Recuerdo que terminaba una partida de dominó con mis amigos Baturro, Gamal y El Guaro -anfitrión-, en aquellos días de estudiante caraqueño. Era esa hora incierta de la madrugada, cuando el alboroto se apaga, se silencia el ruido de las piedras del dominó y uno se da cuenta de que en apenas tres horas comienzas clases. Mi casa quedaba en Alto Prado, casi al otro extremo de Caracas. La partida, en cambio, había sido a unas pocas cuadras de la universidad, “ahí mismito” en El Paraíso. La decisión no era complicada: improvisar un breve descanso en el carro, estacionado frente a la casona universitaria, y entregarse a un par de horas de sueño antes de que comenzara el día. Después de todo, en aquellos años, tanto el cuerpo como el país estaban hechos para hacer esas hazañas sin mayor riesgo. Eso ocurría con relativa frecuencia, debo confesarlo, como también era bastante común el hecho de que se me pasara la hora y me despertara a las once de la mañana, doblado dentro del carro en una postura que desafiaba las leyes de la anatomía; una especie de origami humano, con la marca del volante en la frente como si fuera un sello oficial de la noche anterior. En una de esas, fue Rodolfo quien me despertó tocándome el vidrio de mi lado.
- ¡Juan Pablo! ¿Estás bien? ¿Qué haces ahí? ¿Por qué no entraste a la clase?
- Coye Rodolfo, debo serte sincero: vengo de una cena aquí cerquita, y me quedé dormido.
- ¡Pero caray! ¡Tú definitivamente estás loco…!
- Bueno… ¿qué te puedo decir? Soy músico…
- ¡Ajá! Pero a este ritmo, dejarás de serlo. Ponle seriedad al asunto, menos rumba y más clases, ¿oíste?
Y siguió hacia su carro. Yo, en el mío, hice lo que pude por medio arreglarme, como en esas comedias donde el protagonista se prepara a toda prisa en un espacio mínimo: un poco de orden al cabello, un intento de dignidad, y entré a la siguiente clase como si nada. La de Rodolfo ya me la había perdido. Ajá. Pero ¿quién era Rodolfo?
Para ese entonces, año 1988, éramos poco más de setenta los estudiantes que llenábamos, con más entusiasmo que muebles, el recién inaugurado Instituto Universitario de Estudios Musicales (IUDEM). Funcionaba en un viejo caserón del callejón Sanabria, ese que terminaba, de manera intimidante, en la Comandancia General de la Guardia Nacional. Estudiar música allí tenía su encanto y algo de adrenalina.
Tuve el privilegio de formarme con verdaderas joyas de la música venezolana, nombres que aún resuenan con gratitud en mi memoria: Harriet Serr, Rebeca Matos, Adina Izarra, Miguel Astor, Walter Guido, Víctor Varela, Luis Felipe Ramón y Rivera, Fernando Silva-Morván -Fernando, donde quiera que estés, ¡te sigo debiendo tu artículo! No lo he olvidado, solo que he estado un poco distraído-, Álvaro Cordero, Alfredo Rugeles y Rodolfo Saglimbeni, a quien dedico este artículo. Cada uno, con su luz particular, dejó huellas profundas en mi manera de entender, sentir y compartir la música.
Rodolfo Saglimbeni Muñoz nació en Barquisimeto el 8 de diciembre de 1962. Comenzó su camino musical como trompetista, pero fue como director de orquesta donde alcanzó su consagración artística. Cuando lo conocí, acababa de regresar de Inglaterra, tras completar estudios de dirección orquestal en la Royal Academy of Music de Londres, donde fue alumno de maestros como Colin Metters, John Carewe y George Hurst. Más adelante, continuó su formación en Italia, en la prestigiosa Academia Nacional de Santa Cecilia, institución histórica que ha visto pasar por sus aulas a figuras legendarias como Paganini, Rossini, Liszt, Mendelssohn, Berlioz, Gounod, Martha Argerich, Daniel Barenboim, Zubin Mehta, Itzhak Perlman, entre muchos otros nombres ilustres.
En 1985, con tan solo 23 años, Rodolfo Saglimbeni fue el director más joven en participar en el prestigioso Concurso Internacional de Directores de Orquesta de Besanzón, Francia, donde se alzó como primer finalista. Este logro no solo reveló su talento al mundo, sino también su determinación y compromiso con la excelencia musical desde una edad temprana.
En 1990, Rodolfo Saglimbeni fue contratado como tutor en el Curso Internacional de Verano de la Canford Summer School of Music, en Inglaterra, y tres años más tarde, en 1993, asumió el cargo de codirector. En 2013, fue nombrado director de la Facultad “George Hurst” de la Sherborne Summer School of Music. Paralelamente, ejerce como profesor en la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE), tutor de Dirección Orquestal en FundaMusical “Simón Bolívar” y en la Escuela de Música del Mozarteum de Caracas.
En 2003, se desempeñó como director artístico de la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, donde impulsó todo un proyecto de gran alcance social y comunitario. En 2015, fue nombrado director artístico de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza, Argentina. Curiosamente, ese mismo año coincidió con mi mudanza a Buenos Aires, y fueron muchas las veces que nos prometimos un reencuentro. Sin embargo, entre compromisos, agendas apretadas y distancias que se alargaban más de lo esperado, ese encuentro quedó siempre pendiente. Más recientemente, en septiembre de 2019, fue nombrado Director Titular de la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile.
Rodolfo Saglimbeni fue merecedor de numerosos reconocimientos a lo largo de su carrera. En Venezuela, fue distinguido como Mejor Director del Año en 1989 y recibió el Premio Nacional del Artista en 1999, además de ser condecorado con la Orden José Félix Ribas en su Primera Clase. En 1997, fue seleccionado para la prestigiosa Beca de las Américas, patrocinada por el Kennedy Center en Washington D. C., y en marzo de 1999 obtuvo el Premio Director de las Américas en Santiago de Chile. También ha sido honrado con la Orden “Waraira Repano” del Municipio Libertador de Caracas, y recibió el título honorario de Associate of the Royal Academy of Music (ARAM). En 2014, el gobierno de Italia lo nombró Caballero de la Orden de la Estrella de Italia, y en 2022, el Círculo de Críticos de Arte de Chile lo reconoció como uno de los mejores directores de orquesta del año.
Rodolfo partió la noche del pasado 4 de mayo, en Caracas. Estoy convencido de que se fue con la serenidad de quien supo entregar siempre lo mejor de sí, dejando en alto el nombre de Venezuela y marcando profundamente la vida de quienes tuvimos el privilegio de ser sus alumnos, sus colegas, sus amigos; para él, no había distinción. Un abrazo infinito, Rodolfo. Gracias por tanto.
Los invito a visitar este enlace, donde se presenta el concierto inaugural de la Orquesta Sinfónica “Gran Mariscal de Ayacucho”, fundada por él. Este video, del año 1989, que más que un concierto es un documento histórico, comienza con unas emotivas y certeras palabras del maestro José Antonio Abreu y de varios de los verdaderos protagonistas fundamentales en el impulso del mundo musical venezolano para la época. Le sigue una vibrante y poderosa interpretación del I movimiento de la Quinta Sinfonía de Beethoven, bajo la enérgica dirección de un joven Rodolfo Saglimbeni, en lo que fue una era verdaderamente memorable para la cultura venezolana: https://www.youtube.com/watch?v=a__gSzMqeoo
Fuente de TenemosNoticias.com: www.el-carabobeno.com
Publicado el: 2025-06-13 01:32:00
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