Menú Cerrar

¿Cuál fue la respuesta de Hitler y Mussolini al enfrentamiento entre Japón y EE.UU.?

¿Cuál fue la respuesta de Hitler y Mussolini al enfrentamiento entre Japón y EE.UU.?

Adolf Hitler no era el compañero de mesa ideal. Los desafortunados que solían compartir cena con él le describían como un ególatra que pasaba horas y horas sin callar. La misma Eva Braun, su esposa de facto, aquella con la que se suicidó años después en Berlín, prefería quedarse ensimismada en sus propios pensamientos antes que atender a las interminables charlas. Pero la incomodidad de los presentes no detenía al Führer y, entre plato y plato, agotaba a sus interlocutores hablando de política, ideología nazi o nutrición. En la noche del 4 de enero de 1942, el centro de su discurso fue Estados Unidos: “Roosevelt es un cerebro enfermo. No hay nada más tonto que los americanos. Su desilusión es tanto más grande cuanto mayor es la altura de la que caen”. Acto seguido, indicó que Japón no había tenido que enfrentarse a una guerra en su territorio en dos mil seiscientos años.

Adolf Hitler y el Benito Mussolini pasan revista a las tropas alemanas en Múnich durante la visita de ‘Il Duce’ a Alemania en septiembre de 1937. Foto: Getty.

El Führer estaba eufórico y sentía que nada podía detener la maquinaria militar del Eje. Menos de un mes antes, el 11 de diciembre de 1941, él y el líder fascista italiano Benito Mussolini habían declarado la guerra a Estados Unidos como respuesta al ‘Discurso de la Infamia’ de Franklin D. Roosevelt y a la entrada en el conflicto de Norteamérica tras el bombardeo de Pearl Harbor. Y lo habían hecho con una sonrisa, pues consideraban que el empuje de las fuerzas armadas niponas remataría a los aliados. La primera potencia en caer, vaticinaban, sería Gran Bretaña. “No veo cómo los ingleses podrán enfrentarse con Japón con posibilidades de éxito. Japón, gracias a sus bases, domina el mar lo mismo que el aire”, admitió el líder alemán a sus compañeros de mesa. Esa misma noche también auguró que Winston Churchill pediría al Reich una “paz separada” y que, sin su ayuda, la Casa Blanca sería historia. Gran equivocación.

A tres bandas

De lo que no se puede acusar al Tercer Reich es de haberse puesto en manos de Japón tras una sola noche de desenfreno. Lo suyo era una relación de años. El 25 de noviembre de 1936, mucho antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, ambos países habían firmado ya el Pacto Antikomintern con un solo objetivo: salvaguardarse del peligro que representaba para Hitler e Hirohito la Unión Soviética. Unos meses después rubricó su entrada en la alianza la Italia de Benito Mussolini. Ese núcleo duro fue el mismo que suscribió el llamado Pacto Tripartito el 27 de septiembre de 1940. Aunque, en este caso, la finalidad última del documento no era aislar a Josef Stalin, sino evitar que Estados Unidos entrase en el conflicto por el bando Aliado y presionar a Roosevelt para que relajara el bloqueo en la exportación de materias primas al Imperio del Sol Naciente.

El líder soviético Josef Stalin (1879- 1953) dando un discurso en el octavo y último Congreso de los Soviets de todas las Rusias, en noviembre de 1936. Foto: Getty.

La realidad es que este tratado fue un documento redactado a la ligera y a toda prisa. Las cláusulas, tan solo seis, se limitaban a señalar las zonas de influencia de las tres potencias – Alemania e Italia en Europa y Japón en la Gran Asia Oriental– y aclaraban que las relaciones que cada uno de los integrantes tuviera con la Unión Soviética no cambiarían desde el momento en que se suscribiera el convenio. La disposición más controvertida era la tercera, pues exigía que los países se prestasen auxilio ante una eventualidad muy concreta: “Las naciones se comprometen a ayudarse mutuamente con todos los medios políticos, económicos y militares cuando uno de los firmantes sea atacado por una potencia que actualmente no esté involucrada en la guerra europea o en el conflicto chino-japonés. La clave es que no se especificaba en qué consistiría esa ayuda.

