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¿Sabías que Miguel Ángel también fue poeta?

¿Sabías que Miguel Ángel también fue poeta?

Miguel Ángel no se consideraba a sí mismo un escritor. Probablemente tampoco un poeta. Pero lo cierto es que, en sentido estricto, el responsable de los aclamados frescos de la Capilla Sixtina tampoco se consideraba un pintor. Sobre esta última cuestión, se ha repetido en numerosas ocasiones que el maestro mantenía la superioridad de la escultura sobre las demás artes. Se trataba este de un debate —el de la supremacía de las artes—, que levantó acaloradas discusiones en su tiempo. En sus propias cartas afirmaba que la escultura era en realidad «la linterna de la pintura». Quizá algo tuviese que ver en esto el que mientras Miguel Ángel se jactaba de haber superado a los maestros escultores de la Antigüedad —y de hecho así le fue reconocido en vida—, en el campo de la pintura no pudo evitar coincidir con un poderoso rival a su altura: el joven Rafael. Quizá también por ello, en otra de sus cartas aseguraría que el famoso pintor de Urbino «todo lo que sabía de arte lo aprendió de mí».

Autorretrato de Rafael (h. 1504-1506). Foto: ASC.

Si algo dejan claro los escritos que conservamos de Miguel Ángel es que este se consideraba, por encima de todo, escultor. Y así lo llegó a expresar, apesadumbrado, mientras pintaba los célebres frescos encargados por Julio II para la Capilla Sixtina: «Y esta es la dificultad del trabajo, y el no ser mi verdadera profesión. Por lo que pierdo el tiempo sin fruto». Sin embargo, como se ha visto, esta depurada concepción que Miguel Ángel tuvo de sí mismo como maestro escultor no fue impedimento para que de su mano saliesen extraordinarias pinturas y asombrosos diseños de edificios. También, aunque menos conocidas, escribió conmovedoras poesías e incluso epístolas de gran belleza. En este último caso, varios autores han señalado acertadamente que la aproximación a la correspondencia íntima de una persona —aunque esta persona en cuestión sea una figura de la talla de Miguel Ángel— no deja de resultar un acto de transgresión de la privacidad. Una intrusión en la intimidad que solo podemos justificar como el precio a pagar por la inmortalidad de la fama.

El temperamento a través de las cartas

A pesar de que en varias de las cartas de Miguel Ángel no se aprecia ni tan siquiera un intento por acercarse al arte de la literatura, lo cierto es que todas ellas nos sirven para adentrarnos en el carácter y el temperamento del artista desde su propio punto de vista.

Sus escritos nos hablan de un personaje complejo, lleno de matices en su comportamiento. Un hombre en ocasiones afectuoso pero que también reflejaba una clara tendencia hacia la soledad y la misantropía. Por ejemplo, las cartas de Miguel Ángel nos revelan que este llegó a mostrarse especialmente mezquino con su propia familia, a la que negó su ayuda durante una época de precariedad financiera bajo la poco creíble excusa de que no «tenía un céntimo». Sabemos por otro de sus escritos que, aun accediendo a prestarles dinero algún tiempo después, el artista les pediría finalmente unas condiciones estrictas para su devolución, llegando a reprocharles que en realidad «todo lo he hecho por ayudaros, y no lo habéis sabido reconocer y ni siquiera creído». Tiempo después todavía escribiría a uno de sus sobrinos alegando: «el dinero lo he ganado con ese trabajo que no puede conocer quien ha nacido calzado y vestido como tú».

Recreación del artista italiano Miguel Ángel escribiendo. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Las cartas de Miguel Ángel también revelan su ingenio a la hora expresar su desafecto por ciertas cuestiones mundanas. Resulta especialmente mordaz una de las frases que dedicó a un familiar tras regalarle tres camisas: «son tan bastas que aquí ningún campesino habría dejado de avergonzarse de llevarlas». Por otro lado, y aunque Miguel Ángel encontró en la Iglesia a uno de sus principales promotores, el artista tampoco dejó de mostrar su suspicacia hacia el estamento clerical mediante expresiones como: «llevar dinero a los curas. Dios sabe lo que harán con él».

Conservamos más de cien cartas escritas de puño y letra por el propio Miguel Ángel. Entre ellas, textos dirigidos a familiares y enemigos, a clientes y pintores, a curas y cardenales, a reyes e incluso a papas. Como hemos dicho, muchas de ellas no presentan gran trascendencia estética —más allá de las agudas observaciones del autor—, y su valor reside en que en sí mismas constituyen una extraordinaria ventana a la sociedad de su tiempo. Aun así, no podemos obviar que en algunas de las misivas de Miguel Ángel se aprecia un intento de aproximación a los círculos humanistas de la época. Por ejemplo, en aquellas que dedicó a su amigo Tommaso Cavalieri. Unas epístolas que, entre sugerentes metáforas, llegan a reproducir algunos versos de Dante como aquel en el que señala: «leed el corazón y no la letra, porque la pluma al deseo no puede seguir de cerca».

Retrato alegórico de Dante (h. 1530), por Agnolo Bronzino. Foto: ASC.

Miguel Ángel, poeta

Se ha señalado que Miguel Ángel mostró aspiraciones humanistas en algunas de sus cartas, como también lo hizo en sus obras de arte. Sin embargo, quizá sea entre los versos de sus poesías donde sea más fácil identificar sus ambiciones intelectuales. Y es que a día de hoy conservamos un total de trescientas de sus rimas, entre sonetos, tercetos y otras fórmulas, algunas de las cuales llegaron a ser publicadas durante su vida.

