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El Ejército alemán contra Hitler, la historia de un asesinato imposible

El Ejército alemán contra Hitler, la historia de un asesinato imposible

Pero ¿alguien se opuso a Hitler en Alemania? El Führer tomó todas las medidas desde el primer momento para que eso no ocurriera: eliminó a sus principales rivales políticos muy poco después de tomar el poder, en la Noche de los Cuchillos Largos de 1934, y se labró un inusitado apoyo popular debido a la persuasiva propaganda y a los beneficios económicos que para muchos alemanes supusieron la actividad industrial del rearme, la rapiña de los bienes de los judíos y, a partir de 1938, la anexión y conquista de otros territorios. Pero, a pesar de todo ello, existieron reductos de alemanes que no se plegaron a los designios de Hitler.

El Ejército alemán contra Hitler, la historia de un asesinato imposible. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

El grupo más obvio era la oposición de izquierdas, con los socialdemócratas (SPD) y comunistas (KPD) al frente. Pero ambos fueron tan perseguidos por Hitler desde sus primeros tiempos en la cancillería, que apenas tendrían relevancia. Fueron prohibidos en 1933 y sus bienes expropiados. El SPD sobrevivió en el exilio y el KPD mantuvo una mínima presencia en la clandestinidad. 

La principal Resistencia comunista serían las redes de espionaje conocidas como la Orquesta Roja, organizadas desde Moscú por agentes profesionales, o disidentes de los cuales el más destacado fue un oficial de la Luftwaffe, Harro Schulze-Boysen. En general, ninguna de las acciones comunistas tuvo una incidencia importante en el curso de la guerra. Hubo actos puntuales de grupos de militantes, como el de Herbert Baum en Berlín, que dio dos sonados golpes en 1942: primero, robar a la Gestapo bienes judíos confiscados, y luego, incendiar una exposición antisoviética preparada por Goebbels. Casi todo el grupo fue detenido y ejecutado (veinticinco personas, de ellas, once mujeres), a pesar de los escasos daños materiales infligidos.

Hitler, anticatólico

Con la oposición política de izquierdas perseguida sin piedad, los principales focos de contestación surgieron en dos instituciones que gozaban de vida propia: el Ejército y los religiosos, tanto católicos como protestantes.

Ambos se encontraban ya activos antes del inicio de la guerra en 1939. En el caso del Ejército, sus movimientos fueron más subrepticios y tuvieron como epicentro el servicio de inteligencia militar (la Abwehr). Las iglesias se manifestaron de una forma más abierta, ya que, sobre todo en el caso del catolicismo, las agresiones por parte del régimen del Tercer Reich fueron muy virulentas.

Esto se debía a que tanto Hitler como la ideología que propugnó eran claramente anticlericales. El nazismo propugnaba el sometimiento de la Iglesia al Estado y, a largo plazo, la descristianización de Alemania. Además, su totalitarismo no quería las diversas organizaciones cristianas que funcionaban autónomamente: colegios regidos por religiosos, clubes de jóvenes o trabajadores ni, por supuesto, el catolicismo político.

La Iglesia también se posicionó al reaccionar contra leyes como la de prevención de enfermedades hereditarias de 1933, que instauraba la esterilización forzosa.

El hostigamiento fue creciente desde el Reich, sin llegar a una persecución declarada, ya que Hitler temía que eso reforzase a la Iglesia católica como núcleo opositor.

La figura de referencia en la oposición católica fue el obispo de Berlín, Konrad von Preysing, hijo de una familia noble de Baviera. Participó en la comisión vaticana que redactó la encíclica Mitt Brennender Sorge (Con creciente preocupación), firmada por el papa Pío XI en 1937 y una de las más singulares de la Historia eclesiástica, pues, sin mencionar directamente a Hitler, advertía contra la idolatría de la raza, el pueblo y el Estado, denunciaba la opresión hacia los católicos y citaba la violación de los términos del Concordato firmado entre el Vaticano y el Tercer Reich en 1933 (que, precisamente, había pretendido evitar la persecución de la Iglesia).

