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Diseño urbano de la ciudad Augusta Emerita, actual Mérida

Diseño urbano de la ciudad Augusta Emerita, actual Mérida

Sabemos, por la célebre cita de Dion Casio, que la colonia de Augusta Emerita fue fundada en torno al año 25 a. C. como lugar de retiro urbano para los legionarios veteranos que habían participado en las guerras cántabras. Apenas una década después, pacificada definitivamente Hispania, la reorganización administrativa del propio Augusto convirtió a la ciudad Augusta Emerita en capital de la recién creada provincia de Lusitania. Esta promoción determinó el devenir posterior de la ciudad de Mérida pues, sin duda, impulsó su desarrollo socioeconómico, acompañado de un programa urbanístico acorde a su nuevo estatus, seguramente bajo el patrocinio inicial de Agripa, mano derecha de Augusto.

Para el emplazamiento de la nueva colonia se eligió un terreno con colinas de poca elevación, enmarcadas por la confluencia de dos ríos: el Ana y el Barraeca, es decir, el Guadiana y su afluente el Albarregas. Era un enclave de gran valor estratégico, entre otros factores por la existencia de un paso vadeable en el Guadiana que lo convertía en un importante nudo de comunicaciones, pronto consolidado con la construcción de un formidable puente, una de las primeras infraestructuras realizadas en la ciudad Augusta Emerita.

Los constructores romanos encontraron aquí un terreno despejado, libre de construcciones previas, aunque hubo que realizar importantes obras de explanación y aterrazamiento para acondicionar el terreno inclinado. Incluso en la orilla del Guadiana fue necesario construir un potente dique para combatir sus grandes avenidas, históricamente muy frecuentes, hasta que su caudal se ha visto regulado en la actualidad. La ciudad de Augusta Emerita se orientó hacia el río Ana, que condicionó su planeamiento urbano. Aunque no fue el único factor determinante en su diseño. Las pequeñas colinas que modelaban el terreno también afectaron a la planta general del recinto urbano, muy irregular, puesto que la muralla, otra de las primeras construcciones, fue trazada siguiendo los puntos más altos, lo que explica su ondulante recorrido, sobre todo en el flanco más alejado del Guadiana.

Puente Romano de Mérida. FOTO: ISTOCK.

Todo apunta a que se planificó, desde el inicio, una ciudad «a lo grande», con un perímetro urbano amurallado de casi cuatro mil metros, delimitando una superficie de algo más de 70 hectáreas, lo que la convierte en una de las mayores de Hispania. Dada esta envergadura, es lógico entender que la construcción de la nueva urbe fuese un proceso lento, de varias décadas, y que, además, se fuese transformando por la ejecución de diversos programas arquitectónicos adaptados al discurso político e ideológico transmitido desde Roma. No hay que olvidar que las capitales provinciales, como Augusta Emerita, pretendieron emular, a menor escala, a la propia Roma, convirtiéndose en focos de recepción y, a la vez, irradiación de los modelos arquitectónicos y decorativos difundidos desde la metrópoli hacia las provincias.

El trazado del recinto urbano en la Mérida romana

En el interior del recinto urbano se implantó una retícula viaria ortogonal o hipodámica, tal como era habitual en las fundaciones romanas ex novo, con dos ejes principales perpendiculares, sobre los que se trazaban las demás calles: el cardo maximus, en este caso paralelo al cauce del Guadiana, y el decumanus maximus, alineado con el puente.

El plan fundacional contemplaba la presencia de amplias calles provistas de pórticos peatonales en sus laterales. El espacio urbano reservado al tráfico poseía, por lo general, una anchura de 5 a 6 m, salvo en el cardo maximus, donde la jerarquía viaria se marcaba con una extensión aún mayor, alcanzando los 9 m. Como pavimento de las calles, después de una fase inicial en la que provisionalmente existieron superficies de tierra, se colocaron enlosados compuestos por grandes y resistentes piedras locales (dioritas, anfibolitas y cuarcitas) que, además, mostraban una variada gama cromática de tonos azules, grises y rosáceos, lo que producía un vistoso colorido. Estas calzadas solían tener una cierta convexidad en su zona central para facilitar el drenaje, pues de este modo se concentraba el agua de lluvia en sus márgenes, donde era conducida a través de sumideros hacia las cloacas existentes bajo las vías. En los laterales, los pórticos peatonales, de entre 2 y 3 m de anchura, proporcionaban seguridad y comodidad a los transeúntes, a la vez que monumentalizaban el acceso hacia los inmuebles colindantes.


