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‘Lo que no tiene nombre’ cumple 10 años. Entrevista con Piedad Bonnett en LECTURAS – Lecturas Dominicales

Autorretrato de Daniel Segura Bonnett

“Hoy mi hijo tendría cuarenta años. Por el milagro que obra siempre la literatura, vive eternamente en estas páginas con sus veintiocho años recién cumplidos”, escribe Piedad Bonnett en el prólogo de la nueva edición de Lo que no tiene nombre. 

Piedad Bonnett es novelista y una de las grandes poetas contemporáneas de Colombia.

Foto:

Cortesía Random House

Daniel, su hijo, murió en 2011, en Nueva York. Se suicidó. Era artista. Estaba cursando una maestría en la Universidad de Columbia. La pintura y el dibujo eran su pasión. Exigente, dudaba de su propio talento. Era sensible, perfeccionista. Le gustaba la música. Tenía esquizofrenia. Miles de lectores lo conocimos cuando, en 2013, Bonnett publicó este libro que ya se ha vuelto icónico. Con un lenguaje que unió el dolor con la belleza, Lo que no tiene nombre puso sobre la mesa temas tan estigmatizados e incomprendidos como la enfermedad mental y el suicidio. “La gran literatura convierte la historia personal en una experiencia humana colectiva”, escribió sobre esta obra el poeta español Luis García Montero. Ahora, cuando se cumplen diez años de su publicación, llega a las librerías en una edición especial.

“Cuando la editorial me dijo que quería incluir dibujos de Daniel, me pareció extraordinario. Era como terminar un deber con él —dice Bonnett—. Yo no hice este libro para que lo conocieran a él. No era mi intención. Lo escribí para hablar de una tragedia universal, que es una lucha para lograr una supervivencia y una derrota. Por el camino pasaron otras cosas, muy bonitas todas, y es que la gente adoró a Daniel como ser humano, porque era un muchacho maravilloso”.

Por el camino también se volvió un libro esencial para miles de personas. ¿Por qué cree que alcanzó esa dimensión?

Me lo he preguntado muchas veces. Lo primero que descubrí es el silencio tan aterrador, en un país como este, por el prejuicio sobre el suicidio y la enfermedad mental. Me di cuenta de eso apenas salió el libro. En el lanzamiento había quinientas personas, algo inaudito porque a mis eventos irían ochenta como mucho. Se me acercaron decenas de personas, no en busca de la firma sino para que les diera el teléfono del médico, para contarme que su hijo, que su papá, su hermano se había suicidado. Ahí entendí por qué había tanta gente. La experiencia me indicó que los médicos les hablan a padres y pacientes de forma muy hermética. La literatura habla desde otro lugar, el de las emociones. Además, la pasión por las historias verdaderas es enorme. Más si cumple con los requisitos de tener un protagonista hasta cierto punto heroico, digo yo, una madre que sufre y un tremendo amor. Las reseñas posteriores me revelaron cosas que nunca vi, como mi propio amor. Cuando lo escribí no estaba pensando en mi amor. Pero ahí estaba.

Piedad Bonnett en LECTURAS

Ilustración de Daniel Segura Bonnett.

Foto:

Cortesía Random House

Este libro llegó a todas partes, a colegios, universidades, oficinas…

A todos. También a las facultades de psiquiatría. Me empezaron a llamar de congresos médicos. Recuerdo que fui, por ejemplo, al Hospital Pablo Tobón Uribe, en Medellín. Había cuatrocientos médicos sentados. Algunos lloraban. Una médica se me acercó y me dijo: mi hermano se ha intentado suicidar siete veces, ¿qué hago? Porque me preguntan como si yo pudiera contestar. En un congreso de psiquiatría, en Cartagena, un psiquiatra de unos 70 años lloraba porque se le acababa de matar una paciente. Vi cosas de esa naturaleza, mientras que cuando iba a un consultorio solo encontraba distancia. En esta sociedad la salud mental está muy maltratada. Llevas a un muchacho a una clínica y al día siguiente no te lo dejan visitar porque, como en la edad media, está recluido.

