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Carroloco: historia de Juan Guillermo Zapata, comediante de Sábados Felices – Gente – Cultura

Carroloco: historia de Juan Guillermo Zapata, comediante de Sábados Felices - Gente - Cultura

-¡Vengan, miren a Byron, el de la moto!-, exclamó cariacontecido y conmocionado frente al televisor de la sala, el adolescente Juan Guillermo Zapata Noreña.

Era la noche del 30 de abril de 1984, y la noticia que estremeció a Colombia daba cuenta del asesinato del ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla, acribillado al norte de Bogotá, cuando se dirigía a su casa en un Mercedes Benz blanco.

Los autores del crimen, dos jóvenes que se desplazaban en motocicleta. El que la conducía, Byron de Jesús Velásquez, de 18 años, y el parrillero, Iván Darío Guisado, de 22, quien desocupó el proveedor de una ametralladora Ingram sobre el cuerpo del ministro, que iba en la parte trasera de su automóvil.

Antonio Zapata y Leticia Noreña, padres de Juan Guillermo, salieron de su cuarto alarmados por el grito de su pelado. Doña Leticia se llevó la mano a la boca para ahogar un grito de espanto. Su marido, estupefacto, no podía creer lo que veía en pantalla.

Las imágenes de la explosiva primicia mostraban a Byron de Jesús como un niño indefenso, bañado en lágrimas, inmovilizado por dos hombres. De Iván Darío, su compinche, se supo que murió durante la persecución de los escoltas de Lara, cuando en cinematográfica huida, los autores del homicidio se cayeron de la moto.

Vecino de los Zapata Noreña, Byron se había hecho famoso en la cancha del barrio Santa Inés de Manrique Oriental, comuna 3 de Medellín, por las acrobacias de circo que hacía con las motocicletas que dejaban en reparación en el taller donde él trabajaba.

En una de ellas se estrenó como sicario del cartel de Medellín a órdenes de Pablo Escobar. Pero ni Byron ni Guisado coronaron la vuelta completa por la que recibirían dos millones de pesos. Byron pagó 11 años de cárcel, y Guisado ocupó una de las tantas tumbas que sembró de cruces la tenebrosa ola terrorista del narcotráfico en la capital antioqueña.

Capo de capos

Juan Guillermo Zapata Noreña frisaba los 14 años cuando ocurrió el crimen de Lara Bonilla, el primero entre cientos de asesinatos que desencadenó el cartel de Medellín a magistrados, ministros, jueces, candidatos presidenciales, periodistas, altos mandos de las fuerzas armadas, y policías, por los que el capo de capos de la droga pagaba a millón de pesos por cabeza.

Si el hijo de don Antonio y doña Leticia, que prometía con sus imitaciones y cuentos en el colegio un gran futuro como comediante, no cayó en las redes de reclutamiento de sicarios de Pablo Escobar, fue por la buena crianza de sus padres: un humilde mecánico automotriz y una consagrada ama de casa al frente de la formación de sus retoños: Irene y Juan Guillermo.

Porque el diablo de la cocaína y su guadaña arrasadora se imponían en la barriada de la Comuna 3, y en sectores como San Blas, Las Granjas, Santa Inés, Jardín, La Salle y Las Nieves, se oía a diario el traqueteo de la metralla y el estrépito de motocicletas cuesta arriba, conducidas por muchachitos que, sin haber hecho la primera comunión, portaban revólver al cinto, y en la parrilla llevaban a la codiciada reinita del barrio o a un gatillero en entrenamiento.

El humorista en una visita a Monserrate, en Bogotá.

Foto:

Tomada de Instagram @carrolocohumor

Por las noches, recuerda Juan Guillermo, el silbido de las balas se confundía con la algarabía de los parlantes que despachaban salsa hecha en Nueva York como ‘Juanito Alimaña’ y ‘Calle luna, calle sol’ (como el novelesco billar de Manrique), en la voz de Héctor Lavoe, o ‘Pedro Navaja’, de Rubén Blades; la estridencia de las guitarras metaleras del «No futuro»; la ácida verborrea guascacarrilera de Gildardo Montoya; los tangos apaches de Aróztegui, Maglio y Mathon, y los lamentos de madres y viudas ante la muerte a plomo de sus seres queridos.

De esas camadas de sicarios y bandoleros a sueldo, promedio 18 años, se fueron formando temibles bandas que hicieron historia en el prontuario criminal de Medellín: Los Chiches, Los Tebis, Los Priscos, El Desierto y la legendaria Terraza, que cubrió de sangre y terror a las comunas de Medellín.

