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La Antigua Grecia: una cultura eterna

La Antigua Grecia: una cultura eterna

Desde principios del siglo XX, muchas de las bases que rigieron el arte durante cientos de años se han subvertido, pero los argumentos aún se desarrollan estructuralmente atendiendo a las premisas de principio, medio y fin; o, como lo llamamos, exposición, nudo y desenlace. 

Pues bien, esta idea tan asumida por la cultura occidental a causa de su concepción lineal del tiempo tiene más de 2.300 años y la expuso Aristóteles en su Poética. Así que llevamos más de dos milenios de arte y cultura muy ‘a la griega’.

Expresiones contenidas

La Grecia clásica es una ola de renovación de ideas artísticas y culturales de tal magnitud, que nos viene arrasando hasta ahora. Desde el inicio del siglo V a.C. hasta la muerte de Alejandro Magno “un número creciente de personas comenzaron a interesarse por las obras en sí mismas, y no por sus funciones religiosas o políticas”, escribe Gombrich en su Historia del Arte. 

Esto cambió por completo la idea que había del arte y los artistas: casi por primera vez se pronunciaron nombres que tenían un significado puramente estético y no útil a fines ideológicos o prácticos. La libertad no trajo desorden sino disciplina: todo empezó a establecerse y dividirse en escuelas, en estilos que eran diferentes entre sí y tenían sus propias leyes. Un estilo escultórico que se ha llamado ‘severo’ ocupó la primera parte del siglo. 

Traía una forma nueva de representar al ser humano de manera realista, pero no naturalista; reflejaba el interior mesurado y ético de las personas, como en las esculturas monumentales del frontón del Templo de Afaya en Egina. Al tiempo que se halló el interior, se descubrió su relación con el resto de la naturaleza a través del movimiento: Mirón, con su Discóbolo, logró que una figura con las piernas y los brazos de perfil tuviera el torso de frente. Era un atleta que tomaba impulso segundos antes de lanzar al aire su disco. 

El joven respiraba marcando una exposición, cuyo nudo y desenlace posterior se encargaba el espectador de imaginar. Mirón seguía el consejo de Sócrates que decía a los artistas que debían observar cómo “los sentimientos afectan al cuerpo en acción”. 

Y eso era lo que hacía también Fidias en las esculturas del Partenón: describirnos el nacimiento de la gran Atenea adulta y con armadura, sin participación de madre alguna, directamente de la cabeza de su padre Zeus en presencia de los dioses del Olimpo, y relatarnos su activa y decidida disputa contra Poseidón por el dominio del Ática y las violentas luchas de los centauros. 

Las figuras se movían y relacionaban entre sí como nunca lo habían hecho hasta entonces: brazos entrelazados, miradas retadoras, cuerpos apoyados unos en otros… Contaban un relato que conseguía encajarse en huecos triangulares con un método ingenioso por obvio: que las figuras estuvieran de pie en el centro del triángulo y fueran agachándose, arrodillándose, sentándose o recostándose a medida que se acercaban a las esquinas. 

Detalle de un pínax (plato) corintio (550- 525 a.C.) procedente de Penteskouphia, con la imagen de Poseidón sosteniendo un tridente (Museo del Louvre). Foto: ASC

Los griegos clásicos sabían cómo los cuerpos humanos se mueven y también cómo están quietos: Policleto colocaba a su figura del Doríforo en contrapposto. Este atleta apoya el peso sobre una de las dos piernas y libera la otra; así está a la vez equilibrado y ligero, estático y en movimiento: eso es el llamado contrapposto

Pero la figura no se aparta de lo que también Policleto nos enseñó: el canon o norma de cómo debe ser el cuerpo perfecto, reflejo sin duda de su equilibrio moral interior. Hermes con Dioniso niño o Apolo sauróctono, ambos de Praxíteles, siguen también estas medidas y normas precisas, y a pesar de ello no aparentan ninguna rigidez.

