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La controvertida figura del sanguinario conquistador Pedro de Alvarado, adelantado de Guatemala

La controvertida figura del sanguinario conquistador Pedro de Alvarado, adelantado de Guatemala

Siendo un pobre soldado, aunque de noble sangre, con una espada y una capa pasó a estas partes a buscar la vida». Así narra Bernal Díaz del Castillo la llegada a América del conquistador de Guatemala, el pacense Pedro de Alvarado. Como vemos, su inicio en la aventura americana fue como la de muchos otros hidalgos empobrecidos que buscan en las Indias lo que no pueden conseguir en la península: riquezas y honor. Y ya sabemos que, para los españoles del siglo XVI, la manera más rápida de alcanzar prez es mediante acciones militares gloriosas.

Alvarado fue apodado «Tonatiuh» por sus cabellos rubios y su fiereza.as encontraría Alvarado su muerte al enfrentarse a los indios caxcanes y chichimecas. Foto: Shutterstock.

Hay algo, en cambio, que le distingue de muchos de sus contemporáneos que siguieron un camino similar al suyo. Pedro de Alvarado pertenece a la misma hornada que Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Vasco Núñez de Balboa o Álvar Núñez Cabeza de Vaca, todos ellos conquistadores y exploradores de la primera ola. ¿Qué diferencia, entonces, a Alvarado de la mayoría de sus pares? Fue un personaje controvertido ya en vida.

Si bien es cierto que desde el inicio del descubrimiento, conquista y colonización de América se alzaron voces en defensa de los nativos e incluso en contra de la conquista —ahí tenemos a Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas o Toribio de Benavente, entre muchos otros—, la mayoría de los grandes conquistadores de la época eran individuos fruto de su época, no más crueles que los soldados incas o aztecas que sometían a los pueblos vecinos. Pedro de Alvarado, en cambio, fue un gran guerrero pero cruel, despiadado y sanguinario, tanto que era una figura controvertida y discutida ya entre sus coetáneos.

Conozcamos, pues, su historia. Sus padres fueron Gómez de Alvarado y Messía y Leonor de Contreras, ambos de nobilísima familia aunque de exigua hacienda. Emparentados por lazos de sangre con la casa de Mendoza, entre sus antepasados se encuentran mariscales, adelantados mayores de Castilla y almirantes de Francia.

Pedro es un joven obsesionado con el honor, la honra y la milicia y, al igual que sus siete hermanos, se traslada pronto a las Indias dispuesto a enriquecerse y, sobre todo, a alcanzar gloria semejante a la de sus antepasados. Allá le espera Diego de Alvarado y Messía, hermano de su padre, pacífico colono que había llegado a La Española entre los primeros españoles, en fecha tan temprana como 1499, y cuya máxima ambición no era otra que la de hacer prosperar su hacienda antillana.

La fiereza y arrogancia de Pedro de Alvarado y sus cabellos rubios hicieron que los indios le apodaran «Tonatiuh», nombre del dios del sol que preside el calendario solar azteca. Foto: Album.

Pedro, en cambio, tiene una personalidad diametralmente opuesta a la de su tío. Llega a América en 1510, en la misma nao que sus hermanos Gonzalo, Gómez y Jorge. Es temerario, cruel y tremendamente ambicioso, por lo que la vida rural junto a su tío se le queda muy, muy pequeña. Apenas unos meses después de desembarcar en La Española se enrola en la expedición de conquista de Cuba que lidera Diego Velázquez.

Buen guerrero pero cruel

Sus hermanos también participan en numerosas expediciones de conquista, y todos ellos pecan de los mismos males que Pedro: valientes hasta la temeridad, crueles, despóticos y sanguinarios. Todos ellos, la familia Alvarado al completo, extenderán su apellido a sangre y fuego por todas las Indias.

