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Jorge Franco en El Cine y Yo – Música y Libros – Cultura

Jorge Franco en El Cine y Yo - Música y Libros - Cultura

Aunque es reconocido por sus libros llevados a la pantalla gigante, como ‘Rosario Tijeras’ y ‘Paraíso Travel’, Jorge Franco no estudió cine ni literatura al terminar la secundaria. Para sorpresa de muchos, su primera carrera fue la ingeniería. 

“Yo salí muy despistado del colegio –admite en su charla ‘El cine y yo’–. Mis mejores amigos se metieron a estudiar ingeniería y yo no quería separarme de ellos, así que me fui detrás. Pero al primer semestre de Ingeniería me botaron, perdí casi todas las materias. En la casa me dijeron: ‘Póngase serio, si no sirve para las matemáticas, mire a ver qué estudia’. El cine era algo que me fascinaba, quería contar historias y averigüé por muchos lados, hasta que encontré una escuela que me llamó la atención en Londres”.

(Otro escritor en ‘El cine y yo’: ‘Leer significa ponerse en el papel del otro’: Mario Mendoza)

Así empezó su tránsito hacia las letras y las imágenes, inspirado por el séptimo arte. En efecto, la influencia del cine se deja ver en su nueva novela, ‘El vacío en el que flotas’, un compendio de historias entrelazadas, como sucede en varias películas que admira: “La literatura me cambió mucho a partir de ‘Magnolia’ (cinta de Paul Thomas Anderson), con un libro que escribí y se llama ‘Melodrama’. Yo venía contando ‘Rosario Tijeras’ y ‘Paraíso Travel’, que son novelas concentradas en poca gente y con una sola línea narrativa. En ‘Melodrama’ comencé a hacer un giro hacia algo más coral, más polifónico. Ahora, en ‘El vacío en el que flotas tengo cuatro personajes que me generan cuatro historias alrededor de uno de ellos”.

¿Quiénes son estos personajes?

Hay un drama de un matrimonio joven que pierde a un niño pequeño en un atentado terrorista. Y por el otro lado, la vida de un joven escritor perturbado por la ausencia de un pasado, por la convivencia con un ser que lo crió, y que tiene muchas ambigüedades. Y resulta que un minuto antes de ese atentado, el hombre lleno de ambigüedades, con un deseo grande de ser padre (como tal vez lo tuve yo), se roba a ese niño del carrusel donde explotó la bomba. Lo salvó de la muerte, pero lo apartó de sus padres.

¿Qué tan autobiográfica es su nueva novela?

A veces, yo tengo esa creencia de que la escritura sirve para conjurar miedos. Y con la relación tan fuerte que tengo con mi hija, me preguntan cómo cuento esa historia aterradora de un niño que se lo roban. Yo espero que eso nunca me suceda. Ahora, si se la roban será el novio, porque ella tiene 17 años. Pero hay otras cosas ya un poco más personales que tienen que ver con ese joven escritor perturbado (no sé si soy perturbado o no), que se refugia en la escritura, en la lectura, en el alcohol y en la droga. Yo, en las dos primeras; en las dos últimas, no. Y gana un premio que le permite entrar en algo que yo escribo con veneno: he sentido que ese mundo editorial ha tenido que entrar en lo que llaman la civilización del espectáculo. Banalizarse a través de lo que ocurre en el mundo, la vitrina, las redes sociales, los festivales…

A algunos colegas no les gustará ese tema…

Pero no hay nombres propios, aparte del mío. Yo me burlo de mí mismo. Y hablo de los egos, de las vanidades, porque los he padecido y veo autores con un ego muy superior a su obra.

¿De dónde salió el título?

Los vacíos de estos personajes no les permiten poner los pies en la tierra para salir adelante en sus vidas y por eso, en vez de andar, flotan.

(Una escritora en ‘El cine y yo’: «El cine es un género infantil, soberbio y perverso»: Carolina Sanín)

A clase, con café y cine

A sus 61 años, Jorge Franco tiene muchos libros y premios literarios a cuestas.

