Durante el Tercer Reich, el régimen nazi desplegó una maquinaria ideológica y administrativa capaz de instrumentalizar la vida de las mujeres alemanas en función de sus objetivos totalitarios. La maternidad se elevó a deber patriótico, mientras que la fidelidad al Führer se convirtió en una virtud femenina tan valorada como la obediencia o la pureza racial. Sin embargo, más allá del rol pasivo o victimista que la historiografía tradicional haya podido atribuir a estas mujeres, numerosas investigaciones revelan una compleja red de participación, colaboración y responsabilidad en los crímenes del nazismo. Exploraremos estas dimensiones a partir de varias biografías femeninas que permiten entender cómo el régimen moldeó, explotó y se alimentó de la implicación activa de muchas ciudadanas del Reich.
La maternidad como deber nacional
Desde los primeros años del poder nazi, la maternidad se redefinió como una contribución al estado. Las mujeres alemanas, según el discurso oficial, debían servir a la nación dando hijos arios y educándolos conforme a los valores del nacionalsocialismo. El ideal femenino se condensó en la tríada “Kinder, Küche, Kirche” («niños, cocina, iglesia»), que se reforzó mediante políticas que premiaban la fertilidad. Se entregaron medallas a las madres con muchos hijos y préstamos familiares, Además, las campañas públicas también exaltaban la imagen de la madre ario-alemana.
Más allá del simbolismo de estos gestos, esta política tuvo efectos concretos en la vida de millones de personas. Como se observa en el caso de Gertrud Scholtz-Klink, líder de la Liga de Mujeres Nacionalsocialistas, el régimen necesitaba cuadros femeninos que organizaran la vida doméstica, social y reproductiva de las mujeres. Scholtz-Klink no solo representó el modelo de sumisión, sino que promovió la obediencia al Führer como una expresión de feminidad plena.

La pedagogía de la sumisión
La educación y formación de las mujeres bajo el régimen fue otro instrumento clave para consolidar la ideología nazi. Instituciones como la Reichsschule für Mädels (Escuela del Reich para Muchachas) inculcaban principios raciales y patrióticos, así como habilidades domésticas. En el programa educativo se excluía cualquier aspiración profesional o intelectual. Las mujeres se formaban para ser madres y esposas de soldados, no ciudadanas plenas.
En este contexto, figuras como Ilse Hirsch, miembro de la Liga de Muchachas Alemanas (BDM), muestran cómo estas enseñanzas podían derivar en una militancia activa. Hirsch participó en operaciones militares durante la guerra, como el asesinato del primer ministro belga Henri Rolin en 1945 durante la operación Werwolf. Su compromiso con el régimen no fue circunstancial, sino que creció tras años de adoctrinamiento.
Colaboración activa y criminalidad femenina
Uno de los aspectos más controvertidos de la historiografía reciente ha sido el reconocimiento del papel que muchas mujeres alemanas desempeñaron en el aparato represivo nazi. Más de 500.000 mujeres trabajaron como auxiliares, administrativas, enfermeras o guardianas en instituciones nazis. Entre ellas destaca Irma Grese, vigilante del campo de concentración de Auschwitz y luego de Bergen-Belsen.
Grese, conocida por su crueldad, representa la dimensión activa del sadismo femenino al servicio del nazismo. Su juventud —tenía apenas 22 años al ser ejecutada en 1945— no mitigó la gravedad de sus actos: fue acusada de golpear prisioneras, dejar morir a los enfermos y colaborar con experimentos médicos. Su caso demuestra que la ideología puede, en ciertos contextos, convertir a personas comunes en perpetradores de violencia extrema.

Complicidad burocrática y científica
Otro ámbito en el que muchas mujeres se implicaron fue el de la administración del sistema médico y eugenésico. El caso de Herta Oberheuser, doctora en Ravensbrück, revela hasta qué punto algunas profesionales de la salud colaboraron con el programa de exterminio parapatedándose tras supuestas investigaciones científicas. Oberheuser practicó experimentos médicos sin anestesia y llegó a infectar las heridas de las prisioneras para probar la eficacia de algunas sustancias químicas.
Su participación muestra cómo el nazismo captó a mujeres con formación académica y las integró en su maquinaria de muerte. La banalidad del mal —en el sentido que le dio Hannah Arendt— se manifiesta crudamente en estas trayectorias: la obediencia a una estructura criminal no exime de responsabilidad ética ni jurídica.
Las esposas del poder
En paralelo a las colaboradoras activas, hubo mujeres que ejercieron su influencia desde posiciones de privilegio social. Tal es el caso de Magda Goebbels, esposa del ministro de propaganda Joseph Goebbels. Educada en un ambiente burgués y convertida en primera dama del Reich por su proximidad a Hitler, Magda fue una figura central en la representación del ideal femenino nazi, por mucho que su vida privada desmintiera ese modelo.
En los últimos días del régimen, Magda asesinó a sus seis hijos antes de suicidarse con su esposo en el búnker de Berlín. Su acto final se ha interpretado como la expresión más extrema del fanatismo, pero también como una metáfora trágica del sometimiento de la mujer al ideal político y masculino del nazismo.

Resistencia y contradicciones
Aunque la mayoría de mujeres alemanas asumió, con mayor o menor convicción, los roles que el régimen les impuso, también hubo excepciones. Sophie Scholl, activista del grupo La Rosa Blanca, pagó con su vida la difusión de panfletos contra Hitler. Sin embargo, estas figuras fueron minoría y han sido objeto de una mitificación posterior que no siempre permite entender la complejidad del contexto.
El caso de Melita Maschmann, antigua miembro del BDM que escribió sus memorias en los años 60, es revelador. Su relato muestra una mezcla de culpa, justificación y reflexión tardía. Maschmann nunca fue juzgada ni condenada, pero su testimonio sirve como documento para comprender cómo muchas jóvenes alemanas interiorizaron la ideología nazi sin percibir su dimensión criminal.
Conclusión
El régimen de la Alemania nazi supo instrumentalizar los ideales tradicionales de feminidad para consolidar su poder, al tiempo que abrió espacios de participación —incluso de violencia— para aquellas dispuestas a servirlo. La maternidad obligatoria, la sumisión ideológica, la colaboración burocrática o la implicación directa en crímenes de guerra muestran un abanico de actitudes que no puede reducirse a una única categoría moral.
Reconocer esta diversidad de comportamientos no implica negar las estructuras patriarcales del nazismo, sino entender cómo estas estructuras fueron eficaces precisamente porque contaron con la complicidad, el consentimiento o la colaboración activa de muchas mujeres. La memoria de estas protagonistas incómodas, silenciadas durante décadas, advierte del poder destructivo de las ideologías totalitarias cuando logran penetrar en la intimidad de los cuerpos y las conciencias.
Referencias
- Gómez Trillo, Miguel Félix y Antonio Gámez Higueras. 2023. Mujeres en la Segunda Guerra Mundial. Madrid: Pinolia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2025-04-15 20:01:00
En la sección: Muy Interesante