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Isabel II y España, de las broncas con Franco al acercamiento con los Borbones

Isabel II y España, de las broncas con Franco al acercamiento con los Borbones

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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Barcelona estaba de enhorabuena el 21 de octubre de 1988: la reina Isabel II paseaba por la Ciudad Condal. Era la primera visita oficial a España de un monarca del Reino Unido y, para conmemorar tal honor, Don Juan Carlos —su primo, al que le profesaba gran cariño— y Doña Sofía la llevaron de visita por los lugares más emblemáticos. Aunque Su Graciosa Majestad prefirió los placeres populares. En el trayecto al Museo Picasso, por ejemplo, paró en una panadería para tomarse un ‘croissant’. Y cuando visitó las obras del estadio de Montjuic, mascarón de proa de los futuros Juegos Olímpicos de 1992, pidió un favor para sus nietos… una camiseta de ‘Cobi’, la mascota del evento. Aunque no lo sabía, ella dejó a cambio un regalo mucho mejor: el deshielo de unas relaciones pésimas con nuestro país y el fin de una convulsa etapa de enfrentamientos con el dictador Francisco Franco. Casi nada.

La reina Isabel II y Felipe VI en un carruaje en Londres durante la visita de Estado de los reyes españoles a Reino Unido en julio de 2017. Foto: Getty.

Franco y la realeza británica

La tensión había comenzado años atrás. Franco, tan monárquico sobre el papel —aunque no en la práctica—, nunca mantuvo buenas relaciones con la realeza anglosajona. Y eso, a pesar de que la expulsión de Alfonso XIII —casado con la británica Victoria Eugenia de Batttenberg— le daba ventaja sobre la República. Durante la Guerra Civil, Jorge VI no mostró excesivo interés ni en uno ni en otro bando. Los hechos lo dejan claro. En mayo de 1937, el socialista Julián Besteiro acudió a la coronación del inglés para proponerle que intercediera por el Gobierno de Azaña ante los sublevados; buscaba a la desesperada una paz negociada, y se marchó con las manos vacías. A cambio, el duque de Alba —representante del bando Nacional en el Reino Unido— se reunió con el monarca en junio sin éxitos palpables. Solo pudo insistir en que, si su bando ganaba, barajaría el regreso de los Borbones.

La victoria contra los republicanos relajó en principio las posturas entre el palacio de Buckingham y El Pardo, aunque los escarceos de España con Adolf Hitler volvieron a cambiar las tornas. Con todo, cuando el dictador olfateó la derrota nazi, no dudó en arrimarse al Reino Unido y a Estados Unidos. Así se lo hizo saber al primer ministro británico mediante una carta escrita a finales de 1944: «La gravedad de la situación en Europa y el papel que jugarán España e Inglaterra en el futuro orden de Europa Occidental hacen deseable que clarifiquemos nuestras relaciones, librándolas de una serie de disputas y pequeños incidentes que las han hecho amargas estos últimos años». El anticomunismo recalcitrante de Winston Churchill unió los caminos de ambas potencias tras la Segunda Guerra Mundial, pero, entre los gerifaltes del Caudillo, siempre se sospechó que la finalidad de la ‘pérfida Albión’ era imponer de nuevo la monarquía en España.

A cambio, la relación entre las casas reales británica y española gozó siempre de buena salud. Don Juan, hijo de Alfonso XIII, fue el principal nexo durante el exilio. El rey se había formado en la escuela naval de Dartmouth y era un anglófilo convencido. Por descontado, fue uno de los invitados a la coronación de Isabel II. Aquel 2 de junio de 1953, el monarca —que anhelaba la restauración de los Borbones y se la solicitaba de forma insistente a Franco desde los años cuarenta— se entrevistó con la delegación enviada a la abadía de Westminster desde Madrid. El conde de Fontanar, uno de sus amigos cercanos, le había insistido en que así podría tratar con ellos «los rumores sobre una posible renuncia de Su Majestad seguida de una proclamación en favor de Juanito», futuro Juan Carlos I. No sirvió de nada.

Don Juan interrumpió su formación en la Escuela Naval al exiliarse y la continuó en la Royal Navy. Foto: ASC.