Proporciones perfectas

¿Cómo lo consiguen? Era fruto de la exactitud científica que se deduce de la observación directa de la naturaleza, que es precisa pero nada rígida. Si borras todo defecto o imperfección a un cuerpo humano, que es lo que hacían los escultores griegos con sus atletas impecables, es muy posible que acabes por deshumanizarlo. Sin embargo, las estatuas griegas parecen respirar bajo el mármol. “Este método de crear belleza tuvo un inconveniente –escribe Gombrich–. 

Era posible crear tipos humanos convincentes, pero ¿conduciría siempre a la representación de verdaderos seres humanos individuales? Por extraño que nos pueda parecer, la idea del retrato no se les ocurrió a los griegos hasta una época tardía”. Tuvo que llegar el helenismo para que Scopas moviera hasta el paroxismo a sus figuras y Lisipo retratara por primera vez personas con sus rasgos particulares, individuos con el pelo rizado y nariz recta, como Alejandro Magno, o gigantescos, de enormes músculos y cabeza pequeña, como el Hércules Farnesio. 

Un par de siglos más tarde todo estaba exacerbado, pero por fin se representaba a personas reales, no a perfectos atletas. Las figuras tenían edad, como el Niño de la oca; o raza, como el Galo moribundo, e incluso estados de ánimo, como la Vieja ebria o el maravilloso y dramático Laocoonte.

Órdenes arquitectónicos

La nueva libertad y la democracia ateniense trajeron órdenes también a la arquitectura. El Partenón, centro de la Acrópolis y del mundo, fue edificado en la roca sagrada en estilo dórico, con anchas columnas carentes de basa y estriadas, que sostenían capiteles sencillos por encima de los cuales los frisos ilustraban en mármol episodios mitológicos con una belleza y esplendor inusitados. 

Fue Pericles el que lo encargó al arquitecto Ictino y al escultor Fidias, y se decía que el gran político trataba a sus no menos inmensos artistas y artesanos como iguales, en lugar de como a la gente que trabajaba con las manos, es decir, como inferiores, que era la tónica de la época y lo que hacía la mayoría de los nobles ciudadanos. 

En el centro teatral y escenográfico del magno templo estaba la grandiosa estatua de Palas Atenea de la que no se conserva más que una copia romana a tamaño más asequible. Llegó el orden jónico poniendo volutas a los capiteles, basas a las columnas y arquitrabes escalonados. 

En el templo de Atenea Niké, dedicado a la victoria de la protectora de Atenas, un relieve nos cuenta que, a pesar de las aparentes grandilocuencias, los dioses, como las personas, tienen vida real: a una de las Ateneas se le desata la sandalia por el camino y se detiene para abrochársela, en un gesto cotidiano y sencillo. 

Ruinas del Teatro de Epidauro. Modelo de numerosos teatros griegos, fue construido en Argólida en el siglo IV a.C. para acoger la Asclepeia, concurso en honor del dios médico Asclepio. Foto: ASC

Muy cerca, el más bello y completo de todos los templos: el Erecteion, también de estilo jónico, construido en terreno en cuesta y con tres pórticos, en uno de los cuales una fila de mujeres cariátides sostiene el entablamento. En este templo se rinde homenaje al rey mítico de la ciudad, Erecteo, y a los dos más famosos contendientes de las guerras entre los dioses: Atenea y Poseidón, que, seguramente rabioso, dejó en una roca la marca de su tridente.

Un nuevo urbanismo

No se abandona el orden jónico posteriormente, sino que se hace más esbelto y, mientras, comienza a adaptarse el corintio, con las hojas de acanto en los capiteles. Después se desarrolla el urbanismo y se construyen ciudades como Alejandría, con la planta hipodámica (debida a Hipodamo de Mileto), es decir, con calles perpendiculares y paralelas y los edificios representativos colocados en las plazas. 

Las plantas urbanas que, todavía hoy, establecen la estructura básica en forma de damero de muchas ciudades. No es que no hubiera pinturas en muros y maderas, es que no nos ha llegado nada del arte pictórico en estos soportes. De hecho, se conocen nombres de famosos pintores, como Zeuxis o Apolodoro, y parece ser que la pintura griega era incluso más importante que la escultura. 