El cardenal alemán Konrad von Preysing en 1950. Foto: Getty.Edward Miller

A partir de 1938, Von Preysing creó una oficina dentro de su diócesis que, en secreto, ayudaba a los perseguidos por el régimen. Era administrada por su principal colaborador, el sacerdote Bernhard Lichtenberg, quien ya en ese año empezó a ofrecer plegarias en público por los judíos y los prisioneros de los campos de concentración, e incluso organizó manifestaciones ante algunos de ellos. Por entonces ya había clérigos católicos que habían dado con sus huesos en estos campos. El propio Lichtenberg correría la misma suerte, tras ser arrestado en 1941 bajo la acusación de hacer un mal uso del púlpito. Resultó condenado y, por ser considerado incorregible, se le envió a Dachau. Murió en el traslado, víctima de un colapso.

Protestantes e insurgentes

La política de Hitler con los protestantes fue distinta: la consideraba religión nacional de los alemanes, de forma que sus esfuerzos se dirigieron a intentar controlarla y a subordinarla a su figura como Jefe del Estado. Propició la unificación de las iglesias evangélicas en la Organización de los Cristianos Alemanes, dirigida por un pastor nazi, Ludwig Muller. Uno de los preceptos claves de esta institución era rechazar el Antiguo Testamento por judío y expulsar a creyentes que tuvieran antepasados judíos

El obispo protestante Ludwig Muller, entusiasta del Führer, le estrecha la mano en el Congreso Nazi de Núremberg (1934). Foto: Getty.

Frente a estas ideas aplaudidas desde el Reich, surgieron disidentes, en especial los pastores Dietrich Bonhoeffer, Martin Niemöller y el suizo Karl Barth, que propiciarían la Declaración de Barmen (1934), según la cual la Iglesia “es sólo propiedad de Cristo y vive y desea vivir únicamente de su aliento y de su dirección”.

Esa fue la semilla de una nueva congregación, la Iglesia Confesante, que sí aceptaba el Antiguo Testamento. En 1937, Himmler declararía ilegal la formación de candidatos a sacerdote para esta comunidad. Bonhoeffer se dedicaría a dar seminarios clandestinos, viajando en secreto por Alemania. Luego emigraría a Estados Unidos, pero volvió en uno de los últimos barcos que hicieron el trayecto hasta Alemania para colaborar en la oposición al régimen. A través de un contacto, logró entrar a trabajar para la Abwehr, el citado servicio de inteligencia. Esto le permitiría conocer y participar en los planes para acabar con Hitler, convirtiéndose en un verdadero agente doble.

El pastor Bonhoeffer vivió preocupado por un dilema que afectaría a muchos de los opositores religiosos al régimen nazi: ¿era el asesinato de Hitler la única estrategia válida para lograr el final de la guerra? Su respuesta: “Los cristianos en Alemania tendrán que enfrentarse a la terrible alternativa de desear la derrota de su nación para que la civilización cristiana sobreviva, o desear la victoria de su nación y así destruir la civilización. Sé cuál de esas alternativas debo escoger”.

También buscaban la salvación de la civilización y de su nación los estudiantes del grupo de La Rosa Blanca, con sede en Múnich, máximo ejemplo de la oposición de los jóvenes alemanes. Su núcleo estaba formado por cinco universitarios, liderados por los hermanos Hans y Sophie Scholl, al cual sumaron a su profesor de Filosofía, Kurt Huber.

De izquierda a derecha, los hermanos Hans y Sophie Scholl y Christoph Probst, líderes del grupo de oposición al nazismo La Rosa Blanca, en 1942. Foto: Album.

Con ingenio y valentía, distribuyeron panfletos por correo gracias a la obtención masiva de direcciones, captación que fueron ampliando. Difundieron seis panfletos en medio año (1942-43). Los primeros pedían a los intelectuales (la intelligentsia) que despertaran de su letargo y asumieran su responsabilidad política.

