Licenciado en Ciencias Económicas y en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su actividad profesional en 1974 como redactor en el diario Informaciones; poco después, pasó a ser jefe de la sección de Economía de la revista Cuadernos para el diálogo y redactor jefe del diario económico Cinco Días. Más adelante, Joaquín Estefanía se incorporó al diario El País, del que llegó a ser director entre 1988 y 1993. De 1993 a 1996 fue director de Publicaciones del Grupo PRISA. Hoy en día, continúa escribiendo columnas sobre economía en El País.
El economista y periodista madrileño Joaquín Estefanía. Foto: Joaquín Estefanía.
P: En 1968, la juventud occidental se rebeló en muchos lugares del mundo. ¿A qué se debió aquel estado de rebeldía e insumisión?
R: El “ciclo Mayo 68” es un fenómeno planetario y tiene causas muy diferentes (las particulares de cada lugar) y otras comunes, que son las que generaron una tendencia que, con picos de sierra, se ha mantenido durante medio siglo. En su aspecto central, fue una rebelión contra el autoritarismo y el imperialismo. Donde había capitalismo, se intentó acabar con el capitalismo; donde había comunismo, se intentó terminar con él y sustituirlo por un socialismo de rostro humano; donde había “dictaduras perfectas”, se trató de cambiarlas por democracias imperfectas. Una vez conseguido cierto bienestar, era un planeta joven que trataba de cambiar de vida y evitar la alienación de lo gris.
P: ¿Esas rebeliones tuvieron la misma duración en todas partes?
R: Paradójicamente, la revuelta francesa fue la que menos duró. Y la paradoja está en que París fue el escenario por excelencia de 1968. Se fue extinguiendo poco a poco, envuelta en sus propias contradicciones. En México hubo una represión feroz con un número de muertos que todavía es muy difícil de determinar. Y en Praga las protestas acabaron con la invasión de un país, Checoslovaquia, por las fuerzas de los “países hermanos”, aglutinados en el Pacto de Varsovia.
Una avenida de Praga el 20 de agosto de 1968, minutos antes de que los tanques soviéticos entraran en la capital checa. Foto: Josef Koudelka /Magnum Photos /Contacto.
P: Sorprende que muchos de los integrantes de la contracultura estadounidense y de los universitarios parisinos fueran hijos de una clase media bien asentada que disfrutaba de uno de los momentos de mayor prosperidad económica de la posguerra.
R: La izquierda radical que protagonizó el 68 en Estados Unidos y Francia estaba mucho más instalada en las universidades y en los institutos que en las fábricas. En París, hubo continuos esfuerzos para arrastrar a los obreros a las calles y hacer verdad el eslogan “¡Obreros y estudiantes, unidos venceremos!”. Muchos de esos intentos fueron fallidos porque los sindicatos de clase no se fiaban de lo que denominaban “aventurerismo” de los jóvenes. Cuando los estudiantes lograron arrastrar a los trabajadores, el gobierno De Gaulle quebró la unidad con los Pactos de Grenelle, mediante los cuales subieron exponencialmente los salarios de los trabajadores.
Los obreros volvieron entonces a sus lugares de trabajo y abandonaron las calles y las asambleas. La prosperidad de la posguerra (crecimiento económico más Estado de Bienestar) fue considerada en Mayo del 68 terreno conquistado, y los jóvenes de clase media que se alzaron buscaron algo más: “un gozo de rebeldía justa”, en palabras del gran intelectual mexicano, protagonista de la revuelta, Carlos Monsivais. El tiempo nos ha demostrado que ni mucho menos era territorio conquistado.
P: ¿Qué reclamaban aquellos jóvenes que tomaron los campus de las universidades?