Por suerte, hay cientos de pinturas en cerámica, primero en estilo severo de figuras negras sobre fondo rojo y, luego, de rojas sobre fondo negro, lo que resulta mucho más útil, ya que encima de los objetos claros siempre pueden añadirse detalles más oscuros que les den volumen y expresión, pero sobre lo oscuro es difícil resaltar algo claro.

Arte subjetivo

Gombrich nos hace notar que por primera vez en la historia los pintores se aventuraron a pintar un pie visto de frente, y no de perfil como se representaba antes. Se puede ver en un vaso de 510 a.C. en el que un guerrero se ciñe la armadura. Esto es otro invento griego: el escorzo. 

Significa un alto grado de abstracción y es un paso gigantesco, pues quiere decir que el artista ha comprendido que no es necesario representar toda la realidad existente, sino solo la que nos da nuestro punto de vista. Es decir, que el arte es subjetivo, se trata de la visión de una persona individual, el artista, y que el espectador puede añadir lo que falta con su propia imaginación. Además de técnica prodigiosa, también la pintura, igual que la escultura, exhibía las emociones. 

En la Crátera de Eufronio, de 515 a.C., hay una escena verdaderamente dramática: uno de los hijos de Zeus, Sarpedón, que luchó en la Guerra de Troya, sangra dolorosamente, y el dios Hermes, conductor de las almas de los muertos, dirige a Hypnos (el sueño) y Thanatos (la muerte), que portan al héroe moribundo en su viaje eterno. De nuevo, el relato de un hecho real o mítico lleno de pathos, de emoción, del patetismo que también inventaron los griegos y que sigue marcándonos.

¡A escena!

El escenario ideal donde mejor se desarrolló este pathos griego fue sin duda el teatro, verdadero centro de la vida griega. Para ello se construyeron, aprovechando las laderas de las montañas, gigantescos locales para fiestas y concursos poéticos, gimnásticos y teatrales, como el teatro griego de Epidauro. 

Cuando en el centro de su orchestra (el medio redondel central) se enciende una cerilla, se oye en la grada más alta, donde se sentaba el 168 último de los 14.000 espectadores. Además, desde todas las localidades se veía perfectamente. Las representaciones teatrales se preparaban a lo largo de todo el año, pero el mejor momento se producía en el mes de marzo. 

Pintura romana (458 a.C.) encontrada en Éfeso de Orestes, hijo de Agamenón y uno de los protagonistas de la Orestíada, de Esquilo. Foto: ALBUM

Las había campestres en otras ciudades, pero las más importantes eran las grandes Fiestas Dionisíacas de Atenas. Durante siete días, los ciudadanos disfrutaban con sesiones intensivas de teatro. Las fiestas dramáticas se adornaban con procesiones, concursos de poesía y repartos de premios.

Pero ¿quién pagaba todo eso?

Los corega, que solían ser tres ricachones elegidos a dedo que no podían negarse, corrían con los gastos; constituía un honor para ellos. Los designaba el arconte epónimo, importante magistrado que era el receptor de los textos de los concursantes y elegía los mejores para competir. 

Cada corega organizaba y pagaba el coro de la función, compraba las máscaras y el vestuario, alquilaba las salas de ensayo y contrataba a los músicos y a los figurantes. En el siglo IV a.C., el corega pasó a ser un alto funcionario que ponía dinero, pero también recibía una asignación estatal. 

Los tres autores elegidos cada año tenían que representar tres tragedias y un drama satírico cada uno, la mayoría basados en mitos que todo el mundo conocía, pero que cada autor reinterpretaba. Luego se concedió la repetición de algunas de las mejores tragedias antiguas, que habían gustado tanto que los espectadores se las sabían de memoria.

Actividad preferida

Los aficionados al teatro, o sea, todos los ciudadanos (las mujeres no lo eran), se tragaban cada día una tetralogía (tres tragedias y un drama satírico en medio). Y les encantaba, eran los mejores momentos del año, los más festivos e interesantes. Antes de cada tetralogía se leía un ditirambo (poesía cantada), y el séptimo día la asamblea elegía a los premiados y se repartían los galardones. 