Pero sigamos con Pedro. En su primera incursión en Cuba ya muestra sus dotes de buen guerrero, por lo que Diego Velázquez no tarda en nombrarle capitán y le recompensa con una importante encomienda de indios. No lleva siquiera tres años en las Indias, y ya ha conseguido lo que otros no alcanzan sino en años. Es entonces cuando empieza a mostrar su carácter: pendenciero con sus compatriotas, despótico y cruel con los indios.

Litografía de 1871 de Diego Velázquez de Cuéllar, adelantado y primer gobernante de Cuba. Foto: Album.

Cansado de su vida de encomendero, Pedro de Alvarado decide participar en la expedición de Juan de Grijalva a las costas de México. Bien saben los suyos que es un hombre de acción, así que a nadie sorprende su decisión de abandonar el sosiego de las Antillas a cambio de la gloria incierta que supone la aventura de explorar tierra incógnita. El 25 de enero de 1518 parte de Santo Domingo la expedición de Grijalva. Pedro, que entonces tiene 33 años, manda una de las naos; tal es la confianza del gobernador de Cuba y de Grijalva en el joven y osado pacense. Le acompaña de lugarteniente Jorge de Alvarado, el más leal de sus hermanos.

La proa de la nao se abre camino entre la espuma de las olas que topan sin cesar contra el casco. Alvarado no es hombre de mar, menos en días de temporal, pero aguanta estoico en el puente, mientras el piloto trata de capear la tormenta. De repente, un pantocazo enorme le hace perder el equilibrio y cae a cubierta, pero se incorpora rápidamente, agarrándose a la mecha del timón. Lo que más odia en el mundo es que sus hombres puedan notar en él un atisbo de fragilidad.

—Pardiez, ¿acaso nos quieres matar? —brama al piloto, que trata de gobernar la embarcación.

—Don Pedro, trato de que las olas entren por la amura, precisamente para evitar los pantocazos como el que le ha hecho caer. Pero es inevitable que alguna ola nos entre por la proa… —se disculpa Hernando.

—¡Limítate a evitar estos pantocazos, que por algo eres el piloto! ¡Por mucho menos he hecho azotar a otros! —vocifera Alvarado.

—Pero… Está bien —asiente, resignado, el piloto.

Alvarado, visiblemente molesto, se dirige a su camarote, mientras el piloto, lamentándose de su suerte, ordena a los marineros que lancen al agua el ancla de capa. «O frenamos algo la nave o este maldito de Alvarado acabará con todos nosotros», refunfuña al copiloto.

Por fin, a los pocos días de partir, el cielo escampa y se abre majestuoso en infinitas tonalidades entre el azul y el blanco de la bóveda celeste. Pocos minutos después avistan las costas de la isla de Cozumel. Primero, la línea de playa, finísima, apenas una lengua de tierra de un blanco puro, coronada por el verde intenso de la selva que se extiende a pocos metros de la arena. A medida que se acercan, la mayoría de tripulantes quedan extasiados. Arena finísima, aguas transparentes, palmeras y cocoteros aquí y allá y, algo más alejada, una espesa franja selvática que invita a perderse en ella. Una mezcla de fascinación y asombro invade sus corazones. Para muchos de ellos es la primera visión que tienen del continente, de las vastísimas Indias, aún inexploradas, con las que han soñado cada noche. Y ninguno de ellos se imaginaba un espectáculo tan bello. «Casi juraría que estamos ante el paraíso del que se habla en el Génesis», musita uno de los marineros.

Alvarado ordena fondear la nao al oriente de la costa norte de Cozumel, a la vista de lo que parece una torre de vigía medieval. Tras dejar al mando de la nao a su hermano Jorge, desembarca junto a siete de sus hombres ante el edificio. Están ante un templo de piedra situado sobre una base piramidal, flanqueado por una torre de vigilancia en ruinas. «Si esta isla está habitada, los naturales ya deberían saber de nuestro arribo. Seguro que desde aquí nos han visto…», dice Alvarado. No lo sabe, pero están ante un edificio maya, el primero de los muchos que contemplará a lo largo de su azarosa vida. Después de hacer una breve exploración del entorno, reúne a sus hombres ante el templo. «Soldados, todos al batel. ¡Estas ruinas son la primera prueba de lo mucho que nos queda por descubrir!».

