El mercado tiene en ocasiones tintes berlanguianos, de ese adjetivo admitido desde hace años por la RAE que define con humor negro, pero tolerante, una escena coral, caótica y siempre esperpéntica, que nos humaniza las miserias morales de los personajes de los que se habla. Me ha atraído siempre la figura de Luis García Berlanga porque a su genialidad sumaba sus valencianismo, otro pecado más del fracaso y la destrucción del que estoy orgullosamente estigmatizado.
A Berlanga le gustaba contar historias en las que los protagonistas hablan sin escucharse, en escenas llenas de gentes, disparatadas, tan esperpénticas como irónicas. El genio era así, irreverente y ególatra, como demuestra que fundó un partido político anarquista, burgués e independiente, que solo podía tener dos socios, él y Fernando Fernán Gómez.
Entre los episodios berlanguianos que ofrece el mercado se encuentra el valor que se le concede a la información de los analistas cuando poco se paga por ella. El tiempo en el que el análisis de una firma de inversión era oro en paño para tomar decisiones de inversión antes de que se propagase y llegase a los medios de comunicación se ha extinguido. El análisis es una commodity que los brókers regalan para quedarse con la intermediación o por el negocio de gestionar la agenda de directivos de compañías con los que hay interés por reunirse por parte de los compradores.
El análisis de valor es el que no se hace público. El que atesoran los asesores de productos de inversión que logran rentabilidades muy superiores al mercado y que si fuese por ellos permanecería oculto. He escuchado a alguno de los mejores gestores que he conocido que si por ellos fuera no hablarían de valores ni publicaría sus carteras de no ser por la obligación del regulador de hacerlo. Es más, hay gestores que apuran hacer los cambios a los primeros días de mes para contar con el resto de sesiones de ventaja respecto a la fecha en la que se hacen públicas sus principales posiciones.
Otra escena berlanguiana es la importancia que se le da a la consecución de las cinco estrellas Morningstar, que identifica al 10% de los mejores fondos por rentabilidad, volatilidad y costes. Creo que un buen fondo a lo largo de su vida tiene que lograr en algún momento las cinco estrellas Morningstar, pero que es imposible instalarse permanentemente en el estado de la perfección. Generalmente suele suceder que tras la consecución de la máxima calificación es cuando se produce un retroceso comparativo de estos productos frente a sus homólogos. Sin embargo, para los selectores de fondos es crítica la asignación de fondos con la mejor calificación. Ir en la dirección que corre el agua nunca te puede sacar los colores.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.eleconomista.es
Publicado el: 2024-07-19 18:30:48
En la sección: elEconomista Mercados