Extorsión, boleteo, hurto, secuestro, microtráfico, sicariato, intimidaban y azotaban a la comunidad. Muy de vez en cuando, la policía hacía redadas. En una de ellas, cita Juan Guillermo, un bandido que huía de la persecución por los tejados, se coló en la casa de los Zapata y se escondió debajo de la cama de una tía. Ahí lo capturaron. La tía, entre sorprendida y defraudada, dizque dijo: “Vea pues, la primera vez que tengo un hombre en mi cama y me lo quita la policía”.

El peladito de los chistes

Juan Guillermo Zapata Noreña cursaba bachillerato en el Liceo Antioqueño, adscrito a la Universidad de Antioquia. No era mal estudiante, pero más que a la cátedra y a las ecuaciones algebraicas de Baldor, les prestaba mayor atención a los trovadores de su comarca y a los actores del elenco de Sábados Felices, en especial a don Enrique Colavizza, «el caballero de la sonrisa», su modelo a seguir.

Del humor paisa, Zapata referencia a don Guillermo Zuluaga «Montecristo», cuando apuraba a dejar el morral del colegio en la casa, y se escapaba a verlo al teatro de Bellas Artes, en donde se transmitía en vivo y en directo su programa radial, uno de los de mayor audiencia en Colombia.

Fue para un Festival de la Risa y la Carcajada de Medellín que Zapata Noreña dejó de llamarse como lo bautizaron en la pila, para adquirir por siempre el apodo que lo disparó a la fama como uno de los comediantes más reconocidos de Sábados Felices: Carroloco.

Así lo bautizó Mario Tierra, popular humorista, trovador, presentador, poeta y compositor, autor de ‘La jarretona’, después de que el pupilo agotó pista con una retahíla de marcas de automóviles que hizo desternillar de la risa a la concurrencia, y con la que ganó el primer puesto. «Eh, mucho Carroloco, vos», le dijo Tierra entre aplausos y felicitaciones. Y así se quedó.

A todo motor

El primer asomo de Carroloco a Sábados Felices fue a los 17 años, en 1986, cuando viajó en flota de Medellín a Bogotá para inscribirse como cuenta chistes en las oficinas de Gravi, de la avenida 19 con carrera 5ª, donde se grababa el programa que presentaba Alfonso Lizarazo, pero no le avalaron la inscripción por ser menor de edad.

Foto del archivo personal, tomada en el año 1996.

Foto:

Tomada de Instagram @carrolocohumor

Le tocó esperar hasta el año siguiente,1987, ya con cédula en mano y con un vídeo de filmadora de paseo que mostraba una parodia de colegio, donde Zapata imitaba a don José Fernández Gómez («Buenas, buenas»), recordado presentador del Noticiero Nacional, y dos compañeros: uno haciendo las veces de Max Henríquez (el de los pronósticos del clima), y el otro como Adolfo Pérez, periodista deportivo.

Carroloco ingresó con pie derecho a Sábados Felices. Ese año se ganó en calidad de cuenta chistes 7 programas consecutivos. Alfonso Lizarazo le había anunciado al aire que si ganaba los 10 programas en serie ingresaba directamente al elenco. El joven concursante, delgadito, provinciano, con semejante notición, entró en shock y en el 8° programa quedó de segundo.

No obstante, Caracol Televisión lo siguió invitando a participar. Le enviaba los tiquetes a Medellín y le costeaba la estadía en Bogotá. En 1997, Carroloco se ganó el codiciado premio de la época como cuenta chistes: un Renault Twingo, que al final vendió, y que lo catapultó al reconocimiento internacional, cuando Univisión le extendió invitación con su esposa y su primogénita, a participar en Sábado Gigante, el programa estelar de Don Francisco (el presentador chileno Mario Luis Kreutzberger Blumenfeld).

El espectáculo de Carroloco pegó de tal manera en Miami, que trascendió tres años (entre 1998 y 2001) como invitado especial, fuera de concurso, cada quince días, con tiquetes y viáticos por cuenta de Univisión, y mil dólares de compensación por cada programa.

Don Sincero y El Kangas

El almacén del humor de Carroloco crecía como huerta de tía solterona, inspirado en la idiosincrasia antioqueña y la sabiduría popular de personajes típicos de la región, curanderos y yerbateros de los mercados de domingo, una parodia de parla imparable en la que se asesoró con un libro de botánica.

Carroloco siguió en su rutina de cuenta chistes de Sábados Felices, hasta que el programa convocó a un concurso de libretistas, y él, sobrado de trajinar en esas lides, se lo ganó.

