Se ha señalado en numerosas ocasiones que los modelos favoritos de Sorolla fueron su mujer, su hijo y sus dos hijas. Una relación que ha tejido los mimbres de una percepción que pivota sobre la felicidad familiar del pintor valenciano. En este universo íntimo, el caso de Clotilde ha sido reseñado en multitud de ocasiones, incluso llegando a considerar que la iconografía femenina de Sorolla cristaliza en su pintura a través de la imagen de su mujer, quien —como motivo pictórico— es el tema principal de muchas de sus obras. A menudo, por tanto, nuestra visión sobre Clotilde García del Castillo (1865-1929) aparece condicionada por su papel como objeto de representación, musa del artista y reflejo de la vida familiar que permite vislumbrar aspectos de la existencia cotidiana y del espacio doméstico.
Clotilde con traje negro (1906). Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Foto: ASC.
Hace unos años, cuando nos planteábamos, desde la historia del arte, investigar el papel de la mujer en los espacios artísticos, nos encontrábamos de frente con la enorme huella generada por su ausencia, por la falta de estudios que se centrasen en el papel activo de las mujeres en la sociedad que les tocó vivir y lo que aportaron a la historia. Afortunadamente, aunque queda mucho camino por recorrer, se ha avanzado bastante en esta conquista por integrar a las mujeres como activos en la cultura, el arte y la creatividad. Es decir, se ha conseguido superar la barrera que separaba la consideración de la mujer entre objeto de representación y sujeto en constante diálogo con la historia.
Así, superar la condición de Clotilde como mujer de Sorolla y establecer su protagonismo cultural ha sido objeto de algunas interesantes contribuciones como la exposición que, en el Museo Sorolla de Madrid y en el Museo de Bellas Artes de Valencia, se dedicó a Clotilde de Sorolla (2012).
Más recientemente, en la exposición Sorolla. Un jardín para pintar (Fundación La Caixa, 2017) se ponía el acento en los espacios vividos y en los jardines pintados. Uno de los primeros jardines que formaron parte de la memoria visual de Clotilde García y Joaquín Sorolla fue el huerto familiar del padre de Clotilde, Antonio García, conocido con el nombre familiar de El Campet. En estos huertos valencianos, Sorolla a menudo retrató a su mujer y a sus hijas. Pronto la huerta daría paso a los jardines de las diferentes casas en las que la familia Sorolla García vivió. Comenzaría por la tercera casa en Madrid — la primera con jardín—, ubicada en la calle de Miguel Ángel.
De esta casa se conservan algunas interesantes fotografías de la familia, entre las que destaca la de su hija María pintando, pero también lienzos de vibrante luz y color en los que representa el jardín de la calle Miguel Ángel o a sus hijas: María vestida de labradora valenciana (1906), Elena entre rosas (1907) o el familiar Mi mujer y mis hijas en el jardín (1910). En ese mismo barrio madrileño, en 1905, Sorolla adquiriría el solar que acabaría acogiendo su casa, el estudio, un patio de estilo andaluz y el jardín que tantas veces representó.
Mi mujer y mis hijas en el jardín (1910), de Sorolla. Foto: ASC.
Imágenes del hogar
Este espacio fue el lugar de la familia, pero también el diseño de una estética natural en el que el protagonismo de ambos cónyuges debe ser redefinido. Del uso y disfrute de este espacio natural dan fe las numerosas fotografías que se conservan, con amigos y visitas, pero especialmente junto al círculo más íntimo. Sorolla pintó allí no solo el jardín como asunto estético per se, sino que también retrató a su mujer: Clotilde en el jardín, frente a un macizo de alhelíes y rosas, o Tomando el té en el jardín de la casa; o bien a su hija Elena: Elena oliendo rosas o Elena en la alberca de la Casa Sorolla. Un jardín que no solo fue visto e inmortalizado por los pinceles de Joaquín, sino que fue objeto también de la mirada pictórica de María Sorolla, tal y como ella misma relata en las misivas enviadas a su padre, y del cuidado y atención de Clotilde en el devenir de los días.
Elena entre rosas (1907) es uno de los lienzos en los que Sorolla representa el jardín de su primera casa en Madrid. Foto: ASC.
La esfera familiar, íntima y doméstica aparece también reflejada a través de las numerosas cartas que se conservan y que, concretamente, nos muestran la estrecha relación entre Clotilde y Joaquín desde el inicio de su noviazgo, fuente primordial de los recuerdos compartidos. Las cartas escritas por Clotilde a Sorolla vieron por fin la luz en la exposición de 2007, antes conservadas celosamente en la privacidad del archivo familiar que custodia el Museo Sorolla. Su transcripción y publicación han sido fundamentales para construir algunas parcelas de la biografía del artista, pero sobre todo han contribuido a definir la difusa imagen de Clotilde García del Castillo.
