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La artista plástica colombiana Ana González expone sus obras en España – Arte y Teatro – Cultura

La artista plástica colombiana Ana González expone sus obras en España - Arte y Teatro - Cultura

La obra de Ana González suena como el agua que cae con fuerza desde una enorme cascada enclavada en una montaña; huele a la hierba mojada por el rocío del amanecer y tiene en sus fibras el saber de los ancestros de nuestra tierra. Trópicos, su más reciente exposición, aúna todo lo que ha sido su trabajo inspirado en la naturaleza de este país y las costumbres y relatos de las comunidades indígenas.

Nacida en Bogotá hace 49 años, sus cuadros y esculturas exaltan lo femenino del entorno y se centran en la belleza de la sencillez. “Trópicos es un canto a la libertad, al ser y al dejar ser. Al agua que todo lo limpia”, explica la artista que por primera vez tiene una exposición individual en España, más exactamente en la iglesia gótica de San Juan Bautista, en Toledo, que estará abierta al público hasta el 10 de septiembre.

“El espacio de la capilla me hablaba, y más cuando descubrí que bajo ese oratorio hay unas ruinas de lo que eran las termas romanas, como si fuera debajo un templo para la diosa Venus, del amor”, cuenta.

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¿Cómo es el oratorio San Felipe Neri?

El oratorio es parte de lo que era la iglesia gótica de San Juan Bautista, una obra arquitectónica que fue reconstruida y que reposa sobre los restos de unas termas de la época romana. Es un lugar único y muy importante para Toledo. Fue restaurada hace poco y tiene una sencillez y una luz que me cautivaron desde que fui invitada por el Consorcio de Toledo a exponer ahí. Es muy significativo para mí, porque mi papá fue jesuita (hasta que a los 50 años de edad se enamoró de mi madre), y desde muy pequeña me llevaba a Europa a ver los monasterios, iglesias y conventos. Y es hermoso ver cómo mi primera exposición individual en España es en una iglesia que tiene una historia jesuita muy importante. Es como un homenaje a mi padre, a esos viajes fascinantes de museos, iglesias y conventos que nunca voy a olvidar.

¿Cuál fue el mayor reto para montar la pieza?

Sus hilos. Hacer la pieza Tequendama tardó más de seis meses. Un trabajo en equipo muy intenso y hermoso. Es un textil de más de 18 metros de largo que recorre toda la capilla. Fue una proeza hacer y transportar una pieza tan grande pero tan delicada. Desde trabajar la fotografía adecuada y aprestarla en el textil, y después hilo a hilo desbastar más de 10 metros de tela, era un largo camino. Llevamos más de 15 años trabajando con textiles, desbastarlos ha sido una investigación muy profunda de oficio desde mis estudios en Francia hacia el 2001 con sedas, telas y gobelinos, pero una tela tan grande para ese espacio fue un reto muy especial y hermoso.

Obra de la artista plástica Ana González.

Foto:

cortesía de la artista

¿Cómo nació Trópicos?

Trópicos es un pensamiento. Como dicen las sagas o sabias indígenas cuando piensan mientras tejen o mientras cultivan la tierra. Cuando pienso en trópicos pienso en la tierra húmeda, en la tierra caliente, en las cascadas, los saltos, las montañas, las selvas, los ríos, los bosques de niebla, las nieves perpetuas, el colibrí, el jaguar y el águila sagrada, todo lo que aún queda en este planeta que hace que todavía respiremos y suspiremos. Después de viajar mucho, por años, en un territorio llamado hoy Colombia y contemplar siempre paisajes terrenales, siempre llego al mismo pensamiento: ‘El corazón de la selva sigue latiendo y nos mantiene vivos’. Entonces, ¿por qué destruimos tanta belleza, por qué de manera tan indiferente, apática y sistemática, seguimos viviendo sin entender que ese corazón ya casi desaparece del mundo? El corazón del mundo… así le dicen los chamanes del río Apaporis. Trópicos es un llamado al corazón del mundo, al corazón de la selva, a conectarnos con ella, con ese origen y entender que todavía somos naturaleza. Trópicos es el lugar común de todos los que todavía creemos en el Paraíso.

¿Cuándo fue la primera vez que fue al salto de Tequendama?

Tal vez muy pequeña, con mi familia, muchas veces. Pero cada vez es como si fuera la primera, por su belleza, su majestuosidad e imponencia. Lástima el olor, la espuma, la contaminación, pero yo solo lo veo con amor y admiración de que siga ahí, luchando por no morir ahogado.

La obra nace de una imagen fotográfica, ¿cuántas fotos tomó?

Muchísimas, esa fotografía es muy especial, fue un día mágico, de esos en que la naturaleza te habla y te susurra que eres parte de ella. Sabía que ese salto iba a ser parte de mi obra, pero no sabía cuándo. Lo he pintado, dibujado, pero esa fotografía tenía que salir a hablar por sí misma.

Y luego… ¿cómo decidió el formato y llegar al tejido?, ¡es una obra gigante!

