Los partidos dominantes durante este período republicano no consiguieron hallar un consenso en torno al proyecto de país y se encontraban inmersos en duras luchas internas. En la derecha, la principal formación era el Partido Socialcristiano, de tendencia católica y tradicionalista, aunque se encontraba muy presionado por la agresividad de las milicias paramilitares de la Heimwehr, de corte fascista, muy similares a las de Benito Mussolini en Italia. En la izquierda, el grupo mayoritario era el Partido Socialdemócrata (SDAPÔ).
Tensión y asesinato de Dollfuss
En febrero de 1934, la tensión entre derecha e izquierda había estallado con el intento del canciller socialcristiano Dollfuss de restringir la actividad de los socialistas. Estos movilizaron a los trabajadores organizando un levantamiento, que tuvo un gran seguimiento en Viena. El conflicto duró cuatro días y para liquidarlo fue necesaria la intervención del ejército. Los socialcristianos aprovecharon para liquidar el Parlamento e imponer el régimen autoritario conocido como “austrofascismo”.
En febrero de 1934, estalló la tensión entre el canciller Dollfuss y los socialistas y hubo un levantamiento aplacado por el ejército. Arriba, las tropas desplazándose al frente. Foto: Getty.
Tras el asesinato de Dollfuss en julio de 1934, el puesto de canciller austríaco fue ofrecido por el presidente del país, Wilhem Miklas, a su ministro de Justicia, Kurt Schuschnigg, quien iba a liderar el antagonismo con Alemania hasta 1938. El sentimiento de la amenaza nazi era muy fuerte, y ya tomaba forma el temor de una invasión. Esto llevó al nuevo canciller a buscar el apoyo y protección de las potencias aliadas, Francia e Inglaterra, y también de Italia, con cuyo régimen tenía muchas concomitancias. Además, los italianos tenían interés en influir sobre Austria, por su condición de vecino con una gran frontera alpina mutua.
Schuschnigg visita a Hitler
Los intentos de Schuschnigg se encontraron con progresivas dificultades, sobre todo a medida que Italia fue acercándose a Alemania y, finalmente, formalizó con ella la alianza del Eje. Franceses e ingleses, por su parte, preferían no inmiscuirse.
En julio de 1936, en un intento de apaciguamiento, austríacos y alemanes habían firmado un acuerdo conocido como Pacto de Caballeros. En virtud de él, el régimen nazi aceptaba formalmente la independencia de Austria, a cambio de que esta alinease su política exterior con la alemana, liberase a los presos del Partido Nazi Austríaco y aceptase a personalidades próximas a estos en su gabinete ministerial. La utilidad de todo ello no fue demasiada, porque en 1937 se intensificaron las amenazas alemanas en la medida que aumentaba su interés por Austria, y el conflicto se agravó.
Así llegó febrero de 1938, cuando el canciller Schuschnigg realizó un postrer intento de distensión aceptando visitar a Hitler en su residencia de Berghof, en los Alpes bávaros. El día 12 se celebró una entrevista que transcurrió de manera muy distinta a como el austríaco había pensado. El líder alemán le planteó un verdadero ultimátum y rechazó realizar la más mínima concesión. Las condiciones de Hitler se centraron en la amnistía de todos los presos nazis que aún quedaban en prisión y el nombramiento de personalidades pronazis al frente de ministerios clave.
El Canciller austríaco Kurt Schuschnigg hacia 1935. Foto: Getty.
La figura más importante que Hitler quería promocionar era la de Arthur Seyss-Inquart, un importante político nazi que ya era secretario de Estado desde el año anterior y que le había filtrado información, previa a la reunión de febrero, sobre la escasa capacidad negociadora con que contaba su canciller. Exigió que se le asignase la cartera de ministro del Interior, con mando sobre la policía. Al mismo tiempo, el ocupante de ese ministerio, Edmund Glaise- Horstenau, también cercano a los nazis, debía ser nombrado ministro de la Guerra.
Schuschnigg cedió pero, a pesar de todo lo obtenido, Hitler no detuvo su presión. Ordenó a los nazis austríacos que aumentaran su actividad en la calle mediante manifestaciones y alteraciones del orden público. Crear el caos le permitiría, llegado el momento, justificar una intervención para, precisamente, restaurar el orden.
Referéndum abortado
A primeros de marzo, Schuschnigg se encontraba al mando de un país paralizado económicamente por la incertidumbre y presa del miedo: las grandes fortunas se llevaban su dinero, sus obras de arte y sus bienes al extranjero. Fue necesario solicitar apoyo financiero a Francia e Inglaterra, pero estos países se encontraban alarmados por el creciente protagonismo de Seyss-Inquart, que actuaba como si fuese el primer ministro, lo que les hacía pensar que, si ayudaban económicamente, el dinero iría a parar a manos del proyecto nazi.