Adelantada a su tiempo
Clotilde nació en el seno de una familia valenciana en 1865, hija del fotógrafo Antonio García y de Clotilde del Castillo. Fue la tercera de cinco hermanos y pasó su infancia en el domicilio familiar, al tiempo estudio profesional de fotografía, ubicado en la plaza de San Francisco de la ciudad de Valencia. Poco se conoce de su educación y formación, aunque es de prever, a tenor de la escritura de las cartas, que recibió una instrucción esmerada acorde a los cánones que la sociedad burguesa destinaba a las mujeres. No obstante, resulta evocador imaginar su convivencia cotidiana con la profesión paterna: los modernos artilugios y la imagen fijada y conservada de los retratos fotográficos.
Escena hogareña (hacia 1888- 1889). Nota de color al óleo sobre tabla. Foto: ASC.
En ese estudio, hacia 1879, es donde conoció a Joaquín, que había hecho amistad con Juan Antonio García, uno de los hermanos de Clotilde y quien lo introdujo en el taller familiar como iluminador de fotografías. En 1888, Sorolla regresa de su pensión en Roma para contraer matrimonio y ambos regresan a Italia, donde recorrerían ciudades como Roma, Venecia y Florencia, y se establecen en el pequeño pueblo de Asís hasta su regreso a España en 1889, momento en el que deciden instalarse en Madrid. De esos momentos se conserva algún dibujo evocador, como Clotilde acostada, Asís (1888), o alguna pequeña tabla al óleo como Escena hogareña (1888-1889). Es el inicio de toda una serie de lienzos en los que Clotilde es protagonista.
Algunos de ellos son extrañamente nostálgicos, como la acuarela Clotilde en la ventana (1888). Un interior doméstico en semipenumbra nos adentra en el interior del hogar. La carta rasgada ha caído al suelo, mientras su otra mitad permanece fuertemente sujeta entre los dedos de Clotilde. Esta se asoma a través de la ventana semiabierta, esperando, con el pelo recogido y adornado y un chal rojo sobre los hombros. Es una de las primeras obras en las que el artista experimentará con la incidencia de la luz sobre las figuras. Clotilde será retratada en una infinidad de ocasiones, pero destacan sus retratos Clotilde con traje negro (1906) y Clotilde paseando en los jardines de La Granja (1907), en los que aparece como una mujer refinada y exquisita.
Clotilde sentada en un sofá (1910), expuesto en el Museo Sorolla de Madrid. Foto: ASC.
En el primero, protagoniza la composición a través del volumen de su amplio traje negro, cuya estrecha figura se resalta con la blancura de la rosa que prende del vestido. La actitud radiante, desenvuelta y segura se refleja en la postura y el rostro ladeado; nos mira sin subterfugios, directa y francamente, mientras inclina la cabeza ligeramente. Esta elegancia innata aparece de nuevo en Clotilde con traje gris (1900), Clotilde en traje de noche (1910), Clotilde con sombrero (1910) o Clotilde sentada en el sofá (1910), en el que el blanco de Sorolla construye el sencillo vestido que destaca sobre el diván dorado y la cautivante mirada de los ojos almendrados de Clotilde nos interpela. Los retratos son infinitos, y muchos de ellos, en los que aparece retratada absorta en la lectura, evocan la personalidad culta de Clotilde. Es el caso, por ejemplo, de Clotilde en el estudio (1900) y Clotilde leyendo un diario (1900). Sorolla representa a su esposa en esta actitud en una infinidad de dibujos y estudios.
La vida familiar también es objeto de plasmación artística: realizando sombras chinescas, junto a sus hijos, en composiciones entre las que destaca Madre (1900) o El primer hijo (1890). Ahora bien, musa e inspiración del pintor, reflejo de la «verdad misma» —como aseveraría el artista en más de una ocasión—, Clotilde se prefigura hoy no solo como el objeto de representación bajo la mirada del pintor, sino como un sujeto crucial en la configuración de uno de los espacios más significativos, si no el principal, de la memoria conservada y de la preservación de la obra de Sorolla: el Museo Sorolla, quizá el legado más significativo de Clotilde García del Castillo, considerado un hito en la historia de la gestión cultural de España. A menudo, este acontecimiento clave en la historia cultural se relaciona estrechamente con los ambientes culturales y los microcosmos sociales que frecuentó el matrimonio a lo largo de su vida.