Poco después arriban a una isla paradisíaca, una lengua de tierra alargada y ubicada frente a las costas del Yucatán, en la que se observan cientos de figuras con forma femenina depositadas a lo largo de toda la playa. Los cristianos desconocen que es un lugar sagrado maya, ya que la isla está consagrada a Ixchel, diosa de la luna, el amor y la fertilidad.

—Jamás vi mujeres más bellas. —Se mofa uno de los soldados a bordo de la nao.

—Isla Mujeres —sonríe Alvarado.

La expedición continúa navegando hacia el norte, explorando las costas de la península del Yucatán y buena parte del golfo de México. Es precisamente allí, en algún punto de la costa veracruzana, cuando toman contacto por primera vez con el Imperio azteca. Un extenso grupo de emisarios les espera en la playa. Alvarado y una pequeña hueste de españoles desembarcan y van a su encuentro. Los aztecas visten de manera sencilla, como todos los indios que han visto hasta entonces, pero su vestimenta parece ser mucho más elaborada. Los taparrabos con los que se cubren están adornados con flecos y bordados, visten además una capa triangular colorida y profusamente decorada con motivos florales, y calzan sandalias.

Grabado de un manuscrito del siglo XVI de la Bibioteca Nacional de España de Diego Durán. En él se recrea cómo los espías de Moctezuma observan las naves de Grijalva. Foto: Album.

Los españoles entienden que son emisarios de algún monarca o emperador azteca, al que llaman tlatoani. Y todo apunta a que es un monarca poderoso, ya que no pocos de los numerosos presentes que entregan a los cristianos son de oro. A cambio, los españoles les ofrecen baratijas sin valor alguno: tijeras, espejos y broches europeos.

—Sin duda —reflexiona Alvarado ante Grijalva—, mientras navegábamos éramos continuamente observados desde la costa, de lo contrario no habrían podido saber de ninguna de las maneras nuestra posición.

—Y el tlatoani que les envía debe ser rico, muy rico. Si los obsequios que entrega a unos desconocidos son de oro, imagina cuánto debe poseer —fantasea Grijalva.

—Deberíamos organizar sin más dilación la conquista de estos reinos, don Juan —propone Pedro.

—Pongamos rumbo a Santo Domingo. Debemos informar de las buenas nuevas al gobernador —resuelve Grijalva.

Don Diego Velázquez no vacila un segundo. Organiza un ejército, enorme para las posibilidades españolas de la época, en el que embarcan más de setecientos españoles llegados desde todas las villas y asentamientos hispanos de Cuba y La Española. A ellos se suman doscientos indios, casi una veintena de caballos y quince cañones, que parten de Cuba a inicios de febrero de 1518. El gobernador pone al mando a un extremeño treintañero, Hernán Cortés, antiguo escribano en Castilla y mejor soldado en América, que participó en la conquista de Cuba junto a él.

A finales de mes llegan a Cozumel, pero esta vez la gran flota de conquista no se detiene. Saben que están bien vigilados desde la costa, por lo que no tardarán en informar al poderoso tlatoani de su llegada. A partir de aquel momento, la historia es conocida. El 25 de marzo las huestes españolas se enfrentan, con éxito, a un ejército maya en Centla y, dos semanas más tarde, el extremeño recibe a la Malinche en su cuartel general.

Malinche según un grabado mexicano de 1885. Foto: Wikimedia.

Los conquistadores parten entonces hacia Veracruz, donde Cortés funda la ciudad de la Villa Rica de la Vera Cruz y donde se asienta el ejército momentáneamente. A los pocos días empiezan a llegar magníficos regalos del tlatoani Moctezuma.

