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Aguas tormentosas. ¿Cuál es tu cimiento?

Estás en el barco de la vida, atravesando los mares de este mundo; hay aguas mansas, orillas llenas de arenas blancas con aguas cristalinas, donde el reposo y la contemplación pueden llenar tu alma de nuevas fuerzas. Pero los hombres de mar, nosotros, los seres humanos, no pasamos mucho tiempo en el puerto y en estas playas deleitosas. La mayor parte del tiempo nos encontramos aguas adentro, atravesando océanos. 

El agua es profunda, el intenso azul nos revela que hay infinitos tesoros que yacen incógnitos ante nosotros. Hemos tomado el timón con determinación, las velas están izadas y el viento sopla en nuestro favor. Vivimos la vida con ímpetu, con alegría y con esperanza. Súbitamente, somos sorprendidos por lo inesperado. Inesperado porque hemos dejado ese pensamiento de lado; porque hemos concluido, como por un capricho de nuestra alma, que las cosas malas le ocurren a la gente, no a nosotros.

Los vientos rompen nuestras velas, las grandes olas son como gigantes que juegan con nuestras vidas como si nuestro barco fuera un pequeño barquito de papel, de esos que hemos visto arrastrados por las aguas mansas en los pequeños lagos de los parques, seguidos por las miradas asombradas de los niños. Si, eso somos ante las tormentas de la vida, como pequeños barquitos de papel. Por mucho tiempo hemos sido el capitán de nuestro propia vida. Y ¿cómo no serlo? Después de todo, es nuestra vida. La hemos tratado de llevar adelante porque nos pertenece. 

Pero ante estas inmensas olas que nos levantan al pináculo de su grandeza y luego nos aplastan hasta la profundidad de sus aguas turbulentas, nos damos cuenta que hace rato no tenemos control sobre el timón, que somos batidos de una lado a otro por todas las fuerzas externas y no hay nada que podamos hacer… O, si, si hay algo que no hemos hecho en mucho tiempo, quizá en años, cuando creíamos que teníamos el control de todo, cuando atravesábamos los mares y dábamos por sentado cada salida del sol por la mañana, junto a cada estrella por la noche.

Pero hoy, todo la soberbia de mi propia autosuficiencia, la que no me permitió ser agradecido por las pequeñas y medianas batallas libradas y ganadas. Hoy, ante la gran tormenta, me doy cuenta que soy absolutamente indefenso, que no hay poder en mi para controlar a los vientos y los mares. Hoy, mi pequeñez es menos que un grano de arena en la orilla. Hoy, se que si no hay la intervención de la fuerza sobrenatural de Dios, entonces estoy perdido, tragado por las fauces del mar embravecido.

En esta reflexión de mi alma, de repente, dejo de mirar a las circunstancias y me entrego; pero, no es una rendición a la conclusión de mi mente: _Todo está perdido. Tampoco es una entrega a la desesperanza, a lo desconocido. Es mi corazón contrito y humillado ante el Rey del universo; es el reconocimiento de la imposibilidad humana, ante la grandeza y el poder sempiterno del Creador. Es entregarme en las manos seguras del Salvador. Es saber que solo El puede calmar los vientos huracanados de mi vida y llevarme a puerto seguro.

¡Señor, Señor, ven en mi auxilio! El ha estado siempre cerca, muy cerca. Te ha llamado de múltiples formas. Te ha alertado, te ha revelado calladamente, tratando de conducirte. Hoy cuando el embate de las aguas tormentosas te golpea sin misericordia, te das cuenta que El nunca ha estado lejos, es tu corazón que no ha estado cerca de El. Es la vanidad de la vida, los deseos de tus ojos que se han dejado vislumbrar por las hazañas de los hombres más que por la obra de la creación. Son las demandas egoístas de tu alma que te han alejado de su amor, del plan trazado para ti. Has dejado la brújula de tu vida, a tu Dios para dejarte conducir por tu empecinada voluntad.

Ante tu grito de auxilio, Dios viene en tu rescate. Su sacrificio en la cruz no fue en vano. Allí, El fue clavado, escarnecido, molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz fue sobre El y por sus llagas nos concedió la sanidad. La tierra tembló, como ahora tiembla tu vida que parece desmoronarse ante tus propios ojos. La oscuridad cubrió la Tierra, así como las sombras se han posado sobre ti. En la cruz todo tu pecado, toda tu enfermedad, todo el dolor que hoy vives fue consumado en su sacrificio. Su cuerpo sufrió lo indecible para que hoy tu tengas vida.

Cuando lo buscaron en el sepulcro solo encontraron las sabanas que usaron para envolver su cuerpo. La piedra fue removida, la muerte fue vencida. ¿Dónde estás oh muerte? ¿Dónde tu aguijón? Sorbida fuiste en Victoria, la victoria de nuestro Salvador.

En el siempre hay perdón de pecados. Solo así puede ser reverenciado. Su sacrificio nos hizo aceptos en el Amado. Su muerte y su resurrección te libraron para siempre. Solo confía. ¡El ha vencido al mundo!

El ordena a los vientos, éstos se calman ante su voz. El vuelve las aguas a su cauce. La tormenta se aplaca a su orden. Así también, con una sola palabra de su boca, tu vida puede ser rescatada del hueco. Clava tu mirada en El, sus ojos están puestos sobre ti. El nunca te dejará, El nunca te abandonará. Su paz ahora inunda tu ser, nada te turba, no hay miedo en tu corazón. Su amor perfecto ha disipado todo el temor anidado en tu corazón. El ha tomado el timón de tu barco, establecido una nueva ruta para ti; la que había sido trazada de antemano por el Dios que te llamó.

Tu barco continuará navegando las aguas de la vida. Por seguro, vendrán otras tormentas. Por esa razón, Jesús dijo al despedirse de sus discípulos: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad yo he vencido al mundo”. El ha vencido, al estar a su lado la victoria es tuya. 

Isaías 43:2 “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti”.

¿Quién es el capitán de tu barco?¿Cuál es el cimiento de tu vida?

“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina”. Mateo 7:24-27 RVR1960.


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Fuente de TenemosNoticias.com: www.analitica.com

Publicado el: 2023-08-13 15:01:51
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Publicado en Opinión
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