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No podemos ceder ante la ignominia

Manuel Barreto

«Sin embargo, no tenemos otra opción, ninguna otra opción. Si no tenemos policías, jueces, abogados, fiscales, honestos, valerosos y eficientes, si se rinden al crimen y a la corrupción, están condenando al país a la ignominia más desesperante y atroz» Javier Sicilia

 Lo que nos pasa tiene un aire similar a las tragedias griegas: cada día que pasa nos trae una noticia más desalentadora que la anterior, se nos presenta más barreras que parecen infranqueables que no sabemos bien en qué consiste, pero que parece irse aproximando ineluctablemente sobre nosotros. Y en la avalancha de las redes, cada dato hace olvidar los anteriores. Cada vaticinio va empleando adjetivos más graves.

Hace pocos días el buen amigo Rafael García Marvez, al abordar el muy relevante y duro tema del insilio, apuntaba: «La vida en el insilio se refiere a la experiencia de un individuo que, aunque esencialmente se encuentre en su propio país, vive una especie de exilio interno. ¿Y esto qué significa? Esto, pues, encarna una condición de aislamiento, de marginación o extrañamiento dentro de su propio entorno; como si no pertenecieramos o no fuéramos reconocidos en nuestra propia tierra; ni más ni menos…» Y es que esta afirmación resulta demoledora, pues es sentirse un extranjero en nuestro propio país, perder los derechos ciudadanos y sentir la amenaza permanente de la propia integridad; es, más que el ostracismo, la condena al silencio. Un silencio que desgasta, que excluye. En tanto buscábamos la “Tierra de Gracia”, llegamos a la patria enajenada.

Cada día tenemos más claro que la oscuridad de esta crisis es mucho más tenebrosa de lo que parece. Este entorno de miedo y desconfianza hace que las emociones negativas nublen nuestra capacidad para pensar en lo que está pasando ya que nuestro único objetivo es “sobrevivir”.

Otro penoso asunto que tenemos ante nosotros, a pesar de los maquillajes y arreglos de fachadas, es el vertiginoso avance de la destrucción nacional. Esta es una realidad incuestionable, a pesar del disfraz socio político que seres acomodaticios, esos colaboradores del marasmo nacional, se empeñan en darle al “repunte” y normalidad de nuestro país carajeado, sabor a algo.  Se hace necesario repetirlo: La dignidad es lo último que se pierde. Si bien es cierto que importantes sectores de nuestra sociedad en este desmadre la perdida hasta con su vergüenza, tengamos siempre presente que la dignidad es el valor propio de cada persona como ser humano, independiente de su condición política, económica o social.

No podemos ceder ante la ignominia que significa vivir en la casi total indiferencia, pues cada día que así nos pasa, vamos perdiendo el derecho a vivir en libertad.  Los dramas sociales siempre se desembocan cuando la ciudadanía crea su tiempo de reparación y juzga a quienes se olvidaron de su compromiso y su responsabilidad, cuando no puede esconderse la corrupción, el despilfarro, la irresponsabilidad, la mediocridad, condiciones que en todo momento desnaturalizan a la justicia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.el-carabobeno.com

Publicado el: 2025-06-28 01:16:00
En la sección: Destacados articulistas sobre temas de política, Educación, salud, cultura de Valencia, Carabobo y Venezuela

Publicado en Opinión

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