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el inadecuado mito de la “guerrilla hispana”

el inadecuado mito de la “guerrilla hispana”

El de la ‘guerrilla hispana’ es uno de los mitos más persistentes sobre la guerra en la antigua Iberia en general, y en particular entre los pueblos propiamente ibéricos, esto es, los que habitaron la fachada meridional y oriental de la Península.

Los íberos, se dice, habrían combatido en bandas, en tropas irregulares de efectivos limitados, con armas ligeras, utilizando como tácticas preferidas la emboscada y el golpe de mano, para golpear de lejos, evitando la batalla, y huir en la espesura o en lo agreste del monte para golpear de nuevo en otra ocasión.

Sin embargo, se trata de un error comprobable, que perdura a menudo pese a haber sido probado como tal por la investigación y la divulgación rigurosa hace ya casi treinta años.

¿Qué nos dicen las armas íberas sobre sus guerreros?

Las fuentes literarias, lo que narran, una y otra vez, son batallas campales, como la de Ampurias. Y son muy raras las referencias a una verdadera ‘guerra de guerrillas’.

La documentación arqueológica –el arte y los hallazgos de armas– nos presenta una panoplia mucho más adecuada para el combate cuerpo a cuerpo, incluso en formación, que para la guerra ‘irregular’.

La combinación ibérica, típica entre los siglos IV y II a.C., fue la lanza arrojadiza (jabalina y/o soliferreum, similar en empleo al pilum romano), la espada (falcata o espada recta de frontón) y la caetra o escudo circular mediano (de 50 a 75 cm de diámetro).

Casco, grebas y corazas, que en el s. V eran de bronce, pasaron en el s. IV a.C. a fabricarse sobre todo en cuero o textil. Solo en la fase final, cuando los íberos fueron empleados en masa como auxiliares de Aníbal o Escipión, se generalizaron nuevas armas, aún mejor adaptadas para la guerra de alta intensidad, como el escudo oval plano, el casco de bronce itálico llamado ‘Montefortino’ y armas similares. Un buen ejemplo es el de la honda y el arco, que sin duda se conocían y se emplearían en la caza y que deberían resultar especialmente útiles en ese tipo de guerra.

Soliferreum (lanza de hierro) y puntas de flecha (siglos IV-III a.C.) procedentes de la necrópolis de Los Collados (Córdoba). MAN. Y falcata íbera del poblado del Cerro de La Cruz, en Almedinilla (Córdoba). FOTO: ALBUM.

Sin embargo, no se representan nunca, ni en escultura o relieves ni en los vasos cerámicos, ni en los cientos de exvotos de bronce con armas que conocemos. Tampoco se mencionan en los textos clásicos, que a menudo se recrean en describir otros tipos de armas.

Podríamos pensar que, como el arte era sobre todo patrimonio de los ricos o poderosos (aunque no siempre), no se representaran estas armas modestas en favor de armas más imponentes y lujosas como cascos, corazas, falcatas y puñales. Sin embargo, tampoco se documentan apenas los originales en los ajuares de las tumbas (también con un sesgo ritual y simbólico importante).


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Antonio Madrigal Belinchón

De modo que, sabemos de su limitado empleo solo por hallazgos en poblados; incluso los proyectiles de honda en plomo solo se introdujeron en el comienzo del fin del mundo ibérico, en las últimas décadas del siglo III a.C.

La creación interesada del mito de la “guerrilla hispánica”

¿Por qué entonces se piensa tanto en la guerrilla? Por una conjunción de factores que se han alimentado unos a otros.

En primer lugar, las fuentes clásicas. Livio, Apiano o Estrabón escribieron ya en época romana imperial, dos siglos o más después de la sumisión de los íberos, pero todavía cercanas las luchas con astures y cántabros. Querían resaltar el derecho natural de Roma a gobernar, y para ello qué mejor que enfatizar el primitivismo de los pueblos hispanos.

Y puesto que la guerra reglada era, en esa época, uno de los rasgos más característicos de las sociedades civilizadas, negarles una guerra elaborada y enfatizar sus costumbres más salvajes era una forma de justificar el pleno derecho de Roma a someterles.

Puñal ceremonial andaluz tipo Quesada II y espada de pomo facetado tipo IV, que también se da en Portugal y la Meseta. FOTO: ALBUM.

En el caso de los íberos, además, cuando se narraban guerras de dos siglos antes, a menudo se extrapolaron costumbres o rasgos bélicos más ‘primitivos’ de pueblos del interior peninsular (que tampoco, hay que decirlo, lo eran tanto como los romanos los pintaban).

