Ha sido un paréntesis gozoso en la desolación que vive Birmania. Una mujer ha sido extraída 60 horas después del seísmo, muchas más allá del umbral razonable de supervivencia, entre los escombros de un edificio caído en Mandalay. Una tropa de rescatistas, con los caracteres de Pekín en sus cascos y esos trajes naranjas con franjas amarillas ubicuos en cualquier desastre en China, la cargaban después en camilla hasta la ambulancia entre aplausos.
Lamentan los vecinos que, mientras remueven las ruinas con las manos o palas, la soldadesca siga absorta en sus pensamientos o jugando con sus móviles. Ya antes del seísmo era un gremio mal pagado, desmoralizado tras cuatro años de guerra y tendente a la deserción. Ahora no le encuentran la gracia a deslomarse por un pueblo que les aborrece. La llegada de la ayuda internacional da un soplo de esperanza a las víctimas. China, Rusia, India, Vietnam, Tailandia… Falta Estados Unidos, un generoso benefactor en cualquier tragedia global, porque Donald Trump acaba de enterrar la Agencia de Desarrollo Internacional o USAID.
El viernes, cuando el seísmo asoló Birmania, su Administración comunicaba al Congreso que demolía lo poco que quedaba de ella. Los que diseñaban durante la mañana la estrategia humanitaria recibieron un email ordenándoles que ya no regresaran por la tarde. Para Jeremy Konyndyk, antiguo funcionario de la agencia, fue la «abdicación absoluta de décadas de liderazgo global de Estados Unidos». Ya antes del terremoto habían alertado los activistas del drama que suponía para un país tan empobrecido y castigado el fin del auxilio estadounidense. Gastó Washington unos 240 millones de dólares el pasado año, un tercio de toda la ayuda humanitaria dirigida a Birmania. Varias oenegés y al menos siete hospitales han cerrado desde el tijeretazo y apenas quedan tres de sus 18 programas en el país del sudeste asiático.
Ha asegurado Trump que, con o sin USAID, hasta Birmania llegará la ayuda estadounidense. Pero muchos recuerdan que los canales han sido retirados y, en cualquier caso, los dos millones de dólares prometidos son migajas frente a los 14 millones de dólares de China. Los rescatistas chinos o rusos en un país en problemas metaforizan estos tiempos del «América primero».
Solidaridad generalizada
China ha enviado más de un centenar de trabajadores, seis perros, drones y detectores sísmicos. No hay país más eficaz ni rápido en Asia lidiando con los desastres naturales tras haberlos sufrido por decenas. Su logística es estudiada en Occidente y su Ejército, con un historial bélico poco lustroso, es imbatible entre las ruinas. De Rusia han llegado dos aviones con 60 rescatistas, cuatro perros, ambulancias y vehículos. Nadie en el vecindario se ha escaqueado por más repudio que genere la Junta militar: Singapur, Malasia, Vietnam, Tailandia, India… Y desde más allá: Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda, Taiwán… En esa solidaridad generalizada chirría aún más el vacío estadounidense.
La diáspora birmana y las organizaciones de derechos humanos comparten la prioridad de que ninguna ayuda llegue a la Junta Militar. Eso, recalcan, sólo fortalecerá a un Gobierno que este fin de semana seguía bombardeando las áreas afectadas mientras los ciudadanos se afanaban en salvar a sus familiares. La tarea es peliaguda en un país cuarteado por la guerra civil. El Gobierno sólo controla el 20% del territorio, mientras las guerrillas étnicas suman el doble y el resto está en contienda. No parece el cuadro idóneo para mitigar las consecuencias de un seísmo, el peor del siglo en Birmania, que ya cuenta con 1.700 muertos según las optimistas cifras oficiales.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.elperiodico.com
Publicado el: 2025-03-31 10:43:00
En la sección: El Periódico – internacional