Por fin, Schuschnigg reaccionó el miércoles 9 de marzo con un verdadero órdago destinado a recuperar la iniciativa: convocó un referéndum para el domingo siguiente, día 13, sobre el tema de la unificación con Alemania, en el que la postura oficial sería pedir el sí para “una Austria libre, germánica, independiente y social dedicada a la paz y al pan”. De esta forma, “el mundo verá nuestra voluntad de vivir”.
El anuncio enfureció a Hitler: un sí mayoritario en favor de la independencia le impediría justificar una anexión. Sus principales voces en Viena, Seyss-Inquart y Glaise-Horstenau, exigieron al canciller que lo desconvocara y fueron subiendo el tono de sus advertencias, hasta amenazar con una guerra civil movilizando a sus partidarios.
El viernes 11 de marzo, la crisis alcanzó su clímax. Por la mañana, Schuschnigg ofreció a los pronazis cancelar el referéndum si se le garantizaba que no producirían ningún disturbio en Austria. La respuesta de Hitler fue exigir al presidente del país, Wilhelm Miklas, la dimisión del canciller y el nombramiento en su lugar de Seyss-Inquart. Schuschnigg trató de resistirse pero, a lo largo del día, las presiones fueron en aumento.
¿Qué fue la Anschluss? Cuando Hitler se anexionó Austria. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.
El estallido de la crisis
A las 19:45, el político austríaco anunciaba en un mensaje radiado su dimisión y denunciaba ante todos los que le escuchaban que se producía por las presiones alemanas al máximo nivel: “El presidente me pide decirle a la población austríaca que hemos cedido ante el uso de la fuerza, ya que no estábamos preparados, ni siquiera en esta terrible situación, para el derramamiento de sangre”.
En ese momento, el papel central pasó al presidente Miklas. El jefe del Estado se resistió a nombrar como nuevo canciller al pronazi Seyss-Inquart y seguiría en sus trece hasta después de las diez de la noche, cuando cedió. Pero para entonces era tarde. Unas horas antes, a las 20:45, Hitler se había cansado de esperar a que los austríacos se plegaran a sus designios y había ordenado a sus tropas comenzar la invasión a la mañana siguiente.
Invasión de madrugada
Para justificarse, hizo que se le enviara un telegrama falsamente firmado por Seyss-Inquart en el que le solicitaba la ayuda del ejército alemán.
No se reparó en medios: tanques, divisiones de infantería, fuerza aérea y destacamentos de las SS cruzaron la frontera austríaca a las 5:30 de la mañana del 12 de marzo, respondiendo “a la llamada del gobierno nacionalsocialista de Austria”, según insistió en declarar Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda nazi, en una alocución radiada.
Soldados de la Wehrmacht cruzan la frontera de Alemania con Austria por la aduana de Kiefersfelden, en la madrugada del 12 de marzo de 1938. Foto: Photoaisa.
En ella explicó que el objetivo de esas tropas era “asegurar que un plebiscito real pueda ser celebrado en breve por el pueblo de Austria”. Su intención era dar el mensaje de que se estaba produciendo una verdadera liberación y culminó anunciando que Hitler “estará feliz de poder volver al país que le vio nacer como líder del pueblo alemán y como ciudadano libre”.
Ese retorno no se iba a demorar: a mediodía, Hitler cruzaba la frontera en coche por su pueblo natal, todo un acto simbólico, y ponía camino hacia Linz, donde fue recibido calurosamente por una multitud y por el propio Seyss-Inquart, que le anunció la revocación del artículo del Tratado de Saint-Germain que prohibía la reunificación.
Entusiasmo prohitleriano
Ante la acogida entusiasta que se estaba encontrando, Hitler, que esperaba una mayor oposición, cambió sus planes iniciales de mantener a Austria como un país independiente pero con un gobierno títere y decidió absorberlo directamente dentro del Tercer Reich. Su ansiada Anschluss (reunificación) iba a tener lugar.
La Anschluss de Austria defendida por Hitler se hizo realidad en marzo de 1938. En la imagen, una joven austríaca da la bienvenida a las tropas alemanas llegadas para ocupar su país. Foto: Getty.
“La más vieja provincia oriental del pueblo alemán será, desde este momento, el más nuevo bastión del Imperio alemán”, proclamó Hitler en Viena tres días después, ante una enfervorizada multitud de 200.000 personas. “No venimos como tiranos, sino como liberadores”.
La reacción internacional fue extremadamente tibia. Apenas algunas protestas verbales, pero ninguna acción efectiva, algo que Hitler ya esperaba y que facilitó sus planes. Las SS, desde el primer día de la invasión, se dedicaron a detener a posibles opositores de izquierda y a actuar contra los judíos. A estos se les obligó a limpiar las pintadas proindependencia que había en las calles.
Con la anexión de Austria, todo el orden mundial impuesto tras la confrontación de 1914 había explotado, y ningún país había hecho nada por mantenerlo. Hitler no tenía obstáculos para desarrollar sus actuaciones imperialistas y se preparaba para continuarlas. Checoslovaquia era su siguiente objetivo.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-10-20 12:43:00
En la sección: Muy Interesante