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La catedral de Burgos: restauraciones en época contemporánea

La catedral de Burgos: restauraciones en época contemporánea

La arquitectura del pasado constituye un fiel reflejo del paso del tiempo, del gusto de cada época y de ciertas necesidades relativas a la preservación del edificio, así como de otras de tipo cultural y litúrgico.

La catedral de Burgos no lo es menos y, si bien su construcción primigenia corresponde al siglo XIII, durante las centurias sucesivas sería objeto de nuevas intervenciones que modificarían su aspecto original, tanto interno como externo.

Así, por ejemplo, en el XVIII fue ampliada mediante la construcción de la nueva sacristía y de la capilla de las Reliquias, y la portada occidental –de Santa María– fue, a su vez, objeto de una reforma de gran calado, siguiendo la estética clasicista que aún imperaba en la arquitectura española.

El siglo XIX marcaría el inicio de un nuevo periodo para la catedral de Burgos, al igual que sucedió con otras catedrales españolas. El periodo decimonónico se caracterizó en toda Europa, entre otras cuestiones, por el despegue de la conciencia patrimonial en un sentido moderno –y, en relación a ella, por el surgimiento de la restauración como disciplina–, así como por un interés sin precedentes por la Edad Media.

La revalorización de la época medieval fue consecuencia, en gran medida, de la eclosión de los nacionalismos: este periodo, dado su potencial como momento de creación de los caracteres específicos de los distintos pueblos, fue clave. Esto motivó tanto la erección de nuevos edificios, en lo que se conoce como estilo neogótico, como la intervención en aquellos ya existentes, como las catedrales de Burgos, León o Cuenca, entre otros, con criterios muy distintos a los aplicados en la actualidad.

Reformas de la catedral de Burgos en el siglo XIX

En el caso de la catedral de Burgos, a partir de este momento se realizaron diferentes obras, tanto por la necesidad de salvaguardar su integridad material como por otro tipo de razones, más de carácter funcional, pero también estéticas.

Por ejemplo, en 1862, el cardenal Fernando de la Puente y Primo de Ribera (1808-1863) promovió la liberación de la Puerta del Sarmental mediante el derribo, de manera muy parcial –limitada a una fachada–, del palacio episcopal, de cara a descongestionar el espacio que la circundaba y favorecer así su contemplación. Este proceso había comenzado años antes cuando, en 1849, el Ayuntamiento de la ciudad acordó demoler algunas casas situadas en las calles circundantes al templo.

Puerta del transepto meridional o Portada del Sarmental (1240). Su soberbio tímpano y el Pórtico de la Gloria desarrollan la visión apocalíptica de Cristo Juez. FOTO: ASC.

En tiempos del mencionado cardenal, además, se proyectaría una escalinata de veinticuatro escalones distribuidos en dos tramos y tres peldaños más en el acceso al templo para salvar el desnivel que existía entre la portada de acceso y la plaza de San Fernando. Sin embargo, la renovación del acceso conllevó también la eliminación del anterior cerramiento de la escalinata, que se encontraba organizado mediante una portada gótica de piedra coronada por las esculturas de la Fe, la Esperanza y la Caridad, para sustituirla por una verja de hierro forjado.

El interior del templo también fue objeto de atención y, en 1863, se iniciaron las obras para la colocación de un nuevo pavimento, algo planeado ya desde 1858, dado el mal estado en que el anterior se encontraba, debido a la gran blandura de la piedra. En este caso, se recurrió al mármol de Carrara de gran calidad (el material preferido por artistas como Miguel Ángel para sus esculturas). En este pavimento se desplegó un moderno diseño a base de motivos geométricos, inspirado en el sistema de las cubiertas de crucería, trazado con mármol gris en una superficie blanca del mismo material y con pequeños hexágonos también grises.

El elevado coste de la obra llevó a financiarla, en parte, por suscripción popular (una suerte de crowdfunding de la época), incluso la reina Isabel II contribuyó con 60.000 reales.


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Francisco Montes González

Las intervenciones de época contemporánea en la catedral de Burgos no habían hecho sino comenzar. De hecho, su declaración como Monumento Nacional, por Real Orden de 8 de abril de 1885, además de reconocer su valor patrimonial, permitía al Estado proceder a su restauración.

Así, el 18 de noviembre de ese año, el gobierno encargó a Ricardo Velázquez Bosco (1843-1923), arquitecto vinculado al Ministerio de Fomento, un proyecto para estudiar y recoger todas las necesidades materiales de la catedral. Como resultado del trabajo que Velázquez Bosco presentó en 1889, al año siguiente se aprobaron los estudios que avalaban la necesidad de intervenir en diferentes partes. Entre ellas, en las agujas –en particular en la sur, a la que en 1884 le había caído un rayo– y también en el patio de la Pellejería, por la humedad que afectaba a la parte noroeste del templo, pero especialmente en el claustro, que por aquel entonces se encontraba en un estado de deterioro considerable.