R: Los primeros espasmos de la revuelta fueron siempre para pedir reformas en la educación. En Nanterre, el estallido tuvo que ver con la separación que se establecía en los colegios mayores entre estudiantes de distinto sexo. Pero luego se superó la agenda del capitalismo de bienestar y se introdujeron por acumulación las reivindicaciones del feminismo, el ecologismo, el respeto a las minorías, la libertad sexual, la igualdad en una educación más democrática, el pacifismo, la lucha por las libertades civiles y sociales, etc. Todo ello dio lugar a lo que luego se denominó “espíritu del 68”.
El 6 de mayo de 1968, en el parisino Bulevar Saint-Germain, un manifestante corre con adoquines en las manos. Foto: Bruno Brabey / Magnum Photos / Contacto.
P: Hay quien ha escrito que esto hace del Mayo francés una revolución mucho más cultural que política.
R: Todo lo contrario. Si se abordan los movimientos de 1968 como un fenómeno cultural y no político, se corre el riesgo de banalizarlos, de simplificarlos, de domesticarlos, de exorcizar su significación.
P: ¿En qué medida influyó la Guerra de Vietnam en ese estado de revuelta generalizada que explotó en el mundo occidental?
R: De una manera determinante. Primero, lógicamente, en Estados Unidos, el país en guerra, donde los jóvenes eran enviados a los campos de batalla, destruyéndose a una generación. Y luego, por solidaridad, en el resto del mundo. El antiimperialismo estaba viviendo su edad dorada. A ello se añadía un estado de exaltación y embellecimiento del Tercer Mundo, en el que parecía que sólo vivían ciudadanos bellos, concienciados, comprometidos y solidarios, lo que era una ensoñación. El icono de un Ernesto “Che” Guevara sin matices es la mayor, aunque ni mucho menos la única imagen, de ese antiimperialismo (“¡Crear dos, tres, muchos Vietnam!”) y de ese tercermundismo (Cuba).
P: ¿Y cuáles eran las motivaciones, en ese contexto, para los jóvenes alemanes o franceses?
R: Las motivaciones eran muy similares. Se podrían resumir en una forma de rebelarse contra el sistema, fuera cual fuera la representación de éste, en la que sorprendentemente muchos de los que participaban (no todos) despreciaban el poder. No lo querían. Querían la palabra, no el poder. Muchos años después, un catedrático de Derecho Constitucional, Antonio López Pina, ha acuñado el concepto de “inteligencia excéntrica”, que compendia un poco esta postura: trabajadores e intelectuales que quieren influir, pero les horripila la primera línea de la política activa. También ha habido muchos sesentayochistas que, una vez abandonada la calle y sus recuerdos más inmediatos, han ocupado esa primera línea siendo ministros, parlamentarios y hasta banqueros.
P: ¿Por qué fracasó el levantamiento de Mayo del 68 en Francia?
R: Por varias circunstancias. Primera, la reacción del establishment, liderada por De Gaulle y André Malraux, fue muy fuerte. Segunda, la propia característica “burguesa” de los estudiantes: cuando llegaron las vacaciones de verano, muchos de los que no pertenecían a las vanguardias se desmovilizaron y se fueron de vacaciones. Tercera, y muy importante: no se puede estar permanentemente en las calles sin experimentar el cansancio de la movilización. Había que tomar también las instituciones a través de la participación parlamentaria, para dar continuidad e influencia al movimiento. La cuarta era que si se trataba de una revolución antisistema era preciso una formación dirigente, que no existió. Las disputas entre las diferentes ideologías en liza –maoístas, trotskistas, situacionistas y anarquistas– fueron letales, como tantas veces ha ocurrido en el seno de las diferentes izquierdas.
P: ¿Esas rebeliones fueron más generacionales que ideológicas?
R: Sí. Cambió el sujeto histórico, de la clase social a la juventud. Por eso el marxismo ortodoxo tenía tantas suspicacias ante lo que estaba sucediendo. El estalinismo y sus continuadores fueron los grandes perdedores de aquel momento. Ese estado de rebelión lo teorizaron los restos de la Escuela de Fráncfort y, especialmente, Herbert Marcuse –en obras como El hombre unidimensional o El final de la utopía–, que abandonó su cátedra universitaria para visitar París y observar lo que sucedía. Se multiplicó la idea de que ser joven era algo especial, no una circunstancia que se pasa con el tiempo.
