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de la ilusión aventurera en las Américas a la aplastante realidad de Cuba

de la ilusión aventurera en las Américas a la aplastante realidad de Cuba

El joven Santiago Ramón y Cajal terminó con éxito la licenciatura de Medicina a los 21 años, en 1873. En aquella época, su sed de aventuras era grande y tenía una visión idealizada de la exótica América, alimentada por la lectura de libros sobre el Nuevo Mundo. En su autobiografía Recuerdos de mi vida, el médico explica a un compañero de la facultad su entusiasmo: 

«Me devora la sed insaciable de libertad y de emociones novísimas. Mi ideal es América, y singularmente la América tropical, ¡esa tierra de maravillas, tan celebrada por novelistas y poetas! … Solo allí alcanza la vida su plena expansión y florecimiento… Orgía suntuosa de formas y colores, la fauna de los trópicos parece imaginada por un artista genial, preocupado en superarse a sí mismo. ¡Cuánto daría yo por abandonar este desierto y sumergirme en la manigua (terreno pantanoso con abundante maleza tropical) inextricable!». El deseo de Cajal no tardaría en cumplirse, aunque la experiencia en América destrozaría sus ilusiones, agriaría su visión del mundo y casi le costaría la vida. 

Retrato del capitán médico Santiago Ramón y Cajal realizado por Izquierdo Vives en 1874.Museo del Ejército de Toledo

Poco después de convertirse en médico, Cajal ingresó en el Cuerpo de Sanidad Militar, tras aprobar las oposiciones, convocadas por el Gobierno de la Primera República. Su primer y breve destino fue los Llanos de Urgell donde el Regimiento de Burgos combatía a los carlistas. Esta etapa sería muy tranquila para Santiago, pues no llegó a presenciar combate directo y a su enfermería no llegarían heridos. Sin embargo, al año siguiente, en 1874, le llamarían a filas y Cuba, donde se libraba la guerra de los Diez Años para evitar la independencia de la isla, sería su destino. Allí ejercería como capitán médico durante más de un año, catorce meses llenos de penurias.


Eugenio M. Fernández Aguilar

El joven Cajal podría haber rechazado el destino caribeño que le llegó por azar (tras un sorteo realizado por el Gobierno de la República), pero en lugar de lamentarlo, se alegró por ello: «Iba a cruzar el Atlántico, como los famosos y heroicos descubridores del Nuevo Mundo». No obstante, su afán por ver la exótica isla disgustó mucho a su padre Justo. Este le aconsejó pedir la licencia absoluta para no ir y le advirtió de los riesgos, entre ellos la insalubridad y, por supuesto, la muerte en la contienda. Su progenitor tenía miedo, además, de que se olvidara de los extensos conocimientos sobre anatomía que había adquirido en sus años de formación y eso perjudicase su futuro.

«Tenaz siempre en mis propósitos, atajé sus razones, diciéndole que consideraba vergonzoso desertar de mi deber solicitando la separación del servicio: «Cuando termine la campaña será ocasión de seguir sus consejos; por ahora, mi dignidad me ordena compartir la suerte de mis compañeros de carrera y satisfacer mi deuda de sangre con la patria»».

Ante este hecho, Justo intentó que la labor de su hijo fuera menos arriesgada y le entregó cartas de recomendación dirigidas a los mandos superiores para que le asignasen un puesto menos peligroso, en Santiago, La Habana o Puerto Príncipe.

De poco le serviría al preocupado padre la escritura de las misivas. Su hijo no llegó a usar dichas cartas y terminó en los peores lugares posibles: las enfermerías de campaña de Vista Hermosa y, más tarde, la de San Isidro, en el distrito de Puerto Príncipe (hoy provincia de Camagüey). Estos hospitales de campaña en el frente se encontraban aislados, en medio de terrenos pantanosos, con abundante maleza y grandes poblaciones de mosquitos, que acribillaban a los soldados. Además, la exótica fauna y flora que el futuro científico se había imaginado a partir de sus lecturas no existía en aquellas tierras.