Sin embargo, en 1892, Velázquez Bosco recibió el encargo de restaurar varios monumentos colombinos en Huelva, de modo que la mayor parte de las intervenciones serían llevadas a término por su sucesor, Vicente Lampérez y Romea (1861-1923).

El trabajo de Vicente Lampérez en la catedral de Burgos

Lampérez fue uno de los más destacados historiadores de la arquitectura de su tiempo y un eminente teórico de la restauración arquitectónica. En este ámbito, fue heredero, en cierto modo, de las teorías de Eugène Viollet-le-Duc, basadas en otorgar una unidad formal y estilística ideal a los edificios con independencia de su veracidad, frente al criterio de John Ruskin, quien abogaba por respetar el monumento en su forma originaria.

Catedral de Cuenca. FOTO: berafortos/freepik.

Lampérez aplicó estos principios en sus diferentes trabajos, como la catedral de Cuenca, declarada Monumento Nacional el 23 de agosto de 1902, tras la caída de una de sus torres. Esta restauración, muy necesaria, dado el estado de ruina en que el edificio se encontraba, comenzó en 1909. La intervención le llevó a desmontar los añadidos incorporados a la fachada a lo largo de los siglos, que, a su juicio, iban en contra de la pureza del estilo “ojival” que Lampérez perseguía.

El hecho de prácticamente rehacer una fachada dista mucho del criterio actual, dada la magnitud de la intervención en el edificio. En el caso de Cuenca, la fuerte polémica que conllevó la intervención de este arquitecto provocó la paralización de las obras décadas después, de modo que las dos torres proyectadas no llegaron a realizarse y la restauración de esta fachada quedó inconclusa, como vemos hoy. Pero volvamos a la catedral de Burgos y a su también cuestionada intervención.

Intervenciones en la catedral de Burgos entre 1892 y 1923

Tras haber colaborado con Demetrio Amador de los Ríos –su futuro suegro– en la restauración de la catedral de León, Lampérez llegó a Burgos en torno a 1887, cuando comenzó su trabajo en partes como la aguja sur y la instalación de pararrayos en ambas.

Tras la marcha de Velázquez Bosco, en 1892, asumió la dirección de los trabajos llevando a cabo diversas intervenciones: entre otras, restauró la bóveda de la Capilla del Condestable, aisló la Puerta de la Pellejería mediante una reja –aparentemente inspirada en modelos de cerrajería de los siglos XIII y XIV– y se hizo cargo de la recuperación de la Capilla del Santo Cristo de Burgos siguiendo su personal interpretación del gótico, así como de limpiar la piedra ennegrecida por el paso del tiempo.

Pero especialmente trabajó en la restauración del claustro y en la rehabilitación del entorno urbano de la catedral. El primer proyecto de restauración del claustro, que redactó en 1896, seguía fielmente el de su predecesor; a este seguirían otros planes durante los años sucesivos en los que iría mucho más allá, documentados por autores como Eduardo Carrero o Agustín Lázaro.

Entre las actuaciones que llevó a cabo, destaca la demolición del piso alto, por aquel entonces destinado a viviendas particulares y oficinas de la catedral, lo cual le permitió descargar el peso de las arquerías y construir la nueva armadura de la cubierta. También restauró las tracerías y los maineles (las columnas que dividen los arcos) de las arquerías del claustro alto, que se encontraban en muy mal estado de conservación. La gran cantidad de piezas reparadas ha llevado a los investigadores a indicar que esta actuación en las tracerías constituyó prácticamente una reconstrucción del conjunto. A pesar de que, según Lampérez, se utilizó una piedra similar a la original, la empleada en el XIX puede distinguirse actualmente por su tonalidad más amarillenta.

En el piso inferior la modificación fue aún más intensa, pues, tal y como muestran los dibujos previos a la restauración, se incorporó una tracería antes inexistente. Las obras del claustro finalizarían en 1912 dejando más elevada la galería sur, por la que corría un colector-acequia, aunque también se repararon techumbres y se resolvió el problema que existía relativo a la evacuación de las aguas pluviales. Además, se limpiaron los sillares ennegrecidos, se tallaron detalles decorativos que estaban distorsionados, inspirándose en restos de los siglos XIII y XIV, y se instalaron vidrieras diseñadas y realizadas por el propio Lampérez, el arquitecto Juan Bautista Lázaro y el vidriero leonés Clemente Juan Bolinaga Fernández en talleres de Madrid y León, que fueron subvencionadas por el Ayuntamiento, la Diputación y familias de la ciudad de Burgos.

Vista exterior del claustro bajo, que durante siglos sirvió de cementerio. Situado al suroeste, se articula mediante cuatro galerías con preciosas arquerías agudas con tracerías caladas. FOTO: AGE.

Posteriormente, se ocuparía de reforzar los castillejos o armazones de madera que, situados en las torres, soportaban doce campanas, equivalentes a un peso de 23 toneladas.

