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Lucy Nieto de Samper: cien años de juventud de una destacada periodista – Música y Libros – Cultura

Lucy Nieto de Samper: cien años de juventud de una destacada periodista - Música y Libros - Cultura

Sobre Lucy Nieto de Samper se han escrito muchos artículos, pero yo no quería dejar de rendirle mi homenaje, por sencillo que fuera, porque es una mujer admirable y ejemplar no solo para quienes trabajamos en el periodismo, sino para cualquier lector o ciudadano que conozca su trayectoria tan humana y extensa.Este 21 de agosto Lucy llega a su centenario, a su cumpleaños número cien. Y, cada vez que uno la ve o habla con ella, se da cuenta de que son cien años de juventud, de grandeza, de sencillez e inteligencia, de una fuerza descomunal.

No quería quedarme sin publicar estas palabras porque, desde que conversé por primera vez con ella en su apartamento de la calle 73, en Bogotá, me sorprendió su historia y su personalidad, su manera rotunda de ser.

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Me encanta el estilo de Lucy, su educación de antes, esa modestia auténtica que la hace hablar o recordar hechos y temas trascendentes sin el menor aspaviento. Es tan sobria y sencilla, tan elegante y austera, que no se siente ninguna maravilla y sin embargo lo es.

Cada vez que le piden contar los acontecimientos que vivió, presenció o protagonizó, que son además de la mayor importancia para el país, lo hace como si fuera algo normal o sobre lo que no ameritara detenerse. Y sin embargo todo en su vida es interesante y excepcional.

Conocía, por supuesto, de su trayectoria en el periodismo, de su nombre reconocido en la sociedad bogotana, de su labor diplomática y sus luchas políticas, de sus experiencias con el poder.

De hecho, el propósito de este artículo no es detenerme en aquello que el país ya sabe o se ha dicho de ella: de su vida pionera y extensa en el periodismo; de sus años en Cromos, en la radio, en Teletigre; de su vínculo extenso y entrañable con EL TIEMPO; de su etapa como cónsul en Milán; de esa niña tímida, hija del famosísimo LENC y de doña María Calderón, la misma sobrina de don Agustín Nieto Caballero, que hoy ya tiene seis nietos y tres bisnietas que son mucho más importantes para ella que los treinta y tres presidentes que ha visto pasar por este atípico país.

Mi mamá coincidió primero con ella en un grupo al que asistían semanalmente personas de diferentes generaciones y profesiones para dialogar sobre textos filosóficos y literarios y compartir un café. El interés era reunirse, repasar hitos históricos, debatir grandes obras y remontarse incluso varios siglos atrás.

Por eso, el día que saludé por primera vez a Lucy me dijo con humor, mientras tomábamos un té: “Imagínate, con todo lo que está pasando… y nosotras leyendo a Clodoveo”.

Esa tarde conversamos en su cocina sobre su vida y el periodismo, mientras acomodábamos las tazas y compartíamos un pastel. Por aquellos días, Lucy ya rondaba los noventa años, pero era imposible asociarla con su edad. Hablaba con ímpetu, tomaba taxis sola, y sus gestos jóvenes, así como la fuerza de su voz, le habrían impedido a cualquiera adivinar su edad.

Lucy Niego de Samper y su hermana Clara, al lado de su padre Luis Eduardo Nieto Caballero (LENC).

Es curioso, porque es como si Lucy sumara años y los que envejeciéramos fuéramos los demás. Hay que registrarla en el libro de los Guinness World Records porque se merece varios y sobradísimos. No solo por su edad, que no cuadra con su aspecto y energía, sino porque no creo que haya en el mundo otra columnista que haya escrito ininterrumpidamente durante más de sesenta años hasta cumplir –el 21 de agosto de este año– cien años de edad.

Un siglo de vida lo recorren pocos y, muchos menos, a la manera de Lucy. Ha pasado por todo en la vida: viuda joven, batallar por el sustento, sacar adelante a cinco hijos, perder dos de ellos en la edad adulta, sobrellevar aquello que se considera el más inhumano de los dolores humanos.

Pero nada ha menoscabado la fuerza ni inclinado a este roble cuyo fuego en los ojos parece recién encendido. Eso no más da la medida de su actitud y talante, del ‘cuero’ que ha tenido para ponerle el pecho a la vida.

Siempre ‘de punta en blanco’, con su mirada franca, sus ademanes decididos, y su envidiable piel de veinteañera, si de verdad existe el mito de los superhéroes, no cabe duda de que Lucy es de acero, como las heroínas de Marvel.

Recientemente su voz es más tenue, pero la intención con que sale de su cuerpo no ha perdido la potencia. Además, a su edad no ha cambiado ni un ápice de su temple, de su personalidad ni de su carácter. Por el contrario, es como si cada día se afianzara más en ellos.

Los años no la han vuelto maleable ni titubeante, no le han movido un milímetro de sus convicciones y, menos aún, la han hecho inaugurarse en ninguna gama de los ‘grises’. Nada hace tambalear su pensamiento ni sus convicciones. Eso definitivamente es estar en paz con uno mismo.