Cortés ordena entonces avanzar hacia el norte, hacia Cempoala, y de allí al interior, con el objetivo siempre presente de apresar la capital azteca. Pasan los días entre avances, diplomacia y escaramuzas con los nativos hasta que, a inicios de septiembre, las tropas españolas se enfrentan durante diez días a continuos ataques de los tlaxcaltecas, a los que vencen una y otra vez, y con los que finalmente se alían en su avance hacia Tenochtitlán.

Alvarado no solo participa en la conquista de Tlaxcala, sino que para sellar la alianza entre tlaxcaltecas y españoles se casa con Tecuelhueltzin, la hija del cacique de Tlaxcala. Más conocida como María Luisa Xicoténcatl, tendrá con ella dos hijos: Pedro, nacido en México, y Leonor, que nacerá en Guatemala.

A mediados de noviembre, Pedro de Alvarado vuelve a cobrar protagonismo. La tropa hispana llega a la villa de Cholula, a apenas una semana de camino de Tenochtitlán. Los capitanes españoles, por la información que les han hecho llegar sus traductores, sospechan que se está armando una emboscada contra ellos. Cortés ordena, en represalia, atacar inmediatamente. Tlaxcaltecas y españoles arrasan la villa a sangre y fuego en la que es conocida como la matanza de Cholula. Pedro de Alvarado participa activamente en la matanza, fiel a su carácter cruel y desalmado. Tras la escabechina, los cholultecas, hasta entonces fieles vasallos de los aztecas, se alían con Cortés. La conquista del Imperio azteca se muestra, expedita, en el horizonte.

El 8 de noviembre entran los hispanos en la capital azteca, abrumados por las riquezas que observan a su derredor y por la belleza de la ciudad, como ninguna otra que hayan contemplado antes. Seis días más tarde, Cortés toma como rehén al tlatoani.

Tenochtitlán. Foto: Wikimedia Commons.

Los meses que siguen, Cortés, Alvarado y los demás capitanes españoles se afanan en familiarizarse con los mexicas y con la ciudad en la que están acuartelados, hasta que Alvarado vuelve a ganar triste protagonismo. A inicios de mayo y con el grueso del ejército, Cortés abandona a Tenochtitlán y parte al encuentro de Pánfilo de Narváez, enviado por Diego Velázquez para detenerle. Y sí, Cortés deja al mando de los que quedan en Tenochtitlán a Pedro de Alvarado: uno de sus mejores soldados, un eficaz capitán, pero un líder demasiado temerario. Y con él al mando, los acontecimientos se precipitan trágicamente. Este es, sin duda, uno de los momentos que marcan —y manchan— la biografía de Alvarado.

El sol brilla la mañana de mayo en que se celebra la gran fiesta de Toxcatl, en honor de los dioses Tezcatlipoca y Huitzilopochli, sobre los impresionantes templos de la capital azteca. Miles de nobles mexicas acuden al Templo Mayor para rendir pleitesía a sus dioses. Alvarado, temiendo un levantamiento mexica que aplaste a los apenas ochenta españoles que permanecen en la ciudad, ordena descabezar a los aztecas de toda su clase dirigente.

—No podemos arriesgarnos a un levantamiento ahora. Quien golpea antes, golpea mejor. Es más, si matamos a los nobles se quedarán sin líderes —explica a sus soldados.

El centenar de soldados tlaxcaltecas —hasta entonces las principales víctimas de los sacrificios humanos mexicas—, y los conquistadores españoles irrumpen sorpresivamente en el Templo Mayor de Tenochtitlán y arrasan vilmente con los asistentes que, al estar desarmados, apenas pueden defenderse. Las crónicas españolas e indias que dan cuenta del episodio no dejan lugar a dudas. «Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza, les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza», narran los mexicas al fraile Franciscano Bernardino de Sahagún.