Joaquín Estefanía Moreira (66 años) es miembro del think tank (laboratorio de ideas) Fundación Alternativas desde su gestación hace veinte años. Foto: Joaquín Estefanía.
P: ¿Qué pintaban los hippies en medio de aquel tsunami de rebelión? ¿Ellos iban por libre?
R: Eran minoritarios. No hacían de la politización su estilo de vida, pero compartían aquellos valores de los que hablé antes: la naturaleza, el ecologismo, la rebeldía ante lo gris. Ellos sí que formaron parte de una revolución cultural que se manifestó en la música, la literatura, el cine y, sobre todo, las costumbres. Creo que muchos hippies de entonces lo siguen siendo hoy, con otra apariencia. Forman parte de nuestra educación sentimental.
P: ¿Cuál fue la razón de que la batalla de 1968 se acabara extendiendo por todo el mundo? ¿La televisión tuvo algo que ver en ese fenómeno?
R: El mundo era entonces un mundo en blanco y negro. Se estaba saliendo de la segunda posguerra mundial y de la reconstrucción y se trataba de entrar en una época en color, aprovechando la explosión de los medios de comunicación de masas, especialmente la televisión, cuya influencia fue fundamental.
A pesar de la censura, la Guerra de Vietnam fue la primera que se televisó en directo, lo mismo que los acontecimientos políticos de París, Praga o México. Además, al ser unas revueltas transversales (jóvenes de distintas clases sociales), se contaba a veces con la complicidad de algunos de los antecesores de los que participaban en ellas, que formaban parte del establishment más reformista. Incluso en una dictadura como la española hubo medios de comunicación que dieron una cobertura excelente de lo que estaba sucediendo fuera.
P: Ya que habla de España, ¿qué ocurría en esos momentos en un país tan marcado todavía por la dictadura franquista?
R: El Mayo francés fue en España un factor de emulación que se añadió a las luchas universitarias que ya existían, aunque tuviesen un carácter muy minoritario. Las universidades vivieron momentos febriles: hubo facultades que cerraron durante muchos meses. En ellas se hacían juicios a los catedráticos que provenían del franquismo o habían colaborado con él.
En el otro extremo, hubo profesores que dieron aprobado general en su asignatura al concluir que era más importante que los estudiantes estuviesen en la calle que estudiando para los exámenes. También aquí los marxismos heterodoxos tuvieron sus momentos de gloria, y fueron el origen de partidos políticos que después tuvieron cierta relevancia en la agonía del franquismo y primeros años de la Transición. En las fábricas, las movilizaciones adicionales a las que ya existían fueron muy escasas. O al menos así lo recuerdo.
P: Parece que hay un aspecto en el que coinciden muchos líderes conservadores: del espíritu de 1968 no queda nada. Sarkozy fue uno de los que proclamó esa máxima, cuando se atrevió a criticar el relativismo moral de las ideas sesentayochistas. Pero ¿es verdad que no queda nada de aquel año prodigioso?
R: Todo lo contrario. La revolución conservadora que se instaló en el mundo a partir de la década de los ochenta del siglo pasado estableció dos momentos en su ofensiva: primero, acabar con el capitalismo de bienestar y sustituirlo por el capitalismo de laissez faire, o neoliberalismo; y segundo, acabar con la hegemonía (en el sentido más gramsciano del término) de los valores del sesenta y ocho, fundamentalmente en el territorio de la escuela y de la educación. Esa revolución ha sido potentísima.
El siglo XX sólo se explica en términos de acción-reacción, pretendiendo los reaccionarios volver al statu quo anterior. Los neoconservadores han dado golpes muy fuertes en la economía, pero han sido mucho menos efectivos en las costumbres del sesenta y ocho. El último golpe lo dieron tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Washington y Nueva York, y toda la secuencia posterior, que ha transmutado los equilibrios entre la seguridad y la libertad. Pero cuando Sarkozy y otros se acuerdan de ello, significa que todavía lo tienen en carne viva. Forma parte de sus fantasmas, de sus derrotas.