Casi dos milenios después, el gran arqueólogo alemán A. Schulten desarrolló una intensa actividad en nuestro país, por ejemplo excavando, antes de 1914, Numancia y los campamentos de asedio romanos. Con una visión romántica y primitivista de la España de su época, Schulten pintó un colosal lienzo de la Hispania prerromana de inmenso éxito, sin matices pero muy atractivo, en el que seleccionó y distorsionó las fuentes clásicas para servir a su idea preconcebida de un carácter español esencial indisciplinado, indómito y primitivo, pero noble y amante de la libertad, que se remontaría a los íberos, Numancia y Viriato. En ese lienzo, una visión seleccionada de textos de Livio o Apiano era muy atractiva y utilizable.

Vista del yacimiento arqueológico de Empúries (Girona). Primer asentamiento griego en la península ibérica (s. VI a.C.), durante la Segunda Guerra Púnica (s. III a.C.) pasó a formar parte del Imperio romano. FOTO: SHUTTERSTOCK.

Por último, la tradición historiográfica española del siglo XX, tanto la liberal como la conservadora, acogió con interés las ideas románticas de Schulten en su defensa de una España esencial, diferente y única, que enlazaría Numancia con los conquistadores y la Guerra de Independencia, y a Viriato con el Empecinado y el Alcázar de Toledo.

Además, esa tradición historiográfica del siglo XX ha mezclado casi siempre dos conceptos muy distintos: una cosa es la ‘guerra de guerrillas’, en sus niveles estratégico y operacional, que según las propias fuentes clásicas los íberos no parecen haber practicado, y otra muy distinta es la táctica (a menudo descrita por las fuentes romanas) de combatir ‘en guerrilla’ o ‘en escaramuza’, en la que todo o parte de un contingente o ejército combate desplegado en orden abierto, aprovechando el terreno en operaciones de avanzada, de forrajeo o de saqueo, pero también protegiendo el grueso de la línea de batalla, como los velites en las legiones romanas o los caetrati hispanos en los ejércitos de Julio César.

Tácticas de guerra según el tiempo y el espacio

Un problema importante ha sido que durante muchísimo tiempo se ha trabajado como si casi toda la Península hubiera sido homogénea en su panoplia.

Se han extrapolado datos y fuentes del mundo celtibérico o lusitano al mundo ibérico, y a la inversa, como si la falcata hubiera sido igualmente popular en la Meseta y en el Sureste, o como si las tácticas descritas por algunas fuentes para los vacceos del Duero fueran extensibles a los íberos del Segura.

Del mismo modo, se había especulado como si lo que sabemos por las fuentes escritas a finales del siglo III a.C. pudieran ser extensibles a principios del siglo IV a.C.; para cuando no hay textos y las circunstancias culturales eran muy diferentes.

Poblado ibérico del Puig de Sant Andreu de Ullastret (s. III a.C.), Girona. FOTO: PRISMA ARCHIVO.

Hoy sabemos que cada región y cada periodo tuvo rasgos propios y diferentes. Para colmo, los investigadores de los siglos XIX y XX a menudo mezclaron las cosas.

Durante la Guerra de Aníbal (218- 205 a.C.), cartagineses y romanos en Iberia anduvieron siempre cortos de tropas ‘pesadas’ y emplearon grandes contingentes de hispanos como infantería de línea (íberos sobre todo) en el núcleo de sus ejércitos. Así, por ejemplo, lo hicieron Aníbal en Cannas, Asdrúbal en Dertosa y Metauro y Escipión en Ilipa, todas grandes batallas campales.

Sin embargo, entre uno y dos siglos después, Sertorio, César o Pompeyo contaban ya con un número suficiente de sólidas legiones y lo que necesitaban sobre todo era caballería e infantería ligera capaz de complementarlas, o infantería capaz de actuar tanto como tropa de línea como ligera: de ahí las cohortes scutatae (con escudo oval) o caetratae (con escudo circular) reclutadas en Hispania.

La complejidad de la cultura ibérica

En resumen, es llamativo que se haya aceptado que la ibérica fue, ya desde el siglo IV a.C., una cultura urbana compleja, con ciudades fortificadas y bien organizadas, que empleó la escritura y la moneda (incluso adaptando el alfabeto griego), que tenía sistemas de pesos y medidas, una sociedad jerarquizada y un arte riquísimo que creó imponentes monumentos escultóricos con decenas de piezas de tamaño natural y, sin embargo, se haya aceptado, al tiempo, que sus formas de guerra fueran muy primitivas y estuvieran muy por detrás de lo practicado en otras sociedades.

No fue así y, si bien con menor grado de organización y disciplina, los ejércitos íberos se midieron, una y otra vez, entre sí y contra cartagineses y romanos, en líneas de batalla que incluían infantería de línea y ligera, caballería y estandartes, campamentos fortificados y unidades articuladas por pueblos, con un grado de complejidad importante.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.es

Publicado el: 2024-01-23 06:43:36
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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