Tanto se ha escrito sobre Robert Francis Prevost Martínez, o sea, de Su Santidad el papa León XIV, que imagino que no voy a decir nada nuevo. No tengo anécdotas, no lo he conocido personalmente, pero en verdad, me tiene muy contenta su elección.
Como todos sabemos, es el primer papa gringo que, desde 2015, también arrastra con orgullo la nacionalidad peruana. Nació en Chicago, Illinois (Estados Unidos), el 14 de septiembre de 1955, y ahora me toca repetir lo que dijo nuestra querida Tania Sarabia hace unos días: “Me di cuenta de que estoy vieja, ¡vieja!, cuando vi que el papa era menor que yo”. Bueno, sí, por unos meses, pero técnicamente soy mayor. El mes que viene cumpliré setenta primaveras, y él está a tres meses de alcanzarme. Lo importante es que, al igual que Su Santidad y que Tania, yo tampoco me siento en modo abuelita con pantuflas.
Tengo entendido que en el Vaticano hay un gimnasio y el Cardenal Prevost era uno de los que más lo usaba y no va a dejar de hacerlo porque sea papa. Es un gran jugador de tenis y si deja de jugar ahora, no será por falta de ganas sino por ocupaciones.
Según información de Wikipedia, Robert Prevost fue ordenado sacerdote en 1982. Durante los vibrantes 80 y 90, dedicó gran parte de su ministerio a labores misioneras en Perú, ejerciendo como párroco, oficial diocesano, profesor del seminario y administrador. Posteriormente, entre 2001 y 2013, fungió como superior general de la Orden de San Agustín. Tras su servicio en Roma, regresó a Perú como obispo de Chiclayo (2015-2023). En 2023, el Papa Francisco lo nombró prefecto del Dicasterio para los Obispos, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, y lo elevó al cardenalato ese mismo año.
El nuevo papa es el hijo menor de Luis Marius Prevost y de Mildred Agnes Prevost (Martínez de soltera). Sus hermanos, Louis Martín y John Joseph comentan que “Rob”, desde pequeño, se destacó por su fe inquebrantable y su excelencia en todo lo que hacía. Por ejemplo, refieren que siempre pensó en ser sacerdote y que, de pequeño, le encantaba jugar a que lo era y servía de monaguillo en las misas de la parroquia Santa María de la Asunción en Riverdale, donde, además, cantaba en el coro.
Su padre, Louis Marius Prevost, de ascendencia francesa e italiana, formó parte del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, participó en dos episodios clave de la Segunda Guerra Mundial: primero, al mando de una lancha de desembarco de infantería durante el Día D en Normandía (1944); luego, en la Operación Dragoon, la invasión aliada del sur de Francia. Tras retirarse del servicio militar, reinventó su vida en Illinois como superintendente del Distrito Escolar de Brookwood 167 en Glenwood, rol que ejerció con la misma disciplina que aprendió en combate.
Su madre era un testimonio vivo de esa extraña fusión cultural estadounidense. Sus raíces se extendían desde los creoles francófonos de Nueva Orleans hasta los criollos de Luisiana, entrelazando ascendencia francesa, española y caribeña. Pero más allá de su legado multicultural, “Millie” (como la llamaban cariñosamente) fue una mujer muy adelantada para su época: en 1947, obtuvo la licenciatura en Biblioteconomía y Ciencias de la Información en la Universidad DePaul, un logro poco común para las mujeres de entonces. Su catolicismo profundo y su amor por el conocimiento dejaron una huella indeleble en la familia. Murió en 1989, hace treinta y cinco años, pero su legado perdura.
Robert Prevost es licenciado en Ciencias con especialidad en Matemática, tiene una maestría y un doctorado, además de que la Universidad de Villanova, de Filadelfia, la misma que lo hizo licenciado, le otorgó en 2014, un Doctorado Honoris Causa.
Y no hemos hablado de su parte caritativa en Perú, donde hasta le tocó viajar a caballo por caminos difíciles para llegar a pueblos lejanos y poder cumplir con sus compromisos misioneros. Pasó una década dirigiendo el seminario agustino en Trujillo, enseñando derecho canónico en el seminario diocesano; actuando como juez en el tribunal regional eclesiástico y trabajando en el ministerio parroquial en las afueras de la ciudad. Fue muy exitoso en los esfuerzos de los Agustinos para reclutar peruanos para el sacerdocio y posiciones de liderazgo en la orden. También se destacó como defensor de los derechos humanos de la población de la Chico Norte, región contra la violencia de la organización guerrillera Marxista–Leninista–Maoísta “Sendero Luminoso”.
Ayer supe que el papa León XIV, al día siguiente de haber sido nombrado, convocó su primera reunión. Lo que nadie esperaba es que los convocados serían sus guardaespaldas, la Guardia Suiza (custodios históricos del Vaticano). Está compuesta por 135 jóvenes suizos entre 19 y 30 años, entrenados en combate y tradición. En un discurso íntimo confesó sentir el «peso de la historia» y su temor a un «mundo que se aleja de Dios», pero los exhortó a no temer proclamar el Evangelio: “Ser católico hoy es aceptar la cruz”. Con humildad, reveló que incluso en la Capilla Sixtina, durante su elección, sintió miedo “no a la responsabilidad, sino a la indiferencia espiritual”.
Tras invocar a San Miguel Arcángel, pidiendo “defensa en la batalla espiritual”, interactuó cercanamente con los guardias. A Marcel, un recluta que le mencionó que solo tenía dos meses en la guardia, le dijo: “Empezamos juntos, ambos sirviendo”. Y a un veterano que, en cambio, llevaba 17 años, le preguntó: “¿Qué consejo le das a un Papa en su primer día?”. La respuesta fue: “Confíe primero en Dios y luego en nosotros”. El papa lo conmovió, admitiendo que ahora se sentía menos solo.
El acto culminó con el comandante de la guardia jurando defender “su vida y la Fe con nuestras oraciones”», mientras el Papa bendecía las alabardas (armas tradicionales) y recorría las filas, tocando cada una y memorizando nombres. Este gesto, simbólico y humano, reforzó su mensaje: “Somos una Iglesia que no se esconde ni se disculpa por su Fe”.
Cuando escribí sobre nuestros futuros santos, la madre Carmen y José Gregorio, confesé cierta envidia sana hacia Perú, país que desde hace siglos atesora figuras como San Martín de Porres y Santa Rosa de Lima. Ahora, con la elección de un papa vinculado a esa tierra (¡otra vez nos ganan en el cielo!), esa admiración se mezcla con esperanza. Y es que, durante su labor en Perú, Monseñor Robert Prevost no solo se destacó por su fe, sino por su acción concreta: organizó redes de apoyo para refugiados venezolanos en un contexto de creciente discriminación contra nosotros. Hoy, desde su nuevo rol en el Vaticano, ojalá su voz y gestión se extiendan como un puente solidario hacia todos los venezolanos, dentro y fuera de nuestras fronteras.
Anamaría Correa
Fuente de TenemosNoticias.com: www.el-carabobeno.com
Publicado el: 2025-05-21 01:46:00
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