En el evangelio del llamado discípulo amado, el apóstol Juan, encontramos 7 expresiones que definen la naturaleza divina de nuestro Señor Jesucristo. Cada una de estas declaraciones comienza con las palabras “Yo soy”, en el griego la bella escritura ἐγώ εἰμι que se pronuncia “Egō eimi”. Al mismo tiempo, estas declaraciones se convierten para el creyente en un potente mensaje bajo la forma de metáforas que nos comunican la identidad del Maestro, con imágenes concretas que nos revelan verdades espirituales profundas.
“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. S. Juan 6:35. Esta declaración de Jesús, junto a una explicación mucho más extensa, ocurrió en la ciudad de Capernaum, mientras Jesús enseñaba en la sinagoga. Justo antes de estas enseñanzas dos eventos muy trascendentes habían sucedido: Uno a la vista de multitudes que lo seguían, el milagro de la multiplicación de los 5 panes y los 2 pececillos que dieron de comer a más de cinco mil. Y el otro, a la vista solo de sus discípulos, cuando Jesús caminó sobre las aguas hasta llegar al bote en el que ellos se encontraban.
Sin duda, dos eventos en los que Jesús demostró su poder, revelando de esa manera su condición divina del enviado de Dios, el Mesías. Luego de esa declaración que describe el precioso rol de ser el alimento para nuestro espíritu, comenzó a haber murmuraciones entre los judíos y la gente que le seguía. Y Jesús que conoce nuestro corazón les pone en el contexto correcto. Ustedes, sus antepasados, conocieron el pan del cielo que les dio Moisés; pero, ahora mi Padre les ofrece el verdadero pan del Cielo Juan 6:32.
Sabiendo de sus murmuraciones, Jesús comienza a hablarles de su relación con el Padre y les repite: “Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de Él come, no muera”. S. Juan 6:49-50. En este capítulo Juan narra cómo Jesús revela dos pilares del cristianismo fundamentados en su condición de “Pan del Cielo”: Por una parte, Jesús anuncia su cruz, su entrega por nosotros. “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”. S. Juan 6:51. Por otra parte, la comunión, santa cena o eucaristía. “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. S. Juan 6:53-55.
En el mundo judío, al igual que en muchas naciones en la actualidad, el pan era el alimento básico, símbolo de sustento y provisión divina. Además, para los judíos el recuerdo de la manera en la que Dios alimentó a su pueblo con el maná a través del desierto, siempre estaba presente en su pensamiento como una demostración del poder y la fidelidad de Dios para con ellos. Encontramos expresiones de este recuerdo vivo en sus memorias en el libro de Salmos y Proverbios. Por ejemplo, el Salmo 78: 24-25 dice así: “E hizo llover sobre ellos maná para que comiesen, y les dio trigo de los cielos. Pan de nobles comió el hombre; les envió comida hasta saciarles”. En Proverbios 9:5 “Venid, comed mi pan, y bebed del vino que yo he mezclado”.
Ellos tenían esos recuerdos vívidos de la provisión del pan del cielo, el pan temporal, para saciar el hambre física; sin embargo, Jesús se presenta a ellos como el cumplimiento profético del alimento duradero. El alimento que sacia al alma, no solo el cuerpo. La declaración de Jesús “Yo soy el pan de vida”, revela a Cristo como la fuente de la vida. El único que es capaz de sustentarla de manera eterna. Él les afirma que a través de la entrega de su vida, Él se convertiría en el alimento que les daría vida eterna. “Yo soy el pan vivo que descendió del
si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”. S. Juan 6:51.
La declaración de Jesús: “Yo soy el pan de vida” no sólo resonó en los oídos de aquella multitud en Capernaum; ha seguido alimentando a la Iglesia por siglos. No se quedó en el vacío; tiene un eco que ha viajado por siglos de historia bíblica. Cada generación, en su propio contexto y necesidad, ha vuelto a estas palabras porque constituyen la primera necesidad del ser humano. Policarpo de Esmirna, discípulo del apóstol Juan, considerado uno de los padres de la iglesia cristiana en el mundo, animaba a los creyentes a “ser alimentados con el pan del Señor, que es el cuerpo de Cristo”. Para él, no era una imagen poética, sino una experiencia viva: la gracia de Dios se recibe comiendo de Cristo mismo, por fe.
Siglos después, San Agustín meditaba sobre estas mismas palabras y decía con su genial sencillez: “Creer es comer el pan vivo.” Desde su visión, la fe no era un acto mental, sino el acto de nutrir el alma con Cristo. Spurgeon, llamado el príncipe de los predicadores del siglo XIX, lo expresó de una manera simple y contundente: “Jesús no da pan; Él es el pan. Comerle es vivir”. Su llamado era claro: “No basta con mirar a Jesús desde lejos, hay que acercarse y alimentarse de Él personalmente”.
En el siglo XX, el papa Juan Pablo II nos recordó que no se trata de un símbolo lejano, sino de una presencia real: “Cristo mismo es el pan que baja del cielo y da vida al mundo. No un pan simbólico, sino el Pan vivo”. La Madre Teresa de Calcuta, con esa humildad que la caracterizaba, lo resumió así: “Jesús se hizo Pan de Vida para que tú y yo pudiéramos vivir de Él”.
Cada uno, desde su época, desde su visión de la fe, vuelve al mismo centro: Jesús no es solo quien da el pan, Él es el pan.
Entonces, ¿qué significa para ti y para mí que Jesús sea el pan de vida?
Significa que Cristo es suficiente. Que no hay éxito, relación, logro ni experiencia que pueda saciar verdaderamente el hambre de nuestras almas creadas con eternidad. Significa que podemos venir a Él con el alma rota, vacía y cansada para ser alimentados. Significa también que el Evangelio no es solo una historia bonita o una tradición antigua; es alimento fresco, diario y vital. En un mundo que nos ofrece miles de “panes” falsos —placeres pasajeros, promesas vacías, espiritualidad diluida— Jesús se presenta con una claridad que no necesita adorno: “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. S. Juan 6:35.
Hoy te invito a tomar un momento de reflexión y hacerte estas preguntas: ¿De qué estoy alimentando mi espíritu? ¿Es Cristo mi pan cotidiano, o solo el “pan de emergencia” cuando no hay otra opción?
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Fuente de TenemosNoticias.com: www.analitica.com
Publicado el: 2025-04-13 11:01:00
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