Fue su puerta grande al elenco con la mejor academia del humor en sus 50 años de historia: Óscar Meléndez, Enrique Colavizza, Jorge ‘Topolino’ Zuluaga, Carlos ‘El Mocho’ Sánchez, Norberto López, Álvaro Lemmon (‘El Hombre Caimán’), Jaime ‘El Flaco’ Agudelo, Patricia Silva, Marcelino Rodríguez, Heriberto Sandoval y Hugo Patiño (‘El Príncipe de Marulanda’), hoy todavía en activo a sus 93 años.

En los espejos de esos maestros, y en otros como los uruguayos Juan Verdaguer y Hebert Castro, los argentinos de Midachi Trío Show, Les Luhiers y Mac Phantom; el dominicano Julio Zavala, y el agudo humor de carriel y barbera de la montañerada paisa, Carroloco se formó en el set y ante cámaras.

De ahí brotaron personajes suyos como ‘El Kangas’, inspirado en ‘Kanga’, un marihuanero de Manrique Oriental; Don Sincero, calcado de los dichos y las extravagancias de don Adán Noreña, su tío carnicero; el Padre Iglesias, que surgió en los encierros de la pandemia del coronavirus, y el doctor ‘Lopera Delano’, el más reciente, de una fructífera trayectoria de 32 años en Sábados Felices como comediante, actor y libretista, “y sigo aprendiendo porque este curso es de por vida”, resalta.

De clínica psiquiátrica

Al esplendor como libretista y comediante de Sábados Felices, se alió el espíritu del comerciante que lleva la mayoría de los paisas. Carroloco se encarriló por el negocio de mercancía importada de China, y se asentó con oficina y bodega en San Andresito de San José: implementos para salas de belleza, joyería artesanal, ropa juvenil y deportiva, accesorios para telefonía celular, entre otros artículos de masiva demanda.

El billete en rama fluía por punta y punta y «con la última cifra», como la lotería, y a la par la celebración de la «buena vida», el derroche, el casino, los excesos con «los amigos que dicen ser amigos y las mujeres que mienten al besar«, como reza el sabio bolerazo de Orlando Contreras. Los estragos físicos y morales, muchas veces irreparables que deja a su paso la ruidosa fama.

Los subidones y bajonazos de oxitocina, dopamina y serotonina, y sus consecuentes alteraciones emocionales, le empezaron a pasar cuenta de cobro a este paisa buena gente y emprendedor que había trascendido a toda marcha con el humor, y a quien la suerte y su audacia con los negocios le aportaban ganancias extraordinarias.

La depresión, esa enfermedad autodestructiva y compleja de tratar que ha dejado tantas víctimas fatales, ya que el paciente solo busca el acabose, la finitud irremediable, hizo mella en Carroloco, en medio del reconocimiento y la prosperidad, que tocó profundamente su entorno familiar: su señora esposa y sus tres hijos.

Estuvo a un hilo de desplomarse su matrimonio de 28 años con la santuariana Magdory Duque, quien se echó al hombro la crianza y la educación de sus retoños, y que ha sido soporte y paño de lágrimas en las dramáticas crisis de su marido, que alcanzaron tope de alarma y tratamiento como paciente de la Clínica Monserrate.

‘Carroloco’, en la celebración de los 50 años de ‘Sábados Felices’.

Foto:

Tomada de Instagram @carrolocohumor

La fe te salva

“En la terraza de mi apartamento de un piso 14 de Ciudad Salitre, llegué a pensar: bueno, y si se acaba de una vez por todas este infierno lanzándome de aquí…, pero me estremecía el hecho de que mi mujer y mis hijos, con todo el sufrimiento que les he causado, encima tuvieran que cargar con mi cadáver. Noooo, Dios mío, sálvame de esta locura”, remite Carroloco.

“Dios mío”, esa fue la primera luz en el camino oscuro del humorista. Una campaña en franca lid por su rescate de la mano de su esposa y sus amados hijos: María Daniela, de 27 años, politóloga y abogada; Emmanuel, de 21, negociante (próximo a casarse con María Fernanda Jiménez, profesional en comercio exterior), y la menor, María Fernanda, de 18, estudiante de psicología.

Cómo echar por la borda tanto amor, una vida, una carrera hecha a pundonor y sacrificios. La reflexión a tiempo y con la mano en el corazón coincidía con la oración salsera de ‘Amor y control’, en la voz del gran Rubén Blades:

Solo quien tiene hijos entiende
Que el deber de un padre no acaba jamás
Que el amor de padre y madre no se cansa de entregar
Que deseamos para ustedes lo que nunca hemos tenido
Que a pesar de los problemas
Familia es familia y cariño es cariño.

