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la distintiva marca del imperio en la Historia

la distintiva marca del imperio en la Historia

Todo el mundo conoce, en mayor o menor medida, la arquitectura del mundo clásico y, en particular, de la civilización romana. Ejemplos de ello son el Coliseo y el Panteón de Agripa. Fascinante, sus avances, arte y poder han llegado hasta nuestros días como si de un conocimiento fácilmente adquirido se tratara.

Sin embargo, pocas veces nos hemos preguntado acerca de los auténticos orígenes de la arquitectura romana. ¿Cuáles son sus fundamentos? ¿En qué principios, reglas e incluso mitos se apoya tan imponente lenguaje arquitectónico universal, admirado, reinterpretado y reestablecido por tantos hasta la actualidad? ¿Qué influencias tiene en la arquitectura moderna y la deriva de la actual? Y, sobre todo, ¿qué características de la misma han inducido tanto a artistas como a historiadores, arqueólogos y arquitectos a considerar sus composiciones como un claro ejemplo de la tan ansiada obtención del canon ideal de belleza y monumentalidad?

Interior de la cúpula del Panteón de Roma con sus casetones. Foto: Shutterstock

La influencia de Roma en la arquitectura y el urbanismo: orden y legado duradero

La arquitectura romana, tal como la conocemos, es la de los esplendorosos períodos de la República (509 a.C.-27 a.C.) y el Imperio (27 a.C.–476, fin del Imperio romano de Occidente).

Expulsado el último rey etrusco, Tarquinio el Soberbio, e instaurada la República, es cuando florece un nuevo lenguaje arquitectónico que Roma asumiría como propio. Adopta los tres consagrados órdenes griegos, dórico, jónico y corintio, aunque renovados y versionados, a los que incorpora dos órdenes más: un arcaico orden propio, vernáculo, como es el toscano, vinculado a sus raíces etruscas y similar al dórico, y otro nuevo, el compuesto, mezcla de los anteriores jónico y corintio.

Pero llegados a este punto cabe preguntarse: ¿qué es un orden arquitectónico? Por definición, un orden es un canon establecido: la disposición regular y perfecta de las partes que concurren en la composición de un conjunto bello. Esta académica definición nos indica que el orden sería la aplicación de un conjunto de soluciones arquitectónicas preestablecidas y relacionadas entre sí para todos los elementos que componen un edificio, y que lo dotan de una identidad propia que lo distinguiría de otros edificios.

Se trata en sí, salvando las distancias, de la primera mecanización de piezas de la historia, un “lego” de piezas gigante en el que se aporta una solución constructiva para cada elemento del edificio, de manera casi industrial, mediante un ensamblaje de piezas perfecto que acaba en un objeto ya diseñado, idealizado. Un “manual de instrucciones” del que ya se conoce el resultado final tras su seguimiento: un edificio bello y representativo de unos ideales, en un entendimiento inicial del arte de la arquitectura.

Establecidos estos nuevos y renovados órdenes, la arquitectura romana da un paso más allá: resta importancia en un inicio a la decoración de los elementos y revoluciona por completo el sistema arquitectónico estructural griego, más rígido (arquitrabado), mediante el empleo de importantísimas tecnologías: el arco (y la repetición de este mediante la arcada), la bóveda (en sus diferentes variaciones según la función, la cúpula y la bóveda de cañón) y la arquitectura muraria, más masiva, que propiciaría el descubrimiento del opus caementicium, el hormigón romano precursor del actual.

Este sistema estructural del hormigón en muros como soporte (combinado con piedra o ladrillo) y el empleo de arcos y bóvedas para cubrir los espacios permitía una mayor flexibilidad en planta, relegando incluso en ocasiones a las columnas a su uso como mero elemento decorativo y permitiendo espacios cada vez más amplios y diáfanos.

Acueducto. Foto: SHUTTERSTOCK

Estas técnicas revolucionarias propiciaron una metodología constructiva adelantada a su tiempo, más ágil y flexible, que llevó a Roma a ser considerada una de las civilizaciones más avanzadas de la historia y que facilitó su rápida dispersión por los diferentes territorios, en los que dejaba huella de su efectiva y monumental arquitectura, de la evolución basada en la combinación de un orden perfecto apoyado en los más impresionantes avances de la estructura y la ingeniería, al servicio y gloria del Imperio.

