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Van Gogh y Gauguin, la tempestuosa amistad que costó una oreja

Van Gogh y Gauguin, la tempestuosa amistad que costó una oreja

Un turbulento episodio dentro de la vida del pintor holandés cuyo resultado final es tan tristemente conocido como siniestro es el fin de la relación entre estos dos amigos pintores.

Todo comenzó en marzo de 1886. Es en este momento cuando Van Gogh, que había pasado los meses anteriores en Amberes estudiando en la Escuela de Bellas Artes, decidió trasladarse a París. La Ciudad de las Luces era, desde luego, el centro de la modernidad en Europa. Pero el viaje de Vincent tenía una motivación concreta: tomar clases con el pintor Cormon. Fernand Cormon quizá no haya pasado a la historia como una de las grandes figuras del panorama artístico de su tiempo, pero es recordado por haber sido el maestro de pintores tan ilustres como Toulouse-Lautrec o Matisse.

Autorretrato con retrato de Bernard o Los miserables, de Paul Gauguin (1888). Se trata de un lienzo pintado a petición de Van Gogh, para intercambiarlo por otro. Foto: ASC.

No tardó mucho tiempo, sin embargo, en dejar las clases academicistas de Cormon y en volver a las preocupaciones teóricas por el color que le habían inquietado desde su juventud. Van Gogh se trasladó entonces junto con Theo a un estudio en el vibrante barrio de Montmartre. En los meses siguientes, se mezcló con la bohemia parisina y conoció a muchos de los protagonistas de la vida cultural del momento.

El primer encuentro

El primer encuentro entre Van Gogh y Gauguin se produjo en el invierno de 1886. Paul Gauguin acababa de llegar a París desde Pont-Aven, un pueblo de la Bretaña francesa conocido por su condición de refugio de pintores. Y es que ambos artistas no solo compartían su sentimiento de “genios incomprendidos”, sino también su galerista, que no era otro que el propio hermano de Vincent. De esta manera, quizá bajo el auspicio de Theo van Gogh, los dos pintores establecieron amistad. Rápidamente llegaron las apasionadas tertulias y discusiones en las que Gauguin renegaba del impresionismo.

Imagen actual de Pont-Aven (Bretaña francesa). Foto: Shutterstock.

En los siguientes meses, la relación entre Van Gogh y su nuevo amigo parece pasar por su mejor momento. Ambos llegaron a exponer junto a Toulouse-Lautrec y Bernard en el Café du Tambourin conformando un grupo llamado los Peintres du Petit Boulevard -que se oponía de forma irónica a los Peintres du Grand Boulevard representados por los impresionistas Pissarro, Sisley, Monet o Degas-. Pero después de esto los destinos de los dos pintores se separan. Gauguin viaja a la Martinica y a Panamá, donde una enfermedad le obliga a retornar a París. La vida de Van Gogh en la ciudad tampoco se reveló fácil. Acostumbrado al mundo rural y de temperamento irascible, la relación con su propio hermano se deteriora por momentos. Así, finalmente abandona París en febrero de 1888.

El amarillo sol del sur

Tras dejar la ciudad, Van Gogh se establece en Arlés donde le sorprende un invierno especialmente duro que no le permite pintar al aire libre. Será entonces cuando aparezca por primera vez en Vincent la idea de fundar en el pueblo de la Provenza una comunidad de pintura libre y autónoma al modo de los antiguos monasterios. Prácticamente todas las cartas de Vincent en esta época tratan de la fundación de este utópico Atelier du Midi, como lo denominaba. Un evento fortuito, la muerte de su tío Cent, hizo que indirectamente le fuese destinada una significativa partida de dinero para su nueva empresa. Gracias a ella, a mediados de septiembre, puede alquilar toda una casa como sede de la futura comunidad de artistas. Es la Casa Amarilla

A partir de entonces el amarillo se volverá un color fundamental en su paleta. “El color de la amistad” lo denominaba. En sus encargos de pinturas que pedirá asiduamente a su hermano Theo el amarillo es el primero que figura en la lista, y el que aparece en mayores cantidades. El amarillo se convierte en el sol que brilla por encima de todo. En palabras de Van Gogh: “Un sol que solo puedo definir con amarillo, un pálido amarillo azufre, un amarillo limón pálido. ¡Qué hermoso es el amarillo!”.

