La inocuidad de los alimentos no es un hecho fortuito. Cada producto que llega al consumidor es resultado de un sistema de vigilancia técnica y científica que busca reducir riesgos sanitarios en cada etapa de la cadena alimentaria. Desde el suelo hasta la cocina del hogar, la tecnología, los datos y la evidencia científica son herramientas clave en ese proceso.
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Cada año, 600 millones de personas en el mundo enferman por consumir alimentos contaminados, y 420.000 fallecen por enfermedades transmitidas por los alimentos, según datos de la Organización Mundial de la Salud.
Además de su impacto en salud, estas enfermedades generan un costo económico superior a los US$110.000 millones anuales en países de ingresos bajos y medios, debido a pérdidas de productividad y gastos en atención médica.
Frente a este panorama, la industria de alimentos ha adoptado un enfoque preventivo. Este modelo se basa en el uso de información técnica, sistemas de trazabilidad y monitoreo continuo para minimizar riesgos.
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«La ciencia es la columna vertebral de la inocuidad alimentaria. Sin datos, no hay decisiones; sin monitoreo, no hay prevención«, afirma Camilo Montes, director de la Cámara de la Industria de Alimentos de la Andi.
Uno de los pilares de este enfoque es el Análisis de Riesgos Sanitarios. A través de esta herramienta, las empresas identifican posibles amenazas, como contaminantes microbiológicos, residuos químicos o materiales extraños, y determinan medidas de control específicas. Esta lógica de anticipación permite establecer puntos críticos en el proceso, aplicar correctivos y evitar que un riesgo potencial afecte al consumidor.
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Los alimentos que debe evitar.
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El trabajo comienza desde el origen. En el entorno agrícola, los esfuerzos se centran en reducir contaminantes en el suelo, controlar el uso de pesticidas y medicamentos veterinarios, asegurar la calidad del agua y garantizar buenas prácticas en salud animal. Paralelamente, los sistemas de trazabilidad registran cada movimiento de la materia prima, desde el cultivo hasta el procesamiento, lo que permite rastrear el producto en caso de anomalías.
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En las plantas de producción, el monitoreo se realiza en tiempo real. Sensores, algoritmos y protocolos de control detectan cualquier desviación que pueda comprometer la seguridad del producto. Esta información, procesada de manera constante, permite tomar decisiones informadas antes de que el alimento sea empacado y distribuido.
El control continúa en los puntos de venta. Las prácticas como el almacenamiento a temperatura adecuada, la rotación de productos según su fecha de vencimiento y la capacitación del personal en manipulación higiénica son fundamentales para evitar incidentes. El control de la cadena de frío, la limpieza cruzada y la identificación de productos sensibles son acciones preventivas basadas en criterios técnicos.
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Salud del corazón
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En el hogar, la responsabilidad también recae en el consumidor. Acciones cotidianas como evitar la contaminación cruzada entre alimentos crudos y cocidos, cocinar a temperaturas seguras y mantener la limpieza en los utensilios son fundamentales. Estas decisiones también se basan en recomendaciones derivadas de la ciencia alimentaria.
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“La industria trabaja de la mano con el desarrollo y la tecnología para garantizar que cada alimento que llega a la mesa cumpla con los más altos estándares de seguridad”, señala Montes. En este esfuerzo, los datos, la vigilancia y la investigación no son opcionales, sino condiciones necesarias para proteger la salud pública.
El resultado es un sistema complejo que, aunque no siempre visible para el consumidor, actúa de forma continua. La seguridad alimentaria es un trabajo diario que involucra a agricultores, técnicos, operadores, distribuidores y ciudadanos. La evidencia científica es el soporte que permite reducir riesgos y asegurar que los alimentos sean seguros desde su origen hasta su consumo final.
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Fuente de TenemosNoticias.com: www.portafolio.co
Publicado el: 2025-06-11 23:39:00
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