De los estudiantes a los militares

Luego llamaron a la resistencia y, en el último, ante la evidencia de la derrota de Stalingrado, animaron al levantamiento de los estudiantes, al igual que lo habían hecho a principios del siglo XIX contra Napoleón. También realizaron pintadas en la Universidad de Múnich que decían “Abajo Hitler” o “Asesino en serie”. Los jóvenes se enviaban los panfletos a sí mismos para chequear que alcanzaban su destino. El último no les llegó, por lo que supieron que los vigilaba la Gestapo. Decidieron con temeridad repartirlos en lugares públicos y en la propia Universidad, lo que facilitó su detención

Acusados por el fiscal de “el peor caso de alta traición en materia de propaganda que el Reich ha conocido desde la guerra”, todos fueron condenados a muerte y, en el caso de los hermanos Scholl y de otro estudiante, Christoph Probst, guillotinados el mismo día en que se dictó la sentencia.

De entre todos los opositores, quienes con más claridad estaban dispuestos a asumir la inevitabilidad de una solución violenta eran los militares. Ellos fueron, en realidad, la mayor oposición que siempre tuvo enfrente Hitler. El Führer era un personaje con quien no simpatizaban los altos mandos del Ejército, ya que bastó su primer año en el poder (1933-34) para que se dieran cuenta de que actuaba con vistas a demoler el régimen político tradicional en Alemania, el multipartidismo, en cuyo respeto ellos habían sido educados. Las concepciones de Hitler sobre el destino de Alemania y su expansión tampoco acababan de gustarles, ya que los oficiales participaban más de la idea prusiana y bismarckiana de Alemania como un poder estabilizador en Europa.

Por si fuera poco, había mucho desencuentro en el terreno de los valores: los altos mandos eran de mayoría aristocrática y creyentes, por lo que la persecución contra las iglesias les causó una honda inquietud e incluso reaccionaron contra ella ordenando proteger a clérigos protestantes de la Iglesia Confesante. Y finalmente, en el plano corporativo, el Ejército, que se consideraba como el primer poder del Estado, vio su rol menoscabado por el aliento dado a los grupos paramilitares nazis: primero las SA (que aspiraron a englobar a las Fuerzas Armadas) y luego las SS. El signo más evidente de la animosidad de Hitler contra los altos mandos fue el asesinato, durante la Noche de los Cuchillos Largos, de dos destacados generales, Kurt von Schleicher y Ferdinand von Bredow.

Hitler tenía enemigos en el Ejército, sobre todo desde que matara al general Von Schleicher (en la imagen) en 1934. Foto: Getty.

Tantos desencuentros condujeron a algunos altos oficiales a pensar que su deber patriótico era frenar a un régimen que iba a perjudicar a su propio país.

Hitler no tenía todo el poder sobre el Ejército en su etapa como canciller bajo la presidencia de Hindenburg, pero eso cambió tras asumir la posición de éste tras su muerte, en agosto de 1934, lo que incluía ser el comandante supremo. Aprovechó para poner a los militares bajo control con medidas como el nuevo juramento de fidelidad personal, que a partir de entonces debieron hacer todos los soldados: “Formulo ante Dios el santo juramento de prestar obediencia incondicional al Führer del Reich y del pueblo alemán, Adolf Hitler, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas…”.

Adolf Hitler saluda al presidente alemán Paul von Hindenburg tras el nombramiento de éste como canciller en 1933. Foto: Getty.Getty Images

Empieza el ruido de sables

Así las cosas y con la alta popularidad de Hitler, no fue hasta 1938 cuando el Ejército se sintió suficientemente concernido como para plantearse actuar contra él. A principios de aquel año, el Führer desalojó del poder al ministro de la Guerra y al Comandante en Jefe mediante la táctica de desacreditarlos con escándalos personales. Al primero, lo acusaron de haberse casado con una prostituta, y al segundo, de homosexual. Estos affaires, orquestados por Himmler y Göring, tenían como objetivo deshacerse de los mandos que cuestionaban las decisiones de un Hitler cada vez más decidido a anexionarse Checoslovaquia. Pero tales maniobras poco honorables irritaron a otros oficiales que, además, no querían iniciar una guerra expansionista.

