Contaba Juan Luis, hijo mayor de Luis Buñuel, que sus padres acostumbraban a invitar a comer a los amigos los domingos y que lo más habitual era cocinar una paella en el jardín.
Buñuel la hacía con cerdo, que cortaba en pequeñas porciones con un cuchillo recién afilado. En una ocasión se sajó un pequeño pedazo de la yema del dedo pulgar. Tras conseguir cortar la hemorragia, el minúsculo pedazo de dedo seccionado no aparecía por ninguna parte, por lo que el cineasta y su mujer comprendieron con rapidez que lo habían echado en la paella junto a la carne de cerdo. No dijeron nada a los invitados y Juan Luis afirmó siempre que la paella estaba riquísima, a pesar de que alguno de los invitados se hubiera comido un pedacito de ese genio que fue Luis Buñuel.
Además de en la mencionada paella, el canibalismo está muy presente en el cine del aragonés. Como buen surrealista, adoraba el amour fou. Así, por ejemplo, en La edad de oro (1930), Gaston Modot y Lya Lys, los actores que interpretan a los frustrados amantes introducen sus dedos en la boca del ser amado con la clara intención de devorarse mutuamente. Tras fracasar en su intento de consumar el coito, Lya Lys muerde el dedo del pie de una estatua clásica, creando una nueva escena de canibalismo figurado.
Otro título donde aparece este tema es El ángel exterminador (1962), en el que un grupo de burgueses están encerrados en una mansión de la que no pueden salir. En el film, Buñuel saca a la luz lo endeble y superficial de nuestras relaciones sociales y de ese constructo que llamamos civilización, o dicho con sus propias palabras: «[…] Dejaría a los personajes encerrados un mes hasta llegar al canibalismo, a la pelea a muerte, para mostrar que tal vez la agresividad es innata». El modo de hacerlo es tan sutil como elegante, introduciendo la escena de los corderos, para que el mencionado canibalismo adquiera tintes católicos relacionados con el sacrifico del cordero pascual. También en su versión de Robinson Crusoe (1954), Buñuel muestra el rescate de un salvaje al que llamará Viernes (interpretado por Jaime Fernández), justo cuando iba a ser sacrificado a manos de una tribu caníbal.
Foto publicitaria de ‘El ángel exterminador’
Andara, la prostituta interpretada por Rita Macedo, cuyas heridas limpia el protagonista de Nazarín (1959), también practica un acto que podría calificarse de autocanibalismo, ya que bebe de la tina que contiene agua mezclada con su propia sangre.
Finalmente, destaca el guion de la película Cuatro misterios (1963), en la que se adapta libremente el relato Las menades de Julio Cortázar y que Buñuel se lleva a su propio terreno poniendo el acento en el tema del canibalismo.
Basten estos ejemplos para comprender que el canibalismo es un tema que interesa al aragonés y que de forma sutil está muy presente en su filmografía.
Póster de Robinson Crusoe (1954), de Luis Buñuel
PRIMITIVISMO Y CANIBALISMO
El cine clásico se ha acercado al canibalismo de múltiples formas. Uno de los géneros cinematográficos en los que aparece este tema de forma recurrente es el de las aventuras exóticas; especialmente aquellas ambientadas en desconocidas selvas del continente africano donde las tribus caníbales campan a sus anchas.
Esta simplificación y reducción absurda y poco respetuosa, donde simplemente se iguala el primitivismo con canibalismo para demostrar la superioridad de la cultura europea, es muy popular en el cine occidental.
Las primeras adaptaciones de las que tengo constancia que recurren al arquetipo del salvaje y su olla para cocer a otros humanos provienen del cine de animación. Desde los clásicos más antiguos hoy olvidados, como Mutt & Jeff: White Meat (1921) y The Cannibal Isle (1929), de John Burton, a otras animaciones mucho más populares como la serie Merry Melodies que produce el cortometraje Jungle Jitters (1938) o la igualmente popular Silly Symphonies con su Cannibal Capers (1930). Otros personajes que pasaran por la olla en diversas aventuras son Mickey, Donald, Betty Boop, Bugs Bunny o Lois Lane, en la serie de animación de Superman.
En España se produce El Fakir González en la selva (1942), de Joaquim Mountañola, en la que se da la vuelta a este arquetipo, mostrando a una serie de hambrientos aventureros blancos que cantan una canción tribal mientras bailan alrededor de una olla con una niña negra cocinándose en su interior.
Póster del clásico hoy olvidado Mutt & Jeff: White Meat (1921).
El primer filme de imagen real que trata el tema del canibalismo tribal es una película muda Australiana llamada The Devil’s Playground (1928), de Victor A. Bindley. Quizá por ello, los temibles caníbales no viven en una tribu africana, sino en una remota isla de los Mares de Sur. A partir de entonces, los caníbales están más que presentes en el cine de aventuras ambientado en junglas exóticas y remotas islas.