«Firmitas, Utilitas, Venustas’: los principios eternos de la arquitectura romana

Si bien la arquitectura e ingeniería romana es una de las piezas clave del desarrollo y emblema de Roma y su expansión, es en el Imperio cuando adquieren otras connotaciones más trascendentales. Toda civilización que se precie, en su afán de dominar el mundo y extenderse, precisa de un sello o branding propio, y la arquitectura romana, por sus geniales cualidades, reunía todo para serlo.

Es entonces cuando la arquitectura del Imperio romano, monumental, firme y finalmente bella tras la estandarización obtenida con sus elaborados órdenes, se muestra ante sus ciudadanos y los territorios conquistados como uno de los mayores símbolos del indiscutible poder político y militar de Roma. Cada edificación realizada se convertía, allá donde se ubicara, en una firme muestra de su fuerza y autoridad.

Así pues, se realizan casi a modo de producción en serie fortificaciones y asentamientos amurallados, casi de la misma manera en que se crean, a velocidad de vértigo, las nuevas urbes romanas, cuyo diseño también se rige por un patrón definido. 

Se trata de infraestructuras con un carácter más práctico, más funcional, asociadas a la utilidad en detrimento de la estética. Es el caso de la propia arquitectura doméstica: salvo en el apartado de las villas y domus romanas con atrium porticado, destinadas a los notables y magnífico ejemplo residencial de la arquitectura tradicional mediterránea que ha llegado hasta nuestros días, en general las casas de la mayoría de la población eran anodinas y sin lujos.

En el mundo romano, el eje fundamental de la vida diaria era la calle, el espacio público y los edificios administrativos, religiosos y culturales del foro. Un buen romano pasa la mayor parte del día en el foro y, después de sus compromisos, acude a las termas o a los espectáculos públicos. La casa se emplea básicamente para cenar y el descanso nocturno, lo que explica su austeridad. En los tugurios este carácter sencillo se convierte ya en extremo, derivando en un conjunto de insulae separadas por estrechos callejones insalubres y en algunos casos de pobre consistencia.

Por el contrario, es en los edificios públicos del foro destinados al ocio (teatros, anfiteatros, circos y termas), al poder político (la Curia, sede del Senado), al comercio y administración de la justicia (basílicas) o a la actividad religiosa (templos) donde se alcanzan las más elevadas cotas de monumentalidad y se persigue la estética y la belleza. Serán los símbolos del poder y la hegemonía del Imperio, su sello.

Evolución de los órdenes clásicos. Foto: Shutterstock

Todas estas reglas de la arquitectura clásica romana fueron recogidas y analizadas por el arquitecto Marco Vitruvio Polión en su reconocido tratado De Architectura Libri Decem (Los Diez Libros de la Arquitectura), en el que se establecen las pautas del buen diseño de la arquitectura y la obra civil romanas. Es el único tratado de arquitectura de la época que ha llegado hasta nuestros días como referente. Como conclusión del mismo, fueron establecidos los principios de la arquitectura: firmitas (firmeza o solidez), utilitas (utilidad) y venustas (belleza).

Según Vitruvio, estos principios debían estar en equilibrio, y el exceso de uno en detrimento de otro podría provocar graves errores en el resultado final. El tratado es un compendio de diez libros que versan sobre temática variada de la arquitectura e ingeniería de la época: de la concepción de la labor del arquitecto pasa con profusión de detalle a establecer las reglas de trazado y proporción de los cinco órdenes de la arquitectura, a describir el diseño de los tipos de edificios públicos y las viviendas romanas, incluso a destinar los tres últimos libros a las nuevas tecnologías en infraestructura de la ingeniería romana, la astrología, las máquinas y los artefactos bélicos.

Dedicado al emperador Augusto, al que se dirige personalmente en todo el tratado, es la sistematización y el definitivo establecimiento de las reglas de la arquitectura y otras artes del Imperio, en el que queda fijada la “marca” o sello que representaría al Imperio romano, derivado del análisis y estudio de las edificaciones ya realizadas para dejar por escrito un manual de normas hasta entonces no compiladas o probablemente transmitidas por la simple experiencia y la tradición de una generación a otra. La arquitectura del Imperio tenía así un manual de instrucciones con el que se conseguiría su objetivo: llevar los símbolos de su poder a todos los confines del mundo conocido.

