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Régimen de expoliación, por Humberto García Larralde

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En una reunión reciente con destacados economistas, uno de ellos lamentó la carencia de debate en Venezuela sobre aspectos teóricos fundamentales que orientasen sus posibilidades de desarrollo. Complementó otro que, más allá de la academia, “no hay nada”. Y la verdad es que la buena discusión económica es poca. Todo se reduce a denunciar, una y otra vez, las consecuencias de la desastrosa gestión de quienes continúan controlando las palancas del poder. Pero, viéndolo bien, la falta del fértil debate económico, tan necesitado, se asocia con el hecho de que los usurpadores actuales prescinden de toda noción económica importante para decidir sus acciones. Y es que la naturaleza de su régimen, de expoliación, no se rige por tendencias propias de la racionalidad económica.

Se entiende como régimen de expoliación a un sistema que, desde el poder, rige acciones en el plano económico orientadas al expolio (vg., robo o despojo) de la riqueza y/o del ingreso de la nación. Su interés, claramente, no es el de crear riqueza. Por tanto, el problema central de la economía neoclásica –cómo hacer el mejor uso de recursos escasos para atender usos alternativos (definición del economista inglés de principios del siglo XX, Lionel Robbins)– no es de su incumbencia. Pero tampoco el de la economía clásica, interesada en mejorar el producto social y su distribución.

De la macroeconomía, si aprendieron, ¡al fin!, que el nivel general de precios se relaciona con la masa monetaria. Llevaban años escuchando al charlatán del partido Podemos, Alfredo Serrano Mancilla –Maduro lo llamó el “Jesucristo de la economía”–, quien la negaba. En consecuencia, la terrible hiperinflación que empobreció tanto a los venezolanos. Lamentablemente, todavía no han entendido para nada las circunstancias que condicionan tal relación. De ahí que sus inferencias de política han sido muy infelices. En una economía que, lejos de estar “sobrecalentada” y en situación de pleno empleo se encuentra en un profundo abismo de depresión y de desocupación de factores, decidieron reprimir aún más la demanda para contener las presiones inflacionarias. Además, buscaron anclar el precio del dólar, sin tener las divisas requeridas para sostenerlo. En fin, perpetúan la pobreza, la inestabilidad y la incertidumbre, alimentando la fuga hacia el dólar, su creciente cotización y la consecuente inflación. Pero, al acaparar los dólares, a los jerarcas no les quita el sueño.

Un régimen de expoliación como el que predomina en Venezuela enfrenta dos grandes problemas. En primer lugar, se tienden a restringir en el tiempo las posibilidades de expoliación o, al menos, a ser insuficientes para satisfacer las apetencias de todos los que se aprovechan de ellas. Simplemente, porque la economía –el botín– no crece, o lo hace con dificultad y en circunstancias adversas. En segundo lugar, porque la distribución o disfrute de los frutos de las actividades expoliadoras no está determinada por fuerzas impersonales, “objetivadas” por fuerzas de un mercado competido en el marco de un Estado de derecho. Obedece a relaciones muy personales de poder. Lejos de existir un espacio de oportunidades abiertas a todo aquel que tiene posibilidades de aprovecharlas, estamos ante decisiones discrecionales respecto a quiénes favorecer, a quiénes afectar, en qué condiciones, cómo y a cambio de qué, que se traducen oportunidades para la expoliación bastante enrevesadas.

Por tanto, estas oportunidades tiendan a segmentarse según sea el padrino que las habilita con sus decisiones (o falta de decisiones) y las condiciones que se presentan, creando compartimentos exclusivos (y a menudo excluyentes) en los que se van asentando auténticas mafias unidas en defensa de sus respectivos “cotos de caza”. Porque cuando hablamos de expoliación en la Venezuela actual, nos referimos a cosas como las contrataciones ficticias, sobrefacturaciones y/o comisiones con que los enchufados se embolsillan recursos del Estado, el saqueo mineral de Guayana, la especulación con divisas, acciones de rapiña en empresas y entes públicos, así como innumerables formas de extorsión a compañías y a ciudadanos privados, sea a través del pago de “peajes” en alcabalas, puertos y aeropuertos, pago de comisiones, chantajes jurídicos y hasta la extracción de dineros por “protección”, tanto de actividades lícitas como de transacciones ilícitas como el tráfico de drogas y de sus precursores, de objetos robados, etc., o las explotaciones mineras ilegales.