Así por ejemplo, en los míticos filmes del Tarzán de Jonnhy Weissmuller no se muestra explícitamente el consumo de carne humana, pero cuando en el corazón de la selva suenan los tambores de las tribus que allí habitan, tanto el explorador blanco que cruza la jungla como el espectador situado en la butaca cinematográfica saben que son caníbales y que, por tanto, el peligro acecha.
En otros casos, el canibalismo es mucho más explícito, llegando incluso a protagonizar el tema del cartel del filme, como sucede en la parodia Las minas del rey Salmonete (Africa Scream, 1949), de Charles Burton e interpretada por el popular dúo cómico Abbott y Costello.
Todo este caldo de cultivo, lleno de resonancias pulp, cristaliza en la cinematografía italiana posterior que produce películas de salvajes caníbales como El país del sexo salvaje (1972), de Umberto Lenzi, Mundo caníbal (1976) y El último mundo caníbal (1977), ambos de Ruggero Deodato, etc.
Se populariza igualmente un subgénero del cine erótico en el que lo de comerse a la atractiva protagonista no es una metáfora sexual con títulos como Emanuelle y los últimos caníbales (1977), de Aristide Massaccesi, o La montaña del dios caníbal (1978), de Sergio Martino.
Pero el título que marca un antes y un después en este género es Holocausto caníbal (1980), de Ruggero Deodato. La película se inspira en el modelo ligeramente anterior conocido como cine «mondo». Es decir, películas que ponen el acento en la temática gore más explícita y que mezclan con desparpajo imágenes reales de carácter documental procedentes de informativos con imágenes ficticias de violencia extrema cuajadas de efectos especiales.
La grandeza de Deodato consiste en presentar su filme de ficción como si fuese una película documental real, creando un relato para ello. La película cuenta que unos intrépidos periodistas habían corrido la peor de las suertes a manos de la tribu caníbal que intentaban documentar cinematográficamente. Su desaparición lleva a que un grupo de rescate, a cargo del antropólogo Harold Monroe, sea enviado al lugar para averiguar lo que ha sucedido. El antropólogo logra conquistar el corazón de la tribu de los yanomani y obtiene los vídeos que los cuatro periodistas filmaron en la selva. Lo que muestran esas filmaciones es el destino de sus compañeros; es decir, el canibalismo en toda su crudeza.
Deodato lo tenía todo pensado. Antes de filmar, hace firmar un contrato secreto a los cuatro actores que interpretan a los periodistas. Les paga espléndidamente, pero a cambio debían cumplir el único artículo del contrato: no aparecer en público durante un año a contar desde el día del estreno en las salas cinematográficas de Holocausto caníbal.
La factura de este falso documental es extraordinaria y, al menos en España, convence al periodista Vicente Gracia, que la anuncia en la revista Interviú como una película documental con escenas de canibalismo real. Posiblemente, el periodista realiza un trabajo de campo antes de dar la noticia y descubre que, dada la crudeza de las imágenes, en Italia se piensa que las escenas caníbales son reales, lo que ha llevado a que la justicia italiana la incaute de manera cautelar. Otros países siguen dicho ejemplo, aunque finalmente dichas sanciones son levantadas y el filme se exhibe en todo el mundo.
Esta estrategia de marketing (copiada en fechas recientes por la conocida película La bruja de Blair), resulta ser un auténtico éxito y el morbo hace el resto.
Este particular género de canibalismo primitivo no decae y el cine más reciente también tiene algunas obras interesantes como En la tierra de los caníbales (2003), de Bruno Mattei, El infierno verde (2015) de Eli Roth, Zeta, la ciudad perdida (2016), de James Gray, o El caníbal de la jungla (2015), de George Simon, que calca el argumento del mítico filme Holocausto caníbal.
Póster de la película de culto ‘Holocausto caníbal’ (1980).
CANIBALISMO EN LA AMÉRICA PROFUNDA
La América profunda también guarda sus oscuros secretos, como bien sabe Toobe Hopper, director de la mítica La matanza de Texas (1974). Su personaje de Leatherface, interpretado por Gunnar Hansen, es el primero de una larga lista de psicópatas caníbales de la historia del cine. El éxito de la película permite toda una franquicia de secuelas, precuelas y remakes, que hasta la fecha incluyen los siguientes títulos: La matanza de Texas 2 (1986), de Toobe Hopper, La matanza de Texas 3 (1990), de Jeff Burr, La matanza de Texas, la nueva generación (1994), de Kim Henkel, el remake del filme original dirigido por Marcus Nispel en 2003, La matanza de Texas, el origen (2006), de Jonathan Liebesman, La matanza de Texas 3D (2013), de John Luessenhop, Leatherface (2017), de Alexandre Bustillo, y finalmente, La matanza de Texas (2022), de David Blue García, producida para su estreno directo en la plataforma Netflix.