Los acontecimientos que siguen son universalmente conocidos. A la vuelta de Cortés, el odio y la rebelión contra los europeos están tan extendidos que los españoles deciden abandonar la ciudad la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, en la que de nuevo Pedro de Alvarado dará muestras de su valor. «Lo cruel no quita lo valiente», debieron pensar algunos de sus hombres. Después, la reorganización de los españoles, el asedio y la caída de Tenochtitlán a manos de los conquistadores españoles, en la que día sí y día también destaca don Pedro de Alvarado.

A partir de entonces, Alvarado pasa a ser el capitán español más odiado y temido entre los indios. Los mexicas le apodan Tonatiuh «dios del sol y de la guerra» en honor a sus cabellos, rubios como el sol, y a su fiereza. Su carácter y sus despiadados actos le preceden allá donde va.

Ruinas del templo mayor de Tenochtitlán, en México. En esas tierras
encontraría Alvarado su muerte al enfrentarse a los indios caxcanes y chichimecas. Foto: Shutterstock.

A finales de 1523, Cortés le confía el mando de unos trescientos españoles y unos mil indios tlaxcaltecas, cholultecas y mexicas, con el mandato de conquistar los diversos reinos de Centroamérica. Alvarado sabe que la intención de Cortés no es otra que la de situar bajo su órbita la mayor extensión de territorios posible, y sabe también que él no es más que un peón del de Medellín, pero tiene un plan: cuando su fama como conquistador haya llegado hasta España, él mismo, en persona, pedirá la gobernación de todas sus conquistas al emperador Carlos I. «No nací para ser mandado», sonríe Alvarado tras abandonar Tenochtitlán al mando de su hueste conquistadora.

Alvarado se dedica desde entonces a recorrer las regiones del istmo, batallando contra todos los pueblos de los que tiene noticia. Primero arrasa la costa de Chiapas y después se dirige al altiplano de la actual Guatemala. Según los soldados indios que le acompañan, existe allí un poderoso y rico reino maya: el de los quichés. Pedro de Alvarado es un buen estratega, así que utiliza la táctica, aprendida de Cortés, que hasta entonces les ha resultado más exitosa: aprovechar las disensiones entre los pueblos de la región. Así, se dirige primero a los pueblos sometidos por el cacique Tecún Umán, mandatario del poderoso reino quiché. Y no se equivoca. Tal y como sucedió con los tlaxcaltecas en México, ocurre ahora en Guatemala: tras breves refriegas con los indios nahuas y cachiqueles, estos se alían con él.

El líder quiché, alertado de las intenciones de los cristianos, prepara un poderoso ejército y se enfrenta a él en las inmediaciones de Quetzaltenango, en los valles pachaj. La batalla es desigual. Los arcabuceros y ballesteros españoles diezman a los guerreros quichés mientras estos se enfrentan a las tropas auxiliares indias al servicio de Alvarado. A su vez, la caballería española carga contra el núcleo principal que se bate en torno al líder quiché. Es entonces cuando Pedro de Alvarado descubre a Tecún Umán, batiéndose con fiereza, a apenas unos metros de distancia.

A su alrededor los indios de uno y otro ejército gritan su sobrenombre azteca, «¡Tonatiuh, Tonatiuh!». Saben que el duelo entre los dos líderes es inevitable, y unos y otros aguardan con expectación. El valle se ha convertido en un hormiguero de guerreros mayas, mexicas y españoles. Tecún Umán fija su mirada en Pedro de Alvarado, el demonio llegado de allende los mares. A lomos de su caballo, armadura y espada refulgente, a vanguardia de los españoles, el barbudo rubio y de penetrantes ojos azules no puede ser más que Tonatiuh.

Alvarado contra Tecún Umán

Alvarado también lo ve. «Sin duda, ese es el líder de los quiché», piensa. Ataviado con una especie de corona tribal decorada con impresionantes plumas de quetzal y una túnica de vivísimos colores, Tecún Umán desafía a gritos a Alvarado mientras blande una sensacional macuahuitl, la espada nativa de madera con filos de obsidiana a lado y lado. Alvarado azuza a su caballo, que se abalanza sobre el líder maya. Tecún Umán se protege con el escudo de la primera arremetida. Lanza a diestra una estocada con el macuahuitl a la paleta derecha del caballo, que flaquea y cae derribado. Alvarado salta del caballo, en pie, y lanza tal mandoble sobre Tecún Umán que quiebra el escudo de su adversario.

