En 2017, durante el primer mandato de Donald Trump, el presidente de Estados Unidos canceló unilateralmente el acuerdo nuclear que dos años antes, en 2015, habían rubricado Teherán y Washington bajo la tutela de Barack Obama. Ya entonces, el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, hizo todo lo que estaba a su alcance para que no se firmara el acuerdo, aunque Obama, con un gran esfuerzo y un desgaste no menor, logró aguantarle el pulso.
En esos días de 2015, el primer ministro israelí declaró que el programa de enriquecimiento de uranio permitiría a la República Islámica acceder a la bomba atómica en un plazo de unos pocos meses. Llegó a decir incluso que a Teherán le bastarían unas semanas para conseguir ese objetivo. Netanyahu repetía la cantilena una y otra vez, sin descanso, siempre que le ponían delante un micrófono, fuera del color que fuera.
En Teherán respondían que no tenían interés en fabricar la bomba, aunque había en el país un gran número de expertos y científicos con capacidad suficiente para ello, una circunstancia que consideraban la Administración americana y los responsables israelís. Desde que Obama firmó el malogrado acuerdo, ha transcurrido una década y lo notable es que Teherán ha enriquecido uranio a niveles medianos, pero en ningún momento ha fabricado la bomba que según Netanyahu tenía a su alcance en cuestión de meses o semanas.
La rivalidad entre los dos países, sin embargo, viene de mucho antes, incluso de antes de la revolución de 1979, cuando el ayatolá Jomeini regresó del exilio parisino, pues los islamistas iranís consideraban que el sionismo era el apoyo fundamental del régimen del Sha, no solo desde el punto de vista político sino también desde el punto de vista militar.
Mayoría suní
Esa rivalidad siempre le ha servido a Israel para muchas cosas. Sobre todo para presentarse ante los países conservadores de Oriente Próximo como líder de la resistencia contra el islam político. Todos esos países, con excepción de Bahréin, de mayoría chií, son de mayoría sunní, y están horrorizados con la posibilidad de que se produzcan revoluciones islamistas que acaben con los actuales mandatarios.
En el pasado, Teherán ha apoyado a grupos islamistas sunís, pero después de una serie de reveses ha optado por no hacerlo más y por establecer unas relaciones cordiales con las monarquías del Golfo Pérsico, o incluso con el Egipto de Abdel al Fatah al Sisi. Si en un principio favoreció las primaveras árabes que vio como una oportunidad para que se estableciera el islam político en los países de Oriente Próximo, el transcurrir de los años le ha obligado a ser más realista y aceptar los regímenes de siempre. Las tensiones iniciales han dado paso a unas relaciones más fluidas y hasta cordiales en la actualidad con esos regímenes.
Pero eso no quiere decir que haya desaparecido la desconfianza con los países sunís, una circunstancia que de continuo aprovecha Israel. Entre los estados sunís se estableció la idea de que solo Israel entiende la amenaza que ellos sufren de Irán y en las capitales árabes de la región persiste un sentimiento de amenaza en el sentido de que Irán podría favorecer golpes de estado que acaben con los regímenes tradicionales que gobiernan en esos países árabes.
Los iranís apoyan a los enemigos de Israel y viceversa. Teherán cuenta con el respaldo del Hizbulá libanés y de los hutís de Yemen, ambos grupos chiís, así como de Hamás, de confesión sunní. Pero estos grupos han sido castigados duramente por Israel durante los meses siguientes al 7 de octubre de 2023, cuando Hamás atacó el sur de Israel, y su capacidad de maniobra es muy reducida en la actualidad.
Las circunstancias de los últimos veinte meses dejan en evidencia la fragilidad de Irán. Si Teherán hubiera fabricado la bomba atómica en los últimos diez años, algo que estuvo a su alcance pero no quiso hacerlo, hubiera dispuesto de una considerable capacidad de disuasión. Pero sin armas nucleares, Teherán es una presa fácil para Israel.
Todavía es pronto para conocer las consecuencias que tendrán la actual escalada. Si el régimen cae, se podrían crear una serie de circunstancias que desestabilizarían el país, sin descartar que se podría llegar a una guerra civil.
Según Netanyahu y otros responsables israelís, el régimen islámico es muy débil. Esto significa que podría desmoronarse como cayó el régimen del sirio Bashar al Asad, es decir sin ofrecer apenas resistencia armada a la última ofensiva de los rebeldes, que en diciembre pasado entraron en Damasco prácticamente sin disparar un solo tiro.
El cambio de régimen en Siria se ha producido sin una violencia extrema por el momento, en contra de algunas predicciones en sentido opuesto, aunque todavía es pronto para saber si el nuevo régimen se consolidará. ¿Son comparables las situaciones de Siria e Irán? Solamente el tiempo lo dirá. Puesto que en Irán existe una fuerte rebeldía social contraria al régimen islámico, pero el régimen cuenta también con un respaldo significativo entre la población, la cuestión es saber si estallará una guerra civil, algo que no sabremos hasta después de que el régimen caiga.
El primer ministro israelí ha dicho en más de una ocasión en los últimos 20 meses que cuando acabe la guerra Oriente Próximo será muy distinto al que había antes del 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó su ataque sorpresa contra Israel. Netanyahu puede creer que ese objetivo está ahora al alcance de su mano también en Irán.
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Fuente de TenemosNoticias.com: www.elperiodico.com
Publicado el: 2025-06-29 02:00:00
En la sección: El Periódico – internacional