Una molesta visita

La conclusión es que, tras la guerra, las relaciones eran muy tensas con la familia real británica. Franco, de hecho, prohibió a los medios de comunicación que publicaran noticias sobre los preparativos de la coronación y obligó a las agencias de viajes a retirar los anuncios de vuelos a Londres durante esas semanas. ¿El objetivo? Evitar un éxodo hacia Inglaterra para el evento. Por eso, saltaron las alarmas cuando Isabel II anunció que visitaría el Peñón de Gibraltar en el marco de una gira por tierra, mar y aire alrededor de sus territorios. La versión que defienden la mayoría de los historiadores es que Su Graciosa Majestad orquestó aquello para meter el dedo en el ojo a una dictadura que se negaba a restaurar la monarquía. Otros, encabezados por el hispanista Paul Preston, son partidarios de que el del Ferrol se valió del evento para unir a la sociedad contra un enemigo común.

Más allá de las razones, Franco desplegó toda su artillería. Para empezar, concedió una entrevista al periódico Arriba en la que se despachó de forma belicosa contra el Reino Unido por haber tratado de influir, desde hacía siglos, en la historia de España. En sus palabras, el viaje de Isabel II era el enésimo movimiento de ajedrez fomentado por el oscuro imperialismo británico. «No porque no se hable de ello deja de existir la vergüenza. […] Esto es el resultado de la política extranjera de debilitamiento de nuestra patria, echando problemas sobre nuestra nación, minando e influyendo a sus clases directoras y fomentando desde las logias y desde las internacionales la insurrección en las colonias», esgrimió. Lo llamativo es que no cargó contra la reina. Más bien era partidario de que los asesores la tenían engañada y ella era otra víctima más del espionaje dirigido del otro lado del Canal de la Mancha.

Visita de la reina Isabel II a Gibraltar en el Royal Tour en mayo de 1954. Foto: Getty.

Franco escribió también varios artículos bajo el pseudónimo de ‘Macaulay’ en los que repitió que Churchill había prometido devolver el Peñón a la dictadura a cambio de la neutralidad en la guerra. Una oferta «incumplida que ofende a los españoles». Aunque no existe prueba documental de ello, la presión fue efectiva y las manifestaciones estudiantiles contra Isabel II se generalizaron. En Madrid, por ejemplo, el Sindicato Español Universitario organizó una marcha en dirección a la Embajada de Gran Bretaña para protestar contra el viaje. En principio todo fue bien. Los chicos, que portaban pancartas en las que se podía leer ‘Gibraltar español’, pasaron frente al Ministerio de Asuntos Exteriores y recibieron el saludo y el apoyo del ministro Alberto Martín-Artajo. Sin embargo, todo se descontroló y la policía cargó contra la multitud.

Por descontado, el dictador movió los hilos a nivel político. Para empezar, intentó que sus diplomáticos hicieran recapacitar a Isabel II. Al no conseguirlo, ordenó la clausura del Consulado de España en el Peñón como protesta. Las puertas del edificio se cerraron el 30 de abril para no volver a abrirse jamás. La dictadura esgrimió que se pretendía «evitar una descortesía a la Reina». Los medios afines al régimen, por su parte, desvelaron que «hubiera sido moralmente imposible enarbolar la bandera española durante aquella visita» y subrayaron que todo aquello era «una ofensa ». La pataleta sirvió de muy poco. Isabel II y su esposo arribaron a Gibraltar el 10 de mayo y pasaron dos días en la ciudad. El discurso de la monarca fue reproducido en todo el mundo: «El Peñón es famoso en la historia por tres cosas: su fuerza inviolable, la lealtad de sus gentes y el papel estratégico jugado en numerosas ocasiones».

La visita de Isabel II y de Felipe de Edimburgo a Gibraltar fue una afrenta para el Gobierno de Franco, que acusó a Gran Bretaña de querer influir, una vez más, en la historia de España. Foto: Getty.

Último desencuentro

El último enfrentamiento entre Isabel II y Franco se vivió casi una década después de la visita a Gibraltar. Y no fue por un desencuentro político, sino por una ejecución. El 7 de noviembre de 1962, el alto dirigente del Partido Comunista José Grimau García fue detenido en Madrid. El preso fue llevado como una exhalación a la Dirección General de Seguridad y allí arrancó la locura. Las autoridades le torturaron, le golpearon sin piedad y, como triste colofón, le arrojaron por la ventana para ocultar el resto de las heridas. Poco después, el dictador confirmó que sería ejecutado por «rebelión militar». Fue una pésima decisión, pues el papa acababa de publicar una encíclica en la que abogaba por los derechos humanos. Su Graciosa Majestad, junto a otros tantos líderes europeos, pidió que se conmutara la pena de muerte, pero no tuvo éxito y se ganó, de nuevo, la ira del gallego.