Se empezó a elaborar una conspiración contra Hitler, animada sobre todo por Hans Oster, teniente coronel de los servicios de inteligencia (Abwehr) y figura clave de la resistencia militar durante toda la guerra. Muy cercano al almirante Canaris, máximo responsable de la Abwehr, Oster consiguió ir reuniendo a otras personalidades militares y a políticos conservadores en un golpe que incluso llegó a tener fecha: el 29 de septiembre de 1938. Se contaba con el apoyo del propio Canaris y del general Ludwig Beck, que había dimitido un mes antes como jefe adjunto del Estado Mayor en desacuerdo con la proyectada invasión de Checoslovaquia.

Conspiraciones y atentados fallidos

Todo estaba preparado, incluido el asalto a la Cancillería de Berlín, en la que previamente se dejaría abierta la doble puerta tras los centinelas. Pero muchos de los simpatizantes del plan habían condicionado su participación a que existiera respaldo extranjero, en particular de Inglaterra, con cuyo ministerio de Asuntos Exteriores se habían hecho contactos en espera de una señal de apoyo. Sin embargo, el primer ministro inglés, Neville Chamberlain, prefirió seguir con su política de “apaciguamiento” hacia Hitler y reunirse con él en la Conferencia de Múnich, que comenzó el 28 de septiembre, un día antes. La noticia sorprendió a los conspiradores y les decidió a no arriesgarse. El golpe se abortó. Para algunos historiadores, podría haber evitado la Segunda Guerra Mundial.

Una nueva oportunidad surgió en el invierno de 1939, ya con la guerra comenzada, cuando Hitler planteó la invasión de Francia pasando por los territorios neutrales de Holanda y Bélgica, algo a lo que el Estado Mayor se oponía. Oster decidió realizar él mismo un atentado que ya se había contemplado en 1938: dinamitar el tren en el que viajaba Hitler.

Pero se le adelantó un joven carpintero, Georg Elser, que por su cuenta y riesgo planificó y ejecutó un atentado contra Hitler y otros líderes nazis reunidos el 8 de noviembre de 1939 en una famosa cervecería de Munich para celebrar el aniversario de su primer intento de golpe de Estado en 1923. Elser colocó una bomba en el local, pero Hitler recortó el tiempo de duración de su discurso y se marchó antes de que explotase. Murieron ocho personas.

Los militares conspiraron para matar a Hitler en 1939, pero el fracasado atentado de la cervecería Bürgerbräukeller (en la iamgen) les llevó a aplazar el proyecto. Foto: Photoaisa.

Sobre las motivaciones de Elser, se ha discutido mucho. Él mismo descartaría su pertenencia a ninguna conspiración comunista y afirmó actuar en solitario “para mejorar las condiciones de los trabajadores y evitar una guerra”. Deshacerse de Hitler, dijo, se había convertido en una obsesión para él. Tras ser torturado por la Gestapo, fue llevado a campos de concentración y Hitler lo mantuvo con vida hasta 1945, cuando una de sus últimas órdenes fue la de ejecutar a varias personas que habían conspirado contra él.

El aumento de la seguridad en torno a Hitler pospuso nuevas intentonas del Ejército, que no llegarían hasta mucho después, cuando el curso de la guerra en Rusia demostrase que Alemania se encaminaba al desastre. Entonces sí reaccionó la oposición militar: el primer intento de atentado fue apenas un mes después de la derrota en Stalingrado. El protagonista fue el general Henning von Tresckow, muy opuesto a las ejecuciones de judíos durante la invasión de Rusia. Introdujo explosivos en un aeroplano en el que Hitler volaba por el Frente Oriental el 13 de marzo de 1943. La carga, que iba en un paquete en el portaequipajes, no explotó, posiblemente por las bajas temperaturas.