El quiché se abalanza sobre el hispano, pero este consigue zafarse de sus acometidas, le aparta con una patada certera y luego, tras parar un golpe del maya con la espada, le acomete con fiereza de nuevo, hasta que el macuahuitl de Tecún Umán se parte en dos. «¡Santiago!», brama Alvarado antes de asestar el golpe final al quiché. «Maldito Tonatiuh…», murmura Tecún Umán con un hilo de voz antes de derrumbarse a plomo, sin vida. El reino quiché cae ante las armas de Alvarado.

La ambición del pacense no tiene límites y sus huestes conquistan uno tras otro todos los pueblos del oriente guatemalteco, pasando luego a los territorios de la actual El Salvador, donde a punto está de perder una pierna a manos de los indios pipiles, tras recibir un impacto de un átlatl, una estólica. Así lo narra el mismo Alvarado en su relación a Cortés: «Aquí me hirieron a muchos españoles, y a mí con ellos, que me dieron un flechazo que me pasaron la pierna, y entró la flecha por la silla, de la cual herida quedó lisiado, que me quedó la una pierna más corta que la otra, bien cuatro dedos».

En 1524 regresa a Guatemala, funda la villa de Santiago de los Caballeros y viaja a España, donde le acusan de trato inhumano a los indios y de apropiarse de parte del oro que le correspondería por derecho a sus soldados. Las acusaciones a las que se enfrenta en Castilla son rebatidas por el flamante conquistador de Guatemala con una mezcla de arrogancia y cinismo. Así, afirma en una de sus cartas a Carlos I lo que sigue:

«Si se hubiera hecho de otra manera, bien pudiera ser que nos hubieran matado con su modo de proceder y traiciones, cuyo resultado hubiera sido que su majestad no tuviera los reinos y vasallos que le hemos conseguido. Los españoles y los indios españoles que les acompañan suelen hacer malos tratamientos a los naturales, porque vienen muy cansados y fatigados y tienen que buscar comida donde la encuentran, pues ni hay posadas ni tabernas donde puedan encontrarla, ni su majestad les provee en esos momentos de lo necesario. Los señores naturales de estas tierras me hicieron muchos engaños y burlas y yo tenía que castigarlos […]. Aunque algunas cosas inconvenientes hubiéramos hecho, se debían de disimular y perdonar. Que todas las guerras y castigos que se han hecho con los naturales han tenido como resultado que la tierra esté bajo el dominio y servidumbre de su majestad.»

Alvarado consigue en España todo lo que ambiciona. El emperador, fascinado por sus triunfos militares y por sus enormes conquistas, colma el ego del conquistador al nombrarle caballero de la orden de Santiago y, lo que es más importante, al concederle los poderes de adelantado y gobernador de Guatemala. Alvarado no cabe en sí de gozo: ¡por fin es libre de la tutela de Cortés!

Pedro de Alvarado. Foto: Wikimedia Commons

En 1530 vuelve a Guatemala junto a Francisco de Marroquín, el que será primer obispo de Guatemala y, desde entonces, una de las personas de su más estrecha confianza. Exceptuando, claro está, a los demás hermanos Alvarado que siguen, como Pedro, recorriendo las Indias espada en mano. Sin duda, familia guerrera donde las haya.

Paradójicamente, el gran fracaso de Alvarado llega en la primera expedición que organiza por cuenta propia. Y sucede en 1534. Esa debacle personal será el inicio de su ocaso. Después de preparar una enorme expedición de doce barcos, casi medio millar de soldados españoles y miles de indios auxiliares, parte de la costa guatemalteca hacia el Perú. Ambiciona hacerse con parte del territorio y de las riquezas del incanato, pero el soberbio de Alvarado no cuenta con que ni Diego de Almagro ni Francisco Pizarro están dispuestos a compartir lo que han conquistado con muchos menos medios y mucho más arrojo.