Grabado de un grupo de insurrectos en la manigua. De La Ilustración Española y Americana (1872).ASC

Ejerciendo la medicina en condiciones extremas

Cajal se quejó en numerosas ocasiones de las condiciones extremadamente insalubres de las enfermerías. Tanto es así que, en uno de los puestos en los que estuvo destinado el médico, el 75 % de los soldados llegó a estar de baja por enfermedad al mismo tiempo. Un grave problema que se unía a otros como la escasez de provisiones y raciones de comida y el difícil acceso y comunicación con estos puestos. La moral de las tropas era muy baja, por todo lo anterior y por las abundantes prácticas de corrupción y los largos retrasos en el pago de los salarios. Para evadirse de la dura realidad, los soldados recurrían al juego, al alcohol o a las mujeres. El médico señalaba en sus memorias que el alcoholismo, sobre todo, hacía estragos en las tropas.

A pesar de la elevada carga asistencial, Santiago no descuidó su curiosidad científica y durante el tiempo libre examinaba microorganismos presentes en las aguas pantanosas a través de un microscopio (instrumento no muy conocido en Cuba) que había logrado obtener.

Como miles de sus compañeros, padeció más las enfermedades, la corrupción y la picaresca de la milicia en Cuba que la amenaza bélica de los insurrectos cubanos. De hecho, se estima que el 93 % de los españoles fallecidos en dicha guerra (decenas de miles de personas) murieron por enfermedades, mientras que solo el 7 % pereció a causa de las heridas en la batalla. La malaria (también conocida como paludismo), la disentería, la viruela, la tuberculosis, la fiebre amarilla, las úlceras crónicas y las penalidades de la guerra afectaban seriamente a los militares, que caían enfermos de forma masiva.

El médico se quejaba de que el clima y la mala calidad de la alimentación que recibían los soldados no ayudaba a que recobrasen la salud. Así, los soldados estaban tan abatidos que no tenían fuerzas ni para sujetar el fusil: «Toda una administración corrompida que ha gastado más de dos mil millones de pesetas durante la guerra para alimentar al soldado exclusivamente con arroz y sardinas». 

El joven doctor tuvo que atender a multitud de compañeros, aquejados por enfermedades originadas por la insalubridad de sus condiciones de vida en los puestos. Él tampoco se libró y sufrió la malaria en sus propias carnes a raíz de las picaduras de mosquito. Su síntoma más preocupante fue una grave anemia, provocada por la destrucción acelerada de los glóbulos rojos y a una producción lenta de estos. Su bazo también se agrandó de forma considerable, perdió abundante masa muscular y quedó extremadamente delgado.

Una tropa española de refuerzo llegando en un vapor al puerto de La Habana, Cuba, el 15 de octubre de 1875, durante la guerra de los Diez Años.La Ilustración Española y Americana

En peligro de muerte

La sobrecarga de trabajo, los ataques de los mambises (los guerrilleros que buscaban la independencia de Cuba) y su enfermedad le llevaron a un agotamiento físico extremo. Aún enfermo, tuvo que defender su campamento, con fusil en mano, de los rebeldes. Llegó un punto en el que no podía ni atender a los enfermos, por ser incapaz de levantarse de la cama. 

Para recuperar fuerzas, Cajal solicitó una licencia para trasladarse un breve tiempo a la ciudad de Camagüey (su etapa más agradable de su paso por su Cuba) y así volver al servicio militar tras su recuperación, mes y medio después. Sin embargo, al poco tiempo de su regreso a la enfermería de San Isidro, el médico volvió a padecer los estragos de la malaria. Por si el azote de esta enfermedad no fuera suficiente castigo, también sufrió hambre y disentería, por la ingestión de alimentos contaminados o agua sucia. Santiago tomaba con frecuencia sulfato de quinina y tanino, para tratar la malaria, y opio para la disentería, pero esto no evitaba su empeoramiento paulatino.

El futuro experto en histología estuvo en grave riesgo de muerte. Su hígado y su bazo se agrandaron de forma alarmante y empezó a acumular líquidos en el vientre (un signo de gravedad). En un primer momento, el médico solicitó la licencia temporal, pero se la negaron por falta de personal. Ante esta respuesta y su delicado estado de salud, finalmente Cajal quiso renunciar a su carrera militar y pidió la licencia absoluta. Una licencia que también fue rechazada en varias ocasiones por su superior más inmediato, el médico Manuel Grau Espalter, jefe de Sanidad del Cuerpo del Ejército

Fue la intermediación del capitán general de la isla de Cuba en aquella época, Blas Diego de Villate y de la Hera, la que probablemente le salvó la vida. El militar de alto rango se comprometió personalmente a tramitar la solicitud de Cajal. Finalmente, el rey Alfonso XII, a propuesta del Consejo Supremo de la Guerra, le concedió la licencia absoluta y se le eximió para siempre de su deber como capitán médico.