Avenida en Arlés, de Van Gogh (1888). Foto: ASC.

Una vez conseguido el espacio necesario, Vincent piensa en todos los artistas que deberán acudir al taller (Paul Signac, Émile Bernard o Georges Seurat). Pero por encima de todos sobresale un nombre: el de Gauguin. Atraer a Gauguin hasta Arlés se convertirá en una verdadera obsesión para Van Gogh. Así, la mayor parte de los cuadros que pintará a partir de entonces estarán destinados a decorar la Casa Amarilla para su amigo. 

En mayo de 1888, comparte con Theo una carta destinada a Gauguin: “Querido amigo Gauguin: he pensado en ti a menudo y si no te he escrito hasta ahora es porque no quería escribirte frases vacías. (…) Quería escribirte ahora para decirte que acabo de alquilar una casa de cuatro habitaciones aquí en Arlés. (…) Y me parece que si encuentro a otro pintor con ganas de sacarle partido al Midi, y que, como yo, esté tan absorto por su trabajo que se resigne a vivir como un monje que va al burdel cada quince días (…), entonces la cosa saldría bien. Yo, aquí solo, sufro un poco de aislamiento”. 

Y en una de sus cartas manifiesta a Theo: “Tengo la ambición de impresionar a Gauguin con mis trabajos, no puedo actuar de otra manera; antes de llegar me gustaría pintar lo más posible; no obstante me preocupa un poco la decoración de la casa que ya es casi como una cerámica pintada”. Fruto del empeño del pintor por adornar hasta el último de los muros de la vivienda es precisamente la famosa serie de los Girasoles.

Van Gogh pintando girasoles, de Paul Gauguin (1888). Van Gogh nunca pintaría a Gauguin. Foto: ASC.

Sin embargo, en realidad, Gauguin tampoco estaba especialmente interesado en el proyecto de Vincent. Si bien el pintor francés había fantaseado en alguna ocasión con verse rodeado de un grupo de artistas, quizá en su soñada y lejana colonia de Martinica, nunca se le había pasado por la cabeza que uno de estos fuese precisamente Van Gogh. Por otra parte, los cebos que utilizaba Vincent para atraer a los artistas hasta Arlés, como el de una vida en “comunidad monástica”, no surtieron precisamente efecto entre los bohemios de los cafés de Montmartre.

Lo cierto es que Gauguin vivía apremiado por deudas que no conseguía saldar, y que le hacían depender cada vez más de su galerista. Y no podemos olvidar que dicho galerista no era otro que Theo. Este hecho fue aprovechado sin duda por Vincent para atraerlo: le prometió que su hermano saldaría totalmente sus deudas a cambio. A pesar de las dudosas posibilidades de éxito de la operación, Theo accedió al intercambio y Gauguin aceptó la propuesta, pero pasarían meses aún hasta que recalase en Arlés. Las evasivas y disculpas fueron constantes. No fue hasta la mañana del 23 de octubre de 1888 cuando llegó finalmente.

Por un puñado de dinero

De este modo, caben pocas dudas acerca de que su llegada se debió a una transacción puramente comercial. El pintor sentía que su talento no era reconocido y que por eso se había visto avocado a tal situación. Sus palabras, entresacadas de una de sus cartas, no pueden ser más claras: “Así pues, a fines de mes iré a Arlés y posiblemente me quede allí durante una temporada, porque esta estancia tiene por objeto facilitarme el trabajo, librándome de las preocupaciones económicas, hasta que sea conocido entre el público”. El caso de Van Gogh era distinto. Había concebido el humilde Atelier como una obra de arte total destinada a atraer por sí misma a los artistas. Su empeño resulta, cuanto menos, de una ingenuidad conmovedora.

