A veces, la historia de la humanidad da giros inesperados. Como cuando abrimos la nevera por la noche buscando ese trozo de carne que sobró de la cena, sin pensar en que conservar alimentos alguna vez fue un desafío de supervivencia. Mucho antes de que nuestros ancestros descubrieran los secretos del asado, ya utilizaban el fuego… pero no para cocinar. Lo encendían por algo más urgente: mantener la comida lejos de depredadores y evitar que se pudriera.
Un estudio reciente firmado por Miki Ben-Dor y Ran Barkai, arqueólogos de la Universidad de Tel Aviv, propone un cambio radical en la manera de entender el origen del uso del fuego. Basándose en análisis bioenergéticos y evidencias arqueológicas, estos investigadores sostienen que el Homo erectus usó el fuego, hace más de un millón de años, principalmente para ahumar carne y protegerla de animales carroñeros, no para cocinarla.
El fuego como nevera prehistórica
Hasta ahora, muchas teorías sugerían que cocinar fue la gran revolución energética de los primeros humanos. Según esa visión, al cocinar los alimentos se ganaba más energía, lo que permitió el desarrollo de cerebros más grandes. Sin embargo, el estudio publicado en Frontiers in Nutrition cuestiona directamente esta idea. Los autores demostraron que cocinar carne no aportaba tantas calorías adicionales como se creía, y que mantener un fuego encendido implicaba un coste energético considerable.
En cambio, conservar la carne de animales enormes —como elefantes o hipopótamos— sí resultaba rentable. Un solo hipopótamo podía alimentar a un grupo de 25 personas durante más de 20 días. En esas condiciones, ahumar o secar la carne no era un capricho: era una estrategia de supervivencia. Como explica el paper, “la necesidad de preservar y proteger las presas, más que de cocinarlas, fue probablemente el motor principal del uso temprano del fuego”.
Además, las primeras evidencias de fuego aparecen en yacimientos que contienen restos de grandes animales. Esto sugiere una conexión directa entre la presencia de carne abundante y el uso del fuego, no para cocinarla inmediatamente, sino para defenderla del ataque constante de depredadores y del deterioro biológico.

¿Por qué no cocinaban directamente?
Uno de los datos más llamativos del estudio es que cocinar carne no aportaba tanta energía como se pensaba. Según los autores, cocinar grandes piezas podía incluso provocar pérdidas calóricas por la pérdida de grasa, que era la fuente energética más valiosa. La mejora digestiva que supone cocinar carne se calcula en apenas un 8% más de energía aprovechable, lo que no compensaba el esfuerzo de mantener un fuego activo durante horas.
Los beneficios reales de usar el fuego, en aquella época, estaban en otro lugar: ahumar carne permitía extender su consumo durante semanas, y al mismo tiempo alejaba a los depredadores gracias al humo y al calor. Como resultado, no solo se evitaban pérdidas de alimento, sino también enfrentamientos peligrosos con hienas, leones u otros carroñeros que acechaban los restos de las presas.
Según el estudio: “el rendimiento energético de la carne cruda ya era superior al de los vegetales cocidos, y el coste de mantener un fuego solo se justificaba si servía para algo más que cocinar”.

Evidencias fósiles y una hipótesis coherente
Ben-Dor y Barkai no solo formularon una hipótesis: la respaldaron con datos. Analizaron nueve yacimientos arqueológicos de entre 1,8 millones y 800.000 años de antigüedad que muestran restos de uso del fuego. Todos ellos tienen algo en común: aparecen junto a huesos de grandes herbívoros. Elefantes, hipopótamos, rinocerontes… Presas colosales cuya carne no podía comerse de una sentada.
Entre los ejemplos está el yacimiento de Gesher Benot Ya’aqov, en Israel, donde se han encontrado pruebas de fuego en asociación con restos de elefantes y peces. Aunque también hay indicios de cocinado en ese lugar, los autores consideran que fue un uso secundario, “de coste energético marginal”, aprovechando el fuego ya encendido con otros fines.
Además, la dificultad para encontrar restos directos de fuego en yacimientos abiertos (los más antiguos) hace que su uso esté probablemente infravalorado. El estudio sugiere que muchos fuegos usados para conservar carne no dejaron rastros visibles, lo que refuerza la idea de que esa práctica fue más común de lo que podemos detectar hoy en día.

Homo erectus: cazador especializado y guardián de alimentos
Este modelo encaja en una teoría más amplia sobre el papel de los grandes animales en la evolución humana. Homo erectus fue, según este enfoque, un hipercarnívoro, es decir, un depredador que basaba su dieta en carne y grasa de gran tamaño. No solo cazaba elefantes, sino que su supervivencia dependía de poder aprovechar al máximo cada pieza capturada.
Aquí es donde entra el fuego: como herramienta para proteger una inversión calórica colosal. Cuando se cazaba un animal tan grande, no se podía dejar a medio comer o abandonado. Atraía a depredadores, generaba riesgos y además suponía una pérdida de recursos valiosísimos. El fuego actuaba como barrera física y como técnica de conservación.
Como explican los autores, “la necesidad de preservar y proteger las presas durante el tiempo que duraba su consumo pudo ser la motivación principal para producir fuego”. Esta visión cambia la narrativa tradicional: no empezamos a usar el fuego para comer mejor, sino para evitar que otros se comieran lo que habíamos conseguido.
Lo que este hallazgo dice sobre nosotros
Este descubrimiento no es solo una curiosidad histórica. Replantea cómo entendemos la evolución del comportamiento humano, la organización social de los primeros grupos y el surgimiento de habilidades cognitivas complejas. Mantener un fuego activo, recopilar leña, encender brasas, conservar carne… todo eso implica planificación, cooperación y memoria.
El estudio también desafía el enfoque etnográfico, que compara sociedades actuales con las del pasado remoto. Según los autores, esas analogías suelen fallar porque los ecosistemas ya no tienen grandes presas ni los mismos depredadores, así que las estrategias de subsistencia son diferentes. Homo erectus vivía en un entorno muy distinto, donde las reglas eran otras.
Por tanto, el fuego —esa chispa que asociamos con cocina, calor y hogar— pudo haber nacido como una medida de seguridad alimentaria. Un recurso para no perder lo cazado, para alimentar al grupo durante días y para mantener alejadas a las fieras. No hay metáfora que valga: esto es evolución práctica, cruda y estratégica.
Referencias
- Miki Ben-Dor, Ran Barkai. A bioenergetic approach favors the preservation and protection of prey, not cooking, as the drivers of early fire. Frontiers in Nutrition. Publicado el 16 de mayo de 2025. https://doi.org/10.3389/fnut.2025.1585182.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2025-06-14 13:36:00
En la sección: Muy Interesante