un amuleto con símbolos del Antiguo Egipto de hace 3.800 años, de origen cananeo

En una soleada tarde de marzo, durante un paseo familiar por las colinas de Tel Azekah, en el centro de Israel, una niña de apenas tres años recogió del suelo un objeto que cambiaría la percepción que los arqueólogos tenían sobre uno de los periodos más complejos del Levante antiguo. No era una piedra cualquiera, sino un escarabajo-amulet​o esculpido con detalles que han desconcertado a los expertos. Su antigüedad, estimada en 3.800 años, lo sitúa en pleno apogeo de la Edad del Bronce Medio. Pero más allá de su edad y rareza, lo que ha llamado la atención de los investigadores es lo que este pequeño objeto revela sobre los contactos, creencias y redes de poder entre Egipto y los pueblos cananeos.

Aunque el hallazgo no es reciente —se produjo en 2024 y fue rápidamente reportado a las autoridades arqueológicas israelíes—, su estudio ha continuado arrojando detalles inesperados. La pieza se suma a otros objetos similares encontrados en Tel Azekah, un enclave estratégico en la Baja Judea que ha sido excavado de forma continua durante los últimos quince años. Sin embargo, este escarabajo posee elementos distintivos que lo convierten en una joya singular.

Un amuleto con un mensaje oculto

Los escarabajos, conocidos en el mundo académico como scarabaei, eran más que simples adornos o juguetes religiosos. En el Antiguo Egipto, estos objetos eran herramientas de comunicación política y espiritual. Grabados con nombres de faraones, fórmulas mágicas o símbolos de poder, funcionaban como sellos, identificadores personales y talismanes protectores. El escarabajo hallado por la pequeña Ziv presenta una iconografía que sugiere un origen híbrido: una mezcla de motivos egipcios clásicos y elementos propios del arte cananeo.

El análisis microscópico de la pieza ha revelado la presencia de un jeroglífico parcialmente erosionado que algunos expertos interpretan como una referencia indirecta al dios Khepri, asociado con la transformación, el renacimiento y el movimiento solar. Lo curioso es que este símbolo aparece combinado con un motivo vegetal que no es habitual en los amuletos egipcios puros, pero sí en los objetos rituales hallados en contextos funerarios cananeos. Esta fusión ha sido interpretada como un ejemplo temprano de sincretismo religioso, cuando las poblaciones locales adaptaban elementos egipcios a sus propias creencias.

El peso de Tel Azekah en la historia del Levante

Tel Azekah no es un lugar cualquiera. Situado a medio camino entre la costa mediterránea y las colinas de Jerusalén, el yacimiento ha sido identificado en textos egipcios, bíblicos y asirios como un punto neurálgico en el entramado político del sur del Levante. Durante la Edad del Bronce Medio, Azekah habría formado parte de una red de ciudades-estado cananeas que mantenían relaciones complejas con el Egipto faraónico. No se trataba simplemente de una relación de conquista o subordinación, sino de alianzas, matrimonios diplomáticos e intercambios comerciales intensos.

De hecho, entre los hallazgos previos en este mismo yacimiento se encuentran cerámicas importadas, inscripciones en cuneiforme y restos arquitectónicos que apuntan a la existencia de un complejo administrativo o palaciego. Todo ello indica que Azekah no era una aldea perdida, sino una ciudad capaz de producir y consumir cultura material de alto nivel. La presencia del escarabajo en este contexto no hace sino reforzar esa idea.

Una niña entre la historia y el destino

Es difícil ignorar el componente casi simbólico del descubrimiento: una niña pequeña, sin formación ni herramientas, ha sido el catalizador de un renovado interés por una pieza del pasado que ha sobrevivido miles de años bajo tierra. Lo que para ella fue un juego, para la comunidad científica se ha convertido en un testimonio tangible de las relaciones entre civilizaciones antiguas.

Pero el caso también abre una cuestión aún más fascinante: ¿cómo llegó ese escarabajo a manos de un cananeo en Tel Azekah? Las hipótesis son varias. Podría haber sido un regalo diplomático enviado desde Egipto, un objeto de intercambio entre comerciantes, o incluso una pieza de botín tomada tras un conflicto. Otra posibilidad, aún no descartada, es que el escarabajo haya sido fabricado localmente por artesanos cananeos que imitaban los estilos egipcios, una práctica documentada en otros yacimientos como Tell el-Ajjul o Megiddo.

El valor del hallazgo más allá del objeto

El escarabajo no es sólo un objeto antiguo: es una cápsula de tiempo, una puerta que nos conecta con un mundo ya desaparecido pero del que aún quedan muchas historias por contar. El hecho de que haya sido encontrado fuera de un contexto de excavación controlada plantea retos para los arqueólogos, pero también ofrece una oportunidad única. Gracias a técnicas como la fotogrametría, la microtomografía y el análisis espectroscópico, se está extrayendo información valiosa sobre la composición del material, los pigmentos residuales y el posible lugar de fabricación.

En paralelo, el hallazgo ha sido incorporado a una exposición sobre influencias egipcias en el Levante que se inauguró recientemente en el campus nacional de arqueología en Jerusalén. Allí, el escarabajo comparte vitrina con otros objetos de distintas épocas que demuestran cómo la iconografía egipcia fue adaptada, reinterpretada y transformada por las culturas del entorno.

Por otro lado, el descubrimiento ha generado un renovado interés en la arqueología como herramienta de educación pública. El caso de Ziv y su escarabajo ha sido utilizado por instituciones israelíes para promover el cuidado del patrimonio entre los más jóvenes. Se han distribuido guías didácticas para colegios, y el objeto incluso ha sido reproducido en 3D para que pueda ser manipulado sin riesgo en talleres escolares.

Este escarabajo, aunque pequeño, encierra una historia monumental. Habla de rutas comerciales, de dioses compartidos, de culturas que se encontraban y se influenciaban mutuamente. Nos recuerda que los grandes descubrimientos no siempre nacen en laboratorios ni bajo luces fluorescentes, sino que a veces emergen, casi por azar, de la mano de una niña curiosa.

En un tiempo donde lo digital parece absorber todos los relatos, este pequeño objeto de piedra tallada, recogido entre la grava de un camino antiguo, nos devuelve a la esencia misma del pasado: tangible, sorprendente y profundamente humano.