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José María Álvarez Martínez

Las vías delimitaban las diferentes manzanas urbanas, de planta rectangular, aunque de dimensiones variables, oscilando, mayoritariamente, entre los 80 y 90 m de longitud y 40 y 50 m de anchura. La mayoría, se supone, ocupadas por grandes viviendas, en número y tamaño también diferentes. No obstante, las casas de los primeros colonos resultan apenas conocidas por las continuas reformas sufridas a lo largo del tiempo. La mejor conservada es la última fase de evolución de estas casas, en el siglo IV, convertidas en lujosas residencias , que incluso habían ganado espacio a costa de acaparar los pórticos laterales de las calles, probablemente con la autorización del gobierno local.

Estas mansiones o domus, ricamente decoradas, se organizaban en torno a un amplio patio central porticado, el peristilo, hacia el que se abrían tanto las estancias privadas como las grandes salas de recepción pública. Por el momento, no se conocen, dentro de la ciudad de Mérida, viviendas más modestas para familias de condición humilde. Es probable que ocupasen habitaciones en alquiler dentro de las domus de los grandes potentados o en otros espacios urbanos domésticos habilitados en los talleres artesanales. Lo que no se han identificado son los grandes bloques de pisos o insulae, que parecen más propios de urbes con mayor concentración de clases populares, como la propia Roma o el puerto de Ostia.

Construcción de espacios públicos para la ciudad Augusta Emerita

Algunas manzanas se reservaron para los grandes edificios de carácter público, principales hitos del paisaje urbano. Así, el foro colonial, que constituía el centro político, religioso y administrativo de la ciudad Augusta Emerita, se situó de forma canónica en el cruce de las dos arterias principales. Este ocupaba un espacio amplísimo, el correspondiente a seis manzanas, con unas dimensiones totales aproximadas de 210 m de longitud por 104 de anchura. Siguiendo el modelo de los foros imperiales, se configuró como un gran recinto urbano delimitado por pórticos e integrado por un área sacra en su cabecera, dominada por el llamado templo «de Diana», una plaza pública en la zona intermedia y la basílica judiciaria en el extremo opuesto, además de otros edificios relacionados con la administración de la ciudad Augusta Emerita, entre los que se incluiría la curia, sede del senado local. Pero, además, este enorme conjunto se completó ya desde el proyecto inicial, según proponen las últimas investigaciones, con otros dos recintos urbanos públicos contiguos situados al oeste, al otro lado del cardo maximus, correspondiendo uno a un recinto sacro con un templo y el otro a una posible schola iuvenum, es decir, la sede de una agrupación juvenil.

La oficialización del culto imperial tras la muerte de Augusto también se dejó sentir en el paisaje urbano de la capital lusitana. De este modo, en torno al año 30 d. C. se construyó, en la zona norte de la ciudad Augusta Emerita, en el eje del cardo maximus, un nuevo recinto interpretado como un conjunto monumental de culto imperial, muy probablemente erigido por el gobernador provincial. Se trataba de una gran plaza porticada y ampliamente decorada con mármol, con acceso desde el monumental arco denominado «de Trajano» y en cuyo centro se encontraba un imponente templo que seguía el modelo del de la Concordia Augusta en Roma. Su construcción implicó la destrucción de cuatro manzanas preexistentes de casas y de los tramos de calles asociados, incluido el propio cardo maximus que, de esta forma, se vio interrumpido en su recorrido.

Arco de Trajano, Mérida, situado en el cardo maximus como puerta de entrada al gran recinto provincial de culto imperial. FOTO: ASC.

Algunas décadas después, en la segunda mitad del siglo I d.C., el desarrollo socioeconómico y el nuevo contexto ideológico, surgido con la dinastía flavia, se reflejó en una profunda transformación del foro de la colonia, que mantuvo su cabecera, pero vio completamente reedificada la plaza porticada y sus edificios asociados, incluida la basílica y la curia. Esta radical reforma, además, vino acompañada por la construcción de un nuevo complejo público anexo al foro, esta vez situado al este y cuya implantación exigió, una vez más, la destrucción de otras dos manzanas urbanas. El conjunto, sobreelevado respecto a la plaza forense, estaba compuesto por dos edificaciones independientes: al norte, ocupando la mayor parte del espacio, un suntuoso recinto sacro articulado en torno a un gran templo y provisto de un rico programa decorativo en mármol inspirado en el foro de Augusto en Roma, y al sur, una edificación mal conocida arqueológicamente pero que podría tratarse de unas termas públicas.