Pero vayamos paso a paso. El ejército de Alvarado desembarca en la costa ecuatoriana y se lanza con un brío impetuoso hacia el incanato. Pero el ímpetu de Tonatiuh y su enorme mesnada decae a medida que erran por la costa selvática ecuatoriana durante meses, cada vez más agotados por las enfermedades, el cansancio y las inclemencias del tiempo. Las lluvias invernales, los interminables pantanos y los caudalosos ríos dificultan la marcha hasta lo indecible. 

Tres meses llevan recorriendo el litoral, cuando Alvarado ordena avanzar hacia los Andes, desesperado al contemplar el estado lamentable de sus hombres. Entonces las dificultades son otras: el viento gélido y las constantes nevadas merman aún más su ejército. El 25 de agosto, agotados, se topan con el ejército de Diego de Almagro y Sebastián de Belalcázar en la sierra de Ambato, a más de dos mil quinientos metros de altitud. Almagro sabe quién y cómo es Pedro de Alvarado, pero él, el conquistador del incanato, no le teme. De hecho, lleva meses tratando de interceptar su expedición, decidido a enfrentar al arrogante conquistador de Guatemala. Y Alvarado, consciente del deplorable estado de su ejército, doblega la cerviz ante Almagro.

Diego de Almagro, quien partirá como colíder militar con Pizarro a la segunda expedición al Perú. Foto: ASC.

Al contrario que Alvarado, Diego de Almagro es un caballero de palabra y le ofrece un trato más que cortés: le compra los barcos y acogerá a cuantos soldados de la expedición de Alvarado decidan quedarse en el Perú junto a él y Pizarro. A cambio, pagará por ellos una indemnización más que generosa a Alvarado.

Un año más tarde, de vuelta en Guatemala, don Pedro recibe de Andrés de Cerezeda, gobernador de las Higueras y Honduras, una petición angustiosa: los indígenas de la región se han rebelado y están al borde de la derrota. Alvarado, que en ese momento se sabe acusado de nuevo de mal gobierno por las autoridades virreinales, decide sofocar la revuelta india antes de partir de nuevo a España. Volver a la patria habiendo aplacado la revuelta india sería la carta de presentación más valiosa de cara a defenderse de cualquier acusación contra él, bien que lo sabe. Con inusitada celeridad marcha con su ejército hacia Honduras, aplaca la revuelta y, en agradecimiento, el gobernador Cerezeda le cede el gobierno del territorio.

El temible dios del sol español estaba en lo cierto: ante el emperador Carlos I, Alvarado logra la suspensión del juicio de residencia y le es confirmada la gobernación de Guatemala. No solo eso, sino que logra una capitulación imperial que le autoriza a organizar una expedición de conquista a las ansiadas islas de las Especierías. «De lograrlo, mi fama y riqueza será mayor que la del mismísimo Cortés, conquistador del Imperio azteca; mayor que la de Pizarro y Almagro, conquistadores del Imperio inca. Pedro de Alvarado, conquistador de la Especiería», fantasea para sí. Alvarado cree entonces estar en su cénit, pero es precisamente en ese momento cuando su fortuna cambia para siempre. Tonatiuh, el dios del sol llegado de allende los mares, está arribando a su ocaso. Presenciemos su caída, probablemente la más merecida de todas cuantas se dieron en la conquista española de América.

De vuelta nuevamente en Guatemala, allá por septiembre de 1539, se dedica desde entonces en cuerpo y alma, día tras día y noche tras noche, al gran proyecto que le ha de conceder, de tener éxito, inmortal y universal fama: la conquista de las islas de las Especias —El Dorado— con el que todos los conquistadores sueñan en sus mayores delirios de grandeza.

