Hace más de sesenta años que se anuncia que pisaremos Marte en un par de décadas, desde que el mítico ingeniero aeroespacial Wernher von Braun (1912-1977) propuso sin éxito a la Administración estadounidense la construcción y el lanzamiento de una nave tripulada. Pero lo cierto es que, todavía hoy, orbitar la Tierra o ir a la Luna entrañan enormes riesgos, y el camino a nuestro vecino rojo sigue plagado de cuestiones técnicas sin resolver.
Cada 2,14 años, Marte y la Tierra se encuentran en oposición, a la distancia mutua más cercana posible, entre 56 y 101 millones de kilómetros, aproximadamente. Este periodo de poco más de dos años es el que marcaría las ventanas de lanzamiento de un posible viaje tripulado, como han calculado la exploración telescópica y la astronáutica a lo largo de la historia. Por otra parte, la NASA opina que el número mínimo de astronautas necesario para acometer tamaña empresa es de siete.
La nave que los transportaría tendría que ser enorme, aunque los viajeros se mantendrían recluidos en un receptáculo minúsculo, de tamaño poco mayor que un monovolumen. La ida duraría seis meses, aunque aún no sabemos cómo mantener viva una tripulación en un ambiente aislado donde todo debe ser reciclado. Por el momento, los intentos simulados han resultado siempre un fracaso.

Un ambiente irrespirable
Al llegar a Marte, después de un considerable tiempo en gravedad casi cero, los cosmonautas habrían sufrido una importante descalcificación ósea y una atrofia muscular considerable. En esas condiciones, deberían ser capaces de permanecer, al menos, quince meses en la superficie marciana para aprovechar el acercamiento de los dos planetas en su vuelo de regreso. Sería, por lo tanto, una estancia de más de un año embutidos en trajes espaciales para evitar temperaturas de frío extremo, una presión atmosférica cien veces menor que la terrestre, mucha radiación y un aire irrespirable, compuesto básicamente por dióxido de carbono y nitrógeno.
No estamos cerca de dar solución a los posibles problemas técnicos que puede presentar semejante odisea, y además existe otra cuestión sobre la que estamos en pañales: la psicológica. El cosmonauta ruso Valery Ryumin lo resume así en una entrevista: “Al encerrar a dos hombres en una cabina y dejarlos a solas dos meses, estamos creando las condiciones óptimas para que se produzca un asesinato”. Sabemos, por otro lado, que las estancias prolongadas en ingravidez producen una sensible merma de pericia y lucidez.
No podemos hacernos ni remota idea de la ansiedad que pueden sufrir los futuros exploradores de Marte. Los pioneros que tuvieron la fortuna de tocar la Luna hablaban de la sensación de angustia que produce estar a casi medio millón de kilómetros de casa. También narraban cómo la imagen de la pequeña canica azul les hacía sentir una especie de euforia, que conseguía contrarrestar la desazón. En el caso de Marte, eso no ocurrirá. Cualquier mensaje tardará entre ocho y diez minutos en obtener respuesta y, al mirar desde allí a la Tierra, apenas percibirán un punto.