La firma no causó estupor en el país de las barras y las estrellas; tan solo les permitió corroborar algo que sospechaban desde hacía media década. Así lo dejó claro el subsecretario de Estado Sumner Welles el 27 de septiembre de 1940: “El acuerdo de alianza no altera sustancialmente, en opinión del Gobierno, una situación que ha existido durante muchos años y sobre la que hemos llamado de forma reiterada la atención al mundo”. En la práctica llevaba razón ya que, como han explicado en sus ensayos expertos de la talla de Florentino Rodao –catedrático especializado en historia de Asia–, el Pacto Tripartito no era una alianza total. De hecho, no obligaba a ningún país a prestar ayuda militar, permitía a Japón decidir de forma unilateral si entraba en el conflicto y no forzaba a Hitler y a Mussolini a declarar su beligerancia hacia Norteamérica si esta iniciaba hostilidades contra los nipones.

El subsecretario de Estado de Estados Unidos, Sumner Welles, fotografiado en 1933. Foto: Getty.

Las excusas del Führer

Hitler, sin embargo, se escondió bajo el paraguas del Pacto Tripartito y declaró la guerra a Estados Unidos. Lo hizo mediante un mensaje que su ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, hizo llegar a Ray Atherton, jefe de la División de Asuntos Europeos del Departamento de Estado. El día seleccionado fue el 11 de diciembre, y tampoco sorprendió a Roosevelt. La esencia del documento estaba al final: “Aunque Alemania se ha adherido al derecho internacional en sus relaciones con Estados Unidos durante todos los períodos del conflicto, su Gobierno ha creado un estado de guerra virtual. […] En estas circunstancias, Alemania se considera en estado de guerra con EE UU”. Fue la única vez que el Führer inició hostilidades de forma oficial contra un país. Él, por el contrario, era partidario de atacar de improviso, como había hecho en Polonia, Francia o la Unión Soviética.

Ese mismo 11 de diciembre, el Führer arribó al Reichstag henchido de orgullo. Las instantáneas de aquel día le muestran exultante, con una amplia sonrisa en la cara mientras estrecha la mano de sus ministros en el estrado. En su discurso, pronunciado con una gigantesca águila nazi como telón de fondo, insistió en que Alemania contaba con una maquinaria bélica que acabaría con cualquier enemigo: “Estoy al frente del ejército más fuerte del mundo, una fuerza aérea gigantesca y una armada orgullosa. Millones de soldados cumplen con su deber y millones de campesinos y obreros producen pan para el país y armas para el frente”. Luego, insistió en que “las Tres Potencias han demostrado su determinación inquebrantable de no deponer las armas hasta que la guerra conjunta contra Estados Unidos e Inglaterra llegue a una conclusión exitosa”.

Eva Braun y Adolf Hitler posan el 14 de junio de 1942 con sus perros en su residencia alpina de Berghof. Fueron pareja durante 13 años, de 1932 a 1945. Foto: Shutterstock.

Aunque a Hitler le sobraban excusas. A lo largo del discurso, criticó también la colaboración de la flota norteamericana en la protección de los mercantes británicos que cruzaban el Atlántico cargados de armas y vituallas. Después, recordó al pueblo germano que el Congreso estadounidense había aprobado a mediados de marzo de 1941 una ley que autorizaba al presidente a “vender, transferir, arrendar o prestar” material de guerra, alimentos y servicios a las potencias que considerase oportunas. En la práctica: Gran Bretaña, la Francia en el exilio y la Unión Soviética. “Motivado por su odio a la Alemania nazi, Roosevelt quiere apoderarse del Imperio británico. Dado que Inglaterra no está en condiciones de pagar en efectivo, ha impuesto la Ley de Préstamo y Arriendo al pueblo. De este modo, ha recibido poderes para dar apoyo a países cuya defensa considere vital para los intereses de EE.UU.”, bramó.

Adolf Hitler abandonó el estrado entre sonoros aplausos. La declaración de guerra fue, al menos en lo político, una jugada magistral, pues demostró a los ciudadanos del Reich que Hitler caminaba con paso firme hacia la victoria y que confiaba en sus fuerzas armadas. Y lo cierto es que no era una simple pose. En las semanas siguientes, el líder nazi repitió en petit comité que el Imperio del Sol Naciente era una potencia emergente y que sería imposible para los aliados detener su expansión: “Japón está haciéndose independiente en todo. Se asegura el caucho, el petróleo, el zinc, el wolframio y otra gran cantidad de productos. Será uno de los países más ricos del planeta”. Su confianza en los nipones era tal que llegó a describirlos como la salvación de Alemania, ya que no renunciarían jamás a la preponderancia que tenían en el Pacífico y lucharían contra cualquiera que intentara arrebatársela.

