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«Theatrum politicum venezolani» – Runrun.es: En defensa de tus derechos humanos

“Theatrum politicum venezolani”, por Alejandro Armas

Alejandro Armas

28/06/2024

Me gusta pensar que el esfuerzo actual de la oposición en torno a Edmundo González Urrutia y MCM una épica cívica a la que cada vez más gente se suma. El telón no ha caído para Venezuela. La historia sigue

@AAAD25

Analogías entre la vida real y la representación dramática ha habido desde los mismísimos albores de esta expresión artística. Si no es desde las tragedias de Esquilo, digamos al menos que es desde la primera teoría del teatro en la Poética de Aristóteles. Dos milenios y medio más tarde, Schopenhauer identificó el arte escénico como aquel que refleja la idea misma de la humanidad más allá de la experiencia sensorial engañosa. No es algo exclusivamente occidental. Las máscaras del teatro noh japonés, ejecutado a partir de la era de los shogunes Ashikaga hace 700 años, encarnan a personajes arquetípicos no solo de los mitos sintoístas, sino de la sociedad nipona de entonces. A veces, la analogía emana de la mismísima dramaturgia. “El mundo no es más que un escenario”, dice Jacques al principio de su célebre monólogo en Como gustéis, de Shakespeare. En nuestra lengua, Calderón de la Barca brindó una cosmogonía en forma del auto sacramental El gran teatro del mundo.

La política no escapa a este paralelismo y, por supuesto, tampoco la política venezolana. Una molécula del Theatrum mundi viene siendo así el Theatrum politicum venezolani, si se me permite tomarme la licencia con la lengua de Plauto y Terencio. De hecho, podemos pensar en varias alegorías en las que el papel de los distintos actores políticos se rota entre personajes, actores y público. Hay una que me resulta especialmente elocuente. Es un producto del zeitgeist posterior a la Guerra Fría, por el cual la inmensa mayoría de los Estados contemporáneos se identifican a sí mismos como democráticos, lo sean o no. Los que no lo son, lo simulan. Es decir, hacen un montaje teatral actuando como democracias. Sucede en Venezuela. No somos exactamente un régimen de partido único, como lo fue la Unión Soviética o lo siguen siendo Cuba, China y Corea del Norte. Somos más bien un régimen de partido hegemónico. La elite chavista ejerce un control absoluto sobre todos los dispositivos del Estado. Las elecciones que se llevan a cabo con regularidad están moldeadas por un sistema diseñado para que dicha elite siempre mantenga el poder, sin importar el resultado comicial.

El protagonista es, desde luego, el chavismo. ¿Y las demás organizaciones políticas? Pues eso depende de lo que hagan. Si se abstienen de participar o participan en un constante tono de denuncia, llamando la atención sobre los vicios del proceso e intentando superarlos, son el factor “antiteatral”. El que, como La Lupe, canta sobre falsedades bien ensayadas y estudiados simulacros. Ellas representan la oposición real. En cambio, los partidos de la oposición prêt-à-porter aceptan todas las arbitrariedades sin chistar. No les interesa llegar al poder. No les interesa transformar el orden político abyecto que tenemos. Lo que les interesa es recibir migajas. Cuotas minúsculas de poder y recursos que el protagonista les permite tener. No pueden aspirar a nada más, en tanto que actores secundarios, terciarios o, incluso, meras piezas de utilería.

Y sin embargo, el protagonista los necesita, porque la obra no puede ser un monólogo. Tiene que haber diálogos. Solo así el montaje puede cumplir su propósito, aunque a veces ni de esa forma lo consigue, porque las tramoyas se ven. El propósito es, repito, simular ser una democracia, para que las democracias de verdad, club que concentra a los países más ricos del mundo y con los que el resto del orbe quiere tener buenas relaciones, no se escandalicen ni empiecen a presionar por cambios. Pero a pesar de aquella necesidad de otros histriones, la conducta del protagonista hacia ellos no siempre es magnánima. A veces los veja y humilla. Sobre todo, si se acercan demasiado al reflector central donde solo él puede estar. Le acaba de ocurrir a Antonio Ecarri, cuando trató de interactuar con Nicolás Maduro en la firma del “acuerdo político” en el Consejo Nacional Electoral. Maduro no solo lo dejó hablando solo y tartamudeando, sino que después, en un acto de campaña, desestimó con una obscenidad su petición de un debate.