Esquilo, por ejemplo, ganó 13 de las 20 veces que participó, pero a Eurípides, el pobre, solo le dieron cinco galardones habiéndose presentado en 25 ocasiones. Demasiado moderno. Las tragedias eran parecidas a óperas o musicales con muchas partes cantadas. 

Aunque la música griega todavía no se entiende bien, ni se puede reproducir tal como era, tenía que ver con las estrofas poéticas, que diferían según las sílabas breves y largas (de ahí salía el pulso y el ritmo), y con la escala doria descendente, que ahora nos sonaría un poco rara. Se acompañaba con instrumentos de percusión, como tambores y crótalos; de viento, como la siringa o flauta de pan, el aulós o flauta doble y una especie de trompeta; de cuerda, como la lira y la cítara, y de teclado, como el hydraulis, que era un órgano de tubos. 

Del coro surgía el personaje del corifeo, y había actores individuales, hombres que iban haciendo los distintos personajes, fueran masculinos o femeninos. Los autores principales iban realmente inventando el teatro y añadiendo novedades: un tercer actor en escena, dos coros en lugar de uno… 

En Safo y Faón (1809), Jacques-Louis David. Foto: ALBUM

A través de los mitos, la ciudadanía griega conocía la organización de la vida y del Estado, la historia, las novedades y las guerras. En las euménides, por ejemplo, que pertenece a la Orestiada de Esquilo, se describe el nacimiento de la democracia y de la judicatura, cuando Atenea organiza un juicio con Apolo como abogado defensor de Orestes y el corifeo como fiscal.

Mensajes dudosos

A través del teatro se transmitían también a los ciudadanos ideas nada democráticas: la prevalencia patriarcal del hombre sobre la mujer, la superioridad de unas clases sociales sobre otras o la defensa de la esclavitud. Hay que considerar que se trataba de actos no solo culturales, sino fundamentalmente religiosos y políticos. 

Cuando iban al teatro, los griegos vivían una catarsis colectiva a través de las vidas de héroes individuales arquetípicos, como la asesina de sus hijos, Medea, la vengadora de su padre, Electra, la enamorada de su hijastro, Fedra, la parricida por venganza, Clitemnestra, o el rey de Tebas, Edipo, que mata a su padre y se casa con su madre. 

Lo curioso es que estos personajes violentos, apasionados, terribles, que los dioses y el azar manejan a su antojo, pero que también se buscan ellos mismos su propia desgracia tras pasar una peripecia, siguen fascinándonos. ¿Cuánto tendremos en nuestro interior de ellos? 

Desde hace más de 20 siglos, Aristófanes sigue provocándonos risa con su historia de una huelga sexual de mujeres, que se encierran en la Acrópolis castigando a sus maridos con la abstinencia para que dejen de pelearse. Lisístrata es una ateniense provocadora, obscena y descarada, a la que apoya un grupo de chicas dispuestas a todo. 

Conmovedora en otro sentido es la poetisa Safo, que describe la presencia de la persona amada en la forma de estrofa que ella misma inventó: “El espectáculo derrite mi corazón dentro del pecho. Apenas te veo un instante, me quedo sin voz. Se me traba la lengua. Un fuego penetrante fluye enseguida por debajo de mi piel. No ven nada mis ojos, me cae a raudales el sudor. 

Tiembla mi cuerpo entero. Me vuelvo más verde que la hierba. Quedo desfallecida y todo mi aspecto es el de una muerta.” ¿Cómo no reconocer este sentimiento? Cientos de poetas líricos, como Alceo, Solón, Píndaro; los tres grandes filósofos, Sócrates, Platón y Aristóteles; los relatadores Homero y Hesíodo; los grandes de la tragedia, Esquilo, Sófocles y Eurípides; los maestros de la comedia, Aristófanes, Menandro, Plauto; los historiadores… Esta es la ola literaria, el sunami que lleva por lo menos veintidós siglos invadiendo nuestra cultura. Queramos o no, nos guste mucho o poco, seguimos siendo griegos. 

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.es

Publicado el: 2023-12-13 18:30:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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