Madre (1895). Sorolla retrata a Clotilde junto a su hija Elena, recién nacida. Foto: ASC.
La creadora del museo
En el germen de esta donación hallamos, por un lado, los principios de la Institución Libre de Enseñanza, tan próximos al ideario krausista que compartía el matrimonio y que tuvo gran protagonismo incluso en la formación de sus hijos; por otro lado, no podemos olvidar los ambientes de vanguardia en los que se movieron en Valencia y Madrid, pero también en Londres, París y Nueva York. El fomento de la educación y la difusión de la cultura entre el pueblo están detrás del propósito de la formación del museo y del legado de los bienes artísticos al Estado. A ello se unió, sin duda, la experiencia estadounidense, en la que tuvieron la oportunidad de observar otras formas de promoción cultural debidas a iniciativas particulares, como la de Huntington con la fundación de la Hispanic Society de Nueva York, quien además en España estuvo próximo al marqués de la Vega Inclán, verdadero impulsor de una nueva manera de entender el patrimonio histórico artístico durante el reinado de Alfonso XIII.
El 10 de julio de 1925, Clotilde García dictaba testamento ante el notario Camilo Ávila, en Madrid. En un gesto sin precedentes en la historia cultural española, legaba al Estado la casa-taller de Sorolla, junto con gran parte de las pinturas de la colección familiar y los objetos artísticos del estudio. El fin de dicho legado era claro: perpetuar la memoria de Joaquín Sorolla, y así lo transmitieron sus albaceas, Mariano Benlliure, Manuel Benedito y Vives y José Capuz, al Ministerio de Instrucción Pública el 5 de enero de 1929: «Para que cree el Museo Sorolla y para perpetuar el esclarecido nombre de su difunto marido». Tan solo se excluían del conjunto los retratos de sus hijos, así como los retratos familiares, autorretratos y los propios retratos de Clotilde, aunque serían incorporados más tarde.
En sus inicios, el museo tomó la forma de Fundación Benéfico-Docente. Entre los fines de esta institución se refleja el interés por contribuir a la formación cultural. La pretensión no era, pues, otra que «realizar la enseñanza pública y gratuita por medio de la contemplación y estudio del arte de la pintura, perpetuando así, además, la memoria de Sorolla», siempre configurándose como una entidad gratuita en su acceso. La modernidad de la decisión del legado de Clotilde García se sustentaba en el acceso abierto a la colección para el estudio y la formación, que plasmaba un espíritu claramente democrático en el impulso dado al disfrute de la cultura desde planteamientos pedagógicos e innovadores. La inauguración del Museo Sorolla tuvo lugar el 11 de junio de 1932 en pleno gobierno inaugural de la II República y pronto se vehiculó con el ideario de acceso libre del pueblo a la cultura que propugnaba el gobierno republicano, y se convirtió en todo un referente nacional.
Hijas artistas
Esta modernidad se plasmó también en el círculo más cercano. Hemos podido comprobar cómo María cultivaba con libertad y pasión su talento artístico en el jardín del hogar, aunque sus hermanos, Elena y Joaquín, también pintaban. Todos ellos pudieron disfrutar de una educación muy diferente a la de la época, especialmente ellas (la Institución Libre de Enseñanza fomentaba la creatividad entre su alumnado). Ambas hermanas destacaron como artistas modernas y librepensadoras. María Clotilde Sorolla García (1889-1956) intervino en exposiciones como la de la Juventud valenciana o el Lyceum Club (una de sus obras más conocidas fue el emblemático lienzo de La Chula, 1925).
La chula (1925), por María Sorolla García. Foto: Alamy.
Elena Sorolla García (1895-1975), que firmaba sus obras como Helena, destacó como escultora, formada con artistas de renombre como José Capuz y Mariano Benlliure. Entre 1916 y 1926 participó en muestras como la Exposición de Arte Joven Valenciano (1917), la del Musée de l’Hotel de la Ville de Burdeos (1919), la Exposición de Arte de 1922 celebrada en el Palacio de Bellas Artes-Parque de la Ciudadela de Barcelona o la del Lyceum Club Femenino (1926).
Coqueta (1915-1919), obra de Helena Sorolla. Foto: Museo Sorolla.
Sin duda, Clotilde García se dibuja ante nosotros como una mujer adelantada a su tiempo, moderna y de ideas claras. Y, sobre todo, una mujer innovadora al hacer realidad el discurso de la cultura para todos.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-07-25 10:00:00
En la sección: Muy Interesante