Así pues, esta transformación complejizó el centro cívico de la colonia, que adquirió un aspecto todavía más monumental y escenográfico, jerarquizado en terrazas situadas a diferentes alturas. Con ello aumentó también la superficie urbana destinada a la arquitectura ligada a la representación del poder y al culto al emperador, que, en total, incluyendo todos los recintos urbanos asociados al foro colonial, el conjunto de culto imperial situado más al norte y los edificios de espectáculos, alcanzó en torno a un 15 % del área intramuros, lo que refleja el papel preeminente de la arquitectura pública en el paisaje urbano de la capital.

Otro conjunto monumental de especial relevancia arquitectónica y urbanística era el conformado por el teatro y el anfiteatro, en el ángulo noreste de la ciudad Augusta Emerita, donde se aprovecharon las estribaciones de uno de los cerros naturales, el de San Albín, para apoyar parte de los graderíos. Es una cuestión debatida si esta zona inicialmente pudo encontrarse o no fuera del recinto urbano, antes de que se culminase —o ampliase— el recorrido de la muralla en este flanco, aunque lo cierto es que acabó por integrarse dentro de su perímetro. También es discutida la fisonomía original de ambos edificios.

Sabemos, por sus inscripciones inaugurales, que los dos fueron erigidos en época de Augusto, si bien la arqueología ha demostrado que fueron objeto de grandes reformas que los transformaron sustancialmente. De hecho, se puede decir que el anfiteatro que conocemos hoy es en realidad una obra de finales del siglo I d.C., realizada en época de la dinastía flavia, por lo que debió sustituir a uno anterior, probablemente mucho menos monumental, del que nada se sabe.

Esta reestructuración coincidió con otra importante reforma acometida en el vecino teatro, iniciada en esta fase y concluida ya a inicios del siglo II, en época de Trajano, en el transcurso de la cual, entre otras alteraciones, se reedificó el frente escénico y se construyó el gran recinto urbano porticado situado a sus espaldas, conocido popularmente en Mérida como «el peristilo».

Otras reformas se sucedieron con el tiempo, remarcando la importancia del teatro, más allá de su función lúdica, como lugar para la propaganda y exaltación de la casa imperial. La tríada de edificios de espectáculos se completó con el circo, también situado en la zona oriental de la ciudad de Mérida, pero esta vez en el espacio extramuros, donde la mayor disponibilidad de suelo edificable facilitaba la implantación de este inmueble que ocupaba una amplísima superficie y al que iban aparejadas otras instalaciones auxiliares, como establos, cocheras, almacenes, etc. Por ello no es de extrañar que la construcción de este edificio se prolongase en el tiempo, ocupando varias décadas del siglo I d.C., desde el reinado de Tiberio al período flavio.

El alcantarillado urbano de Mérida en época romana

El proyecto fundacional de Augusta Emerita contempló la construcción de una red pública de cloacas, que resultaba esencial para encauzar las aguas residuales. Esta se configuraba como una red ortogonal, en correspondencia con el propio diseño de la trama urbana. Su pendiente se adaptaba a la orografía, aprovechando la inclinación natural del terreno para conducir las aguas hacia el Guadiana; todavía hoy es posible observar la salida de cuatro de estas cloacas en el propio dique de contención que fue construido en la orilla del río. En cambio, en la zona noreste, donde fueron instaladas otras cloacas para dar servicio a los nuevos barrios extraurbanos, la pendiente imponía el desagüe hacia el Albarregas.

Ninfeo en el Cerro del Calvario, probablemente asociado a la torre desde la que se distribuían las aguas procedentes de la conducción hidráulica de Proserpina. FOTO: ASC.

Estos conductos se presentaban como grandes galerías abovedadas excavadas en la roca y construidas sólidamente en mampostería de piedra con argamasa de cal. Sus dimensiones internas oscilaban, en general, entre los 60-85 cm de anchura y 1,15-1,40 m de altura, tamaño suficiente para permitir el acceso a su interior, a través de pozos de registro, cuando eran objeto de limpieza y reparación. Normalmente discurrían siguiendo el eje de las calles, ocultas bajo sus pavimentos, recibiendo la acometida de canales menores que, o bien portaban las aguas sucias de los inmuebles colindantes o bien las aguas de lluvia recogidas a través de los sumideros instalados en las vías.

La instalación de esta red de saneamiento público conllevó un esfuerzo constructivo formidable, pues exigió abrir grandes zanjas en el terreno para levantar los conductos, además de realizar un cálculo muy preciso de las pendientes para enlazar unas cloacas con otras. Se podría decir, sin exageración, que el alcantarillado público romano constituye uno de los mayores monumentos de Mérida, pues compone una red de galerías que en su conjunto recorre unos 20 km de longitud en el subsuelo de la ciudad.