Curiosamente, Lucy nació el mismo día que Mario Laserna y cuatro días antes que Álvaro Mutis. Tres colombianos que dejaron su huella en la Historia (y de quienes Colombia celebra este año el centenario de su natalicio). Por eso, cuando publiqué mi homenaje a Laserna, le dije que ella también hacía parte de ‘Los seres extraordinarios’ –como titulé ese texto–, de esa gente como ya poco hay.

Quería mostrar en este relato su faceta más cotidiana. Contar que le gusta el color verde, vestir en tonos oscuros, hacer crucigramas. Lucy cree en la suerte, en Dios, en el destino. Admira la lectura, la escultura, la literatura de Gabo y el arte de Obregón. No soporta la falsedad ni el incumplimiento y, aunque se reconoce malhumorada, es una amiga franca y sincera cuyo lema de cabecera es “haz el bien sin mirar a quién”.

Para tentarla se necesita de un buen vodka, un plato de pasta y, así no sea dulcera, estaría perfecto un té con ponqué. Además es superjugadora de Bridge y, entre lo que nadie imagina, es que fue jugadora de tenis y baloncesto, y que sabe tejer. Les tiene fobia a las serpientes, temor a los precipicios, prefiere los tacones que los tenis, y su placer culposo –confiesa con chispas en los ojos– “es pensar mal”.

Los Llanos siguen en su mente como un recuerdo imborrable, y su lugar favorito es el campo, Anapoima, ese sitio al que siempre le gusta ir. Le encantan las flores –sobre todo las orquídeas–, los boleros y la canción Brasil. El día más bello de su vida, “el de mi Primera Comunión” y algo que marcó su infancia “mis clases de canto con Elisa Uruchurtu, recuerdo que tenía nueve años y cantamos en el Teatro Colón La viejecita, es algo que no olvido”.

La palabra que dice con más frecuencia es “gracias”, lo que no puede faltar en su mesa de noche es “una foto de mis hijos”, cree en el amor a primera vista y el libro Corazón, de Edmundo de Amicis sigue presente en los recuerdos de esta mujer que se reconoce más mental que emocional y que, de no haber sido periodista, habría sido arquitecta.

Y, aunque decidió poner punto final a su columna en EL TIEMPO, cada día los temas se atropellan en su mente y tiene mucho aún por decir. Sendas editoriales que cercanos y amigos tenemos el privilegio de escuchar de su propia voz cada vez que la vemos.

Lo que Lucy cambiaría del mundo si pudiera es la injusticia y, de tareas soñadas con el periodismo, comenta varias: “En el pasado me habría gustado entrevistar a Gabo, actualmente conversar con Zelensky y de haberme tomado un trago con alguien de la historia, habría sido con Obama”. De sus columnas, la que más satisfacción le dejó fue la primera: “Conté lo que fue la tramitología luego de que me estrellaron en el carro, iba con mis hijos pequeños. A partir de ahí Enrique Santos me dejó iniciar una serie de columnas sobre temas más serios que los que me habían asignado en un inicio”.

El mayor ejemplo en su vida fueron sus padres. No olvida la influencia ética e intelectual de ese gran periodista que fue su padre, y cómo su madre fue una gran activista y pionera en pro del voto de la Mujer. Ese hogar, que fue centro de tertulias y reuniones con grandes líderes y presidentes liberales, fue el ambiente que forjó su espíritu hacia los grandes debates del país, como participar en la Comisión Nacional de Verificación en el Proceso de paz que se propuso Belisario Betancur, o haber luchado contra todo un statu quo para que las mujeres pudieran planificar, lo que sin duda es una de sus mayores satisfacciones.

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“Viajar ¡lo mejor del mundo!”, dice Lucy con énfasis, cuyo viaje inolvidable fue por Suramérica con su parienta Gabriela Samper. Además, si pudiera tener un superpoder, le gustaría viajar en el tiempo. “Lo haría al pasado”. “La mejor época fue cuando tenía veinte años”. ¿Frustraciones? “Muchas. Me habría gustado por ejemplo ser perfectamente bilingüe”. Una mentira piadosa: “Quitarme los años, pero eso cuando era joven”. Y de cosas que habría preferido cambiar, “por supuesto me he arrepentido de varias”.

Por eso, ya para finalizar le pregunto qué consejo recomienda a sus nietos y bisnietas: “Educarse, formarse, aprender”. Un consejo para el país: “cambiar a Petro”. Un personaje de la historia: “Santander”. Un amor platónico: “Alberto Lleras”. Persona a la que más admira: “a mi hija María Elvira”. Y dónde quisiera estar en este momento: “en Milán”.

El 21 de agosto de 1923, Lucy cumple entonces cien años. Desde ya, en este año de su celebración, cien abrazos, cien flores y cientos de honores para la periodista mayor de Colombia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2023-08-20 17:06:53
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

Publicado en Cultura