Miserias humanas, de Paul Gauguin (1888), pintado en Arlés. De él y de La mujer con los cerdos escribirá Van Gogh a Theo: “los dos que te va a mandar de aquí son treinta veces mejores”. Foto: ASC.

Destinó los mejores espacios de la casa a su nuevo huésped, mientras que él mismo se conformaba con un pequeño cuarto para dormir. Aun así, parece que el descontento de Gauguin fue generalizado desde el principio. No solo por lo humilde del lugar, sino también por la propia actitud de Vincent, que parecía irritarlo. Pronto Gauguin se hizo con el control de la casa, asumiendo el papel que para él tenía reservado Van Gogh: el de director del Atelier.

Algunos trabajos de ambos pintores realizados paralelamente durante las primeras semanas, como Les alyscamps, revelan que no todo fue negativo en su convivencia. Pero la paz acabó pronto. El carácter impulsivo del holandés chocaba frontalmente con la actitud reflexiva de su compañero. “En la aplicación del color a él le gusta lo casual de la mezcla pastosa, mientras que yo odio la ejecución desordenada”, reprochaba Gauguin en diciembre de 1888. Si bien en un principio el ‘alumno’ seguía en todo al ‘maestro’, al cabo del tiempo Vincent se cansó de la falta de reconocimiento. Gauguin probablemente se sentía atrapado en aquel lugar recóndito y comenzaba a sospechar de las buenas intenciones de los hermanos Van Gogh. Las desavenencias entre ambos acabaron por afectar a la salud mental, ya de por sí delicada, de Vincent. Su comportamiento comenzó a volverse cada vez más huraño. Al parecer, se levantaba a hurtadillas por las noches y se adentraba varias veces en el dormitorio de su compañero para comprobar que no se había marchado. “Desde el momento en que quise marcharme de Arlés se puso tan raro que apenas me atrevía a respirar”, llegó a señalar Gauguin.

Recuerdo del jardín de Etten, de Van Gogh (1888), pintado siguiendo las pautas de Gauguin (se evidencia sobre todo en la planitud y en los contornos negros). Foto: Getty.

Una navaja abierta

La escalada de tensión se mantuvo hasta el día antes de Nochebuena. Y será precisamente en esa noche cuando el amargo desenlace de la utopía imaginada por Van Gogh se precipitase de forma abrupta. Según el testimonio de Gauguin, este salió por la noche a dar un paseo. Vincent, en su alterado estado mental le sigue. Al darse la vuelta, ve junto a su compañero el brillo de un filo plateado. Una navaja abierta. Tras intentar calmar al holandés este, fuera de sí, da media vuelta y desaparece entre las sombras de la ciudad. Gauguin, intranquilo, decide permanecer en un hotel. Es en este momento cuando Van Gogh, probablemente entre alucinaciones y delirios, decide seccionar con la navaja una parte de su oreja. La envuelve en un pañuelo y acude a un burdel para regalársela a una prostituta. Luego vuelve a la Casa amarilla, donde se echa a dormir como si nada.

La versión de Gauguin, principal fuente gracias a la cual conocemos los detalles del suceso, presenta varias contradicciones. En una carta que escribió poco después describiendo el incidente, por ejemplo, no menciona en ningún lugar que Vincent le amenazase con una navaja. ¿Fue el episodio de la navaja una invención para justificar que ni si quiera se molestase en ir a visitar a Van Gogh al hospital antes de su partida? Es posible. Lo cierto es que el incidente le sirvió como excusa perfecta para abandonar un lugar que para él se había convertido en un purgatorio en vida.

Autorretrato con oreja vendada (1889). Aun con sus pinceladas vibrantes, aparece calmado y sereno. Foto: Getty.

Catorce días después Vincent van Gogh salía del hospital y pintaba sobre un lienzo las consecuencias del desastre. El resultado fue el célebre Autorretrato con la oreja vendada. La mirada triste frente al espejo y la gran venda que cubre la mitad de su cabeza subrayan el momento de extraordinaria soledad. Una soledad que ya no le abandonaría.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-05-29 03:32:11
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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