Fotografía de Pérez Argemí, de una sala del hospital militar Alfonso XII, en La Habana (Cuba). Malaria, disentería, viruela, tuberculosis, fiebre amarilla, etc., masacraron al ejército colonial.Archive Collection

Regreso a casa

Cuando Cajal fue declarado oficialmente «inutilizado en campaña», volvió en barco a España, en junio de 1875, con un estado de salud muy delicado. Al comienzo del viaje de vuelta, estaba extremadamente delgado y débil por los azotes de la malaria, lo que contrastaba radicalmente con su musculado físico de antaño, cultivado gracias a su gran afición al culturismo y al gimnasio

Sin embargo, la estancia en el barco, en unas condiciones higiénicas mejores que las que había disfrutado en el frente, le ayudó a recuperar un poco de vitalidad y peso: «Yo fui uno de los rápidamente aliviados por el ambiente puro del mar. A mi arribo a Santander era otro hombre: comía con apetito, estaba sin fiebre y podía corretear por la ciudad montañesa. ¡Me había salvado! Quedábame solo cierta demacración alarmante y la palidez pajiza de la anemia». 

Otros de sus compañeros, de menor rango y poder adquisitivo, no habían tenido tanta suerte, pues viajaban en muy malas condiciones en el barco, hacinados y mal alimentados. Cajal recuerda con tristeza el lanzamiento periódico de cadáveres al mar durante la travesía. La vuelta al hogar, bajo los atentos cuidados de la familia y la ingesta en abundancia de nutritiva comida, consiguió finalmente que la salud del doctor se restableciera.

Grabado de Blas Villate y de la Hera (izda.), capitán general de la isla de Cuba que permitió a Cajal licenciarse, y Ronald Ross (dcha.), el médico escocés que relacionó la malaria con los mosquitos.Album / National Institute of Health

Recuperando la normalidad

Por otra parte, Cajal no tardó en comprar, con los ahorros que había conseguido con sus servicios militares, un microscopio y varios materiales para procesar y teñir muestras, lo que le permitió crear un pequeño laboratorio. Fue este el comienzo de su brillante carrera científica en el campo de la histología (la rama de la biología que estudia los tejidos), que estaría alimentada por su innata curiosidad y perseverancia.

También retomó con fuerza su actividad académica, ejerciendo primero en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia en Zaragoza, para posteriormente mudarse a Madrid con el fin de realizar el doctorado, que consiguió en 1877. A partir de ahí, su carrera fue fulgurante: se convirtió en el director de Museos Anatómicos en la Facultad de Medicina de Zaragoza en 1879 y, en 1883 y con tan solo 31 años, logró la cátedra de Anatomía Descriptiva de la Facultad de Medicina de Valencia. La decepcionante realidad que descubrió en Cuba le dejaría una profunda marca que influiría de forma determinante en su visión del mundo y en sus posturas sociales y políticas. 

Su ilusión de una América maravillosa, aderezada de un patriotismo repleto de ideales, se destrozó en mil pedazos cuando el médico se vio envuelto por la corrupción generalizada, las condiciones deplorables de los soldados y las enfermedades.

Décadas más tarde, Cajal recordaría amargamente su experiencia en un periódico: «Todos los que hemos estado en Cuba sabemos que el clima mortífero de las Antillas, en triste complicidad con nuestra pésima administración, es decir, con el hambre, los atrasos en las pagas, el desbarajuste en la distribución y movimiento de las columnas, habrían de reducir aquel contingente al año en cien mil soldados y a los dos años a cincuenta mil, poblando los hospitales y hasta los pueblos y aldeas de tísicos, palúdicos y anémicos».

Su romántica sed de aventuras se transformó en rabia e indignación cuando se dio cuenta de la inutilidad de mantener una guerra que estaba destinada al fracaso por parte de España y que supuso la pérdida y el sufrimiento de innumerables personas. La «independencia [de Cuba], deseada por América entera, era inevitable… caímos porque no supimos ser generosos ni justos».

El gran patriotismo de Cajal hacia su país evolucionó de forma clara, pasando de la guerra a la ciencia: «Soldado del espíritu, el investigador defiende a su patria con el microscopio, la balanza, la retorta (recipiente de vidrio utilizado a menudo para destilar sustancias) o el telescopio».

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-05-15 13:00:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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