Tenemos la tecnología
Para finalizar la misión, aún restarían otros inenarrables seis meses de vuelta. Aunque otra posibilidad sería permanecer allí y fundar la primera colonia humana. En ese caso, sería necesario que una flota de sondas robóticas hubiera transportado antes material suficiente para la construcción de un asentamiento con unas condiciones mínimas.
El astrobiólogo británico Martyn J. Fogg define la terraformación como “un proceso de ingeniería planetaria, específicamente dirigido a mejorar la capacidad de un ambiente extraterrestre para mantener vida”. Se trata de un término, hoy científico, que nació en la ciencia ficción. A principios de los años cuarenta del pasado siglo, Jack Williamson inventó la palabra para sus relatos, que hoy podemos leer en la antología Seetee Ship (1951).
En ese contexto, ya significaba transformar un planeta hasta hacerlo apropiado para la vida humana. Autores como Arthur C. Clarke –Las arenas de Marte, la primera novela donde se colonizaba ese nuevo mundo–, Greg Bear –Marte se mueve– y Frederik Pohl –Homo plus y Mineros de Oort– fueron los primeros terraformadores del planeta rojo en nuestra imaginación. La última gran obra literaria que nos ha mostrado con detalle inusitado esta fantasía científica ha sido la aclamada trilogía de Kim Stanley Robinson «Marte rojo, Marte verde y Marte azul».
Pero ¿la tecnología actual es capaz de tan ambiciosa obra de ingeniería? Por increíble que parezca, la respuesta es afirmativa, porque los humanos ya tenemos experiencia en modificar por completo un planeta, el nuestro. Se estima que un 1 % de la superficie terrícola está asfaltada. Nuestras ciudades iluminadas por la noche parecen estrellas caídas cuando las observamos desde el espacio exterior.
Hay que calentarlo
Hemos construido puentes, presas y túneles. Hemos movido montañas, cambiado el curso de los ríos, robado tierras al mar y deforestado sin medida. La agricultura ha cambiado la faz de la Tierra y la revolución industrial ha modificado sus condiciones globales de habitabilidad. Estamos contaminando a un ritmo frenético, alterando el equilibrio ecológico y haciendo del agua un recurso escaso.
Algunos científicos intrépidos han comenzado a especular y a jugar a ingenieros planetarios con Marte como el candidato idóneo a nuestro segundo hogar. Sin embargo, su temperatura media anual es de unos -55 ºC. De modo que, si queremos hacerlo habitable, primero deberíamos calentarlo globalmente. Para ello, los expertos hacen propuestas de todo tipo, desde detonaciones atómicas hasta el redireccionamiento de asteroides para que choquen con el planeta y la instalación de gigantescos espejos que focalicen el calor del Sol.

Paso clave: la ecopoiesis
Sin duda alguna, la idea más acertada es desatar un efecto invernadero mucho más intenso que el que hoy estamos provocando en nuestro planeta. El dióxido de carbono no es el único gas producido por la humanidad capaz de calentar atmósferas. El metano y el óxido nitroso son una alternativa. Pero hay más. Una de las propuestas más novedosas y menos descabelladas para crear un efecto invernadero de la magnitud que necesitaría Marte es el uso de gases que, en baja concentración, generan un poderoso calentamiento.
Los perfluorocarbonos, empleados en la fundición de aluminio y la fabricación de semiconductores, son opciones prometedoras. Permanecerían largo tiempo en la atmósfera marciana sin desintegrarse y no atacarían a la incipiente capa de ozono que los ingenieros terraformadores necesitarían construir para resguardar a los futuros pobladores de la radiación ultravioleta externa.
¿Y cuánto tiempo haría falta para calentarlo con este procedimiento?
“Eso depende de lo rápido que fabriquemos los gases. Con unas cien fábricas, cada una con la capacidad energética de un reactor nuclear, trabajando durante cien años, Marte podría calentarse de 6 ºC a 8 ºC”, apunta la ingeniera aeronáutica Margarita Marinova.
Si el planeta rojo esconde en forma de hielo el agua que un día integró su océano, el calor la hará fluir de nuevo. En esas condiciones, el siguiente paso sería crear una ecología marciana. Implantar a los pioneros de una biosfera se conoce con el término científico de ecopoiesis. Aunque el ambiente en Marte, después de aumentar su temperatura, sería seco y anaeróbico –carente de oxígeno–. Quizá, se podría modificar genéticamente a los primeros pioneros humanos para adaptarlos al nuevo entorno, como propone Frederik Pohl en su novela Homo plus. No obstante, los científicos coinciden en que las primeras formas de vida deberían ser bacterias.

Primeros pobladores
En nuestro propio planeta, las cianobacterias fueron las responsables del paso a una atmósfera rica en oxígeno. Existen microbios que sobreviven en una gran variedad de condiciones extremas de temperatura, presión o radiación, conocidos como extremófilos. Poseen nombres exóticos como Deinococcus radiodurans, una bacteria descubierta en el agua de refrigeración de los reactores nucleares, con una resistencia tremenda a la radiación ultravioleta y nuclear y que, por tanto, sería un candidato idóneo para sobrevivir bajo una capa de ozono incipiente. Con una temperatura adecuada y una atmósfera oxigenada por estos microorganismos, Marte podría, al fin, llegar a ser colonizado por el género humano.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-12-20 07:00:00
En la sección: Muy Interesante