Y persiste el estigma. La enfermedad mental se esconde. Daniel lo vivió…

Porque la enfermedad mental asusta. Todo lo que es diferente nos asusta. Daniel se dio cuenta de que iba a ser estigmatizado cuando fue donde una amiga, que era su amiga del alma, y dijo alguna cosa que no era congruente y ella no lo volvió a voltear a mirar. Eso le significaba una pérdida. A él los médicos nunca le dijeron: usted lo que tiene es esto. Los psiquiatras y los psicoanalistas tienen una dificultad en la nominación de la enfermedad mental, porque es muy distinta en cada persona. Un día Daniel me preguntó: “mamá, ¿qué es lo que yo tengo?”. Imagínate que un hijo le haga a uno esa pregunta. Le dije la verdad. Tú tienes una esquizofrenia. Es de lo más difícil que me ha tocado en la vida: decir esa palabra, con todas las implicaciones. Estoy segura de que él, tan curioso intelectualmente como era, tuvo que irse a averiguar lo que eso significaba

A él también le cayó encima la presión de ser exitoso, de cumplir los estándares que impone la sociedad…

A Daniel le tocó, primero, tener el don del dibujo y la pintura, que me encargué de cultivarle porque soy una pintora frustrada. Se le preparó desde niño. Lo mandamos a talleres para que desarrollara su habilidad, sin presionarlo a estudiar arte. En el colegio, él era el dibujante, era el pintor. Así que lo introyectó y decidió estudiar eso. Pero cuando llegó a la universidad le dijeron: la pintura ha muerto. Le tocó una época en la que ni siquiera el dibujo estaba valorado. Empezó a tener una crisis vital. Muchas veces le dije: Daniel, tú no tienes que hacer lo que todo el mundo hace, no tienes que ir a una universidad, no tienes que graduarte, pero él sentía presión porque tenía mucho miedo de no poder vivir de la pintura.

¿A usted la cambió este libro?

¿El libro o la tragedia? Porque son dos cosas diferentes.

Empecemos por la tragedia…

Lo primero fue decir: me está pasando a mí, tengo un hijo con una enfermedad mental. Esto llegó como un rayo a cambiar mi vida. Es una sensación aterradora y la debe haber tenido mucha gente; he visto a tantos padres destrozados por la enfermedad mental de los hijos. Lo segundo fue que me hizo poner prioridades. Primero mi hijo. Yo era una escritora que se estaba haciendo con mucho trabajo y tal, pero si Daniel estaba mal, todo lo mío paraba. Renuncias, para estar atenta. Lo tercero fue que, de alguna manera, me fortalecí. La tragedia es parte de la vida y a mí me tocó esta tragedia. Un poeta, una persona que escribe, tiene que comprender eso de inmediato. Me vino una serenidad. Por eso cuando Daniel se murió no me enloquecí. Primero, porque le di un poco la razón. Él entendió que esa era una puerta. Me dije cosas durísimas como que es preferible que esté muerto y no metido en un cuarto sin saber qué hacer. Ni él, ni nosotros. Son cosas que te transforman íntegramente. Luego, con el libro, vino una sabiduría adicional.

Piedad Bonnett en LECTURAS

Autorretrato de Daniel Segura Bonnett. (2001)

Foto:

Cortesía Random House

¿Lo que no tiene nombre fue lo primero que escribió después del suicidio de Daniel?

Eso tuvo su proceso. Daniel murió el 14 de mayo de 2011. Volvimos de Nueva York el 20, con una maleta llena de algunas de sus cosas —yo me traje lo más viejito, lo que me lo identificaba; lo tengo ahí—. Luego nos fuimos a Italia. Buscábamos un lugar hermoso, con mucha luz. Fue muy triste porque en Italia la pintura es el esplendor. Pasaba por sitios donde había miles de óleos y pensaba en los pinceles que le habría traído a Daniel, los libros que le habría comprado. Fue duro, pero yo iba reflexionando. Me llevé el libro de Al Alvarez, El dios salvaje, que es la historia del suicidio, y empecé a escribir en mis libretas. Entonces se me reveló que tenía que escribir ese libro. Primero pensé en una novela, pero no: cómo iba a tener la desfachatez de hacer una novela con eso. Se me iluminó lo de Héctor Abad. Dije: Héctor hizo eso su padre, voy a hacer lo mío sobre mi hijo. Creí que me iban a empezar a salir poemas hasta por las orejas, y no. Escribí un poema o dos, no más. Sentí la pulsión vital de sentarme a narrar.