Carroloco es consciente y manifiesta de que su fe en Dios y en la Virgen, reforzada por el amor de sus seres queridos, ha sido motor de su salvación en un proceso doloroso y paciente, que es el de salir, poco a poco, de los insufribles despeñaderos de la depresión:

“El infierno está en la tierra y uno se lo busca. Y la depresión es el purgatorio, y qué difícil superarla. A mí me ha servido de mucho la oración, el cariño y la dedicación de mi familia”.

Clínicamente sigo medicado con antidepresivos como Sertralina, Quetiapina y Trazodona, drogas fuertes, porque los bajonazos son terribles. Solo quienes padecemos esta enfermedad sabemos lo destructora que es”.

“Eso no es que «ponga de su parte, levante ese ánimo, haga ejercicio, yoga, viaje, vea películas, oiga música, entreténgase», no, la sin salida de la depre es asunto serio: el vacío existencial es desesperante, caótico, y uno vive pensando en lo peor”.

“En pandemia, no sé si fue un maleficio lo que me hicieron, pero me sucedió algo que me llenó de pánico: empecé sintiendo un ardor maluco en el ombligo. Al principio no le paré muchas bolas, pero el ardor con los días se hizo más intenso, insoportable”.

“Mi hija mayor me examinó, y ¡Dios mío!, todos en la casa quedamos paralizados del susto. Con mañita me sacó un mechón de pelo del ombligo. Entre el mechón había un animalito parecido a un grillo. Cosa más extraña. Inmediatamente lo quemamos. Temblaba de miedo. Ahí mismo me puse a orar, a pedirle a Dios y a la Virgen para que me protegieran. Un sacerdote amigo me puso los sacramentales”.

En manos de Dios

Carroloco mira fijo a los ojos de su interlocutor y pone de presente su tormentoso drama. Se afianza en la fe y la palabra sagrada como su única tabla de salvación. Igual que su propósito de dejar de depender de la droga psiquiátrica, porque sabe de los estragos adictivos que a futuro le pueda acarrear.

‘Carroloco’ y su perro Keral.

Foto:

Tomada de Instagram @carrolocohumor

Con esa tortuosa carga a cuestas, la de la melancolía llevada al extremo, que lo ha puesto varias veces al borde del acantilado, el humorista de Manrique Oriental se arma de todas las fuerzas posibles para no sucumbir al desastre irreparable: está por delante el inmenso amor por su familia, su trabajo, su vida, y el convencimiento afincado en que Dios y la Virgen no permitirán el desastre.

Hace unos días, la Feria de las Flores de Medellín, que cada año se celebra en Nueva York en el marco de las festividades veintejulianas de la independencia nacional, iniciativa de su director Luis Eduardo Acosta Isaza, brindó un homenaje a la trayectoria artística de Carroloco, con un precioso arreglo de los silleteros de Santa Elena, en alusión a Don Sincero, su personaje estrella. Carroloco no cabía de la dicha ondeando el tricolor nacional al lado de su silleta cafetera por las calles de la capital del mundo.

De regreso a Bogotá, no había desempacado todavía maletas, cuando su señora esposa ya le estaba alistando un ligero equipaje para abordar un vuelo a Puerto Carreño, donde en la noche tenía programado uno de sus espectáculos. De Nueva York a las entrañas de la selva del Vichada.

“Si te vas a morir, ‘Carrito’, que sea, pero de la risa, güevón”, lo molesta a cada rato Gustavo Villanueva (‘Triqui traque’), uno de sus amigos y colegas más cercanos, y se lo replican con sorna sus otros parceros de elenco: César Corredor, La Gorda Fabiola, José Emilio Vega (‘Chumillo’), María Auxilio Vélez, Patricia Silva, Julián Madrid (‘Piroberta’), Nelson Polanía (‘Polilla’), ‘Lucumi’, el ‘Mono’ Sanchez, ‘Los Siameses’, Óscar Núñez (Chester’), Heriberto Sandoval y Pedro González (‘Don Jediondo’), entre otros.

Claro que sí, el motor de Carroloco tiene aún aguante para mucho kilometraje, mientras que la risa embolata la prisa de la parca. Es que en Juan Guillermo Zapata Noreña se conjuga, ni mandado a tejer, el verso del bardo mexicano Juan de Dios Peza en ‘Garrick’, su poema insigne:

“Aquí aprendemos a reír con llanto y también a llorar a carcajadas”.

Y de ese palo se asegura ‘Carrito’, mientras amaina el temporal.

RICARDO RONDÓN CHAMORRO

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2023-07-23 01:25:16
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

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