Con esta lista de enfrentamientos a sus espaldas, no resulta extraño que Isabel II se negara a acudir al funeral de Franco en noviembre de 1975. Y no fue la única autoridad en evitarlo. La mayoría de los jefes de Estado querían alejarse de aquella figura dictatorial y arrimarse a Juan Carlos I, sucesor y, según se barruntaba, locomotora de la futura democracia española. Poco antes de que el Caudillo expirara su último aliento, Charles Douglas Wiggin, embajador del Reino Unido en Madrid, informó de que la despedida por parte del Gobierno y la familia real sería minúscula: «Habrá mensajes de condolencia, pero en términos fríos, compatibles con la mínima cortesía de la Reina hacia el Príncipe, y mía al ministro español de Asuntos Exteriores».

El rey Juan Carlos trataba a la reina Isabel II como prima ya que tenían lazos de parentesco. Foto: Getty.

Acercamientos y tensiones

El nuevo horizonte democrático planteado por Juan Carlos I sirvió para estrechar lazos con el Reino Unido a todos los niveles. Isabel II tuvo un primer gesto con el nuevo monarca al enviar a su ceremonia de exaltación a la jefatura del Estado al duque de Edimburgo. El agradecimiento de Juanito, como le conocía la familia real británica, quedó registrado en un documento confidencial elaborado por los servicios de información británicos y publicado en 2009: «El príncipe Felipe de Edimburgo estuvo satisfecho por su notable contribución a la celebración. Juan Carlos estaba muy alegre por su presencia. No solo fue a recibirle al aeropuerto el día 26, sino que le fue a despedir el 28». Además, ambos pasaron largo tiempo juntos en un almuerzo familiar que se celebró el 27; después, incluso, mantuvieron una charla privada cuyo contenido no trascendió al gran público.

Aunque este renovado cariño sufrió también sus altibajos. El más sonado se sucedió en 1981, cuando el príncipe Carlos anunció su matrimonio con Diana de Gales. Don Juan Carlos y Doña Sofía estaban preparados para acudir al enlace, pero cambiaron de opinión cuando supieron que la pareja comenzaría su luna de miel —un crucero en el yate real— en Gibraltar. La sombra del Peñón atacaba de nuevo. «Los Reyes no asistirán a la boda ante la decisión de incluir Gibraltar en el itinerario», publicó la prensa española. El Gobierno, por su parte, elevó una queja formal ante el Reino Unido a través del ministro de Asuntos Exteriores, José Pedro Pérez-Llorca. Este no se mordió la lengua y tildó la decisión de «inoportuna y gratuita». Juanito intentó mediar a través de Isabel II, pero no surtió efecto; aunque, poco después, ella le devolvió el gesto con una invitación a palacio.

La reina Isabel II y el príncipe de Edimburgo junto a los reyes Felipe VI y la reina Letizia en la primera visita de Estado de los reyes españoles a Londres el 12 de julio de 2017. Foto: Getty.

El deshielo final se produjo en 1988, cuando Isabel II pisó España a sus 62 años. Fue la primera visita oficial de un monarca británico en la historia y, como tal, el episodio copó portadas y páginas de periódicos. Lilibet —como la llamaba Don Juan Carlos de forma cariñosa— pasó por Madrid, Sevilla, Barcelona y Baleares. Este último destino, de forma privada. Famosa es todavía una fotografía en la que se la ve disfrutar de un baile flamenco.

Además, pronunció dos discursos. Uno de ellos, en el Congreso de los Diputados: «España, al igual que Gran Bretaña, es uno de los pilares sobre los que descansa la civilización occidental. Desde los tiempos de Séneca, Marcial y Quintiliano, España ha estado en la vanguardia de los logros europeos. España fue el hogar de los descubridores del Nuevo Mundo y ha sido un adversario formidable y un aliado fiel y valiente. ¡Mi país conoce muy bien ambas facetas!».

Así permanecieron las relaciones hasta su triste fallecimiento. Hoy, Isabel II caza de nuevo junto a su difunto esposo.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-03-19 07:40:17
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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