La eficacia y resistencia de estas estructuras fue tal que, una vez abandonadas, al final del periodo romano, por falta de mantenimiento, fueron objeto frecuente de reutilización a lo largo del tiempo. Incluso a inicios del siglo XX, ante la falta de un sistema adecuado de saneamiento urbano, el Ayuntamiento se propuso restablecer el antiguo servicio del alcantarillado romano. Aunque el proyecto se terminó desechando, lo cierto es que se llegaron a realizar algunos trabajos de reconocimiento, limpieza y reparación de la antigua infraestructura que, en algunos tramos, aún hoy sigue cumpliendo su función original.


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Esther Rodríguez González

El extrarradio de la ciudad de Mérida en época romana

La temprana ocupación atestiguada en el espacio extramuros revela que, ya desde los primeros decenios, resultó insuficiente la superficie proyectada de inicio para el recinto urbano de Augusta Emerita.

Nuevos barrios de casas surgieron en los alrededores de la muralla, sobre todo en la zona noreste y sureste, donde las condiciones topográficas eran más favorables. Algunas llegaron a experimentar un importante desarrollo en planta, tal como sucedió en la Casa del Anfiteatro y en la del Mitreo, no constreñidas por edificaciones colindantes.

No obstante, si algo caracterizaba al paisaje extramuros de la ciudad Augusta Emerita era la multiplicidad de usos, dentro de un urbanismo no exento de cierta planificación, aunque alejado de los patrones ortogonales. Allí las viviendas coexistían con termas, establecimientos agrícolas, canteras de materiales, basureros, infraestructuras viarias e hidráulicas y, sobre todo, áreas funerarias y determinados establecimientos artesanales.

Elementos definitorios del espacio suburbano en el mundo romano eran, precisamente, los enterramientos, que por precepto legal estaban prohibidos, salvo algunas excepciones, en el interior del límite sagrado de la ciudad Augusta Emerita. La ocupación funeraria se articulaba en torno a las vías periurbanas, lo que favorecía tanto el acceso a las sepulturas como la memoria de los difuntos.

Mosaico de Casa del Mitreo, edificada extramuros a finales del siglo I e inicios del II d.C. FOTO: ISTOCK.

También solían quedar relegadas al espacio extramuros de la ciudad Augusta Emerita las instalaciones artesanales más nocivas y molestas, especialmente aquellas que contaban con grandes hornos, como los talleres de materiales cerámicos, de los que se conoce más de una veintena en Augusta Emerita. Estos talleres se concentran preferentemente en la zona sureste, donde parece haberse conformado un barrio alfarero de gran extensión especialmente activo durante el siglo I d.C.

Otros referentes señeros en el paisaje suburbano fueron, sin duda, los monumentales tramos de arquerías del acueducto de los Milagros y del de San Lázaro, levantados en el siglo I d.C. para salvar el valle del río Albarregas. Junto a la conducción hidráulica de Cornalvo, ya planificada en la época fundacional de Augusta Emerita, y otra canalización localizada en el barrio de Las Abadías, proporcionaban el caudal hídrico que una gran ciudad como Augusta Emerita requería para los más diversos fines. No olvidemos que la cultura del agua constituyó un componente esencial del modo de vida urbano en época romana. Diferentes equipamientos hidráulicos se convirtieron también en elementos articuladores del espacio urbano, particularmente las fuentes, ya fueran sencillas construcciones de carácter utilitario, pero esencial, para abastecimiento de la población, o estructuras de carácter monumental y escenográfico, como los dos grandes ninfeos que conocemos en Mérida estratégicamente ubicados en el recorrido del cardo maximus.

La evolución de Augusta Emerita aún encontró un hito histórico de relevancia en su nombramiento, durante el reinado de Diocleciano, como capital de la Diocesis Hispaniarum, una nueva demarcación administrativa que aglutinaba a todas las provincias hispanas y la Mauritania Tingitana (zona noreste del actual Marruecos). Esta nueva designación la situaba entre las sedes políticas más importantes del Imperio. No es de extrañar, por ello, que durante el siglo IV la ciudad Augusta Emerita mostrase una renovada vitalidad y un interés por mejorar su imagen urbana. Los edificios de espectáculos fueron restaurados y las domus experimentaron, como ya se ha dicho, su mayor desarrollo arquitectónico, convirtiéndose muchas de ellas en suntuosas mansiones que crecieron en superficie, agrandaron y decoraron lujosamente sus patios y espacios de representación o incorporaron baños privados. Fue este el último canto del cisne antes de que el convulso siglo V inaugurase una nueva etapa histórica.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-02-17 07:29:26
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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