De manera que estamos frente a una madeja de relaciones de poder bastante opaca y compleja, a través de la cual se tejen lealtades y complicidades diversas que no están limitadas por ningún marco legal ni por la necesidad de rendirle cuentas al país. Compatibilizar esta vasta gama de irregularidades con las necesidades de mantener la estructura de poder encabezada por Nicolás Maduro es el fin verdadero de esta pretendida “revolución”. Cabe señalar que la expoliación, a nivel social, es propia de un ejército de ocupación. Y, aunque parezca insólito, ese ha sido el leitmotiv de esta parodia. Exaltados por una retórica que animaba a liquidar a la oligarquía de la llamada “cuarta república” que había “traicionado a Bolívar”, los chavistas de primera generación sintieron que el país era de ellos, pues eran los auténticos herederos del Libertador. No es menester repetir cómo ello fue plasmando una situación de creciente apartheid en la cual se le negaban derechos y se reprimía cada vez más, a aquellos que no comulgaban con la buena nueva. Y Chávez desmantelaba las instituciones que resguardaban que el usufructo de los recursos públicos estuviera al servicio de la República para hacer del Estado un instrumento de dominación de una parcialidad política particular, la suya. Pero muerto Chávez y disminuido el ingreso petrolero que repartía para sostener su ficción redentora, el mito “revolucionario” no pudo sostenerse. Demasiada destrucción, empobrecimiento, emigración.

Al retirarse las aguas sobre las que flotaba el apoyo popular, quedaron al desnudo las estructuras represivas y de control sobre las que sostienen las actividades de expoliación. El discurso envolvente, de redención popular, perdió toda carga real. Se repite apenas como bálsamo para que los esbirros se sientan envalentonados al cometer sus crímenes. En fin, no puede haber dudas de que el régimen de expoliación se sostiene con base en la fuerza. Sobre todo, cuando el botín va disminuyendo. Porque Maduro, el protagonista de tantas pérdidas y derrotas para el país –y para el chavismo originario—no goza ya de ascendencia alguna. Su papel de líder se desmorona, más aún después del bochornoso robo del resultado electoral del 28J a plena luz del día. Todo el mundo sabe, incluidos militares y chavistas, que quien salió electo fue Edmundo González Urrutia. ¡Qué vergüenza!

La precariedad de Maduro se puso de manifiesto con el incidente del rescate de los cinco rehenes que mantenía acosados en la embajada de Argentina. La ventana para esta operación se abrió al ocurrírsele ir a Moscú, para asistir al aniversario de la victoria soviética sobre la Alemania nazi. Pero ordenó que lo acompañaran cuatro aviones repletos de gendarmes, con lo cual hubo de retirar personal para la vigilancia policial. Y uno se pregunta, ¿Para qué carrizo Maduro, tenía que viajar con un ejército de guardaespaldas? Obviamente, porque teme una movida de piso mientras esté afuera y quede como el pintor que le quitan la escalera, colgado de la brocha.

Un régimen de expoliación como el que ha impuesto el fascismo en Venezuela se torna inviable con el tiempo. Económicamente, porque su depredación, al ir matando la “gallina de los huevos de oro” –PdVSA y el sector productivo privado– impide que crezca la torta. Y políticamente, porque, al mermar o estancarse ésta, se le hace cada vez más difícil conciliar, bajo un liderazgo aceptado, los intereses que pugnan entre sí para proteger lo suyo. Cada quien busca salvarse las espaldas, mirando sobre sus hombros. Asoman, tentadoras, las jugosas recompensas ofrecidas por el Depto. de Estado para sacarse de encima a los rivales. Muchos se dan cuenta que es mejor buscar los entendimientos que les permitan retirarse ahora, cuando todavía tienen con qué. Otros se caen a embustes con el hipotético Estado comunal, último intento por “institucionalizar”, entre cómplices, los mecanismos de expoliación. Se olvidan que ya Chávez lo intentó, con los precios de petróleo por las nubes y un fuerte apoyo popular, y fracasó. Y ya no queda más territorio para conquistar. ¡Hasta cuándo!

Fuente de TenemosNoticias.com: lapatilla.com

Publicado el: 2025-05-12 20:17:00
En la sección: Opinión – LaPatilla.com

Publicado en Opinión

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