Un estallido de fuego sacude el World Trade Center tras ser alcanzado por dos aviones el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Foto: Getty.
P: ¿Encuentra alguna similitud entre los movimientos juveniles que se rebelaron en 1968 y los que lo hicieron en la madrileña Puerta del Sol el 15 de mayo de 2011?
R: Mucha. La prueba es que el movimiento de los indignados, que también se ha producido al mismo tiempo en partes muy distintas del planeta, estaba compuesto fundamentalmente por jóvenes, pero acompañados en la mayor parte de las ocasiones por sus padres altermundistas y sus abuelos sesentayochistas. En el seno de los indignados, de sus círculos y de sus asambleas, hay muchos participantes de aquello.
Y llegaron a la Puerta del Sol con la lección bien aprendida: para cambiar las cosas no basta sólo la calle, hay que estar también en las instituciones. En el Parlamento. En los sindicatos. En este sentido, son un movimiento mucho más maduro que aquel. La cercanía y la instantaneidad nos impiden a veces dar la relevancia que tienen a fenómenos muy significativos: hace una década, ¿alguien hubiera pensado que 70 diputados del Parlamento español pertenecerían al movimiento de los indignados, o que las alcaldías de Madrid y Barcelona iban a estar gobernadas por ellos?
P: En su libro Abuelo, ¿cómo habéis consentido esto? Los graves errores que nos han llevado a la era Trump, usted reflexiona sobre cómo, por primera vez en décadas, los hijos son más pobres que los padres. ¿Esta situación podría degenerar en una revuelta todavía mayor y más virulenta que la del 68?
R: No es correcto utilizar el concepmisto de “degenerar”. Nuestros hijos están viviendo peor que nosotros, lo que es un accidente histórico. El problema es si ese accidente se convierte en tendencia, y la siguiente generación vive aún peor. El principal problema que tienen las democracias maduras hoy es restaurar el contrato intergeneracional que existió un día. Los jóvenes deben adquirir el protagonismo que la gravedad de su situación (más pobres, más desiguales, más precarios, menos protegidos y más desconfiados) exige. La crisis de representación política que estamos viviendo es parte de ello.
Las obras de Joaquín Estefanía Estos años bárbaros y Abuelo, cómo habéis consentido esto. Fotos: ASC.
En la época de Internet, las modalidades de movilización son muy distintas de las de hace medio siglo. No pueden seguir permitiendo que les exijamos que trabajen en cosas que no les gustan, por salarios risibles, que estudien las modalidades que quiere el mercado, pero no aquello para lo que tienen vocación, que para irse de casa tengan casi obligatoriamente que compartir vivienda. Los jóvenes forman parte de los “perdedores emocionales” de una globalización que les ha beneficiado como consumidores, pero que les ha perjudicado como ciudadanos.
P: En este libro usted habla de derrota generacional. ¿Qué cosas se han hecho mal al respecto?
R: Se ha cedido en principios en los que nunca se tenía que haber cedido, en aras de un consenso que finalmente nos ha perjudicado. Soy muy partidario de los consensos, pero con los sacrificios y los estímulos compartidos entre todos, no sólo para una parte de la población. Los acontecimientos sucedidos en el mundo en la última década, por poner un límite, han implicado una redistribución negativa del poder, la renta y la riqueza hiriente. Insoportable.
P: ¿Qué perspectivas de futuro les quedan a los jóvenes? ¿Qué deberían hacer?
R: Participar. Revolverse. El futuro no está escrito. Va a depender en primera instancia, aunque no sólo, de lo que hagan ellos. Los jóvenes deberían estudiar Mayo del 68 para evitar sus errores y para asimilar sus lecciones positivas.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-09-12 09:00:00
En la sección: Muy Interesante