Durante siglos, las chinches han sido una incómoda compañía para la humanidad. Se cuelan en colchones, se ocultan en grietas y salen de noche a alimentarse de sangre humana. Pero lo que ahora sabemos, gracias a una investigación reciente publicada en Biology Letters, es que esta relación no es nueva: podría remontarse a los orígenes mismos de la vida en ciudades.
Según este estudio, las chinches no solo acompañaron a los primeros humanos sedentarios: evolucionaron junto a ellos, adaptándose a sus casas, sus camas y, sobre todo, a su presencia constante. Este hallazgo no solo cambia nuestra percepción de estas plagas, sino que podría situar a las chinches como los primeros insectos que lograron explotar el entorno urbano, miles de años antes que las ratas o las cucarachas.
Una historia que comenzó en las cavernas
Las chinches comunes (Cimex lectularius) son insectos parásitos que actualmente se alimentan casi exclusivamente de sangre humana. Pero su historia comenzó mucho antes. Los científicos estiman que esta especie tiene más de 100 millones de años de antigüedad y que originalmente se alimentaba de otros vertebrados, probablemente reptiles.
Hace unos 245.000 años, sin embargo, una pequeña parte de su población dio un salto evolutivo decisivo: abandonaron a sus huéspedes originales (en este caso, murciélagos) y empezaron a alimentarse de humanos. Este momento, anterior incluso a la aparición del Homo sapiens, marcó el inicio de una evolución paralela con nuestra especie.

Dos linajes, un mismo insecto
Los investigadores de Virginia Tech y otras instituciones analizaron el genoma de 19 ejemplares de chinches recogidos en la República Checa: diez pertenecientes a la variedad que aún hoy vive en colonias de murciélagos, y nueve asociadas exclusivamente a humanos. El objetivo era reconstruir los cambios en el tamaño poblacional de ambas líneas evolutivas a lo largo del tiempo.
Y los resultados fueron reveladores. Mientras las chinches que siguen viviendo en murciélagos han ido reduciendo su población durante los últimos milenios, las que parasitan a los humanos han experimentado un crecimiento notable en dos momentos clave: hace unos 13.000 años, coincidiendo con el abandono del nomadismo y el inicio de la vida sedentaria; y hace unos 7.000 años, cuando surgieron las primeras ciudades en la antigua Mesopotamia.
Este patrón sugiere que el entorno urbano, con sus casas abarrotadas, su escasa higiene y la proximidad constante entre humanos, fue el caldo de cultivo ideal para una plaga como esta. Así, las chinches no solo sobrevivieron al cambio social más importante de nuestra historia: lo aprovecharon para prosperar.
¿La primera plaga urbana?
La hipótesis de los autores es clara: las chinches podrían haber sido el primer insecto que se adaptó de forma exclusiva a las ciudades humanas. Mientras otras especies como la rata negra o la cucaracha alemana llegaron miles de años más tarde, las chinches ya estaban ahí, ocultas en las grietas de las casas de adobe de Sumer o entre las mantas de los habitantes de Jericó.
Esto las convierte en un caso fascinante de evolución urbana: un parásito que no solo se beneficia de la presencia humana, sino que depende por completo de ella para sobrevivir. Las chinches de ciudad, a diferencia de otros insectos, no tienen alternativa: sin humanos, simplemente desaparecerían.
Este detalle las diferencia incluso de animales tan simbólicos como los ratones o los gatos, que pueden sobrevivir sin la intervención humana. Las chinches, en cambio, se han vuelto tan especializadas que han perdido su capacidad de vivir en libertad.
El nuevo estudio también ofrece pistas sobre cómo las chinches se extendieron por todo el mundo. A medida que las civilizaciones crecían y el comercio conectaba regiones distantes, estos insectos viajaban junto a nosotros: escondidos en ropas, baúles o estructuras de madera.
Durante siglos, fueron una presencia constante, y solo en el siglo XX se logró reducir su número gracias al uso masivo del DDT. Pero esa victoria fue breve. En las últimas décadas, las chinches han resurgido con fuerza, cada vez más resistentes a los pesticidas y más difíciles de erradicar.
Hoy en día están presentes en casi todas las ciudades del mundo, desde Nueva York hasta Bangkok, desde Madrid hasta Nairobi. Y aunque no transmiten enfermedades, su impacto psicológico, económico y social es considerable.

¿Y si no fueron las primeras?
Algunos expertos han mostrado cautela ante la idea de coronar a las chinches como las primeras plagas urbanas. Otros candidatos son los piojos, presentes en humanos desde hace más de un millón de años, o los ácaros foliculares, que viven en nuestros poros desde tiempos inmemoriales.
Sin embargo, lo que diferencia a las chinches es su asociación tan estrecha con los espacios construidos por el ser humano. No se trata solo de un parásito humano, sino de un parásito de nuestras viviendas, de nuestros colchones, de nuestros hábitos de descanso.
Esa relación simbiótica –casi enfermiza– con el entorno urbano es lo que les da una posición única en la historia de la convivencia entre humanos y animales no deseados.
Más allá de la repulsión: una ventana a nuestra historia
Pese a su mala fama, las chinches ofrecen una lección valiosa sobre cómo los humanos moldeamos el mundo que nos rodea… y cómo ese mundo nos moldea a su vez. Al construir ciudades, creamos nuevos ecosistemas que otras especies pueden colonizar. A veces, esas especies son tan discretas como una chinche. Pero su historia es también la nuestra.
Este estudio, liderado por Lindsay Miles y Warren Booth, no solo reescribe la biografía de estos insectos. También nos invita a mirar de otro modo nuestra evolución como especie urbana. Porque tal vez las ciudades no solo trajeron civilización, comercio y cultura. Tal vez también trajeron picaduras nocturnas, pequeños intrusos en la cama… y el nacimiento de las plagas modernas.
El estudio ha sido publicado en Biology Letters.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2025-06-16 11:30:00
En la sección: Muy Interesante