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‘El ruido nos distrae y nos hace saltar de una cosa o de una persona a otra’

‘El ruido nos distrae y nos hace saltar de una cosa o de una persona a otra’

Contra el ruido, contra la prisa, contra la inquietud: así es el manifiesto que propone Pedro Bravo en su ensayo ¡Silencio! (Debate, 2024). Desde la reflexión política y filosófica, incluyendo también la perspectiva económica, tecnológica y urbanística, el escritor y periodista madrileño sostiene que, en un mundo de cháchara, distracciones y aceleración, el silencio y la soledad son formas de resistencia.

Un verso de la poeta venezolana Hanni Ossott dice que “estamos llenos de ruidos porque no soportamos el silencio”. ¿Por qué no soportamos el silencio?

Yo creo que hay muchas razones, y hay una evolución histórica. Hace siglos sospecho que se soportaba mejor el silencio porque en lugares que he visitado, no remotos, el silencio es otra cosa, se soporta de otra manera. Te hacen entrar en un proceso reflexivo: igual lo que es raro es la cháchara constante. La evolución tiene que ver con que las distracciones cada vez son más impuestas por el modelo económico; la misión de las empresas de la economía de la atención es distraerte y captar tu atención. No soportamos mucho estar solos y por tanto no soportamos mucho estar en silencio, porque no estamos acostumbrados a manejar el flujo de nuestros pensamientos que provoca la red neuronal por defecto –y que, además, en la agitación, traen la suciedad del modelo económico y social–. El ruido de la mente nos puede llegar a generar inquietud si no estamos acostumbrados a observarla.

Precisamente, Pascal decía que la infelicidad humana radica en la incapacidad de sentarse en silencio a solas. ¿Por qué, a pesar de que cada vez más neurocientíficos y más psicólogos muestran la importancia del silencio, de sosegar la mente, no se hace? Incluso ahora que el mindfulness se ha vuelto un producto de mercado.

Es fantástica la forma verbal en que lo planteas, no quieres culpabilizar al individuo. No se hace precisamente porque quienes hablamos de los beneficios del silencio somos la resistencia: el mundo está hecho para el ruido. El turbocapitalismo está hecho para emitir ruido. Primero eran la radio, la televisión, el cine, y de repente llega internet, las aplicaciones, las redes sociales, las plataformas de streaming, los pódcasts: ahora el día nos dura más de 24 horas porque mientras estamos comiendo estamos viendo un video de YouTube, leyendo algo. Parece que estamos ensanchando el tiempo y lo que estamos todo el rato es en el ruido. Entonces, no se hace porque hay intereses económicos; no es que el ruido les interese a las empresas, les interesa vender carros o asfaltar calles o hacer viviendas y el ruido en ese caso es consecuencia. Pero hay veces que es causa: el ruido es una herramienta de distracción fundamental para que pases el mayor tiempo posible en esos contenidos. Lo dicen claramente los dueños de las empresas tecnológicas: “nosotros competimos contra el sueño”.

Afirma que el ruido nos aísla al tiempo que nos ofrece una falsa sensación de conexión perpetua. ¿Por qué, contrario a lo que podría pensarse, están tan relacionados el ruido y la soledad?

La economía es una promesa y, por definición, no se puede cumplir. Pasa igual con la promesa de conexión, que tiene que ver con el modelo económico. Cuando estamos en las redes sociales, tenemos la promesa de que vamos a descubrir un contenido que nos va a hacer estar más en la pomada, más listos. Es una promesa de que estamos conectados en una conversación infinita, que no es conexión real. Lo dicen todos los datos: la sensación de estar solo es cada vez mayor en todas las edades y tiene que ver con esto. El ruido aplicado a la conexión es una promesa que nunca se cumple porque el silencio y la soledad deseada nos pueden hacer conectar más, estar más en contacto y, por tanto, menos solos, aunque parezca una paradoja. Porque el silencio es el primer paso para la atención, que es una palabra que me encanta porque tiene dos significados: uno, poner el foco en algo, en alguien; y, otro, atender, cuidar a ese alguien o ese algo. El silencio y la soledad nos conectan mucho más que el ruido, que realmente nos desconecta, porque el ruido nos distrae y nos hace saltar de una cosa a otra, pero también de una persona a otra. No somos multitarea. La atención nos conecta.

Hace unas semanas se desató una polémica virtual en Colombia en la que, mientras unos afirmaban que el silencio y la soledad son un derecho, otros replicaban con un artículo de The Atlantic que dice que “el sonido de la gentrificación es el silencio”. ¿Se ha convertido el silencio en un producto de lujo?

Siempre lo fue. Bueno, siempre no, pero la revolución industrial empieza con el ruido físico, los obreros eran los que trabajaban sin ninguna protección. Quien tiene dinero puede aislarse con las ventanas buenas, vivir en los pisos más altos, en casas de campo. Efectivamente, el silencio es un lujo. Hay datos y mapas que dicen que en las ciudades también hay desigualdad sonora, que los barrios más ricos muchas veces tienen más zonas verdes y menos ruido. Con la gentrificación hay un conflicto que tiene que ver también con la movilidad. En Barcelona están las superilles; en Madrid, la zona de bajas emisiones. Se hacen medidas en principio contra la contaminación atmosférica –no contra la acústica, que es la gran olvidada–, pero la consecuencia es un proceso de capitales globales que van invirtiendo en vivienda para alquilar. Entonces, ¿quién vive mejor? Pues quien tiene más dinero. Habría que hacer políticas socioeconómicas que tengan que ver con la justicia y con la equidad, y esto está muy bien decirlo, pero se suele hacer muy poco.

¿Y a qué le llama “imperialismo sonoro”?