Foto:

Edwin Romero. EL TIEMPO

En la raíz de las historias de Jorge Franco hay dos influencias: el ‘matriarcado’ que vivió en su casa, con su madre y sus tres hermanas, que siempre estaban acompañadas de amigas contando historias fascinantes. Por otro lado, el cine club que lo cautivó en el colegio San Ignacio de Loyola, que todos los viernes habilitaba una sala inmensa para ver y comentar películas. Esa curiosidad por las historias lo llevó a estudiar en la London International Film School:

“En Londres, todos los días, a las 10 de la mañana entrábamos con un café y veíamos algún clásico del cine. Era un edificio viejo y la sala era fría, siempre salían con la excusa de que era mejor invertir el dinero en material para filmar que en reparar sillas o pintar el edificio. Era una escuela muy práctica, lo cual me interesaba mucho. Había tres trimestres en el año y en cada trimestre se hacía una producción en equipo. La idea era que uno se fogueara en diferentes áreas, yo podía hacer fotografía en un proyecto, en otro hacía sonido, en otro dirección de arte. Hasta fui actor, en el papel de un hombre a quien su esposa le clava un puñal y lo mata”.

¿Es cierto que allá quiso filmar un cortometraje sobre un cuento de García Márquez?

Sí, en el último año ya enfilábamos hacia lo que queríamos ser y en algún momento dije que sería bueno adaptar un cuento. Fui gran admirador de García Márquez como lector y había un cuento que me encantaba, que se llama ‘La viuda de Montiel’. Escribí la adaptación en inglés y tenía que ir donde un asesor de guion de la escuela. Lo trabajamos, le gustó muchísimo y cuando terminamos, me preguntó: “¿Y el permiso?”. Yo pensaba que, como era un cortometraje académico y no era cine comercial, no se necesitaba. Pero él me aclaró que era un requisito de la escuela. Ingenuamente, busqué la dirección de la Agencia Carmen Balcells en Barcelona, hice una carta pidiendo que me cedieran los derechos, aclaré que era un proyecto de estudio… pero nunca me respondieron.

¿Y García Márquez nunca supo?

Después, cuando compartí con él en la Escuela de San Antonio de los Baños, le conté la anécdota y soltó la carcajada. Dijo: “¿Y por qué no me escribiste a mí?” “Maestro, porque no tenía su dirección”. Y me respondió: “Es muy sencillo. En un sobre pones ‘Gabriel García Márquez. Cualquier lugar del mundo’ ”.

¿Cómo conoció a Gabo?

Yo tuve la gran suerte de ser invitado por García Márquez a uno de sus talleres en esa escuela de cine, en Cuba. El taller se llamaba ‘Cómo se cuenta un cuento’. Allá, él decía: “No importa si la historia va para el cine, para la televisión, el teatro o un libro. Lo que importa es que la historia sea sólida y se pueda contar”.

Luego, él dijo que usted era un escritor a quien le gustaría entregarle la posta. ¿Eso le generó alguna presión?

Es una historia un poco más larga, pero recuerdo que fue por la misma época, cuando estuve más cercano a él. No solamente dictábamos ese taller juntos en las mañanas, sino que a veces lo acompañaba en las tardes. Una vez, estaba con un director de cine llamado Fernando Birri, quien adaptó un cuento de Gabo titulado ‘Un señor muy viejo con unas alas enormes’. Y me presentó así con Fernando, pero yo no entendí, así que Birri me dio un codazo: “Está hablando de vos”. Me sonrojé muchísimo y pasaron como dos años antes de que la frase se hiciera pública. Mi agente me había dicho: “Hay que pedir la autorización para publicarla”. Pero yo no lo iba a hacer. Me moría de la pena y para mí era simplemente un regalo. El agente se demoró dos años en lograrlo. Para mí es solo como un trofeo de los que se gana un niño jugando fútbol.

(Le recomendamos también: «Las mujeres trans podemos ser mamás, amar y cuidar a otra persona»: Daniela Maldonado)

Todo por Valeria

Yo gané el premio Pedro Gómez Valderrama con mi primer libro, uno de cuentos, y entonces me dije: ‘Vale la pena seguir adelante’. Porque al comienzo uno está lleno de dudas

La carrera literaria de Franco ha sido prolífica en títulos y reconocimientos. No solo por el premio internacional Dashiell Hammett que le deparó ‘Rosario Tijeras’, ni por el Alfaguara de Novela que ganó con ‘El mundo de afuera’, sino porque desde su primer libro recibió un galardón en un concurso nacional de narrativa.