Huelga decir que el hallazgo de Toobe Hopper es igualmente imitado por otros directores, que prueban suerte con sus propias historias protagonizadas por familias de psicópatas caníbales. Especialmente imaginativa es la película Motel Hell (1980), de Kevin Connor, protagonizada por un matrimonio a cargo de una granja situada junto a un pequeño motel de carretera, cuyos huéspedes son cazados y cocinados de forma más que singular antes de ser degustados. La preparación incluye el secado al sol con las futuras víctimas enterradas hasta el cuello en el jardín y el ahumado posterior, como si de un simple embutido se tratara.
Más difíciles de digerir son los documentales sobre asesinos en serie caníbales, que también cuentan con un nutrido número de títulos. Entre otros: Albert Fish: In the Sin He Found Salvation (2007), de John Borowski, que indaga en la vida de este siniestro asesino conocido como «El anciano caníbal», que es tristemente célebre por relatar la manera en que se come a una pequeña niña en una carta que envía a la madre de la joven víctima. Igualmente bizarro es The Cannibal That Walked Free (2007), de Toby Dye, que narra el asesinato caníbal perpetrado por Issei Sagawa, quien termina por convertirse en una celebridad televisiva en Japón, su país natal. The Jeffrey Dahmer Files (2013), de Chris James Thompson, incluye diversas entrevistas a vecinos y autoridades a cargo de investigar los asesinatos del caníbal Jeffrey Dahmer, responsable de asesinar y devorar al menos a 17 personas. En 2022, se estrena con notable éxito una serie biopic creada por Ryan Murphy e Ian Brennan para Netflix, protagonizada por este asesino en serie y delincuente sexual.
Póster de La matanza de Texas (1974), de Toobe Hopper.
UN CANIBALISMO GOURMET
Sin duda, uno de los grandes personajes del cine caníbal es Annibal Lecter, protagonista de la aclamada película de Jonathan Demme El silencio de los corderos (1991), a la que siguen otros títulos con el mismo personaje de calidad desigual, destacando Hannibal (2001), de Ridley Scott.
El éxito de este particular caníbal se debe a la magistral interpretación de Anthony Hopkins y a la concepción del propio personaje. El psicópata devorador de carne humana no es un paleto perdido en la América profunda, sino un cultivado urbanita, capaz de moverse en sociedad con enorme éxito y con un gusto y clase envidiables. Cuando realiza actos de canibalismo, es un gourmet y cocina la carne humana con una habilidad propia de un chef con estrellas Michelin.
La relación entre el canibalismo y la restauración ha sido explotada en diversas películas, en algunos casos, con notable gracia y éxito de público.
La más divertida de todas ellas es Pasión devoradora (1988), de Glen Foster. La película se inicia con un operario que tiene un accidente mortal y cae a un gran triturador de producto en una fábrica de chocolates. El ejecutivo de cuentas de la compañía decide callar para evitar los problemas legales, temiendo indemnizaciones millonarias en un momento en que la empresa está al borde de la bancarrota. Su sorpresa es mayúscula cuando descubre que, en las catas a ciegas para evaluar su chocolate, la aceptación del producto se ha disparado. Contra todo pronóstico, la carne humana mejora su sabor, por lo que se pone manos a la obra y, de manera clandestina, continúa añadiendo este ingrediente secreto a la elaboración con la esperanza de relanzar las ventas y reflotar la empresa.
Igualmente divertida es la adaptación al cine del cómic ¿Y si nos comemos a Raoul? (1982), de Paul Bartel. En ella, un matrimonio encuentra una fuente de ingresos extra atrayendo a aficionados con el reclamo de un intercambio sexual de parejas, para dejarlos fuera de combate a sartenazos y quedarse con su dinero. El problema surge cuando un golpe demasiado fuerte mata a Raoul. Entonces, el modo más práctico de hacer desaparecer el cadáver es cumplir un viejo sueño: abrir su propio restaurante de carne.
Mucho más oscura es Sweeney Todd (2007), de Tim Burton, que siguiendo esta misma lógica capitalista convierte a las víctimas del barbero en el ingrediente principal del negocio de venta de pasteles de carne.
Sublime e igualmente aterradora es El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989), de Peter Greenaway, en la que se cocina y sirve a un ser humano con la belleza propia de los bodegones de la pintura barroca.
Finalmente quisiera añadir que en algunas películas, la utilización de la carne humana como producto alimenticio se debe a la escasez de otras fuentes de proteína procedentes de la ganadería. Así sucede en dos extraordinarias distopías de ciencia ficción como son Cuando el destino nos alcance (1973), de Richard Fleischer, y Delicatessen (1991), codirigida por Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro.
fotocromos de El silencio de los corderos (1991), de Jonnathan Demme
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-07-30 14:30:00
En la sección: Muy Interesante