Murray Schafer habla de “paisajes sonoros” de alta fidelidad y de baja fidelidad. Los que crean los humanos –especialmente en las ciudades– son de baja fidelidad porque no nos permiten más que percibir un ruido constante, un runrún en el que perdemos los grandes matices del oído. La alta fidelidad sería la naturaleza, donde sí podemos escuchar el canto de un pájaro y reconocerlo. El “imperialismo sonoro” tiene que ver con que lo que ha hecho el ser humano es extender los paisajes sonoros de la ciudad, no solo por el ruido físico, sino también por las inquietudes generadas por el sistema económico, que impone modelos de aceleración que se escapan cada vez más de lo que es sano para el ser humano.

Si nuestra prisa es una velocidad impuesta por las necesidades de la economía, ¿cómo apostar por la pausa y la lentitud sin ser luditas o tecnófobos?

Yo me he propuesto no ser el tipo que da la respuesta, porque creo que el interés de este tema es precisamente que cada uno haga el ejercicio de darse cuenta. No voy a decir “hay que hacer esto y esto”, quiero huir de eso porque me parece que, primero, no soy nadie, y luego como que estamos esperando siempre que alguien nos diga algo y eso es ruido también. La prisa afecta a todo el mundo, sobre todo a los que tenemos poco, porque tenemos que estar muy inquietos para tener algo, para pagar el arriendo, para pagar momentos de ocio; tenemos que ir muy rápido porque cada vez nos vemos obligados a vivir más lejos. Pero el que tiene mucho también está dominado por esa aceleración, porque el modelo económico exige que tenga más. Entonces la pregunta es cómo resistirse a eso, pues es muy difícil, porque la vida nos lleva a esa velocidad. El ludismo no luchaba contra las máquinas, luchaba contra un cambio impuesto por los dueños de los medios de producción que imponía las máquinas y que los iba a explotar. No se trata de ser tecnófobo, sino de entender que la velocidad y el progreso no tienen que ser buenos por definición. Si la ciencia se aplica al capitalismo y por tanto al beneficio de los accionistas, pero no al de las personas, no es tan buena. Esos modelos acelerados nos generan un ahogamiento que nos agota, nos genera ansiedad, un estrés continuo. No lo digo yo, lo dicen los datos. Entonces, ¿cómo salirse de eso?, es difícil. Quizás entender que es político también y que no debemos aceptar toda promesa de progreso así como así. Ahora el debate está en la inteligencia artificial y yo creo que es una gran oportunidad para plantearnos hacia dónde nos lleva la tecnología cuando la controlan capitales privados que no buscan el bien común.

En la política, en el debate mediático, en las redes sociales, ¿ya no hay cortinas de humo sino cortinas de ruido? ¿Ya no se trata de tapar sino de ahogar con el exceso?

En la política partidaria de todo el mundo diría que eso sucede, un escándalo se tapa con otro escándalo. Es como si ya las negociaciones no fuesen en privado donde puedes tirarte jarrones pero después puedes intentar volver a una posición común. Sucede mucho el tema de no escuchar al otro por definición. Huimos del conflicto porque no queremos que nadie nos contradiga, entonces las posiciones son rígidas; lo que tiene el conflicto de sano y de fecundo es que si yo estoy en un lado y tú en otro, al principio nos gritamos, pero luego vamos haciendo un esfuerzo por escucharnos, probablemente los dos acabemos un poco más cerca. Esto no está ocurriendo en política desde hace tiempo. Hablamos de polarización en todo el mundo, hay como dos bloques que da la sensación de que jamás serán capaces de entenderse. Este ruido constante y esta necesidad de hablar para que te aplaudan los tuyos es lo que nos aísla. Esto se aleja un montón del fin teórico de la política, que es encontrar un lugar común. Efectivamente, el ruido contra el ruido va haciendo una capa de ruido que es estrepitosa.

Dice que “no hay grandes soluciones, pero sí pequeños remedios, resquicios en los que cobijarse y empezar a escapar”. Si el silencio y la atención son formas de resistencia, entonces, ¿hoy la mejor forma de protesta es callar, recogerse?

No sé si es exactamente una forma de protesta. Porque probablemente nadie te va a echar de menos. Yo hablo de callar, parar, observar, escuchar. No creo que sea el final, sino el principio de algo que va de lo individual a lo colectivo. Ante la sensación de que tenemos que estar todo el tiempo en movimiento, parar, escuchar y observar es resistir, un ejercicio que ahora mismo es mucho más difícil que el contrario, que sería dejarse llevar por la prisa, el ruido y la inquietud, porque ahí es cuando nos lleva el río, entendido como el sistema económico. Ahora es quizá lo más humano que se puede hacer porque te conecta contigo mismo, te conecta con los demás, con las personas, pero también con los animales y las cosas, es decir, con el entorno. No es una forma para mí de protesta sino más de resistencia y disidencia como principio de algo que no sé a dónde lleva. Yo soy pesimista confeso y tengo la sensación de que el impulso del modelo económico es imparable, pero creo que podemos crear pequeñas islas para atendernos, querernos y escucharnos más porque nos estamos escuchando, viendo y aceptando mejor a nosotros mismos y a los que tenemos alrededor. Pero el silencio también ha sido y será una forma de opresión, o sea, todos los disidentes de todos los países que están en problemas, e incluso en las relaciones personales, en la violencia machista, una forma de violencia es la obligación del silencio, de esto no ha pasado. Entonces, el silencio es resistencia cuando es un ejercicio voluntario.

MARIANA TORO NADER

ETHIC (*)

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Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2024-04-07 01:18:36
En la sección: EL TIEMPO.COM -Cultura

Publicado en Cultura

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