«Algunas de las almas más amables que conozco han vivido en un mundo que no era tan amable con ellas. A veces son las personas que más han sido heridas, las que se niegan a soportarcerse en este mundo, porque nunca querrían hacer que otra persona se sienta de la misma manera que ellos mismos han sentido. Si eso no es algo por lo que estar asombrado, no sé qué es…»
Bianca Sparacino
“Para ser hombre hay que negarse a ser Dios”, es una de las tantas frases geniales de Albert Camus. Podría ser esta reflexión, una posición política de mesura y prudencia capaz que invita a eludir una postura de fanatismo. Hay que negarse a ponerse uno mismo en la posición omnimoda y prepotente que caracteriza a idealistas ilusos y realistas obtusos.
El detalle cuestionable de los ideales no consiste en tenerlos, sino en cómo se tienen. No consiste en creer o en no creer, sino en cómo se cree. El pensamiento político medido y ponderado vive de convicciones cuya esencia principal es la apertura a la crítica y a la reflexividad permanentes. Que se mantenga abierto a argumentaciones, experiencias, sentimientos o acontecimientos, que eventualmente podrían llevarnos a replantear tanto creencias como ideales. El académico español Rafael del Águila los exponen de manera magistral al apuntar: «La idea que rige la acción, es eludir la tiranía, cualquiera que sea la forma o la ideología que adopte. Sin embargo, la lucha contra estos males políticos mayores es, precisamente, una lucha. Una perspectiva pragmatista convencional es insuficiente aquí. Y lo es porque, como han escrito los clásicos: la bondad no basta (Maquiavelo), la política entraña un pacto con fuerzas que no son precisamente angélicas (Weber)…”
Tan solo nosotros mismos, nuestra formación, reflexión, nuestros juicios, y nuestras acciones, pueden determinar el grado de tolerancia y aceptación de eso que tenemos ante nosotros en ese entorno cada vez más escabroso, por decir lo menos. Únicamente nuestra conciencia puede señalarnos dónde no estamos dispuestos a llegar bajo ninguna circunstancia. Dónde, con plena convicción, afirmaremos ¡Eso no lo haré! Dónde trazaremos una línea que no estamos dispuestos a cruzar.
Esta prolongada crisis nos interpela de manera permanente, precisamente porque arremete contra ese entramado de vínculos profundos de solidaridad y fraternidad que nos constituyen como sociedad. Estamos claros en cuanto a que no habrá varita mágica que arregle este profundo marasmo, ni Mesías político que saque de la chistera las anheladas soluciones. La solución somos nosotros mismos. Todos y cada uno.
Ahora bien, una crisis es ese momento en que pasado y futuro chocan en el presente. Como la aurora, que todavía no es el nuevo día y tampoco la noche que ya fue. Pero ¿en serio creemos que será posible superar semejante trance sin que ello nos afecte? Esta crisis inédita requiere respuestas inéditas. Nos llama a una participación más directa y responsable en todos aquellos ámbitos en los que se edificará la anhelada recuperación de nuestro país carajeado. Llegado ese momento, cada uno sabrá qué hacer.
Lo que ya no es lícito es quedarse en la vereda de enfrente, esa confundida y sinuosa ruta que pretende confundir con desentonados cantos de sirenas que convocan a asistir a ese circo electoral que vuelve pronto pero el cual perdió su gracia, pues le crecieron los enanos, se le rompieron las redes de los trapecistas y el león se tragó al domador.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.el-carabobeno.com
Publicado el: 2025-06-06 23:33:00
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