De la primera edición del libro a hoy, ¿se han dado pasos para acabar con el estigma de la enfermedad mental?

Muchísimo. Resaltaría dos cosas. Una, el periodismo, que está hablando de estos temas. Y la pandemia, que cambió la mentalidad de la gente en todo. Lo que no ha evolucionado es el servicio médico a favor de la salud mental. Ni aquí ni en ninguna parte. Somos la cenicienta. Recibí cientos de testimonios sobre eso y lo experimenté. Fui una vez por la prepagada —pagando un montón; cómo será los que no— y me hicieron esperar no sé cuánto tiempo para citas de veinte minutos. Otra cosa importante es que el libro se empezara a leer con estudiantes de bachillerato en un mundo lleno de tabúes católicos.

El tabú del suicidio y la religión, que han muy estado conectados…

Yo soy una víctima. Me eduqué con monjas. Me acuerdo que estaba en un colegio cuando se suicidó una niña y nadie decía nada porque era como un pecado mortal. Matarse era una cosa contra Dios. En el colegio donde trabajaba Daniel, el rector les dijo que se había muerto y no contó que era un suicidio. En 2011. Trabajé treinta y dos años en la universidad. Allá se suicidaban dos muchachos por semestre y nadie se enteraba. La universidad no decía nada, nunca nos capacitaron para ver la enfermedad mental. Falta educar a la gente. Decirles a los chicos: hay una cosa que se llama depresión, hay una cosa que se llama bipolaridad; si ven a un compañero muy triste, alejado, por favor digan.

La nueva edición del libro incluye dibujos de Daniel. ¿Cómo describe su obra?

Es una obra muy expresiva de su propia enfermedad. Hizo los autorretratos cuando tenía 18 años. En ellos hay una tristeza profunda. Ahí ya estaba gritando que algo pasaba y yo no me había dado cuenta. Nunca nos los mostró. Los descubrí después. Él sentía un enorme placer dibujando. Su obra es una exploración, alejada de tendencias. Estaba influido por Roda, Bacon, Freud, todo lo que tiene que ver con el cuerpo, su degradación. En sus dibujos de perros, pienso que el bozal es el secreto y el perro es la amenaza y la represión. Un día le dije: Dani, me gusta que estás pintando tu propio drama. “No, mamá”, respondió. Estaba en negación.

Usted ha contado que algunos se le acercan para hablarle del consuelo que podría darle creer en Dios, en una vida más allá. ¿Cómo recibe esto?

Sí, me dicen: tu hijo está en el cielo, es un angelito. Lo respeto, pero me irrita. Aunque sí creo en otras cosas. El pensamiento mágico está ahí. Por ejemplo, recién murió Daniel, un pajarito se paraba en mi ventana y me miraba. A lo mejor es Daniel, decía yo. O sentía un roce sin que nadie estuviera cerca. Me pasaban cosas así. A veces dejaba que eso me entrara, desde el misterio. El pensamiento mágico se dispara con la muerte porque es algo tan incomprensible. O mejor, tan difícil de aceptar. Lo incomprensible es lo que hay después. ¿Energía? ¿Hasta cuándo? O eso de lo que nadie habla. Alrededor de un suicidio hay demasiadas cosas que jamás entiendes. Se te muere un hijo de enfermedad y está dentro de una ley, pero que haya tomado la decisión es lo más trágico. Daniel amaba la vida. Amaba el sol, la música, la comida. Que un hombre que ame tanto la vida tenga que optar por el suicidio es una cosa muy horrible. Que te des cuenta de que no vas a poder con la vida. Así de sencillo. 

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Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2023-11-20 09:21:34
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

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