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Stalingrado como símbolo de resistencia frente a la amenaza de Hitler

Stalingrado como símbolo de resistencia frente a la amenaza de Hitler

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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Son muchas las veces que se ha escrito que Stalingrado fue el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial. Pocas batallas hay tan simbólicas en el siglo XX como esta. La memoria de cualquier guerra se deja dominar con el paso del tiempo por el empuje de la narración épica. Y pocas batallas aparecen en el último siglo con un halo tan épico como la que se desarrolló en esta ciudad industrial del sur de Rusia. Stalingrado es, aún hoy, la personificación de la resistencia.

El conjunto escultórico conocido como Fuente de Barmalej, situado en el centro de Stalingrado, adquirió un siniestro simbolismo para los alemanesa atrapados en el interior de la ciudad. Foto: Getty.

«Ni shagu nazad» («Ni un paso atrás»). El 28 de junio de 1942, en su condición de Comisario de Defensa del Pueblo, Iósif Stalin lanzaba la Orden 227 que, a grandes rasgos, prohibía cualquier atisbo de retirada por parte de las fuerzas soviéticas. Desobedecerla era sinónimo de muerte. El polémico mandato se daba en un momento en que el ejército nazi avanzaba peligrosamente por territorio soviético y «ni un paso atrás», pese a sus connotaciones amenazantes, se convertía también en un eslogan de la resistencia del pueblo soviético ante el Tercer Reich.

Menos de dos meses después, el 21 de agosto, comenzaba la batalla de Stalingrado. Hitler esperaba un paseo militar, que se convirtió en una batalla de 200 días en la que se combatió casa por casa, en la que los carros de combate inservibles, las ruinas de la ciudad y la chatarra bélica sirvieron como parapeto para la supervivencia de cientos de miles de personas. En esos 200 días, el suelo de Stalingrado se cubrió de cadáveres de uno y otro bando y fueron los pocos alemanes que sobrevivieron los que se vieron obligados a dar aquel paso atrás que negaba Stalin a sus combatientes.

Soldados y civiles se desangraron en un combate que pronto dejó de seguir las pautas de una batalla y se convirtió en una carnicería. Stalingrado se convirtió en símbolo de resistencia. El precio fue terrible; lo relatan los testigos. En diciembre de 1944, el general Charles De Gaulle se detuvo en la ciudad camino de Moscú. Según cuenta el historiador Antony Beevor en su clásico ensayo Stalingrado, mostró una espeluznante sorpresa cuando observó que todavía seguían «desenterrándose cuerpos». Y esto, señala Beevor, «iba a continuar durante décadas». Es más, «casi todas las obras en los edificios hallaban restos humanos de la batalla».

La inexpugnable casa Pávlov y la colina Mamáyev

Con el tiempo, el horror deja paso a las epopeyas heroicas. Toda historia que se convierte en leyenda tiene sus héroes y sus lugares míticos. Y en Stalingrado, el héroe bien podría ser el sargento Pávlov, símbolo del patriotismo soviético, de la resistencia por encima casi de la condición humana.

La historia oficial revela que el 27 de septiembre del año 1942 un grupo de 24 hombres capitaneados por el sargento Yákub Pávlov tomaba un edificio de cuatro plantas ubicado en la plaza 9 de enero de Stalingrado, junto a la orilla del río Volga. Las ametralladoras dispararon contra aquella vivienda día y noche, sin descanso. Pero Pávlov y sus hombres resistieron el asedio con inusitado coraje, haciendo uso de lo que tenían a mano. Cavaron trincheras, instalaron minas y delimitaron el perímetro del edificio con alambre de púas. Pasaron varios días hasta que lograron refuerzos militares, que llegaban en bote desde la otra ribera del río Volga. Dos meses —hasta el 24 de noviembre— duró la enconada resistencia.

Soldados rusos luchando en la fábrica Octubre Rojo en Stalingrado, en 1943. Foto: Getty.

La casa de Pávlov (con este nombre se conoció desde entonces) se convirtió en la personificación de la fortaleza soviética y en uno de los cimientos de la propaganda de la URSS de posguerra. Pávlov fue condecorado como Héroe de la Unión Soviética en febrero de 1943, apenas unos días después de ser liberada Stalingrado. Su nombre resonaría durante décadas en el país y en el mundo entero como símbolo del patriotismo y la entereza.

Junto a Pávlov y su casa, otro lugar se ha convertido en la alegoría de las agallas de los combatientes de Stalingrado: la colina Mamáyev. Su cumbre domina la actual ciudad de Volgogrado, al igual que lo hacía hace 80 años en Stalingrado. Entonces, se convirtió en un anhelado objetivo estratégico. La disputa por controlarla y desde allí dominar la ciudad fue encarnizada y su control cambió de manos en numerosas ocasiones. Hoy es un complejo conmemorativo en el que están enterrados algunos de los héroes de la defensa de la ciudad.

Historia y reinterpretación del heroísmo

Stalingrado se convirtió en inspiración para los enemigos de las fuerzas del Eje ya durante la misma guerra. La garra de los valientes frente a la violencia y el sinsentido del enemigo nazi comenzó a generar relatos plagados de emoción. Pero incluso el relato de la resistencia y del heroísmo es hijo de su tiempo, y la percepción sobre los protagonistas fue transformándose con el paso de los años.

