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Leopoldo La Madriz, “El pintor de San Blas”

Anamaría Correa

En 1980, cuando conocí a los Ramos Landrove, vi en el salón de su casa un cuadro muy hermoso donde se apreciaba una calle de aquella Valencia de siempre, con una pequeña plaza a la derecha, que me encantó. Mi amistad con Sergio apenas comenzaba y solo me limitaba a ver el cuadro cada vez que el grupo “Somos Iguales” me invitaba a sus ensayos allá, en casa de los Ramos.

Un día, Carmen Isabel, quien después fue mi queridísima suegra, al darse cuenta de mi expresión de encanto viendo el cuadro dijo: “ese es un La Madriz”. Mi hermano Miguel Ángel, que para la época estudiaba la mención Artes Plásticas de la licenciatura en Educación, me comentó que La Madriz era llamado cariñosamente “el pintor de San Blas”, que había ganado varios premios y que en Valencia era muy querido.

Leopoldo La Madriz es reconocido como uno de los pintores más exitosos de Venezuela en el siglo XX. Aunque su obra no ha alcanzado la misma difusión internacional que la de otros artistas contemporáneos, como Armando Reverón o Manuel Cabré, su legado se enmarca en la riqueza del arte académico y costumbrista venezolano, destacando por su técnica depurada y su compromiso con la identidad nacional o hasta podríamos afirmar, regional.

Nacido el 14 de diciembre de 1905 en Valencia, cuna de importantes figuras culturales de Venezuela, La Madriz creció en un entorno marcado por el auge del arte académico y las primeras vanguardias latinoamericanas. Inició su camino en el arte entre 1922 y 1926, cuando cursó estudios en la Academia de Bellas Artes de Caracas. Allí, bajo la tutela de maestros como el retratista Cruz Álvarez García, Pedro Basalo, Lorenzo González y Marcos Castillo, figura clave del paisajismo venezolano, La Madriz absorbió las técnicas del realismo académico y la sensibilidad hacia la luz tropical, bases que marcarían su obra.

Su estilo, según testimonios de la época, combinaba elementos costumbristas (escenas rurales, callecitas, su San Blas querido) con una paleta de colores cálidos, heredera de la tradición luminista venezolana.

Cuando nos casamos Sergio y yo, en diciembre de 1983, sus tíos abuelos, Emperador Rojas y Georgina “Yoya” Citerio de Rojas, que cumplían cincuenta años de casados, nos regalaron un cuadro de La Madriz. No puedo explicar lo emocionada que me sentí. Y entonces el tío Emperador contó que el maestro La Madriz era de sus mejores amigos, tanto de él como de su cuñado, el abuelo de Sergio, Carlos Landrove. De hecho, me dijo: “el cuadro que tienen los Ramos en su sala, es de la calle donde vivían los Landrove Citerio, y ahí está la casa donde nació tu suegra, ese fue regalo de Leopoldo”.

Quizás por eso, cuando concursamos tanto Sergio como yo, en aquel festival “Cantos a Carabobo”, en 1984, organizado por Industrias Pampero, no me extrañó que Sergio nombrara a La Madriz en una de las estrofas de su canción “Mi pueblo nunca fue pueblo”. dedicada a “San Blas”: “Y el puente de la Colombia, La Madriz llevó a sus lienzos, guardando en ellos historia, para contar de mi pueblo…”

La Madriz alcanzó notoriedad en el circuito artístico nacional gracias a su participación en salones y certámenes. Aunque no se conserva un catálogo completo de sus obras, se sabe que participó en exposiciones colectivas junto a figuras como Rafael Monasterios, vinculándose a movimientos que buscaban retratar la esencia del paisaje y la sociedad venezolana.

Leopoldo La Madriz fue un pilar del Salón Arturo Michelena, espacio fundado por Chuchuita Carabaño de Díaz, en 1943, cuando era presidente del recordado Ateneo de Valencia, que se convirtió en el epicentro del arte valenciano y nacional. La constancia y calidad de La Madriz, le valieron múltiples distinciones, consolidándolo como uno de los paisajistas más premiados de la región. Entre sus galardones destacan: en 1949: Premio Andrés Pérez Mujica (VII Salón Arturo Michelena), reconocimiento a la excelencia técnica en pintura; en 1952: Premio Rotary Club (X Salón Arturo Michelena), por su contribución al arte costumbrista; en 1954: Premio Invega (XII Salón Arturo Michelena), otorgado por la representación del patrimonio arquitectónico carabobeño y en 1959 y 1968: Premio Antonio Edmundo Monsanto (XVII y XXVI Salón Arturo Michelena), máximo honor del certamen, que recibió en dos ocasiones por obras que fusionaban tradición y modernidad.

Estos premios no solo reflejan su maestría técnica, sino su compromiso con la identidad local. Como señaló el crítico Pascual Venegas Filardo, La Madriz logró «transformar lo provinciano en universal», un mérito que resonó en un salón históricamente dominado por figuras como César Prieto y Bravo García.

A diferencia de otros artistas de su generación, la obra de Leopoldo La Madriz enfrenta un olvido relativo en la historiografía del arte venezolano. Esto podría deberse a la pérdida o dispersión de sus cuadros en colecciones privadas o la priorización crítica, durante el siglo XX, de movimientos vanguardistas sobre el arte académico.

Sin embargo, su mención en archivos de prensa y en registros de la Sala Armando Reverón y el haber ganado los Premios ya mencionados, lo sitúan como un artista clave para entender la transición entre el costumbrismo tradicional y las nuevas corrientes estéticas en Venezuela.

Cuando ya mi suegra intuía que estaba llegando al final de sus días, quizás recordó mi perseverante mirada sobre su “La Madriz” y me lo regaló. Ahora, más que adornar nuestras paredes, esas pinturas son ventanas a un pasado donde coexisten el tío Emperador, la tía Yoya, mi amada suegra y el propio Leopoldo La Madriz, el “Pintor de San Blas”.

Anamaría Correa

[email protected]

Fuente de TenemosNoticias.com: www.el-carabobeno.com

Publicado el: 2025-05-07 01:19:00
En la sección: Noticias de Venezuela.

Publicado en Nacionales

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