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La promesa incumplida de Göring que condenó a los cercados en Stalingrado

La promesa incumplida de Göring que condenó a los cercados en Stalingrado

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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El 20 de enero de 1943 el comandante Thiel, jefe de la 3a Escuadrilla de combate 27, informó al mariscal Erhard Milch, comandante de las unidades de transporte de Stalingrado, sobre su visita al general Paulus el día anterior: «Aterrizaje el 19 de enero, a las 11:00 horas, en Stalingrado. Muchos cazas enemigos sobre la fortaleza, pero no vuelan por debajo de los mil metros. Tan pronto tomó tierra, el avión fue atacado por la artillería. El aparato fue alcanzado y muerto el mecánico de a bordo».

Nada más aterrizar, Thiel va inmediatamente a presentarse al general Paulus, y, mientras le va contando sus impresiones y que la pista de Gumrak solo puede ser utilizada de día, Paulus lo interrumpe sabiendo lo que se les viene encima y le espeta: «Los aviadores no dieron crédito a las informaciones de mi Estado Mayor y con ello nos han traicionado a todos», que sabe que la única salidaa la que Hitler se niega rotundamente—, es romper el cerco, piensa en ese momento en Göring, creyendo que lo que necesita el orondo jefe de las Fuerzas Aéreas es una dieta a base de Stalingrado. Sabe que Göring, dando las esperanzas que no tenía para que el Führer escuchara lo que quería oír, ha apuñalado con hielo a todo el 6.º Ejército alemán.

Bombardero He-111 en el aeródromo de Gumrak (enero de 1943). Foto: Shutterstock.

El comandante Thiel no se calla y repone que buena parte de culpa corresponde a la muy deficiente organización en tierra, poniendo como ejemplo a su propio avión, que había llegado al aeródromo de Gumrak a las once horas y a las cuatro de la tarde no estaba todavía descargado. Paulus ya sabe que para transportar de doscientas a trescientas toneladas diarias son necesarios el aterrizaje y despegue de, al menos, veinticinco aparatos por hora. Eso, viendo las dificultades a las que se enfrentan, hasta el combatiente más inexperto en la materia sabe que es imposible.

Misión histórica

De nuevo piensa en Göring, que andará comiendo a base de bien, en su palacio rodeado de ese arte que le gusta tanto.

Paulus va perdiendo poco a poco los nervios y le grita: «¡Está hablando usted con hombres muertos! Nos encontramos aquí por orden del Führer. La Luftwaffe nos ha dejado en la estacada, y no ha hecho honor a lo que nos había prometido». El comandante Thiel le habla de lanzar las vituallas y pertrechos desde el cielo, y Paulus lo mira con cara de que ninguno de los dos se cree lo que está diciendo y le comenta con una media sonrisa: «Ustedes han de tratar de aterrizar; arrojar el material desde el aire es matar al Ejército. Lo que más precisamos es combustible…».

El general alemán Friedrich von Paulus (en el centro, con pañuelo al cuello) dirige a sus tropas desde una trinchera, el 6 de noviembre de 1942, cerca de Stalingrado. Foto: Getty.

El día 24 de enero ya solo era posible el abastecimiento arrojando todo el material desde el aire, y Paulus, que sabe a ciencia cierta que la operación de socorro ha sido, es y será un absoluto fracaso, no para de solicitar libertad de movimientos para romper el cerco y que se intensifique el abastecimiento desde el aire para hacer acopio de material.

Sus demandas chocan siempre con la negativa del Führer y para calmar su conciencia el mariscal Von Manstein le envía una carta en la que le dice: «Comprendo y comparto sus puntos de vista y sus preocupaciones respecto a su Ejército. Sin embargo, el Alto Mando goza de una visión de conjunto y carga con toda la responsabilidad. La misión de usted consiste en cumplir con todas sus fuerzas las órdenes que le han transmitido. No le incumbe a usted ninguna responsabilidad por lo que pueda ocurrir después…».

Esta carta, por la consideración que todo el mundo tenía a Von Manstein, comandante en jefe del Grupo de Ejércitos, influye grandemente en la actitud del jefe del 6.º Ejército, pero Von Paulus insiste y comunica al Alto Mando que la resistencia ha llegado hasta todo lo humanamente posible y deja la decisión en manos del Alto Mando, que contesta con un telegrama, con tintes épicos, definiendo la misión del 6.º Ejército como «misión histórica». Paulus sabe lo que eso significa y, después de pensarlo, elige: «entre la obediencia a las órdenes recibidas y la consideración a mis soldados juzgué mi deber optar por la obediencia a mis superiores».

Los generales de Aviación Alexander Löhr (izda.) y Freiherr Wolfram von Richthofen (dcha.). Foto: ASC.

Como era de esperar la operación de arrojar víveres desde el aire, iniciada el 25 de enero, benefició más al enemigo que a las fuerzas alemanas; la asistencia médica a partir del 24 de enero era prácticamente inexistente y desde ese día toma el mariscal Paulus conciencia de que no se va a evacuar a ningún herido más.

Hasta el momento habían sido evacuados hasta un total de 42.000 soldados: heridos 35.000, desde los más graves a los menos graves siendo el médico del Ejército en el propio campo el responsable de dictaminar cada caso, y unos 7.000 «especialistas», que eran considerados de suma importancia para el sostenimiento de los ejércitos en otros frentes.