Sí, es inmensa. Así la queríamos. Imponente, como el salto. Que hicieran presencia el agua, el trópico, la naturaleza que lentamente ha sido intervenida y acabada. Era muy simbólico estar en España, estar con una pieza que hablara de la deforestación, de lo que estamos perdiendo. Pronto nuestras selvas se convertirán en sabanas, y los ríos en desiertos, y no queremos despertar. La obra debía ser grande, impactante, como la frustración y la impotencia que sentimos cuando casi nada podemos hacer para evitar su destrucción.

¿Cómo fue el proceso de tejido?

Humboldt decía que “la Tierra es un organismo vivo, un tejido donde todo está interconectado, desde el insecto más pequeño hasta el árbol más alto. Esto muestra lo vulnerable de la naturaleza, pues si se tira de un solo hilo, el tapiz entero puede desaparecer”. Por esto, es un proceso más bien de destejido. De evaporación de la imagen. Aun cuando este gran textil blanco evoca los telares indígenas que hablan del orden de la vida y la historia de oficio en telar que tienen las culturas indígenas, aquí se hace evidente es la deconstrucción de la imagen. Aquí las imágenes que hago de las selvas y ríos de mis viajes de hace más de 15 años, se convierten en hilos. Y aquí esos hilos se convierten en ríos, en espuma de río… en nudos… Hilo a hilo voy deshilando la imagen. Mi trabajo aquí consiste en juntar el salto y el río en un gran telar que después comienzo a desbastar hilo a hilo, lentamente y casi de manera imperceptible, así como vamos acabando con lo poco que nos queda sin darnos cuenta.

¿Qué descubrió nuevo de la historia del salto de Tequendama?

El salto del Tequendama es un lugar sagrado para varias culturas indígenas y hace parte de la mitología muisca, en la que se cuenta que Bochica, dios de los muiscas, que enseñó a sus habitantes a hilar el algodón, creó el salto con un toque de su vara mágica de oro. Pero Tequendama también es un río que hoy está contaminado con todo lo que no podemos limpiar.Descubrí que la historia del salto es la historia de los ríos en Colombia, que les damos la espalda a los ríos: las ciudades y pueblos se construyen no con ellos sino a espaldas de ellos. Eso no fue antes así, se honraba cada río y cada salto, el mar y la lluvia, descubrí que el salto es un lugar sagrado indígena, un sitio de poder y que como todos los saltos y quebradas es un ser vivo. Que está muriendo, cada día, como todos los saltos, como la tierra. Necesitamos sacralizar los ríos y la naturaleza en general, encontrar otros lugares de adoración que no sean el dinero y la codicia. La minería, los monocultivos, la tala maderera, la ganadería están detrás de esa muerte lenta del agua y los bosques.

La obra habla del agua y su poder. También de la mirada sagrada que tienen los indígenas sobre ella, ¿cómo fue el proceso de investigación?

Ojalá no fuera solamente la mirada indígena. Ojalá fuera también nuestra mirada. Mi investigación está basada en vivir y sentir la naturaleza, en mis viajes, en sentarme a escuchar días enteros a las comunidades indígenas, en conectarme en silencio con ellos y con la naturaleza de otra manera, no a través de la razón, la academia o de la filosofía, sino de la intuición y el sentido común. Eso me lo enseñaron los mamas de la Sierra Nevada. Ellos siembran agua. Cuentan que los cuarzos son la semilla del agua. Y lo son. Ahí crecerán ríos en algunos miles de años. Por eso Trópicos también es un homenaje al agua, y hay unos cuarzos detrás del telar como una ofrenda a la tierra, para que algún día nazcan más ríos que desiertos.

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Mama Shibulata, (mama Kogui) siempre dijo que se deben sembrar cuarzos para que nazca el agua, que hay que sembrar agua para que nazcan más árboles, que hay que sembrar árboles para que nazcan más pájaros y así… ir sembrando amor en el mundo pero no solo amor en sí, sino amor a la naturaleza, a la madre tierra que al final somos nosotros mismos.

Wade Davis también me enseñó mucho, cada conversación con él, cada libro suyo, su mirada de la historia, la naturaleza y del agua han sido para mí una inspiración al igual que muchos otros escritores y exploradores, pero que en su mayoría son hombres… me hacía falta la mirada femenina, de cómo la mujer se conecta con el paisaje, esa la tuve que construir yo misma.

La instalación también tiene sonido, ¿cómo fue la grabación de los sonidos del bosque?

Fueron años de grabaciones, tengo muchísimos audios de cada noche en la selva o en la lluvia o en la quebrada. Para mí una noche con el sonido de los grillos o del río es la felicidad. El sonido es parte de nuestra sanación también.

Girotari significa “hace beber” en lengua uitoto. La pieza sonora acompaña Tequendama entre pájaros mochileros del río Amazonas que les cantan al agua y a sus nidos. Tiene cantos del taita uitoto en la Amazonía llamando al corazón de la selva, como la miel que llama a las abejas, haciendo un llamado a conectarnos con el espíritu de la naturaleza, a regresar al origen.

SOFÍA GÓMEZ
REDACCIÓN CULTURA DE EL TIEMPO

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2023-08-18 16:33:56
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

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