En Stalingrado. La ciudad que derrotó a Hitler, el historiador Jochen Hellbeck da buena cuenta de esta realidad y recuerda cómo en los primeros años de la posguerra, los libros ensalzaban la figura del héroe militar: «En la década de 1950 y de 1960, la atención se centró en la figura del combatiente en el campo de batalla, que mantuvo sus valores marciales hasta el último aliento», señala.

Imagen propagandística de un soldado soviético animando a sus camaradas en Stalingrado. Foto: Getty.

En el mismo libro se recuerda que el ex mariscal de campo alemán Erich von Manstein destacaba en sus memorias de guerra Victorias frustradas, publicadas en 1955, que el «incomparable heroísmo, fidelidad y sentido del deber» de los soldados que «murieron de hambre y frío» en Stalingrado «continuará vivo mucho tiempo después de que los gritos de triunfo de los vencedores se hayan apagado y los afligidos, los desilusionados y los resentidos hayan quedado en silencio».

Sin embargo, la guerra fue distanciándose del presente y, a finales de los años 60, la sociedad y la historiografía adquirieron un componente más humano en el que lo cotidiano, el ciudadano de a pie, se convertía en protagonista. La victoria era el resultado, sobre todo, de los esfuerzos de un conjunto de personas anónimas que resistieron el terror, no de superhéroes. «Los soldados de Stalingrado pasaron a ser considerados jóvenes sencillos, desorientados, que a veces apenas sabían expresarse en sus cartas, que habían sido empujados a la guerra», señala Hellbeck. Los profesionales de la guerra dejaban su protagonismo a los héroes anónimos.

La reconstrucción de un símbolo

Cuando acaba la guerra, la vida sigue. La que es considerada «la batalla más terrorífica de la historia» dejó una cifra de muertos y heridos nunca antes vista. La ciudad que llevaba el nombre del hombre más poderoso de la URSS quedó completamente arrasada. Y al terminar la Segunda Guerra Mundial se generaron no pocos debates sobre lo que se debía hacer con Stalingrado, que había sido prácticamente borrada del mapa.

Centro de la ciudad de Stalingrado después de la liberación de la ocupación alemana. Foto: ASC.

Hubo quien apostó por hacerla resurgir de sus cenizas, reconstruirla sobre sus restos. Hubo quien apostó por dejarla como memorial de los desastres bélicos y de la heroicidad de los resistentes, convertirla en una especie de museo en ruinas de la resistencia soviética a los nazis y trasladar la urbe habitada a otro lugar. Fue la primera opción la que triunfó.

La reconstrucción de la ciudad se prolongó durante dos décadas y se trufó de pinceladas de homenaje a los luchadores en la feroz batalla. En primer lugar, con títulos grandilocuentes como la condecoración como «ciudad heroica» por parte del estado soviético. Al final de la Segunda Guerra Mundial, en el mundo entero, Stalingrado era sinónimo de valentía.

Monumentos para el recuerdo

En 1961, la urbe cambió su nombre y pasó a llamarse Volgogrado, «la ciudad del Volga». La caída en desgracia de la figura de Stalin hizo borrar toda referencia al nombre del mandamás soviético durante la Segunda Guerra Mundial.

Seis años después del cambio de nombre de la ciudad se inauguraba en lo alto de la colina el monumento que personifica la resistencia y la victoria: la Estatua de la Gran Madre Rusia. En ella, Rusia toma forma de una gigantesca mujer cuyas formas adoptan las de la diosa griega de la victoria, Niké. Y todo supone un recuerdo de la entereza de los luchadores en Stalingrado.

Estatua de la Madre Patria en la cima de la colina Mamáyev en Volgogrado, antigua Stalingrado. Foto: Shutterstock.

Para llegar desde los pies de la colina hasta la estatua hay que ascender 200 escalones, tantos como los días que duró la batalla de Stalingrado. La Gran Madre Patria levanta en una mano una espada mientras que con la otra extremidad anima a sus «hijos» a defender la patria del enemigo. En el momento de su inauguración era la escultura más alta del mundo: 87 metros desde la base de la plataforma que la sostiene hasta la punta de la espada.

Pero más allá de ello, el recuerdo a la batalla inspira la misma configuración del Volgogrado moderno. El llamado molino de Gerhardt permanece en ruinas tal como quedó a causa de los ataques sufridos durante la batalla. El Museo-Panorama de la batalla de Stalingrado se erige, mientras, como un recinto en el que se recuerdan los momentos clave de la batalla y también quiere ser un recuerdo de la admiración del mundo ante la resistencia numantina. Así, expone la espada que el rey Jorge VI regaló a la ciudad como ofrenda por su gran victoria junto a multitud de obsequios que llegaron a partir de 1943 de todo el mundo. Junto a ellos, las banderas originales de las formaciones y regimientos que participaron en la batalla.

El Museo-Panorama de la batalla de Stalingrado. Foto: Shutterstock.

Antony Beevor cuenta que las autoridades soviéticas realizaron un censo al final de la batalla y «encontraron que al menos 9.976 civiles habían vivido durante el combate en medio de las ruinas del campo de batalla». Cada uno con su propia historia, con su propio sufrimiento entre los ataques, con su propia manera de volver a la vida tras la guerra. Hoy, Volgogrado es una de las ciudades más importantes de Rusia y, más allá de ello, conserva un aura que refleja la capacidad humana de resistir al terror.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-05-22 07:20:39
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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