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Embusteros de alcurnia, @ArmandoMartini

Venezuela insta a Guyana a reconocer el Acuerdo de Ginebra

Mas que una denuncia literaria, es un reflejo profundo de un desencanto social. ¿Cómo es que una élite ataviada de cambio, convirtió a un país en tragicomedia sostenida por la propaganda tramposa, caos rentable y engaño institucionalizado? 

Venezuela, dejó de ser una ideología para convertirse en escenografía política, nada que ver con la realidad de la mayoría. Ya la obediencia no es voluntaria, y tras la humareda discursiva, una casta dirige el colapso con torpeza y suntuosidad. Para el relato se utiliza la mordacidad y socarronería.  

Cuando el poder se disfraza, el humor es el lenguaje de la verdad. En Venezuela, tragedia y farsa ya no son géneros opuestos, sino actos de la misma función teatral. Una puesta en escena dirigida por autodenominados revolucionarios que gobiernan con la solemnidad de la nobleza, pero con la eficacia de un tropel descoordinado, inútil e inservible. Han transformado al país en un recinto de impericia, donde cada «obra monumental» es, un monumento al fracaso.

Esta anomalía no se limita a lo político, también es lingüístico. Secuestran palabras vaciándolas de contenido para convertirlas en cascarones propagandísticos. “Patria”, “Pueblo” y “Revolución”. La primera, debe volver a ser sinónimo de inclusión y futuro compartido. La segunda, recuperar su genuino significado de ciudadanía activa y plural. La tercera, rescatar la auténtica transformación positiva, moral y ética. 

Frente a la mutilación semántica, el sarcasmo surge como herramienta de resistencia, nombrarlos por lo que son, coberos de estirpe, es desobediencia cultural. Son ineptos con ínfulas de grandeza, que pretenden formalidad, mientras se asfixian en su mediocridad.

La estética del poder vacío se repite como fórmula de manipulación. Títulos grandilocuentes, “comandante supremo”, “protector de la patria”; proyectos faraónicos, criptomoneda sin valor, y el nepotismo camuflado de meritocracia forman parte de la coreografía. Su meta no es gobernar, sino perpetuar la pantomima. La crisis no es solo percepción, sino realidad tangible y dolorosa.

Pero no actúan solos. Requieren de un ecosistema de lo absurdo. Celebran la inauguración de hospitales sin medicinas, anuncian luz sin electricidad y explican la inflación como inducida desde el extranjero. A esto se suman cortesanos que cambian lealtades por limosnas, y una ciudadanía exhausta, reducida a la supervivencia diaria, mientras el «modelo» es exportado como una gran vaina, merecedor del premio Nobel.

Cuentan con un manual estructurado. La distracción, es su arte maestro.  Hablan del “imperialismo” mientras saquean el erario público; convierten la burocracia en posesiones propias; y a lo cubano, dividen la oposición entre “traidores” y “útiles”, instalando la paranoia como método de control.

¿Por qué persisten? Estas dinastías no son nuevas, y como escribió Marx, la historia se repite, primero tragedia, luego farsa. Estamos en la fase farsesca. Ya ni siquiera intentan parecer serios, desprecian incluso las formas. Su estabilidad se apoya en la rentabilidad del caos, domesticación de las instituciones, e internacionalización de la novela, en la que venden victimismo para obtener respaldo externo.

Detrás del ropaje revolucionario, está la destreza de convertir al Estado en una máquina extractiva. No se trata solo de corrupción, es una economía política del fracaso, donde la miseria es funcional. La hiperinflación licúa salarios. Controles cambiarios y de precios crean mercados negros, y las expropiaciones se reparten como botín entre leales. Mientras la ciudadanía padece el peor colapso económico -no bélico- del siglo XXI, construyen su burguesía que “ahorra esfuerzos” en paraísos fiscales, colecciona posesiones, alarde de ostentación y lujo, financiado con dinero que les niegan a los ciudadanos.

La ironía es grotesca. Condenan al “capitalismo salvaje”, sin embargo, instauran el paraíso del capitalismo de compinches, camaradas, bolichicos y enchufados que conforman un entorno donde el único mérito consiste, en la sumisión y diciplina. Más del 80 % de la población vive en penuria y pobreza, mientras menos del 4 % se regodea en pulcritudes, finuras y muchas exquisiteces.

Frente al anfiteatro cruel, el humor es un anticuerpo. La resistencia no se limita a lo político, también debe ser cultural. Desenmascarar falsedades, apodos, remoquetes y reírse, es despojarlo de su manto de autoridad.

La historia demuestra que ningún autoritarismo es eterno, pero el daño puede ser duradero, porque la retórica se basa en hablar demasiado sin decir nada, al final, puras habladeras de pendejadas. Mientras tanto, al pan, pan; al vino, vino; y a los mojoneros, mojoneros. Aunque se vistan de seda, y se crean de alcurnia, siguen siendo bufones del desastre.

@ArmandoMartini

Fuente de TenemosNoticias.com: lapatilla.com

Publicado el: 2025-06-09 07:26:00
En la sección: Opinión – LaPatilla.com

Publicado en Opinión

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