Si bien se tardó en llegar al mercado editorial (luego de estudiar en Londres, descubrió que prefería escribir que filmar y se inscribió en la carrera de Literatura en la Universidad Javeriana), el éxito le sonrió de inmediato y desde entonces es uno de los nombres más reputados de la literatura colombiana.

¿Cambia la carrera de un escritor al ganar premios tan temprano?

Para lo que sirve realmente un premio es para darte confianza. Un premio como el Alfaguara hace que la obra se divulgue mucho más, que sea más conocida y tenga más lectores. Pero el valor personal es la confianza que uno adquiere. Yo gané el premio Pedro Gómez Valderrama con mi primer libro, uno de cuentos, y entonces me dije: ‘Vale la pena seguir adelante’. Porque al comienzo uno está lleno de dudas.

¿Qué representó ‘Rosario Tijeras’ en su vida?

Fue el punto de quiebre como escritor, ese momento que muchos escritores soñamos de romper el cascarón del anonimato y pasar a que nos lean. Escribimos para que nos lean. Un libro es una historia para compartir y que el lector termine de formarla y participe en ella con su imaginación. Fue un momento que me dividió la vida en dos. A partir de ahí, tuve que comenzar a acompañar la historia por muchos lugares y comenzó el coqueteo de productores de cine y TV para hacerla.

Jorge Franco está viviendo en Washington

El escritor Jorge Franco viajó a Colombia para presentar ‘El vacío en el que flotas’, novela de 336 páginas publicada por Alfaguara.

Foto:

Edwin Romero. EL TIEMPO

Varias veces hemos hablado sobre Valeria, su hija. ¿Qué significó para usted su llegada?

Fue un revolcón total, asumir la paternidad con todo lo que eso conlleva. Han pasado 17 años y no he encontrado las palabras para definir esas emociones. Me brillan los ojos cuando hablo, pero no puedo contar más, simplemente es algo maravilloso. Incluso, fue el motor para muchas cosas en mi carrera como escritor: ‘El mundo de afuera’ habría sido muy diferente si no estuviera mi condición de la paternidad. Cuando apareció mi hija, recuperé esa literatura de la infancia, las princesas, los animales fabulosos, los castillos. Y recordé que en Medellín, cuando era niño, era vecino de una especie de princesa criolla que vivía encerrada en un castillo. Y luego su padre fue asesinado en uno de los primeros secuestros de Medellín. El mundo fabuloso de la literatura infantil me permitió abordar esta historia desde el punto de vista de la niña.

¿Por qué vive ahora en Washington?

Mi hija tiene un talento grandísimo para el ballet clásico. Desde muy niña estudió aquí en la Academia Anna Pavlova, pero los mismos directores nos dijeron que debíamos buscar otro nivel de formación porque tenía un talento muy grande. En el año 2020 hizo audiciones en escuelas de ballet de Estados Unidos y la recibieron con una beca en una academia en Washington. Tenía apenas 14 años, así que no nos podíamos separar de ella, y por suerte mi oficio me permite agarrar un computador y escribir desde cualquier parte. Nos fuimos en plena pandemia, en un vuelo humanitario, para ayudarle a realizar ese sueño de convertirse en bailarina de ballet. Hoy en día, está becada por el Ballet de Boston.

En sus personajes femeninos fuertes, ¿tuvo que ver el ‘matriarcado’ que había en su familia?

No lo sé. Sí se me facilita y me genera mucho placer contar los personajes femeninos. Y sí puede tener que ver con ese entorno familiar de niño. Cada mujer que llegaba a la casa contaba una historia. Y además, eran muy histriónicas. La mujer, cuando cuenta una historia, lo hace con más detalles, la recrea mejor que un hombre. Almodóvar decía que cuando él veía un corrillo de mujeres, se acercaba a escucharlas porque sentía que ahí había mucho por relatar. Cuando me convertí en contador de historias, vi claramente que en la vida de una mujer hay más obstáculos, vericuetos, que en la vida de un hombre. Siento que me regala más historias el mundo femenino que el masculino.

JULIO CÉSAR GUZMÁN
Editor de la Mesa Visual de EL TIEMPO
(En Twitter: @julguz)

(Una recomendación final: Lido Pimienta le agrega picante al cine en Cartagena)

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Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2023-09-03 01:59:08
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

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