Miguel Ángel nunca tuvo una formación clásica tal y como se podía esperar de un poeta de la época, una singularidad que ha provocado que sus espontáneas rimas se hayan convertido en obras especialmente valoradas en los últimos tiempos, sobre todo tras el Romanticismo. Pese a ello, no puede negarse que Miguel Ángel fue un ávido lector de autores como Dante, Petrarca o Boccaccio. Todos ellos poetas que escribían en lengua vulgar, pues se cree que Miguel Ángel nunca llegó a dominar el latín. Sin embargo, en ningún momento esto sería un impedimento para que en sus obras se plasmase una profunda asimilación de las ideas neoplatónicas que habían surgido en Florencia durante el siglo anterior. Y es que, años antes de su nacimiento, en dicha ciudad se había creado la conocida como Academia Neoplatónica, una sociedad por la que desfilaron destacados intelectuales como Marsilio Ficino, Pico della Mirandola o Angelo Poliziano. El máximo interés de esta institución era precisamente el de buscar, entre otros asuntos, la conciliación entre el pasado clásico —a través de la recuperación de la filosofía de Platóny el presente cristiano en el que vivían.

En esta línea, las rimas de Miguel Ángel rezuman un profundo conocimiento de las ideas neoplatónicas a través de sus reflexiones sobre la religión, la belleza, la soledad y la muerte. Entre las más conocidas quizá se encuentren aquellas que reflejan perfectamente la idea del amor platónico:

«Mis ojos, que codician cosas bellas / como mi alma anhela su salud, / no ostentan más virtud / que al cielo aspire, que mirar aquellas. / De las altas estrellas / desciende un esplendor / que incita a ir tras ellas / y aquí se llama amor. / No encuentra el corazón nada mejor / que lo enamore, y arda y aconseje / que dos ojos que a dos astros semejen».

Sin embargo, debe precisarse que no todas las poesías de Miguel Ángel versaron sobre temas elevados o derivados de círculos humanistas. Algunas de ellas fueron escritas casi como respuestas a las diferentes adversidades que se sucedieron durante su vida. Quizá la más representativa de todas ellas sea la que nos narra el padecimiento del artista mientras pintaba los frescos de la Capilla Sixtina:

Capilla Sixtina. Foto: Wikimedia Commons.

«La barba al cielo, y siento la memoria / en el trasero y tengo el pecho de una arpía. / Y sobre el rostro el pincel aún goteando / un rico pavimento me va haciendo. / Los riñones me han llegado hasta la panza / y del culo hago en contrapeso grupa / y ya sin ojos doy pasos en vano».

Quizá el motivo por el que Miguel Ángel nunca se consideró un poeta fuese su alejamiento de las normas imperantes en la época. Apenas llegó a considerar sus rimas como meros «caprichos». No obstante, parece que Miguel Ángel cosechó grandes alabanzas por algunas de sus creaciones poéticas, como parece que sucedió con su soneto «Non ha l’ottimo artista alcun concetto». De hecho, hoy sabemos que dicho soneto no solo gozó de gran popularidad, sino que además suscitó los mayores halagos en la Academia de Florencia. Unos elogios que llegaron a ser publicados en forma de discurso y enviados al propio Miguel Ángel, que por aquel entonces ya tenía más de setenta años. Ante su lectura, el artista respondería: «Sobre el soneto, yo sé realmente lo que es, pero aun así tengo que admitir un poco de vanagloria al haber motivado tan bello y docto comentario, y por las palabras y loas de dicho autor, ser aquello que no soy». Sin embargo, una vez más, el escultor del famoso David se excusaba de responder al adulador discurso argumentando: «me creo de poco valor y quien está en buena opinión no debe tentar a la fortuna, y es mejor callar que caer desde lo alto».

Colección de himnos polifónicos y madrigales de Costanzo Festa, uno de los afamados compositores coetáneos de Miguel Ángel que pusieron música a sus poemas. Foto: ASC.

La obra poética de Miguel Ángel, al igual que su producción artística, acabaría por reflejar la trayectoria vital de su autor. Así, con el transcurso del tiempo puede apreciarse con mayor nitidez en sus rimas la preocupación por la muerte. Y es que su extraordinaria longevidad hizo que, poco a poco, el artista viese morir a muchos de sus amigos. Algo que le hace reflexionar sobre el tiempo y la soledad:

«Morir pronto quisiera, menos dolor la muerte, que este morir mil veces de hora en hora. Dolor infinito el de mi corazón cuando razono que la que tanto amo amor no siente. ¿Para qué ya la vida? ¿Será para aumentar mi dolor que a sí misma no se ama ella, que de mi amor no duele? Ah triste suerte. Será verdad que yo atraigo a la muerte?».

Podría decirse que la muerte fue uno de sus temas centrales durante sus últimos años, y esto es algo que puede apreciarse de modo evidente también en las últimas esculturas que Miguel Ángel realizó en fechas cercanas a su fallecimiento. Esculturas que él mismo describió como una prueba de su prestigio, pero también como ejemplo de que nada escapa al paso del tiempo. No en vano se trataba de imágenes de la Piedad de Cristo, y por tanto, imágenes de muerte. Es posible que el propio Miguel Ángel fuese consciente de que se trataba de obras que permanecerían sin terminar. Sin embargo, sabía que, a pesar de todo, su fama perduraría como perdurarían sus esculturas inacabadas. Y así lo expresó también en sus escritos: «Yertos quedan los epitafios tras la fama, ni adelante ni atrás. Eternamente quieta como la muerte».

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-08-14 03:36:18
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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