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La tumba de Tutankamón, el gran secreto del Valle de los Reyes

La tumba de Tutankamón, el gran secreto del Valle de los Reyes

El Valle de los Reyes es otro de los enclaves que más fascinación han despertado entre los estudiosos del Antiguo Egipto, un lugar en donde se desarrolló el drama secreto de la muerte y la resurrección de los faraones durante el Imperio Nuevo. A lo largo de su Historia, los egipcios interpretaron el fallecimiento de su rey como un momento clave para el mantenimiento del orden cósmico y los valores fundamentales de su civilización.

Recreación del Valle de los Reyes, necrópolis egipcia en la que se encuentran enterrados varios faraones del Imperio Nuevo. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Desde el período Arcaico, los egipcios consideraron a su faraón como el descendiente directo de las dinastías de reyes divinos que habían gobernado el valle del Nilo hasta que se produjo la definitiva unificación de las dos tierras. Las leyendas y relatos míticos siempre insistían en el papel del rey como garante del orden cósmico. De esta forma, los egipcios volcaron sus esperanzas de supervivencia en la fortaleza del faraón, cuya muerte era interpretada como un terrible trastorno, por la amenaza que este hecho suponía para todos ellos. 

El estudio de sus tumbas nos permite adivinar el esfuerzo empleado por sus gentes para asegurar la resurrección del rey como un ser divino. No en vano, los ritos y las ceremonias funerarias se llevaron a cabo con la intención de mantener vivo su espíritu rindiéndole culto indefinidamente, y obsequiándolo con unas generosas ofrendas y una gran cantidad de objetos funerarios de enorme significación simbólica, cuya función era ayudar al soberano a superar este difícil trance y continuar siendo una fuente de energía para toda la nación; algo que solo podía conseguirse si el ceremonial de enterramiento se llevaba a cabo con total precisión.

Un enclave inhóspito y lejano

En el Antiguo Egipto, siempre se mantuvo la preocupación de ubicar al rey en el interior de su tumba de una forma precisa y anclada en la tradición, evidenciando unos conceptos arquetípicos posiblemente heredados de tiempos prehistóricos. Durante los reinos Antiguo y Medio, el viaje hacia la vida de ultratumba comenzaba cuando el cuerpo del rey, ya momificado, era llevado hasta el templo real situado a orillas del Nilo. Desde aquí se dirigía, por la calzada, al templo destinado al culto real, generalmente situado al pie de las pirámides, antes de ser finalmente sepultado en la propia tumba. 

Recreación de las pirámides de Guiza. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Tras un complejo ritual, el rey ya podía descansar tranquilo, confiado a la eterna inviolabilidad de su tumba. Desgraciadamente, su paz se vería turbada cuando los saqueadores aprovecharon los años de inestabilidad, crisis y desunión para robar todos los tesoros, e incluso los cuerpos, de los antiguos faraones sepultados en estas grandes pirámides, lo que obligó a los arquitectos del Imperio Nuevo a introducir nuevos planteamientos y soluciones estructurales para evitar el saqueo de las tumbas reales.

En primer lugar, se consideró necesario ubicar las sepulturas en algún lugar en el que pudiesen pasar inadvertidas, y por eso se eligió el Valle de los Reyes, un enclave inhóspito y alejado de la civilización, situado tras las áridas colinas tebanas. Una diferencia llamativa con respecto a las tumbas anteriores fue la separación física de las cámaras funerarias y el templo real, ubicado en la orilla oeste del Nilo, y por lo tanto a una distancia significativa de la sepultura del faraón. Al otro lado del río se situaron los grandes templos dedicados a los principales dioses del panteón egipcio, siendo el de Karnak, dedicado a Amón- Ra, el edificio religioso más grande construido en la Historia de la humanidad.

El gran hallazgo: Tutankamón

El primer rey que decidió abandonar la necrópolis de Dra Abu el-Naga –en donde en la actualidad trabaja una misión hispano-egipcia dirigida por José Manuel Galán (Proyecto Djehuty)– fue Tutmosis I, que ordenó a su arquitecto Ineni, hacia el año 1500 antes de Cristo, la construcción de una tumba digna de su persona, y todo ello en el más absoluto de los secretos. En su sepultura, el arquitecto real se jactó de su éxito al afirmar: “Nadie me vio, nadie me oyó”.

Más de 3.000 años después, en 1922, el arqueólogo británico Howard Carter encontró en el Valle de los Reyes la tumba del joven faraón Tutankamón. A pesar de convertirse en uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de todos los tiempos (habida cuenta de que nunca antes se había logrado encontrar un sepulcro faraónico en semejante estado de conservación, y con su ajuar prácticamente intacto), la popularidad de dicho hallazgo se debió, en parte, al surgimiento de una leyenda relacionada con la famosa maldición del faraón.

Recreación de la máscara de Tutankamón, faraón de la Dinastía XVIII. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

En noviembre de 1922, el voluntarioso arqueólogo inglés trataba de encontrar alguna razón para justificar la continuidad de unas excavaciones que hasta ese momento no habían tenido el éxito esperado. Su mecenas, un caballero británico apasionado por el estudio del Antiguo Egipto llamado George Herbert de Carnavon, ya le había comunicado su negativa a seguir patrocinando una nueva campaña infructuosa en busca de la tumba de algún faraón del Imperio Nuevo.

La maldición del joven faraón

Cuando todo parecía perdido, uno de los jóvenes ayudantes del arqueólogo se presentó el 4 de noviembre en el improvisado campamento que Carter tenía en medio del Valle para comunicarle una noticia asombrosa. Ante sus propios ojos había aparecido, casi sin querer, un pequeño escalón que hasta ese momento había permanecido oculto bajo la arena del desierto

Tras un arduo trabajo, no exento de inconvenientes, se encontró una fabulosa tumba con una cámara funeraria en la que reposaban los restos de un faraón de más de 3.000 años de antigüedad, acompañados por un espectacular tesoro arqueológico compuesto por más de 5.000 piezas de enorme valor, entre las que destacaban un sarcófago adornado con algo más de 140 kilogramos de oro y una máscara funeraria que terminó convirtiéndose en uno de los iconos más representativos del Antiguo Egipto.

El arqueólogo y egiptólogo Howard Carter, descubridor de la tumba de Tutankamón. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

El hallazgo de la tumba tuvo tras de sí una historia macabra, marcada por todas las enigmáticas desgracias que se sucedieron y que dieron pie a la creencia en una maldición faraónica. Los problemas empezaron muy pronto. 

Tras la apertura de la tumba, el primero en caer fue Lord Carnavon, cuyo dinero había hecho posibles los trabajos de investigación y, en consecuencia, la profanación de la cámara funeraria del joven faraón egipcio. La picadura de un mosquito le provocó erisipela, que se complicó después de cortarse con una navaja mientras se afeitaba y degeneró en una grave infección sanguínea

La muerte de Carnavon dio alas a la imaginación. Algunos llegaron a asegurar que un repentino apagón había dejado la ciudad de El Cairo a oscuras momentos después del deceso del millonario británico. Además del trágico fin de Carnavon, se produjeron otras muchas muertes, entre ellas las de varios obreros de la excavación y colaboradores de Carter que fallecieron en extrañas e incluso inexplicables circunstancias, algo que hizo correr la noticia de esta posible maldición por una Europa fascinada con los misterios de tan antigua e influyente civilización africana.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-09-25 05:00:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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