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Ortografía / Los errores de la última novela de Vargas Llosa – Música y Libros – Cultura

Errores ortográficos más comunes: ‘Hay’, ‘ahí y ‘ay’

Tengo señalados en mi ejemplar de Le dedico mi silencio, de Mario Vargas Llosa, uno que otro error de redacción, que es de lo que más hablo en esta columna.

Está claro, por ejemplo, que el autor es dequefóbico. Evita el «de que» correcto en frases como «estoy seguro es que ese señor se llamaba Abanto» (p. 112), «Toño estaba seguro que este libro sobre Lalo Molfino lo escribiría» (p. 114), «estaba seguro que una vez que se empezara a leer su libro lloverían las demandas» (p. 214). Y cae en otro error que es usar en la misma frase el pronombre «lo» y el sustantivo que reemplaza, muy a lo porteño, «lo hicieron confesarse a Toni Lagarde» (p. 77), «nadie lo conocía a Lalo en esa mesa» (p. 112), «No lo consoló a Toño Azpilcueta» (p. 195), más algún anacoluto por ahí perdido.

Huachafería

Sin embargo, me quiero referir más al capítulo XXVI, sesudo ensayo sobre la huachafería, que, junto al vals criollo, es el más importante aporte peruano a la cultura universal. «Huachafería» viene de «guachafita», palabra colombiana que significa ‘gresca’ o ‘tremolina’, y fueron posiblemente unas colombianas llegadas a Lima en 1890 las que en sus fiestas frecuentes organizaban la guachafita. En Perú se cambió la «g» por «h» y pasó a llamarse «huachafita» y, de ahí, «huachafería», que es esa cursilería propia del arribismo. Dice Vargas Llosa que la huachafería no se da entre gente del campo, sino entre citadinos, y que el vals criollo es expresión por excelencia de la huachafería. Menciona las canciones de Chabuca Granda, con la «fina estampa» del caballero y «las castañuelas de tu tacón», y dice que eso es una clara muestra de arribismo, pues a duras penas el limeño de los callejones se podía vestir y se pregunta qué tacones iba a tener la pobre limeña.

Esnobismo

Para mayor claridad, da como ejemplos de huachafería en la clase alta retar a duelo, tener casa en Miami, ponerles «de» e «y» a los apellidos, soltar anglicismos y creerse blanco. En la clase media, el dequeísmo («pienso de que»), ver telenovelas, llevar tallarines a la playa y tratar de cholo al prójimo. Y en la clase proletaria, usar brillantina, mascar chicle, fumar marihuana y ser racista. Otras manifestaciones de huachafería son los curas marxistas y las palabras «prístina», «societal», «concientizar», «mi cielo», «devenir en», «aperturar» y «arrebol». Me pregunto si no es de alguna manera lo que los británicos llamaron snob (contracción del latín sine nobilitate, ‘sin título nobiliario’), para referirse a los plebeyos que entraban a la universidad, o lo que Daniel Samper Pizano llamó en su momento «lobo», y la orquesta de Los Tupamaros, «gomelo», que ahora tiene como modelo al muy conocido Juampis González, creado por el comediante Alejandro Riaño.

Otras buenas muestras de huachafería son los valses El guardián («y si viene a llorar la amada mía, / hazla salir del cementerio… ¡y cierra!»), del colombiano Julio Flórez, y Ódiame (por piedad, yo te lo pido), de Federico Barreto, compositor capaz de escribir esa letra paradójica en la que le pide a la amada que lo odie, porque «solo se odia lo querido». Pura filosofía, dice Vargas Llosa; ¡pura huachafería!, digo yo.

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FERNANDO ÁVILA
*Experto en redacción y creación literaria
@fernandoav
Preguntas: [email protected]

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2024-01-10 01:00:00
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

Publicado en Cultura

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