El incidente de la discordia

Las relaciones entre Estados Unidos y Alemania no estuvieron libres de incidentes antes del 11 de diciembre de 1941. El primer intercambio de fuego real entre ambas naciones sucedió el 4 de septiembre de ese mismo año. Aquel día, el USS Greer, un destructor norteamericano recuperado para el servicio, navegaba rumbo a Islandia cuando un avión de patrulla de largo alcance de la RAF británica le informó de que había un U-Boot en las cercanías. El capitán del navío, Laurence Frost, decidió acudir en su busca. No para atacarle, pues sus naciones no estaban en guerra, pero sí para localizarlo e informar de su posición a sus superiores. 

El comandante del submarino en cuestión, el U-652, ordenó la inmersión de la nave en el momento en el que vio al destructor acercarse a su posición. Al parecer, no tuvo tiempo para descubrir de qué nacionalidad era. La situación podría haber terminado en este punto, pero Frost activó el SONAR e inició la búsqueda de su presa. A partir de este momento existe controversia entre las fuentes sobre lo que ocurrió. Historiadores como Craig L. Symonds son partidarios de que, en mitad de aquel juego del gato y el ratón, el avión de la RAF lanzó varias cargas de profundidad contra el sumergible. También sentencia que este, desde el fondo, creyó que los explosivos provenían del USS Greer. Fuera como fuese, a las tres horas, el oficial germano disparó dos torpedos contra el navío. Ninguno dio en el blanco, pero sí tensaron las relaciones entre ambas potencias mundiales

Los sumergibles y submarinos alemanes eran conocidos, desde la Primera Guerra Mundial, como U-Boot, abreviatura del alemán unterseeboot (nave submarina). Foto: A. Ferrer Dalmau.

El 11 de septiembre de 1941, el presidente Roosevelt cargó a través de sus Charlas junto a la chimenea contra Alemania. En primer lugar, rechazó que el incidente hubiera sucedido por una mera equivocación y, a continuación, confirmó que había dado la orden a sus capitanes de disparar a cualquier buque nazi o U-Boot con el que se toparan en el trayecto. Pocos días después, un submarino alemán fue atacado al este de Groenlandia y, allá por noviembre, los norteamericanos asaltaron el vapor germano Odenwald e hicieron prisioneros a sus tripulantes. 

Hitler, avispado, utilizó aquello como la enésima excusa para iniciar las hostilidades contra Estados Unidos. “Roosevelt ha sido culpable de los peores crímenes contra el derecho internacional. Ordenó a su armada atacar y hundir a los barcos bajo bandera alemana e italiana. Los ministros estadounidenses se jactaban de haber destruido nuestros submarinos de esta forma traicionera”, señaló el Führer durante el discurso en el Reichstag. La afrenta se incluyó incluso en la declaración formal de guerra. Fue casi un alivio tener ese pretexto en la cartera.

Italia sigue la estela

Roma siguió la estela del Führer. El Tercer Reich le marcaba por entonces el paso a un Mussolini que, tan solo un año antes, había hecho el ridículo a nivel internacional al quedar frenado en los Balcanes y verse obligado a solicitar la ayuda de las tropas germanas para llegar hasta Grecia. Aunque no hubiera querido, el dictador italiano habría tenido que plegarse a los deseos de su vecino. Así, el 11 de diciembre de 1941, el Duce informó al pueblo de que comenzaban las hostilidades: “Este es otro día solemne y de acontecimientos memorables destinados a dar un nuevo rumbo a la historia de los continentes. La Italia fascista y la Alemania nacionalsocialista, siempre estrechamente ligadas, participan junto al heroico Japón contra los Estados Unidos de América”.

Fotografía coloreada de Mussolini en 1940. Foto: ASC.

Como su par, Mussolini invocó también el Pacto Tripartito: “La alianza une estos días a 250 millones de hombres decididos a hacer lo que sea para ganar. Ni el Eje ni Japón querían que el conflicto se generalizase. Pero un hombre, un solo hombre, un auténtico tirano, mediante una serie de provocaciones infinitas, ha traicionado a la población de su país. Él quería la guerra y se había preparado para ella con obstinación diabólica”. A continuación, el Duce recordó “los formidables golpes” infligidos a las fuerzas estadounidenses del Pacífico y “lo preparados que están los soldados del Imperio del Sol Naciente” para hacer frente a la guerra. “Hoy, el Pacto Tripartito es un instrumento de guerra. Mañana, se convertirá en una herramienta de paz y de justicia entre los pueblos”. Acabó de forma tajante: “¡Italianos, levantaos una vez más y sed dignos de esta hora histórica! ¡Ganaremos!”.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-03-02 09:36:20
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

Deja un comentario