Por último, este arquitecto trabajaría en el aislamiento de la catedral, con el objetivo de facilitar la visión del templo. Este polémico proyecto, que pasaba por eliminar construcciones anejas, había comenzado, como hemos visto, ya en tiempos del cardenal de la Puente. Además, en 1898 y a iniciativa del cabildo, se habían demolido una serie de pequeñas casas adyacentes a la Capilla del Cristo y a la torre sur y otras cercanas. En 1913, únicamente permanecía en pie el antiguo palacio arzobispal que, para Lampérez, constituía un “estorbo enorme en lo material y psicológico”, pues dificultaba la contemplación de la catedral. El paso definitivo hacia su eliminación se dio tras el nombramiento de José Cadena y Eleta como nuevo arzobispo de Burgos, quien, al contrario que su predecesor, aceptó la demolición del edificio, al igual que el alcalde Manuel de la Cuesta. Esto permitió la aprobación de una Real Orden, fechada el 28 de abril de 1914, para autorizar un derribo que apenas un año después sería una realidad.

Esta demolición dejó al descubierto una serie de elementos del primitivo edificio que obligaron a intervenir de nuevo para ordenar y acondicionar el espacio de la plaza resultante. Para ello, Lampérez decidió conservar las partes más antiguas, entre ellas, el zaguán y las caballerizas del palacio, de los siglos XII y XIII.

Algo después, en 1918, se ocuparía de la zona que lindaba con el ya inexistente palacio con la intención de ordenarla y proporcionarle unidad. Además, colocó una lápida conmemorativa en la que puede leerse: “Año 1914, siendo arzobispo el Ilustrísimo Señor Don José Cadena y Eleta y Alcalde de la Ciudad Don Manuel de la Cuesta, fue demolido el Palacio Episcopal aquí situado y habiéndose hallado restos arquitectónicos de la antigua construcción, han sido conservados en su lugar como venerados recuerdos históricos y artísticos del edificio que albergó a los Reyes de Castilla y a los Prelados Burguenses”.

Críticas y elogios del trabajo de Vicente Lampérez en la catedral de Burgos

Lampérez se mostraba muy satisfecho con sus intervenciones, que eran acordes a sus ideas acerca de la restauración. Sin embargo, las críticas no tardarían en llegar.

Las más mordaces vinieron por parte del ingeniero agrónomo, coleccionista y aficionado al arte José María Palacio y Arbazuza, conde de las Almenas y primer marqués del Llano de San Javier. El conocido como conde de las Almenas redactó una serie de reseñas críticas en la prensa en las que habló en términos de “horrible profanación” de la Capilla de la Cabecera o de “atrocidad”, en relación a la intervención en la Capilla del Condestable.

Aunque, en un principio, la actitud de Lampérez fue la de hacer oídos sordos a las críticas de alguien que –en palabras del arquitecto – “afirma (no razona) que le revienta el Greco y que Sorolla y Zuloaga son dos pintores menos que mediocres”, terminaría por responder, lo cual llevó a una polémica entre ambos en la prensa. Concretamente, en el periódico madrileño La Tribuna y en el Diario de Burgos, en los que mantuvieron una agria disputa marcada por los reproches y las apologías de uno y de otro.

Vista exterior de la capilla del Condestable, desde el mirador de la calle Fernán González. FOTO: ASC.

Lampérez desmintió las acusaciones del conde de las Almenas y recurrió a los elogios que había recibido en la prestigiosa revista francesa Revue de l’Art Chrétien, donde sus intervenciones habían sido calificadas como muy hábiles y admirables. Esta defensa no contuvo a su detractor, que amenazó con estudiar todas las intervenciones para después someterlas al juicio de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando –algo que, a pesar de la aceptación de Lampérez, no se produjo– y llegó incluso a descalificar al por entonces director del Diario de Burgos, Juan Albarellos, calificando a ambos como profanadores de la memoria de los Colonia. Además, el conde de las Almenas publicó en 1916 un libro, de tono bastante ofensivo, titulado Demostración gráfica de los errores artísticos de Don Vicente Lampérez en Burgos.

La polémica no paró las intervenciones en la catedral de Burgos, tal vez porque las críticas del conde de las Almenas no se asentaban sobre criterios demasiado sólidos, y tras la muerte de Lampérez se haría cargo de las obras Julián de Apráiz, siguiendo la línea de su antecesor.

Décadas después, una vez finalizada la Guerra Civil, se ocuparía de ella el historiador Francisco Íñiguez Almech, a quien irían sucediendo diferentes especialistas hasta llegar al momento presente. Todos ellos lo harían con un objetivo: perpetuar la belleza de la catedral de Burgos en el mejor estado posible. El mismo fin movió a quienes, como Lampérez, intervinieron en ella entre el siglo XIX y comienzos del XX.

La diferencia entre unos y otros radica en el momento en que les tocó vivir. Su intensa historia, con independencia de los aciertos y de los errores que se pudieron cometer, convierte a la catedral de Burgos en un privilegiado testigo silencioso del pasado, pero también del presente y (esperamos) del futuro.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.es

Publicado el: 2024-02-04 14:30:06
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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