Arquitectura romana: creaciones a escala humana y su impacto duradero

Sentadas las bases de la grandiosa arquitectura romana, fueron muchos los que, posteriormente, profundizaron en el denso y por momentos oscuro tratado vitruviano. En el año 1562 se edita la Regla de los cinco órdenes de la arquitectura, un nuevo tratado del arquitecto del Renacimiento Jacopo Barozzi da Vignola. Reinstaurado el arte clásico en el Renacimiento, el libro de Vitruvio es el perfecto guión para el desarrollo de la floreciente arquitectura renacentista, y Barozzi da Vignola lo rescata adaptándolo y sintetizando los ya establecidos cinco órdenes y efectuando algunas correcciones.

A su vez, el también arquitecto renacentista Sebastiano Serlio publica entre 1537 y 1551 el tratado I sette libri dell’architettura (Los siete libros de la arquitectura), difundido como un diccionario ilustrado para arquitectos.

Sin embargo, desde Vitruvio a Serlio, sus teorizaciones sobre la arquitectura son áridos textos, completísimos, dedicados a una extensa concreción de partes, proporciones, dimensiones, numerología, matemática y trazado desde la parte al todo en la arquitectura, casi sin alma, aunque con el claro objetivo científico (que llega a convertirse en obsesión) de definir con exactitud la arquitectura clásica. Es entonces cuando cabe preguntarse si la arquitectura clásica solo responde a la búsqueda de un símbolo de la hegemonía del poder de una civilización, la ansiada perfección humana o el ideal de belleza, o más bien puede en algún momento responder a una inspiración más subjetiva, conceptual y artística.

Afortunadamente, puede encontrarse una respuesta en los orígenes propios de la arquitectura clásica, cuando Vitruvio parece interpretarlos o, más bien, recoge una tradición oral referida al mito de la más que poética procedencia de alguno de los órdenes griegos clásicos, admitiendo al fin algo de luz en una inmensidad asfixiante de numerología y diseño de proporciones. 

Representación de Vitruvio (en pie) mostrando De architectura a Augusto (grabado de 1684).

Es en el capítulo primero del Libro IV cuando asocia la delicada concepción de los órdenes a la historia y el lugar y, de manera acertada, a la siempre obligada observación de la naturaleza por el hombre (o el arquitecto) y al estudio del propio ser humano como culmen de la perfección en ese mundo clásico, una línea de pensamiento que sería recuperada siglos después en el Renacimiento:

“Quisieron colocar unas columnas en este templo, pero, al no dominar sus proporciones y pensando de qué medida las podrían lograr, con el fin de que fueran apropiadas para soportar todo el peso y que además ofrecieran en su aspecto una belleza contrastada, midieron la huella de la pisada del pie del hombre y lo aplicaron para levantar las columnas. 

Descubrieron que un pie equivale a la sexta parte de la altura del hombre y, exactamente así, lo aplicaron a sus columnas, de manera que el imoscapo tuviera una anchura equivalente a la sexta parte de la altura de la columna, incluyendo el capitel. De esta manera, la columna dórica era una respuesta a la proporción del cuerpo humano y sobresalía, en los edificios, por su solidez y su belleza” (De Architectura libri decem, cap.1, Libro IV).

Para el orden dórico, Vitruvio describe cómo se llega a imitar la realización de un templo en Acaya, de donde eran los dorios, dedicado a Juno. Sus proporciones se basaron finalmente en la antropometría masculina, estableciendo la relación entre la medida de un pie y la altura del hombre (1/6) con las dimensiones de la base y altura de la columna dórica. Robusto y vigoroso, este orden se asocia pues a los templos de deidades masculinas. Similar fundamento se establece para el orden jónico: una proporción más estilizada (1/8), de acuerdo con la delicadeza del cuerpo femenino.

Para que resultara más airoso, se le añade una basa, a modo de calzado, y volutas a ambos lados del capitel, a imitación del cabello rizado, así como estrías en el fuste, que parecen reproducir los pliegues de una túnica. Versa así: “Adornaron sus frentes o fachadas con cimacios y festones, colocándolos como si fueran los cabellos y, a lo largo de todo el fuste, excavaron unas estrías, imitando los pliegues de las estolas que llevan las mujeres (…)”. (De architectura libri decem, cap.1, Libro IV).

