Menú Cerrar

Cómo era vivir en el Renacimiento: el día a día

Cómo era vivir en el Renacimiento: el día a día

La vuelta a la Antigüedad clásica también marcó la vida cotidiana de la época: renacieron antiguos gustos y modas. No obstante, entonces el día a día en una ciudad o un pueblo era duro y las posibilidades de morir de hambre o en una pandemia eran altas. Las clases sociales se fueron afianzando cada vez más; en las ciudades los nobles se enfrentaban entre ellos por el poder y los privilegios, mientras que en el campo las élites rurales y el clero controlaban las tierras. 

El comercio y las oportunidades de negocio que se abrieron a nivel internacional con el descubrimiento de América hicieron que se adoptaran nuevos hábitos y costumbres.

Villas de recreo

La cultura material experimentó importantes cambios con la entrada de nuevos y exóticos objetos procedentes de tierras lejanas, que decoraban las casas de los adinerados. Era un símbolo de poder y rango construirse viviendas siguiendo el estilo clásico, porque significaba participar del renacimiento de la Antigüedad. 

Cristo en casa de Marta y de María, de Joachim Beuckelaer, obra de 1568. Foto: Museo Nacional del Prado

Dentro del hogar, la sala de estudio o escritorio se erigió como el símbolo principal de los valores renacentistas. Los salones de muchas de esas casas se llenaron de antigüedades, obras de arte, raras plantas y animales disecados. Esos salones estaban dedicados a las musas, divinidades inspiradoras de las artes (ese es el origen de los actuales museos).

En estas casas también tuvieron una especial importancia los jardines, en los cuales era habitual encontrar galerías al aire libre donde se exponían esculturas y se plantaban especies traídas de otros continentes. A partir del siglo XVI, la sociedad se sustentaba sobre la base de una economía bastante diversificada, y ello dio lugar a cierta complejidad en los objetos de la vida cotidiana. 

Así, encontramos un sinfín de variedades en el menaje del hogar: cántaros para el agua, tinajas y orzas para el almacenaje de alimentos, morteros, ollas, sartenes, cazuelas, cazos, calderos, lebrillos, trébedes, etc., utensilios que podríamos encontrar en todas las viviendas. La higiene se convirtió en algo importante: a partir del Renacimiento, se empiezan a tener ciertos conocimientos sobre la importancia que la limpieza tiene sobre la salud. La mayor parte de las muertes sobrevenían a causa de infecciones graves y mala higiene. 

Se comenzó a tener conciencia de que la limpieza del cuerpo y del vestido, así como del entorno, era un factor positivo para el bienestar. Comenzaron a practicarse ciertos procesos de limpieza como el encalado de paredes, que protegía los hogares de algunas enfermedades, o el uso habitual del jabón, así como sistemas para el lavado de los textiles y de los objetos del hogar.

Albañiles pintados por Signorelli. Foto: AISA

Para llevar a cabo la higiene personal se empezaron a usar piezas textiles y diferentes utensilios, y de esta forma encontramos las primeras toallas confeccionadas con lino. Solían tener diversos tamaños, algunas se bordaban con seda de vivos colores y estaban rematadas por caireles o flecos. Entre los utensilios de higiene encontramos también jarros, ajofainas, lebrillos, cubos y bacines, que solían ser de cerámica vidriada. 

El aguamanil, metálico o de plata para las clases más pudientes, se utilizaba en el servicio de mesa para que los comensales se lavaran las manos cuando se acababa de consumir un plato y se pasaba al siguiente.

En el campo y la ciudad

Por otra parte, se experimentó un auge demográfico y un notable despegue económico. Los entornos de las ciudades se llenaron de huertos frutales y de campos de hortalizas. La regularidad en el clima durante varios siglos propició ciclos lluviosos estables. 

La mejora de la tracción animal mediante la cría de ganado mular, antes vetada, generó una gran reactivación de la producción agrícola. Los molinos harineros y aceiteros y los pógetty sitos municipales se multiplicaron en todos los territorios. La abundante ganadería abasteció a carnicerías, industrias, tenerías, etc., atrayendo a un gran número de comerciantes a las ciudades. 

La vida artesanal cobró gran importancia, y los oficios se agrupaban por gremios en calles y barrios: orfebres, esparteros, curtidores, ceramistas, etc.; de ahí que hoy en día muchas de nuestras actuales calles aún guarden los nombres de aquellos antiguos oficios.


La historia detrás de los Tercios de Flandes: disciplina, entrenamiento y valentía

Juan Antonio Antonio Guerrero

Todo ello favoreció la expansión y la mejora urbana de numerosas ciudades. Se ampliaron los antiguos barrios y muchos edificios señoriales ocuparon los principales lugares, como plazas y calles. 