En menos de un año consigue lo imposible: arma una flota de doce navíos, setecientos soldados españoles y cientos de guerreros aliados indios. Se lo ha jugado todo en esta empresa, mayor incluso que la de Hernán Cortés en la conquista de México. Sabe que, de salir bien, sus hazañas serán comparadas a las de Alejandro Magno, a las de Escipión, el Africano, a las del mítico Julio César. De no salir bien… Bueno, de no salir bien, como él mismo confiesa en una misiva al emperador, «he gastado todo cuanto tengo por salir con esta armada». Por fin, en agosto de 1540, Alvarado abandona Guatemala por última vez. Jamás volverá a pisar la tierra en la que tanto había combatido; ya no era tierra maya, tampoco española. Tras él, una nueva patria, hispanomaya, empezaba a nacer fruto del mestizaje entre unos y otros.

Como decíamos, Pedro de Alvarado zarpa desde Acajutla rumbo al puerto de la Purificación de Jalisco. Allí, el virrey Antonio de Mendoza y Pacheco le ofrecen sufragar a medias los gastos de la expedición, con la condición de repartirse luego entre ambos las riquezas de la Especiería. Alvarado, que ha invertido todo su patrimonio en la expedición, acepta. Y es precisamente en el puerto de Jalisco donde recibe una petición de ayuda del conquistador y teniente gobernador de Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate. En ella, Oñate le informa de que los indios caxcanes y chichimecas se han rebelado, haciéndose fuertes en el peñol de Nochistlán, en la región de Zacatecas, no lejos de donde se encuentran Alvarado y su enorme ejército. A pesar de las advertencias de Oñate, que le previene de la fiereza de los sublevados y de la ventajosa situación de las tropas rebeldes, atrincheradas en lo alto de un monte bien defendido, el arrogante Alvarado hace caso omiso y parte únicamente con cien de sus hombres.

Retrato de Antonio de Mendoza, comendador de la orden de Santiago, primer virrey de Nueva España y segundo virrey del Perú. Foto: ASC.

El 24 de junio de 1541 llega a la vanguardia de su mesnada y ordena un ataque directo al peñol, pero les es imposible tomarlo por la fuerza. Los rebeldes se defienden con inusitada bravura. «Parece que estos bellacos no han escuchado hablar aún de Tonatiuh. Habrá que remediarlo», piensa Alvarado, antes de ordenar un repliegue ordenado a sus hombres. Es entonces cuando a un joven e inexperto soldado español se le encabrita su corcel, con la mala fortuna que caballo y soldado caen rodando y atropellan en su caída a Alvarado. Mortalmente herido, el temible y temido Tonatiuh sufre durante diez días una terrible y atroz agonía. Muere un 4 de julio de 1541 a los cincuenta y seis años de edad.

Decíamos antes que Alvarado jamás volvería a pisar la tierra en la que tanto había combatido. No es del todo cierto. Volverá, pero no en vida. Su hija Leonor, hija de la princesa tlaxcalteca Luisa Tecuelhuetzin Xicoténcatl y nieta del último cacique de Tlaxcala, traslada en 1568 sus restos desde la iglesia de Tiripetío de Michoacán hasta la catedral de Santiago de los Caballeros de Guatemala. En su epitafio deberían constar quizá las palabras del fraile y cronista gallego Antonio del Remesal, que dejó escrito de él, muy certeramente, que «Don Pedro de Alvarado más quiso ser temido que amado de todos cuantos le estuvieron sujetos, así indios como españoles». Leonor de Alvarado y Xicoténcatl tuvo hacia su padre un enorme respeto, empatía y compasión. Justo lo que a él, cegado de ambición y codicia, le faltó en vida. Leonor es el símbolo de la generación mestiza nacida tras la conquista española de América: la primera generación «hispanoamericana».

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.es

Publicado el: 2024-02-03 15:22:39
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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