Toma de conciencia

De la correspondencia entre el general Wolfram von Richthofen, jefe del puente aéreo y encargado por Göring de apoyar al 6.º Ejército de Paulus, cercado en Stalingrado, puede deducirse que ninguno de los dos era consciente de las posibilidades que podría ofrecer el otro. Aunque Paulus vio más rápido —porque la necesidad que empieza por la piel y termina en el corazón había llegado demasiado pronto a sus soldados—, que los esfuerzos aéreos no conseguirían minimizar siquiera un poco su sufrimiento. El jefe del cercado VI Ejército visitaba continuamente a sus tropas y sabía el estado en que se encontraban, y que los aeródromos a donde llegaban los suministros y evacuaban al personal se había convertido en una especie de infierno donde, como una legión de condenados, empezaban a apiñarse heridos y gente sin esperanza.

Retrato del Reichsmarshall Herman Goring con uniforme. Foto: Getty.

Richtofen tardó un poco más que Paulus en ser consciente de la situación en que quedaba el 6.º Ejército, completamente cercado y con un jefe de la Fuerza Aérea, como Göring, que ya había demostrado su incompetencia en la Batalla de Inglaterra o en la retirada británica de Dunkerke, cuando convenció a Hitler para que fuera la fuerza aérea quien acabara con el Ejército Británico y no la Wehrmacht que lo tenía completamente cercado en esas costas.

Richtofen perdió toda confianza en sus jefes cuando de vuelta del Kessel («El caldero»), tal como denominaban los alemanes al cerco al que estaban siendo sometidos por el ejército soviético, escuchó de boca de Göring decirle a Hitler que la situación de Stalingrado «no era tan mala». Es el momento en que escribe en su diario: «Aparte del hecho de que sería bueno para su figura el pasar un tiempecito en el Kessel, solo puedo suponer que mis informes o no son leídos o no reciben ningún crédito».

Llegó un momento en que los ataques de los aviones rusos que impedían la evacuación y el apoyo logístico eran constantes; hay informes que revelan que el aeródromo de Pitomnik era atacado cada media hora y que muchos soldados que estaban a punto de ser salvados perdían la vida en el último momento, subidos en el avión, convertido en llamas antes de iniciar el despegue.

Soldados alemanes junto a un JU-52-3m en el aeródromo de Pitomnik (1942-1943).

La evacuación de los heridos también se había convertido en el abecedario del horror. Más de 300.000 hombres embolsados desde el 23 de noviembre, 22 Divisiones en total, con combates diarios y con una posibilidad media de evacuación de heridos y de personal de, solamente, 417 al día, desde el 23 de noviembre hasta el 20 de enero. La selección de los enfermos para evacuarlos no se hacía según la gravedad de las heridas, sino que terminó teniendo un despiadado orden: solo los heridos leves capaces de moverse por sí mismos podían tener esperanzas de salir. Dentro del fuselaje del Heinkel solo había espacio para cuatro camillas, pero podía dar cabida a cerca de veinte heridos de pie. Así que un soldado que no podía moverse o estaba sumamente enfermo, sin duda era hombre muerto. También la suerte influía, o la existencia de algún privilegio. 

Operación Urano

José Luis Hernández Garvi

Entre los que pretendían ser evacuados todos los odios se los llevaba la Feldgendarmerie, los policías militares alemanes a quienes sus propios camaradas llamaban los «perros con dogal», por la gola de metal que llevaban al cuello y que eran los encargados de guardar el acceso a las pistas de aterrizaje, comprobando los papeles minuciosamente para asegurarse de que los enfermos fingidos o autolesionados no pudieran colarse en el avión sin pasar los reconocimientos preceptivos.

Se utilizaron todo tipo de aviones de transporte, incluso los cuatrimotores gigantes Focke-Wulf Condor que empezaron a partir de la segunda mitad de enero, pero eran tan grandes que la vulnerabilidad era extrema y había tantas posibilidades de morir en pleno vuelo de evacuación como permaneciendo en el cerco.

Focke-Wulf Fw 200 Condor, monoplano cuatrimotor empleado como transporte en Stalingrado. Foto: ASC.

Behr ante el Führer

Paulus agotó su último cartucho ante el Führer —habida cuenta de que los generales eran incapaces de transmitir a Hitler la desesperada situación en la que se encontraban—, enviando a un joven capitán de blindados, condecorado con la Cruz de Hierro y muy conocedor de cuanto estaba sucediendo en el cerco, el capitán Winrich Behr

Cuando Behr llegó ante Hitler, le expuso con crudeza las condiciones por las que estaba pasando el 6.º Ejército de Paulus, un ejército extenuado sin apenas posibilidades de salvación, con mil obstáculos casi insalvables, sin carburantes ni apenas posibilidad de movimientos, ni municiones para defenderse, ni alimentos. A lo que el Führer le increpó si estaba seguro de las estadísticas que traía; y cuando Behr contestó que sí, se volvió al oficial de la Luftwaffe y le pidió que explicara la discrepancia. «Aquí tengo la lista de aviones y carga despachados por día». A lo que el capitán Behr contestó interrumpiendo al oficial del Aire: «mein Führer, para el Ejército lo importante no es cuántos aviones fueron enviados, sino los que efectivamente recibimos y llegaron. No estamos criticando a la Luftwaffe. Sus pilotos son verdaderamente héroes, pero hemos recibido las cifras que he mencionado».

Friedrich von Paulus se rinde a las tropas soviéticas el 31 de enero de 1943. Foto: Getty.

En ese momento, el capitán volvió a mirar el mapa que tenía Hitler sobre la pared, lleno de banderitas que representaban Divisiones de unos pocos cientos de hombres y esfuerzos de contraataque que nunca podrían realizarse, y se dio cuenta de que el Führer había perdido todo contacto con la realidad y que la guerra estaba perdida. Y lo que era peor: sus 300.000 compañeros, que sufrían una lenta agonía helada en el cerco de Stalingrado, morirían sin remedio. Todo por una promesa mal calculada, a conciencia, de Göring.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-05-21 07:11:25
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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