Se restauraron y construyeron nuevos templos parroquiales y catedrales, lo que generó mucha mano de obra. Uno de los ejemplos más importantes en la península ibérica es la catedral de Jaén, uno de los monumentos renacentistas más importantes de nuestro país, construida por Andrés de Vandelvira, que diseñó un templo con un lenguaje único y que fue sin duda alguna el motor económico de esta ciudad durante varios siglos.

Tomates, cacao y patatas

Desde otros continentes comenzaron a entrar nuevos productos e ideas y técnicas alimentarias diferentes. En el medievo, con la llegada de los musulmanes a la península, géneros como la caña de azúcar, los cítricos, el plátano, el melón, la sandía o la granada y verduras como las berenjenas o las espinacas comenzaron siendo productos exóticos para acabar ocupando lugares destacados en nuestra cocina. 

Luego, a partir del siglo XVI, el comercio global se extendió a unos niveles desconocidos hasta entonces. África, Europa, Asia y América quedaban conectadas por las rutas comerciales. La expansión del comercio y el gran negocio que suponía el intercambio de mercancías favorecieron abaratar el coste de los transportes y reducir los precios en las transacciones. Todo ello propició las transferencias entre continentes y sentó las bases del mundo global que hoy existe. 

Villa Rotonda, obra de Andrea Palladio, ejemplo de casa campestre al estilo clásico. Foto: Shutterstock

El gran motor de la expansión comercial durante este período fue el comercio entre Asia y Europa. La demanda asiática de plata, imprescindible para sustentar el sistema monetario de China, y la adquisición de productos asiáticos de prestigio por las élites europeas, tanto de especias como de objetos manufacturados, fueron notables en la época. 

La demanda de productos y especias tales como pimienta, clavo, canela, nuez moscada y jengibre, entre otros, y de sedas y porcelanas chinas se había incrementado notablemente, hasta el punto de que hoy en día este comercio está considerado uno de los factores más importantes por los cuales se produjo la expansión marítima por todo el mundo de los europeos en los siglos XV y XVI.

Vestir con delicadas sedas y poseer porcelana china se había convertido en todo un capricho al alcance de unos pocos. El gusto por lo clásico y el buen devenir de la economía durante el Renacimiento propiciaron una época de gran esplendor, y la vida cotidiana mejoró notablemente en todas las clases sociales, asentándose las bases de lo que hoy en día se conoce como bienestar social.

Por otro lado, tras la llegada de Colón a América comenzó un amplio intercambio de alimentos entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Fueron muchos los productos vegetales y animales llevados a tierras americanas. América fue igualmente generosa: de allí llegaron las judías, los pimientos, el pimentón, los tomates, el cacao, las batatas, la piña, las patatas, el maíz y el pavo.

El cacao, que había sido utilizado por las tribus indígenas americanas desde hacía 2.500 años –fundamentalmente como remedio medicinal o incluso como moneda de cambio–, no fue bien recibido aquí en un primer momento. 

La receta de la bebida de chocolate que existía por entonces no resultaba agradable para la mayoría de la población, que la consideraba muy amarga. No fue hasta el siglo XIX cuando se empezó a extender y apreciar el consumo de cacao debido a la aparición de la industria chocolatera, que le aplicó aditivos como el azúcar y otros componentes para hacerlo más apetecible.

La dieta mediterránea

De este modo, la cocina se enriqueció con la culinaria árabe y los productos americanos; así se conformó la dieta mediterránea. 

Naturaleza muerta con pavo, por Pieter Claesz (1627). El pavo fue un animal traído de América. Foto: Getty

Francisco Delicado, un escritor de origen andaluz afincado en Italia, en su Retrato de álbum la lozana andaluza (1528), al narrar las habilidades de Aldonza como cocinera, fruto de la transmisión familiar de generación en generación, recoge muy bien la huella de la cocina islámica en las primeras décadas del siglo XVI: “(…) aprendí a hacer fideos, empanadillas, alcuzcuz con garbanzos, arroz entero, seco, graso, albondiguillas redondas y apretadas con culantro verde, que se conocían las que yo hacía entre ciento. (…) Y cazuela de berenjenas mojíes en perfección; cazuela con su ajico y cominico, y saborcico de vinagre, esta hacía yo sin que me la vezasen. Rellenos, cuajarejos de cabritos, pepitorias y cabrito apedreado con limón ceutí. 

Letuarios de arrope para en casa, y con miel para presentar, como eran de membrillos, de cantueso, de uvas, de berenjenas, de nueces y de la flor del nogal, para tiempo de peste; de orégano y de hierbabuena…”.    

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.es

Publicado el: 2023-12-28 16:30:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

Deja un comentario