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Veamos ahora qué otras analogías podemos hacer, desde el punto de vista de la trama. A mí se me ocurren varias, sobre todo relacionadas con las vanguardias dramatúrgicas del siglo XX y especialmente con aquellas que han venido a ser llamadas “teatro del absurdo”. ¡Pues claro! En este país se ven ahora tantas cosas sin sentido. El poder se ejerce de forma innoble y brutal, pero sin la meticulosidad y elegancia de un Macbeth. En todo caso cabe la comparación con su parodia, el Ubú rey de Jarry, con todo su caos bananero y vulgar. Mientras, a los creyentes en la supuesta causa revolucionaria los tuvieron, y en algunos casos minoritarios los tienen aún, como Estragón y Vladimir esperando a Godot. ¿Y ese quién es? Bueno, Beckett nunca quiso aclararlo y lo dejó a la interpretación de los espectadores. Digamos que Godot puede ser la promesa chavista de redención de los pobres. Puede ser un sueldo digno. Puede ser una caja CLAP. Algo que el destinatario nunca termina de ver. De tanto esperar, algunos ya ni saben por qué esperan.

Eso sí, nunca falta la propaganda, llena de cacofonía, reiteraciones ad nauseam y contradicciones. Tratar de darle sentido no es menos fútil que descifrar los parlamentos que Ionesco escribió para los Smith y los Martin en La cantante calva. Vayamos más allá, al “metateatro”. Ahí están los partidos opositores intervenidos por el Tribunal Supremo de Justicia para someterlos a Miraflores y reducirlos a actores secundarios en la simulación de democracia. ¡Cómo intentan en vano seguir viéndose auténticos! Adecos y copeyanos de mentira tratando de verse como adecos y copeyanos reales. Luis Eduardo Martínez, cómo no, salta charcos. Pero lo sobreactuado se nota y, en algún lugar, el fantasma de Carlos Andrés Pérez se ríe por la mala imitación. Tal cual los seis personajes de Pirandello burlándose de los intérpretes que los quieren representar.

Sé que todo esto suena deprimente. Pero quizá, si extendemos las analogías un poco más, encontremos en ellas el fin de la pesadilla. Paradójicamente, en un aspecto del teatro en general y del Theatrum politicum venezolani específicamente que a primera vista no lo pareciera: la crueldad. En el “teatro de la crueldad” como lo entendía Artaud. Esa especie de mezcla de catarsis con anagnórisis mediante experiencias que impacten con fuerza al espectador para sacudirse de mentiras conformistas. Se trata de asimilar todo el horror que nos rodea, sin disimulos ni edulcorantes, para exigir un cambio.

Con un objetivo parecido, pero con métodos dramatúrgicos menos drásticos, Brecht concibió un “teatro épico” cuyo foco está en la reacción de la audiencia, para que no sea indiferente a los problemas de la sociedad. Sí, entiendo que eso suena como la tontería sartreana del “intelectual comprometido”, más aun teniendo en cuenta las afinidades marxistas de Brecht. Pero distintos idearios pueden jugar así y además el resultado no tiene por qué ser panfletario. Me gusta, entonces, pensar que el esfuerzo actual de la oposición en torno a Edmundo González Urrutia y María Corina Machado es la dimensión épica de nuestro teatro político. Una épica cívica a la que cada vez más gente se suma. El telón no ha caído para Venezuela. La historia sigue.

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Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Fuente de TenemosNoticias.com: runrun.es

Publicado el: 2024-06-28 06:01:47
En la sección: Opinión archivos – Runrun.es: En defensa de tus derechos humanos

Publicado en Opinión

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