Ese año, los conspiradores sufrieron dos sensibles bajas con la detención de Hans Oster y del pastor luterano Dietrich Bonhoeffer, que trabajaba con él. Sin ellos, Von Tresckow se convirtió en pieza clave de la Resistencia: pidió una baja por enfermedad y el tiempo que pasó en Berlín lo empleó en revisar los detalles de la Operación Valkiria, originalmente un plan para que el Ejército de Tierra de Reemplazo mantuviera el orden en caso de rebelión interna. Lo modificó para que el Ejército derrocase a los líderes nazis, una vez se hubiera asesinado previamente a Hitler. Le ayudaron el general Friedrich Olbricht y el coronel Claus von Stauffenberg.

Este último sería el autor material. Aristócrata convencido del deber hacia la sociedad que conllevaba pertenecer a la nobleza, Stauffenberg había quedado decepcionado con Hitler y Göring tras trabajar en la sección de organización del Alto Estado Mayor entre 1940 y 1942. Consideraba que tomaban las decisiones de forma irresponsable, sin pensar en las consecuencias para las tropas que combatían. De allí salió convencido de la necesidad de eliminar al Führer. Después estuvo destinado en el norte de África donde, durante un ataque aéreo de los aliados, perdió el ojo y la mano derechos, así como dos dedos de la mano izquierda. Consideró su salvación como un milagro que le destinaba a una misión superior.

Se implicó en la conjura tras salir del hospital militar, cuando Olbricht le dio un puesto en el Oberkommando des Heeres (OKH), máximo órgano rector de la Wehrmacht. Luego también fue nombrado enlace con el cuartel general del Führer del jefe del Ejército en la reserva. Eso le permitía acercarse a Hitler. El 6 y el 15 de julio, acudió con dinamita a las reuniones a las que fue convocado. En ambos casos surgieron problemas y Stauffenberg no actuó. La oportunidad volvió a presentarse el 20 de julio en Rastenburg, Prusia Oriental, nuevo cuartel general.

Operación Valkiria: la ira de Hitler

Llevó dos bombas a la reunión de trabajo con Hitler, celebrada en un barracón de madera. El problema era que sólo había activado una de ellas: la falta de dos dedos en la mano izquierda le había impedido completar la operación durante un receso, en el que ya llamó la atención por retrasarse demasiado. Situó la bomba bajo la mesa, pero ésta se sostenía sobre un poyo de hormigón que iba a hacer de defensa para el Führer. Stauffenberg se marchó de la sala dejándola conectada, pero resultó insuficiente: murieron cuatro generales y no Hitler.

Hitler y Mussolini inspeccionan los daños del atentado que estuvo más cerca de costarle la vida, la bomba que puso Von Stauffenberg en su cuartel general de Rastenburg en julio de 1944. Foto: Getty.

El golpe de Estado que era la Operación Valkiria se puso en marcha; Stauffenberg, que vio humo saliendo del barracón mientras huía, creyó que Hitler había muerto y ordenó seguir con lo previsto. Sin embargo, en cuanto los generales conjurados en Berlín supieron que no era así, hubo dudas y retrasos en el plan de acción, lo que facilitaría las comprobaciones sobre el destino del Führer a quienes eran partícipes. 

Hitler dio un discurso por radio en la tarde del mismo día 20 y la Operación Valkiria quedó sentenciada en todos los lugares menos en uno, París, donde sí se llevaría a cabo completamente, con la detención de miembros de las SS y la Gestapo. Sólo duró una noche: a la mañana siguiente, llegaron las contraórdenes y los militares conjurados pudieron justificarse en las equívocas órdenes recibidas. Stauffenberg fue ejecutado al amanecer del día 21 por orden del general Fromm, otro de los implicados. El atentado desencadenó una brutal represión de Hitler contra el Ejército, con más de 200 ejecuciones en las semanas siguientes.

Quizás el acto más significativo de toda la Resistencia interior ocurrió en Düsseldorf casi al final de la guerra, en abril de 1945. La ciudad estaba sitiada por los americanos y un grupo de disidentes liderado por un abogado, con la complicidad de la policía local, consiguió dirigirse hasta las líneas americanas para ofrecerles la rendición y evitar así el bombardeo. La operación, conocida como Aktion Rheinland, evitó un ataque con 800 bombarderos que ya estaba planificado y se suspendió en el último momento. Fue un éxito humanitario.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-09-10 09:00:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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