Por su parte, el origen del orden corintio, asociado a una muchacha o mujer joven, el más bello y poético, atiende al mito de una doncella de Corinto fallecida por una repentina enfermedad. Sobre la tumba de esta, colocó su nodriza un canastillo de mimbre con las delicadas copas de vidrio que tanto le gustaron en vida, y para que el viento no lo derribara, cubrió el canastillo con unas tejas. Casualmente, este fue colocado sobre las raíces de un acanto.

Pasado el tiempo, al llegar la primavera, las raíces, oprimidas por el peso, se esparcieron sobre la tumba de la muchacha, y los tallos fueron sutilmente enredándose en el mimbre, esparciendo las hojas alrededor del cesto, y así formaron preciosas volutas hacia el exterior al crecer bajo el contacto de las tejas. Esta simbólica escena fue contemplada por Calímaco, un afamado escultor reconocido por la exquisitez de sus tallas de mármol, que, asombrado por su belleza, realizó en Corinto un capitel que reproducía dicha escena.

Los fundamentos permanentes de la arquitectura romana: innovación duradera

Estos ideales del lenguaje arquitectónico han sido determinantes a lo largo de la historia, y sus muy diferentes estilos artísticos, asumidos, heredados y conservados en el Románico, admirados, recuperados y reinterpretados en el Renacimiento, retorcidos y torturados en el Barroco, rescatados por mor de la ciencia y la ilustración en el Neoclasicismo, y probablemente desestructurados aunque subyacentes en el movimiento moderno. Se producen diversas transformaciones, acercamientos y alejamientos de la arquitectura clásica, pero nunca ha desaparecido como referente.

Templo de Vesta, uno de los más antiguos y de planta circular. Ubicado en el Foro romano. Foto: Shutterstock

Es precisamente en la modernidad, el último estilo arquitectónico conocido y tipificado, en donde, a pesar de lo que en un primer momento pudiera parecer por sus resultados estéticos, muchos de los preceptos de la arquitectura clásica se mantienen vivos, al menos de una manera conceptual.

Uno de sus principales precursores, Le Corbusier, vuelve a ser el arquitecto tratadista de una corriente arquitectónica que, como Vitruvio fue para Roma, proclama los criterios y reglas para un nuevo orden. En 1927 presenta el manifiesto Los cinco puntos de la arquitectura moderna, otra vez una nueva sistematización en la arquitectura y el lenguaje, amparada por las nuevas tecnologías y los avances constructivos (el acero y el hormigón armado):

  • La sustitución de los muros de carga por pilotis.
  • La terraza-jardín, que recupera para la naturaleza la superficie ocupada por la edificación. La planta libre: la versatilidad que permite la nueva estructura de pilares sobre losas de hormigón.
  • La fachada libre: ya no posee función estructural y puede quedar exenta con la existencia de voladizos.
  • La ventana corrida: los huecos de la fachada pueden abarcar su ancho. 

Reglas que no son sino la adaptación de la arquitectura a los nuevos y revolucionarios avances en su terreno y en la ingeniería, proclamando un nuevo orden y una arquitectura a realizar en cualquier parte del mundo, como así proclamaba el también denominado estilo internacional.

Igualmente, y en la línea de Vitruvio, Da Vinci o Alberti, Le Corbusier llegó también a analizar las relaciones entre la arquitectura y las dimensiones y proporciones humanas con la publicación en 1948 del libro Le modulor. Se trata de una escala de proporciones antropométricas universales para medir y conciliar las matemáticas, la forma humana, la arquitectura y la belleza en un solo sistema.

La analogía de todo esto con los orígenes de la arquitectura de Roma y su carácter innovador es, al menos en el procedimiento y el concepto, sorprendente. Tanto que podría llegar a convertirse, si no lo es ya, el propio Le Corbusier en un nuevo representante de la reinterpretación de la arquitectura clásica y su lenguaje y sistematización; a su modo, buscando siempre un nuevo ideal de la belleza encuadrada en su momento histórico, pero siempre manteniendo el firmitas, utilitas y venustas romano. Un legado imperecedero. Pura poesía.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.es

Publicado el: 2023-11-05 12:30:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades